sábado, 24 de septiembre de 2011

DOMINGO XXVI DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo: «¿Qué os parece? Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: Hijo, ve hoy a trabajar en la viña. Él le contestó: No quiero. Pero después se arrepintió y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: Voy, señor. Pero no fue. ¿Quién de los dos cumplió la voluntad de su padre?»
Contestaron: «El primero».
Jesús les dijo: «Os aseguro que los publicanos y las prostitutas van por delante de vosotros en el reino de Dios. Porque vino Juan a vosotros enseñándoos el camino de la justicia y no le creísteis; en cambio, los publicanos y prostitutas le creyeron. Y, aun después de ver esto, vosotros no os arrepentisteis ni le creísteis».
Mateo 21, 28-32


San Pablo propuso a los filipenses un programa de vida cristiana que vale para todos nosotros, también para los que vivimos en un lugar turístico -como los filipenses- cerca del amable Mediterráneo.
Se trata de un programa de cinco puntos:
1. Manteneos unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. La concordia es lo contrario de la discordia.
2. No obréis por envidia ni por ostentación. El domingo pasado ya se nos advertía contra el peligro de la envidia -a estos les has dado lo mismo que a nosotros- y de la ostentación -que hemos aguantado el peso del día y del calor y nos hemos pasado la vida haciendo milagros-.
3. Dejaos guiar por la humildad y considerad siempre superiores a los demás. Este puntito es muy práctico. Considerar como superior al inferior no es fácil, pero tampoco es fácil considerar como superior al superior. Así que aquí tenemos todos materia para trabajar.
4. No os encerréis en vuestros intereses, sino buscad todos el interés de los demás. Es una exortación a la generosidad más amable. Buscar el interés de los de los demás sin alardear de ello, pasando inadvertido, tiene su miga.
5. Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús. Él, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Este último punto es el más importante porque, entre otras cosas, proponiéndonos el ejemplo de Cristo, nos permite comprender que nunca haremos bastante, que nunca haremos tanto como Él ha hecho por nosotros.

Después de leer este programa uno puede decir: lo siento, no contéis conmigo para esto. Yo tengo unas ganas locas de pasarlo bien y este programa no es para mí. Tengo otros planes para hoy. Otro puede decir: ¡Oh! ¡Qué bello programa! Voy a ponerlo en práctica ahora mismo.

Convendría que todos leyésemos la parábola de los dos hijos: Un hombre tenía dos hijos. Se acercó al primero y le dijo: "Hijo, ve hoy a trabajar en la viña". Él le contestó: "No quiero." Pero después recapacitó y fue. Se acercó al segundo y le dijo lo mismo. Él le contestó: "Voy, señor." Pero no fue.


Aquí, a los que solemos decir lo siento, tengo otros planes; a los que solemos escurrir el bulto cuando se trata de trabajar; a los que andamos siempre dejando para mañana las cosas de Dios se nos invita a recapacitar, es decir, a pensar que estamos dando largas a Dios, que estamos malogrando nuestras vidas. Y a los que solemos entusiasmarnos fácilmente con los buenos propósitos pero nunca los cumplimos; a los que decimos sí, ¡cómo no!, ahora mismo, porque nos da vergüenza decir que no, también se nos invita a recapacitar; a pensar que una vida no se hace a base de declaraciones de buenas intenciones y que obras son amores.

El salmo es 24 es la oración de uno que debía haber cumplido los treinta años y se puso a recapacitar. Al parecer comprendió que estaba malogrando su vida. Podía ser de los que se entusiasman y nada más o de los que tienen siempre otros planes. Da igual. El caso es que empezó a rezar así:

Señor, enséñame tus caminos,

instrúyeme en tus sendas:
haz que camine con lealtad;
enséñame, porque tú eres mi Dios y Salvador,
y todo el día te estoy esperando.
Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados
ni de las maldades de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad, Señor.
El Señor es bueno y es recto,
y enseña el camino a los pecadores;
hace caminar a los humildes con rectitud,
enseña su camino a los humildes.


El que rezaba así no lo sabía, pero era el mismo Dios quien estaba inspirando su oración. Estaba inspirando su oración el mismo Dios que puso en los labios de Santa María aquel himno precioso: Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador, porque ha mirado la humillación de su esclava. Ella dijo "sí" siempre, del modo más amable, gentil y sincero.
Publicado en este blog por D. Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel Arcángel-S. Miguel de Salinas (Alicante)

1 comentario:

javier dijo...

Queda más bonito en su blog. Le perdono los 10$.