sábado, 3 de julio de 2010

DOMINGO XIV DEL TIEMPO ORDINARIO

El otro día salió en la tele un forofo de la selección brasileña que había viajado a Sudáfrica para apoyar a su equipo. Decía entusiasmado: ¡Vamos a ganar porque Dios es brasileño! ¡Dios quiere que gane Brasil! Supongo que había bebido un par de copas. Brasil es un gran país, pero Dios es bastante más grande que Brasil, más grande que todas las naciones. Por eso ninguna nación puede decir que Dios es suyo. También por eso solo Dios puede unir a los hombres de todas las naciones.
Quien trata a Jesús como a un Maestro y a un amigo, se va haciendo, poco a poco, universal, católico.
Uno puede pensar que la morcilla de su pueblo es la mejor del mundo. No hay nada malo en eso. es natural. Pero si uno se pasa la vida hablando de la morcilla de su pueblo, hasta en su pueblo le dirán: déjanos en paz, por favor.
Nuestro Señor Jesucristo era judío y amaba a los suyos, pero ese amor no era exclusivo, alcanzaba a todos los hombres y a todas las naciones. Y es maravilloso comprobar como, aunque los judíos y los samaritanos no se llevaban bien, Jesús trataba muy bien a los samaritanos.
Cada uno tiene sus costumbres, sus modos de vestir, de comer y de beber, su lengua y su modo de hablar. Pero el mensajero de la Paz, para llevar la Paz, tiene que olvidarse de sí mismo. Si intenta imponer a todos la morcilla de su pueblo y la boina de su pueblo no será precisamente la Paz lo que lleve consigo.
Todos los imperios del mundo trataron de uniformar a los hombres imponiendo a menudo leyes muy injustas que prohibían a los pueblos conservar sus costumbres, sus lenguas y sus modos de vida. Jesús no fundó un Imperio, fundó una Iglesia que es católica, universal, desde el principio y que lo será hasta el final.
Conocía perfectamente la diferencia enre un hombre y una mujer, entre un niño, un hombre maduro y un anciano; entre un judío y un samaritano y un centurión romano... y su amor no excluía a nadie. Llamó a todos a ser santos, a vivir como hijos de Dios.
Cuando dijo a sus apóstoles comed lo que os pongan les estaba diciendo: si en un pueblo comen morcilla y no se mueren tampoco vosotros os moriréis por comer morcilla. No seáis raros.
También San Pablo era judío y gran defensor de la Ley. Pero conoció a Jesucristo y se hizo católico; universal. Se le notaba porque llevaba en su cuerpo las marcas de Jesús. Y
es que la Cruz de la renuncia al propio yo que lleva al cristiano a anunciar la Paz iguala a los de Caudete, a los de Yecla, a los de Villena... no los hace iguales en materia de gazpachos -los de Las Virtudes son, sin discusión, los mejores-, los hace iguales en materia de santidad.
Si uno puede ser santo y de Villena, entonces también puede ser santo y de Pekín. San Pablo lo decía mejor: lo que cuenta no es circuncisión o incircuncisión, sino una criatura nueva. Pero solo quien lleva en su cuerpo las marcas de Jesús puede decirlo así de bien. Solo quien ha muerto y ha resucitado puede decir venid a ver las obras de Dios... venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo.
De eso nos habla Santa María, criatura nueva: de lo que Dios ha hecho con Ella. Por eso la llamamos Regina Pacis, Reina de la Paz... y Madre.
Javier Vicens

Sacerdote

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