domingo, 26 de diciembre de 2010

FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

Evangelio



En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Éste estaba en el principio junto a Dios. Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió. Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz. El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo. En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron. Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre. Éstos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habita entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él y grita diciendo: «Éste es de quien dije: El que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo». Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia. Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos han llegado por medio de Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.

El domingo después de Navidad se celebra la festividad de la Sagrada Familia de Jesús, María y José. En la segunda lectura san Pablo dice: «Mujeres, sed sumisas a vuestros maridos, como conviene en el Señor. Maridos, amad a vuestras mujeres, y no seáis ásperos con ellas. Hijos, obedeced en todo a vuestros padres, porque esto es grato a Dios en el Señor. Padres, no exasperéis a vuestros hijos, no sea que se vuelvan apocados». En este texto se presentan las dos relaciones fundamentales que, juntas, constituyen la familia: la relación esposa-esposo y la relación padres-hijos.


De las dos relaciones la más importante es la primera, la relación de pareja, porque de ella depende en gran parte la segunda, la de los hijos. Leyendo con perspectiva moderna aquellas palabras de Pablo, de inmediato salta a la vista una dificultad. Pablo recomienda al marido que «ame» a la mujer (y esto está bien), pero después recomienda a la mujer que sea «sumisa» al marido, y esto, en una sociedad fuertemente (y justamente) consciente de la igualdad de sexos, parece inaceptable.


Sobre este punto san Pablo está, al menos en parte, condicionado por la mentalidad de su tiempo. Con todo, la solución no es eliminar de las relaciones entre marido y mujer la palabra «sumisión», sino en todo caso hacerla recíproca, como recíproco debe ser también el amor. En otras palabras: no sólo el marido debe amar a la mujer, sino que también la mujer al marido; no sólo la mujer debe ser sumisa al marido, sino también el marido a la mujer. La sumisión no es sino un aspecto y una exigencia del amor. Para quien ama, someterse al objeto del propio amor no humilla, sino que le hace feliz. Someterse significa, en este caso, no decidir solo; saber a veces renunciar al propio punto de vista. En resumen, recordar que se ha pasado a ser «cónyuges», o sea, literalmente, personas que están bajo «el mismo yugo» libremente acogido.


La Biblia plantea una relación estrecha entre ser creados «a imagen de Dios» y el hecho de ser «hombre y mujer» (v. Gn 1,27). La semejanza consiste en esto. Dios es único y solo, pero no es solitario. El amor exige comunión, intercambio interpersonal, requiere que haya un «yo» y un «tú». Por eso el Dios cristiano es uno y trino. En Él coexisten unidad y distinción: unidad de naturaleza, de voluntad, de intención, y distinción de características y de personas. Precisamente en esto la pareja humana es imagen de Dios. La familia humana es reflejo de la Trinidad. Marido y mujer son, en efecto, una sola carne, un solo corazón, una sola alma, aún en la diversidad de sexo y de personalidad. Los esposos están uno ante otro como un «yo» y un «tú», y están frente a todo el resto del mundo, empezando por los propios hijos, como un «nosotros», como si se tratara de una sola persona, pero ya no singular, sino plural. «Nosotros», o sea, «tu madre y yo», «tu padre y yo». Así habló María a Jesús, después de encontrarle en el templo.


Sabemos bien que éste es el ideal y que, como en todas las cosas, la realidad es con frecuencia bastante diferente, más humilde y más compleja, a veces incluso trágica. Pero estamos tan bombardeados de casos de fracasos que a lo mejor, por una vez, no está mal volver a proponer el ideal de la pareja, primero en el plano sencillamente natural y humano, y después en el cristiano. ¡Ay de llegar a avergonzarse de los ideales en nombre de un malentendido realismo! El final de una sociedad, en este caso, estaría marcado. Los jóvenes tiene derecho a que se les transmitan, por parte de los mayores, ideales, y no sólo escepticismo y cinismo. Nada tiene la fuerza de atracción que posee el ideal.
P. Raniero Cantalamessa

1 comentario:

javier dijo...

Pablo puede estar muy condicionado, pero San Pablo estuvo inspiradísimo. Rainiero lo ha explicado muy bien. Y usted es amabilísima. Y yo estoy muy contento. ¡Gracias!