jueves, 22 de septiembre de 2011

COMENTANDO EL EVANGELIO DEL DÍA

Dice el evangelio que Herodes quería ver a Jesús. Pero su deseo no es como el de otros personajes del Evangelio. Zaqueo, por ejemplo, también quería ver e hizo lo posible para conseguirlo. Todos recordamos su atrevimiento al subirse a una higuera. Pero Herodes, al igual que sus padres cuando le visitaron los Magos, quiere ver sin moverse, porque de hecho le mueve la curiosidad, no el deseo.

El evangelio es preciso al respecto. Sabe que ha cometido un crimen (ha matado al Bautista), y oye hablar de un personaje importante. No cree en fantasmas, pero le mueve el gusanillo de saber quien es ese galileo que levanta tantas pasiones y del que todo el mundo habla. Quien sabe, quizás también tenga la oportunidad de cortarle la cabeza.

Herodes verá a Jesús, pero inútilmente. Sucedió durante la pasión. Cuando Jesús es conducido de un lugar a otro (de Herodes a Pilatos). Entonces Herodes aún estaba más consumido y atrapado por sus pecados y ver a Jesús sólo le sirvió para aumentar su ignominia. Tanto Herodes como Pilatos vivieron la amarga experiencia de creer que tenían poder, de mandar a los demás, de creerse “quasi dioses” para finalmente descubrir que su vida era arrastrada por las pasiones, la opinión pública o los deseos de otros más poderosos. Es lo que tiene la vida caprichosa, que cuando menos te lo esperas te deja en la estacada sin que puedas hacer ya nada porque has sido expulsado de ti mismo.

Por eso podemos decir que, verdaderamente, Herodes no deseaba ver al Señor. Había empequeñecido demasiado el deseo de su corazón. En lugar de buscar la felicidad plena se contentó con el consuelo de la satisfacción efímera. Por eso cuando tendrá la oportunidad de ver al Señor no le servirá de nada. Le hubiera gustado que realizara un milagro, asistir a un espectáculo religioso que quizás le conmoviera exteriormente, pero no deseaba abrir su corazón.

Este texto contiene importantes enseñanzas para todos nosotros. En primer lugar nos muestra que no vemos a Dios cuando nosotros queremos sino que Él tiene sus tiempos. Ningún instante de nuestra vida queda fuera de sus designios salvíficos. Por eso debemos permanecer siempre con el corazón atento.

Al mismo tiempo nos muestra como las diferentes acciones que vamos realizando suponen un posicionamiento por nuestra parte. Ensanchamos o estrechamos el corazón según nuestro comportamiento. De ahí que debamos prestar atención a todo lo que hacemos. Nada es irrelevante. Cada paso que vamos nos coloca en una dirección.

Dios no se esconde, pero se muestra a quienes lo buscan con sinceridad. Señalaba san Agustín que el tardó en encontrarlo porque lo buscaba en las cosas exteriores y desatendía a su corazón. Lo mismo le pasaba a Herodes. Quería ver a Jesús sin poner en juego su corazón. Al final la vida para él era un simple juego.

Pidamos a la Virgen que nos ayude a estar siempre atentos a la voluntad del Señor para que sepamos reconocer siempre su cercanía y no nos despistemos por el camino del pecado.
Comentario a la liturgia del día www.archimadrid.org

1 comentario:

gosspi dijo...

Siendo sinceros con El, y buscandole con verdadera necesidad....El siempre aparece a su Tiempo y hay que estar siempre atento...que verdad...estupenda entrada.