Reproducimos a continuación el texto de las palabras del Papa, en la Audiencia General de ayer miércoles 20 de Noviembre.
Hoy a las 20:15 tendrán lugar las confesiones para quienes recibirán la Confirmación el próximo domingo y para sus familiares.
Rezamos para que sea ocasión de encuentro gozoso con Jesús Misericordioso.
Queridos hermanos y hermanas:
¡Buenos días!
El pasado miércoles hablé de la remisión de los pecados, referida especialmente al Bautismo. Hoy proseguimos con el tema de la remisión de los pecados, pero refiriéndose al llamado “poder de las llaves” que es un símbolo bíblico de la misión que Jesús dio a los Apóstoles.
Antes que nada debemos recordar que el protagonista del perdón de los pecados es el Espíritu Santo. ¡Él es el protagonista! En su primera aparición a los Apóstoles, en el Cenáculo, Jesús resucitado hizo el gesto de soplar sobre ellos diciendo: “Recibid el Espíritu Santo; a quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 22-23). Jesús, transfigurado en su cuerpo, es el hombre nuevo, que ofrece los dones pascuales fruto de su muerte y resurrección. ¿Cuáles son estos dones? La paz, la alegría, el perdón de los pecados, la misión; pero sobre todo da el Espíritu Santo que es la fuente de todo esto. Del Espíritu Santo vienen todos estos dones. El soplo de Jesús, acompañado por las palabras con las que comunica el Espíritu, indica la transmisión de la vida, la vida nueva regenerada por el perdón.
Pero antes de hacer este gesto de soplar y dar el Espíritu, Jesús muestra sus llagas, en las manos y en el costado: estas heridas representan el precio de nuestra salvación. El Espíritu Santo nos trae el perdón de Dios “pasando a través” de las llagas de Jesús. Estas llagas que Él ha querido conservar, incluso en este momento en el Cielo, Él le hace ver al Padre las llagas con las que nos ha rescatado. Por la fuerza de estas llagas nuestros pecados son perdonados, así Jesús ha dado su vida por nuestra paz, por nuestra alegría, por la gracia de nuestra alma, por el perdón de nuestros pecados y ¡esto es muy bello! Mirar a Jesús de esta manera.
Y llegamos al segundo elemento: Jesús da a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados ¿Cómo es esto? Es un poco difícil de entender que un hombre pueda perdonar los pecados. Jesús da el poder. La Iglesia es depositaria del poder de las llaves. De abrir o cerrar, de perdonar. Dios perdona a todos los hombres en su soberana misericordia, pero Él mismo ha querido que todos los que pertenezcan a Cristo y a su Iglesia, reciban el perdón mediante los ministros de la comunidad. A través del ministerio apostólico, la misericordia de Dios me alcanza, mis culpas son perdonadas y se me da la alegría. De este modo, Jesús nos llama a vivir la reconciliación también en la dimensión eclesial, comunitaria. Y esto es muy bello. La Iglesia, que es santa y a la vez necesitada de penitencia, acompaña nuestro camino de conversión para toda la vida.
La Iglesia no es dueña del poder de las llaves, no es dueña, sino que es sierva del ministerio de la misericordia y se alegra de todas las veces que puede ofrecer este don divino. Muchas personas hoy no entienden la dimensión eclesial del perdón, porque domina siempre el individualismo, el subjetivismo, y también nosotros los cristianos nos resentimos. Cierto, Dios perdona a todos los pecadores arrepentidos, personalmente, pero el cristiano está vinculado a Cristo, y Cristo está unido a la Iglesia. Para nosotros los cristianos hay otro don además, y también una obligación más: pasar humildemente a través del ministerio eclesial. Y esto debemos valorarlo, es un don, también es una cura, una protección y también la seguridad de que Dios me ha perdonado. Yo voy al hermano sacerdote y digo: padre, he hecho esto; y él dice: “Yo te perdono y Dios te perdona”, y yo estoy seguro en este momento de que Dios me ha perdonado. ¡Esto es bello! Esto es tener la seguridad de lo que nosotros decimos siempre: Que Dios nos perdona siempre. No se cansa de perdonar. Nosotros no debemos cansarnos de ir a pedir perdón. “Pero Padre, a mí me da vergüenza ir a decir mis pecados…”. Mira, nuestras madres, nuestras abuelas decían que es “mejor rojo una vez que mil amarillo”. Te pones rojo una vez, te perdonan los pecados y… ¡adelante!
Finalmente, un último punto: el sacerdote, instrumento para el perdón de los pecados. El perdón de Dios que se nos da en la Iglesia nos es transmitido por medio del ministerio de un hermano nuestro, el sacerdote; un hombre, que como nosotros necesita misericordia, se convierte verdaderamente en instrumento de misericordia, dándonos el amor sin límites de Dios Padre. También los sacerdotes deben confesarse, también los obispos, todos somos pecadores. También el Papa se confiesa cada quince días, porque el Papa también es un pecador. El confesor escucha lo que le digo, me aconseja y me perdona. Todos necesitamos este perdón.
A veces escuchamos a quien dice que se confiesa directamente con Dios. Sí, como decía antes, Dios nos escucha siempre, pero en el Sacramento de la Reconciliación te manda a un hermano.
A veces encuentras a alguno que prefiere confesarse directamente con Dios…. Sí, como decía antes: Dios te escucha siempre, pero en el sacramento de la Reconciliación manda un hermano a traerte el perdón, la seguridad del perdón en nombre de la Iglesia.
El servicio que el sacerdote presta como ministro, de parte de Dios, para perdonar los pecados es muy delicado, es un servicio muy delicado y exige que su corazón esté en paz, que el sacerdote tenga el corazón en paz, que no maltrate a los fieles, sino que sea humilde, benévolo y misericordioso; que sepa sembrar esperanza en los corazones y, sobre todo, sea consciente de que el hermano o la hermana que se acerca al sacramento de la Reconciliación busca el perdón y lo hace como se acercaban tantas personas a Jesús para que los curara. El sacerdote que no tenga esta disposición de espíritu es mejor que, hasta que se corrija, no administre este Sacramento. Los fieles penitentes tienen el deber, ¡no! Tienen el derecho, todos tenemos el derecho de encontrar en los sacerdotes servidores del perdón de Dios.
Queridos hermanos, como miembros de la Iglesia, ¿somos conscientes de este don que nos ofrece Dios mismo? ¿Sentimos la alegría de este cuidado, de esta atención materna que la Iglesia tiene hacia nosotros? ¿Sabemos valorarla con sencillez y asiduidad? No olvidemos que Dios no se cansa nunca de perdonarnos; mediante el ministerio del sacerdote, nos abraza en un nuevo abrazo que nos regenera y nos permite volvernos a levantar y volver a retomar de nuevo el camino. Porque esta es nuestra vida, levantarnos y retomar el camino.
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En este momento debemos recordar a las víctimas del reciente aluvión de Cerdeña. Recemos por ellos, por sus familiares, y seamos solidarios con los que han sufrido daños. Ahora recemos en silencio y después rezaremos a la Virgen para que bendiga y ayude a todos los hermanos y hermanas sardos. Ahora recemos en silencio.
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