domingo, 14 de septiembre de 2014

EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ

Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
«Nadie ha subido al cielo sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida eterna».
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él.
Juan 3, 13-17
La cruz asusta a los niños. Sería mejor poner en las iglesias imágenes de Jesús jugando con los niños o besando a María Magdalena. 
Esto me decía un buen amigo -mío y de Jesús- hace unos días vía Facebook. Quisiera contestarle ahora, en la Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz.
Empiezo dándole la razón. La cruz asusta tanto que hasta Jesús tembló ante ella. No ha habido en el mundo niño o enamorado más inocente ni más sincero ni más fuerte que Jesús que rezaba y sudaba sangre diciendo; Padre, si es posible, pase de mí este Cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya.
Ya le he dado la razón a mi buen amigo. Pero ahora debo decirle que Nuestro Señor -nuestro amigo- Jesucristo , abrazando esa cruz que le daba miedo y le hacía sudar sangre, la hizo tan amable que la convirtió en instrumento de salvación para nosotros. Y es normal que sigamos teniendo miedo a las cruces pero no es normal que tengamos miedo de la Santa Cruz en la que Jesús nos abrazó y nos besó a todos.
Los niños se asustan -como todos- ante las cruces que encuentran en la vida pero la Santa Cruz los reconforta a ellos como a todos. Me lo confirmó una niña que vino hace poco a la sacristía de Torremendo. Llevaba varios días entrando a rezar en la iglesia -a escondidas- ante la imagen de Nuestra Señora de Monserrate. Cuando entró en la sacristía para preguntarme que si valía de algo rezar por un enfermo al que uno quiere, estaba asustadísima y casi llorando; tanto que don Antonio -el sacristán- salió de allí disimuladamente para dejarnos a solas; tanto que solamente supe decirle -señalando al crucifijo de la sacristía- que mirase cómo reza Jesús por nosotros.
Hace dos días volvió esa niña a la sacristía para decirme que los médicos le habían dicho a su mamá que iban a curarla. Le di las gracias por haber venido a contármelo y, cuando se fue, besé los pies del crucifijo de la sacristía de Torremendo. Un crucifijo que cura, que inspira cosas buenas de amor y no da miedo ni nada de eso.
Por el madero ha venido la alegría al mundo entero.
D. Javier Vicens
Párroco de S. Miguel de Salinas

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