Evangelio
En aquel tiempo, algunos ponderaban la belleza del templo por la calidad de
la piedra y los exvotos. Jesús les dijo: «Esto que contempláis, llegará un día
en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido». Ellos le
preguntaron: «Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo
eso está para suceder?»
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien: El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, parientes, hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas.
Él contestó: «Cuidado con que nadie os engañe. Muchos vendrán usando mi nombre, diciendo: Yo soy, o bien: El momento está cerca; no vayáis tras ellos. Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Eso tiene que ocurrir primero, pero el final no vendrá en seguida». Luego les dijo: «Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, epidemias y hambre, espantos y grandes signos en el cielo. Pero antes os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre; así tendréis ocasión de dar testimonio. Haced propósito de no preparar vuestra defensa: yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, parientes, hermanos y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia, salvaréis vuestras almas.
Lucas 21, 5-19
La perseverancia hasta el final es la puerta de la salvación. El camino a
Jerusalén toca a su fin. Está próximo el momento en que el cumplimiento de la
voluntad del Padre encontrará en el misterio de la Cruz su expresión plena.
Llega la hora en que el Hijo será glorificado y Él dará gloria al Padre
revelando el Amor más grande. Necesario es que los discípulos reconozcan la
grandeza de este amor en la belleza escondida del Calvario. La mirada debe
habituarse al nuevo rostro de la belleza. El templo de Jerusalén es el orgullo
del pueblo elegido: los judíos admiran su hermosura y ven en sus exvotos la
expresión visible del culto invisible debido sólo a Dios. Pero Jesús anuncia que
de eso no quedará nada. La belleza admirada no será más la del edificio
espléndido que alberga la presencia soberana de Dios, sino la del Corazón
traspasado del Redentor, elevado en la cruz ignominiosa para abrir a toda la
Humanidad la puerta de la dicha eterna. Para llegar a contemplar en la derrota
de la cruz la victoria definitiva del amor infinito de Dios, habrá que preservar
la mirada y aprender a ver. La luz de la fe permite hallar belleza donde parece
vencer el horror. En el Evangelio de este domingo, Jesús anuncia la destrucción
del Templo, la rebeldía de la creación que se volverá contra el hombre, el
enfrentamiento bélico entre pueblos, la persecución extrema a sus seguidores, el
abandono de los propios familiares y el odio de todos hacia quienes le sigan.
¿Cómo descubrir la belleza que salva en tal situación?
Al hablar del fin del mundo, Jesucristo previene a sus discípulos de los peligros que pondrán en apuros la fe de muchos. La superación de esos peligros se llama perseverancia hasta el final. Jesús la exige para aquellos a los que aguarda la salvación eterna. Persevera quien permanece; alcanza el final quien reconoce la meta; recibe la salvación quien acoge al Salvador. Las enseñanzas de Jesús sobre el fin del mundo son invitación a la vigilancia: anuncio de calamidades por fuera y promesa de auxilio por dentro. Al horror exterior se sobrepondrá quien permanezca en el amor interior.
Los discípulos preguntan por el momento del fin del mundo, Jesús, sin embargo, responde por la preparación a ese momento. Conocer el cuándo no es lo importante; lo determinante es estar preparados. La perseverancia requiere certeza del fin, aunque se ignore su hora. El fin que Cristo anuncia es la salvación, es decir, la victoria de la armonía creada sobre la revuelta de la naturaleza, de la paz sobre la guerra, de la convivencia sobre la persecución, del amor sobre el odio; en definitiva, el triunfo del reinado de Dios sobre el desorden introducido por el pecado. Para perseverar, Jesucristo invita a mantenernos en su Palabra, a permanecer en su amor, a cumplir sus mandamientos, a extender su misión evangelizadora y a no dejarnos arrebatar la esperanza.
Cuando está próxima la celebración de la conclusión del año litúrgico, la Iglesia nos invita a recoger las enseñanzas del Señor, que nos ayudan a proteger la mirada de la fe y a custodiar la esperanza. Nos anima la certeza de un Amor que es más fuerte que los efectos de las catástrofes naturales, que el enfrentamiento entre pueblos, que la persecución de los enemigos o que el odio, incluso, de los más cercanos. La belleza que contempla la fe resplandece en el amor todopoderoso de Dios. Quien permanece en él alcanza la perseverancia que salva.
Al hablar del fin del mundo, Jesucristo previene a sus discípulos de los peligros que pondrán en apuros la fe de muchos. La superación de esos peligros se llama perseverancia hasta el final. Jesús la exige para aquellos a los que aguarda la salvación eterna. Persevera quien permanece; alcanza el final quien reconoce la meta; recibe la salvación quien acoge al Salvador. Las enseñanzas de Jesús sobre el fin del mundo son invitación a la vigilancia: anuncio de calamidades por fuera y promesa de auxilio por dentro. Al horror exterior se sobrepondrá quien permanezca en el amor interior.
Los discípulos preguntan por el momento del fin del mundo, Jesús, sin embargo, responde por la preparación a ese momento. Conocer el cuándo no es lo importante; lo determinante es estar preparados. La perseverancia requiere certeza del fin, aunque se ignore su hora. El fin que Cristo anuncia es la salvación, es decir, la victoria de la armonía creada sobre la revuelta de la naturaleza, de la paz sobre la guerra, de la convivencia sobre la persecución, del amor sobre el odio; en definitiva, el triunfo del reinado de Dios sobre el desorden introducido por el pecado. Para perseverar, Jesucristo invita a mantenernos en su Palabra, a permanecer en su amor, a cumplir sus mandamientos, a extender su misión evangelizadora y a no dejarnos arrebatar la esperanza.
Cuando está próxima la celebración de la conclusión del año litúrgico, la Iglesia nos invita a recoger las enseñanzas del Señor, que nos ayudan a proteger la mirada de la fe y a custodiar la esperanza. Nos anima la certeza de un Amor que es más fuerte que los efectos de las catástrofes naturales, que el enfrentamiento entre pueblos, que la persecución de los enemigos o que el odio, incluso, de los más cercanos. La belleza que contempla la fe resplandece en el amor todopoderoso de Dios. Quien permanece en él alcanza la perseverancia que salva.
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe
obispo auxiliar de Getafe
No hay comentarios.:
Publicar un comentario