El amor al prójimo puede nacer en el corazón de un modo espontáneo o como fruto de una decisión y es, siempre, un don de Dios.
De hecho -gracias Dios- solemos amar a los que nos aman, aunque no siempre es así. Hay quien odia a cualquiera que le lleve la contraria. Esto es terrible porque el tal acaba enemistado con quienes le quieren bien y rechaza el amable don de Dios que hace fácil y alegre y espontáneo el amor a quienes nos aman.
Si amas a los que te aman dale -hermano- gracias a Dios que ha puesto en ti y en ellos el dulce amor.
Pero si solo amas a los que te aman, aún te falta algo para ser perfecto, y es abrir tu corazón al don que Dios quiere hacerte con tal que decidas aceptarlo, a saber: el amor a tus enemigos.
Lo primero que has de considerar es que ese don del amor a los enemigos te fue dado con todos los demás dones en el bautismo y que lo has perdido por tu culpa. Examina tu conciencia y mira cuándo aprendiste -y de quién- a maldecir a tus enemigos, a murmurar de ellos, a guardar rencores, a insultar, a desear venganza… Sabes bien que no fue Dios ni su Ángel quien te enseñó esas cosas, así que no porfíes en ellas ni te excuses. Mira lo que dice el Ángel de Dios: Que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No dejéis resquicio al diablo.
Y tú, que andas enojado -como Ajab- con tu vecino porque no te vende su viña o por otra nonada ¿no temes que el diablo se cuele en tu corazón por esa puerta grande?
Muy bien, ya has examinado tu conciencia. Te veo pesaroso y arrepentido de los males que has deseado a tus enemigos, de los insultos, de las amenazas, de las vengancillas que has tramado y de las zancadillas que has puesto. También te veo arrepentido por el bien que has dejado de hacer a tus enemigos. Ya comprendes que so no puede agradar a Dios pero dices: aún no siento amor por mis enemigos. ¿Cómo vas a sentirlo si no lo tienes porque lo has perdido? Y ¿quién te lo retornará sino Aquel que primero te lo dio?
Anda, hermano, y confiesa con humildad los pecados que has cometido contra tu prójimo; y descubre en su raíz la soberbia que te impide sufrir con paciencia y te mueve a devolver mal por mal. Y, ya que estás de camino hacia el confesonario, mira si ese odio a tus enemigos no ha enfriado un tantico la caridad con los amigos. Porque debes saber que la soberbia casa mal con el amor y que algunos, a fuerza de odiar a sus enemigos acaban viéndolos por todos lados y se quedan, al fin, más solos que la una.
Ya te has confesado. ¿Ves qué fácil? Has tomado la decisión de amar a tus enemigos y esa ya es una decisión de amor. No te faltará la gracia de Dios para mantenerla. Ahora sigue el consejo y el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo y ponte a rezar por todos los que te han hecho algún mal, pero no como el que se siente superior a ellos sino como el que se siente hermano de ellos y tiene, como ellos, necesidad de perdón. Te aseguro que no tardarás en sentirte hermano de ellos ahora que has reconocido tus propios pecados y estás rezando -quizá por primera vez en mucho tiempo- con el humildad el Pater noster que te ha puesto el cura como penitencia.
Vete en paz, hermano.
Javier Vicens
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