viernes, 6 de junio de 2014

EL BAUTISMO Y LA VIDA... TESTIMONIO

Transcurría el año 1957 y un brote de influenza arrasaba con la vida de cientos de personas en Chile. En Valdivia, la familia Eschmann Melero tomó las precauciones necesarias para evitar que sus dos pequeñas hijas corrieran riesgos. Pero  María Soledad, apenas una bebé con 45 días de nacida, encendió la alerta en su madre, Alicia, cuando la pequeña rechazaba amamantarse.
 
Tras cincuenta y siete años es la propia María Soledad, quien narra en periódico Portaluz lo que su propia familia le transmitió de aquellos días donde enfermedad, muerte y gracia sacramental confluirían para un evento extraordinario que marcarían para siempre, en ella y su familia, la certeza de que Dios existe y nos ama
 
El diagnóstico y la condena
 
Dice que al poco de iniciado el rechazo a tomar alimento surgieron también los vómitos, diarrea y el llanto que evidenciaba algún deterioro en su salud de recién nacida. La madre no lo dudó y la llevaron al Hospital Regional Base de Valdivia. Los medios del recinto eran precarios,  como la efectividad de los tratamientos farmacológicos para solventar los deterioros que la influenza producía en la pequeña… “Me internaron un par de veces y en la última hospitalización, el médico le dijo a mi madre: «Llévese a su hija a la casa porque ya no podemos hacer nada por ella…»”, recuerda María Soledad, según le narraría su propia madre años más tarde.
 
Alicia salió del centro asistencial con su hija en brazos. Arropada por el abrazo de su madre, la bebé había calmado su llanto, pero iba pálida y adormecida. A medida que transcurría la mañana María Soledad fue perdiendo vitalidad y conciencia. “Alrededor de la una de la tarde mi madre dice que corrió conmigo a una farmacia cercana con la esperanza de que allí pudieran ayudarla. Yo no reaccionaba, estaba moribunda y nada pudieron tampoco hacer por ayudarme en la farmacia”.
 
La esperanza se derrumba
 
Con el peso del diagnóstico médico que había desahuciado a la pequeña y viendo que ya apenas si respiraba, Alicia, llorando, corrió a la casa de sus padres. “En el camino pasó a un negocio familiar y alertó a sus hermanos, mis tíos, que yo estaba grave y partió hacia la casa llevándome en sus brazos. Al rato llegaron mi abuelita y mi hermana”.
 
La casa se llenó con vecinos alertados por los lamentos que daban las mujeres al ver que la pequeña ya no reaccionaba. “En ese entonces, mi madre dice que se desmayó. Cayó al suelo, y en un momento, los vecinos empezaron a preparar una mesa para velarme y cambiarme ropa, dándome por muerta. Un par de vecinos levantaron a mi madre y la llevaron al dormitorio, donde había una imagen de la Virgen de Lourdes. Dice mi mamá que ella le clamaba a la Virgen que intercediera ante Dios por mí, porque ella no quería que yo me fuera”.
 
Al encuentro de Dios
 
La casa era un lío… Alicia con una crisis nerviosa gritaba descontrolada y los vecinos optaron por llevarla al hospital… la pequeña yacía inerme sobre la mesa del salón cuando entró en la habitación Sara, hermana de Alicia quien recién se había enterado de lo que ocurría con su sobrina y tenía una sola certeza desde el primer instante en que la habían informado…
 
 “Daban casi las dos de la tarde del día 25 de enero de 1957 cuando mi tia  me tomó de la mesa, corrió a la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Collico y tocó la puerta. El sacerdote norteamericano Enrique Angerhaus abrió del otro lado y escuchó la imperativa demanda: «Padre, ¡Por favor! ¡Tiene que bautizar ahora mismo a mi sobrina, porque no respira, está agonizando!» Mi cuerpo estaba totalmente helado, no tenía signos de vida. Entonces, el Padre preparó los implementos, sacó los Santos Öleos . La gente que estaba en la casa había corrido detrás de mi tía y había mucha gente a la iglesia”.
 
La vida que fluye en el Sacramento
 
Como si fuera un acontecimiento que hubiese ocurrido ayer, María explica detalladamente que en ese instante no habían pensado en padrinos, por lo que “mi tía le pidió  a un vecino y otra señora que allí estaba fueran mis padrinos”.
 
Cuando el sacerdote posó su dedo ungiendo a la pequeña María Soledad con el santo óleo, quienes estaban más cercanos fueron testigos de un hecho extraordinario…
 
“Di un respiro profundo, el cual se repitió al momento en que en la pila bautismal me derramaban sobre la cabeza el agua bendita. El sacerdote, tan impactado como todos los presentes,  me levantó y ante la asamblea presente dijo: «¡El Señor ha tenido Misericordia con ella y ha vuelto a la vida»!”, testimonia María Soledad.
 
La comunidad presente fue testigo de un suceso que marcó la vida de la familia de María y que hasta hoy, recuerda con cariño. “Cuando recibí el bautismo, el Señor me levantó del sepulcro. Siempre con mis hermanas hablamos de esto y yo digo que soy como Lázaro, porque el Señor me levantó del sepulcro y volví a la vida”.
 
A lo largo de su vida María Soledad Eschmann ha permanecido firme en la fe y activa miembro de la Iglesia. Con su esposo y los dos hijos que Dios le ha confiado vive en Punta Arena, austral ciudad chilena y es fiel miembro de la Renovación Carismática. Alabar y agradecer es un acto cotidiano de su corazón agradecido.
 
“En el bautismo –recalca al finalizar-, el Señor se manifiesta con una potencia de amor que no alcanzamos a dimensional”… No cabe duda que ella es una testigo privilegiada de esta verdad.

Publicado en Portal Luz

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