El misterio de la Encarnación le fue anunciado primero a la Virgen y luego a San José.
San Gabriel anunció a María la Concepción -por obra del Espíritu Santo- de un Niño que iba a heredar el trono de David y cuyo Reino no tendría fin.
Un ángel habló en sueños a José llamándolo “Hijo de David” y le reveló que el Hijo que María llevaba en sus entrañas era fruto del Espíritu Santo:
José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de los pecados.
Al anuncio de Gabriel la Virgen respondió:
Aquí está la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra.
San José, en cambio, no dijo nada. Pero, cuando despertó del sueño
hizo lo que le había mando el ángel del Señor.
Los dos creyeron: la Virgen María dejando obrar en Ella a Dios, San José haciendo lo que Dios le había encargado. La fe de la Virgen se encontró con la fe de San José y -entre los dos- respondieron maravillosamente a la llamada de Dios.
San José recibió a María en su casa y le dedicó su corazón de esposo. Cuando nació el Niño, le puso por nombre Jesús -Dios salva- y le dedicó su corazón de padre.
Y nosotros aprendemos de María y de José a responder con fe a la llamada de Dios.
Unas veces tendremos que decir como Santa María: “hágase en mí según tu palabra”. Porque Dios quiere hacer en nosotros cosas que nosotros no podemos hacer y tenemos que dejarle hacer. San Pedro, al principio, no quería dejar que Jesús le lavara los pies; pero cuando Jesús le dijo que si no le dejaba no tendría parte con Él, entendió que tenía que obedecer dejando obrar a Dios en él.
Otras veces tendremos que hacer -como San José- lo que Dios nos encarga. Porque hay cosas que sí podemos hacer.
Dejar hacer a Dios en nosotros lo que Él quiere hacer en nosotros y hacer nosotros lo que Dios quiere que hagamos nosotros. San José lo entendió muy bien.
Por ahí hay unos carteles del Seminario en los que se ve a Jesús lavándole los pies a San Pedro y a San Pedro dejándose lavar los pies por Jesús. Y debajo pone una frase de Santa Teresa: “¿qué mandáis hacer de mí?”. Los seminaristas están aprendiendo que hay cosas que Dios quiere hacer en ellos y que -si le dejan- hará cosas maravillosas. Pero saben también que Dios quiere que otras cosas las hagan ellos y están aprendiendo a escuchar y a obedecer a Dios como San José.
Él, que supo cuidar a María y a Jesús con tanto amor y con tanta inteligencia, nos proteje en la tierra e intercede por nosotros en el Cielo. Le pedimos que nos alcance la gracia de hacer lo que Dios nos pide en la tierra para que podamos alcanzar el premio que Dios nos promete en el Cielo. Así sea.
D. Javier Vicens
Párroco de S. Miguel de Salinas
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