viernes, 13 de diciembre de 2013

LA "PERESTROIKA" DEL PAPA FRANCISCO

El primer documento «cien por cien» del Santo Padre plantea un cambio de rumbo en la Iglesia y la humanidad. Soltar lastre, quiere soltar lastres estructurales y mentales para hacer una Iglesia alegre y preocupada por los pobres. Sin que nadie lo notase, el rumbo de la Iglesia cambió decisivamente unos días antes del Cónclave con el breve discurso de un cardenal que nadie mencionaba como favorito. El mundo lo descubrió el 13 de marzo, cuando vio asomarse al balcón al primer Papa americano de la historia, después de que la conferencia episcopal italiana hubiese felicitado por su elección… ¡al cardenal Scola! Era la primera de muchas sorpresas.
En aquel discurso a puerta cerrada a los cardenales electores, Jorge Bergoglio les advirtió que «cuando la Iglesia no sale de sí misma para evangelizar, deviene autorreferencial y entonces se enferma». Era el diagnóstico correcto. Las notas de su intervención ocupan poco más de una cara de un folio manuscrito, que entregó a su compañero Jaime Ortega, cardenal de La Habana. El último punto es el perfil que propone para el sucesor de Benedicto XVI. Vale la pena leerlo entero:
«Pensando en el próximo Papa: un hombre que, desde la contemplación de Jesucristo y desde la adoración de Jesucristo ayude a la Iglesia a salir de sí hacia las periferias existenciales, que la ayude a ser madre fecunda que vive “la dulce y confortadora alegría de evangelizar” (Pablo VI)». Esta es la revolución del Papa Francisco. La que puso en marcha con sus gestos y su ejemplo. La que ahora presenta como texto «programático» en su poderosa exhortación apostólica de 220 páginas «La Alegría del Evangelio».
La envergadura del primer documento «cien por cien» del Papa Francisco es una sorpresa mayúscula: «Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación».
El «sueño» de Francisco
El mayor «sueño» del siglo XX había sido el de Martin Luther King, presentado en Washington hace 50 años con su famoso discurso «I Have a Dream» cuando la gran mayoría de los negros de EE.UU. eran pobres y sufrían discriminación racial. Nadie podía imaginar que 45 años más tarde Barack Obama llegaría a la Casa Blanca. El «sueño» de Francisco es mucho más ambicioso: quiere un cambio nada menos que en el rumbo de la Iglesia y la humanidad. Y propone, a quien quiera escucharle, el modo de ponerlo en marcha.
Como siempre ha liderado con el ejemplo, Francisco escribe: «Dado que estoy llamado a vivir lo que pido a los demás, también debo pensar en una conversión del papado. Me corresponde, como obispo de Roma, estar abierto a las sugerencias que se orienten a un ejercicio de mi ministerio…». «Nada similar había salido de la boca de un Papa en la época moderna», comentó asombrado Luigi Accattoli, el decano de los vaticanistas, en el «Corriere della Sera». Accattoli, autor de numerosos libros, considera el documento del Papa «un mensaje de fraternidad en Cristo como nunca ha propuesto tan radicalmente la Iglesia de Roma desde los tiempos de Constantino».
El veterano vaticanista prevé que la resistencia romana, «que nunca faltó a Juan XXII y a Juan Pablo II, probablemente duplicará su energía después de esta proclama formulada por un hombre que parece decidido a todo». Ningún pontífice se había atrevido a crear comisiones investigadoras de todas las finanzas del Vaticano, o a meter dentro de los muros a dos auditoras multinacionales como Promontory y Ernst & Young. Para colmo, quiere terminar la reforma de la Curia dentro de un año, cuando la de Pablo VI llevó cinco y la de Juan Pablo II, diez… Todo esto mo-
lesta a unos cuantos. Pero al Papa que renunció a los coches blindados no le faltará valor para afrontar contragolpes de la burocracia vaticana o de los poderes financieros mundiales.
La revista Forbes, que le declaró la cuarta persona más influyente del mundo, ha abierto fuego de represalia por su atrevimiento a criticar «la adoración del antiguo becerro de oro» y el «fetichismo del dinero». Pero, sobre todo, por culpar del desequilibrio económico a «ideologías que defienden la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera».
Es posible que algunos se sientan aludidos cuando lean que «hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua», o cuando el Papa insiste en que «un evangelizador no debería tener permanentemente cara de funeral». En cambio, las personas de buena voluntad disfrutarán con un documento de lenguaje sencillo y claro que desborda optimismo desde su primer párrafo.
El documento afronta docenas de temas importantes, desde el papel de la mujer hasta el modo de preparar homilías que no aburran a los fieles o la indiferencia culpable ante los pobres y los explotados. Francisco escribe con valentía y libertad. Quienes lean tranquilamente «La Alegría del Evangelio» se darán cuenta de que es revolucionaria porque propone un regreso a lo estrictamente esencial, tirando por la borda lo que se ha vuelto inútil.
En 1870 hubo también muchos lamentos por la pérdida de los Estados Pontificios. Pero, en realidad, los patriotas italianos liberaron a la Iglesia de un tremendo lastre político, económico, militar y territorial. Desde entonces, los Papas se concentran en su tarea religiosa, y todos han sido ejemplares. Francisco quiere soltar ahora lastres estructurales y mentales. Quiere una Iglesia más espiritual, más preocupada por los pobres, más alegre y más libre.
«No tengamos miedo a revisar normas muy arraigadas»
En el Papa un ejercicio reconoce de que sano algunas realismo, costumbres de la Iglesia «muy arraigadas a lo largo de la historia» han perdido la capacidad de transmitir su mensaje. Y por eso aconseja: «No tengamos miedo a revisarlas».
«Del mismo modo», continúa, «hay normas o preceptos eclesiales que pueden haber sido muy eficaces en otras épocas pero que ya no tienen la misma fuerza educativa como cauces de vida. Santo Tomás de Aquino destacaba que los preceptos dados por Cristo y los Apóstoles al Pueblo de Dios “son poquísimos”. Citando a San Agustín, Tomás advertía que los preceptos añadidos por la Iglesia posteriormente deben exigirse con pesada moderación la vida de “para los fieles” no hacer y no convertir esclavitud nuestra cuando religión “la misericor- en una dia de Dios quiso que fuese libre”».
Francisco lamenta que «a veces nos comportamos como controladores de la gracia y no como facilitadores. Pero la Iglesia no es una aduana, es la casa paterna donde hay lugar para cada uno con su vida a cuestas».
Naturalmente, todo cambio y toda salida a campo abierto implica riesgos, pero Francisco prefiere «una Iglesia accidentada, herida y manchada por salir a la calle, antes que una Iglesia enferma por el encierro y la comodidad de aferrarse a las propias seguridades».
Salir de la rutina mental va a ser muy costoso para algunos. Pero la Iglesia que propone Francisco no sólo es hermosa. Puede ser irresistible.

Juan Vicente Boo

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