jueves, 27 de agosto de 2009

FAMILIA


Cuando el salmista clama “Dichoso el hombre a quien corrige el Señor” (Sal 93,12), Sergio lo certifica con su vida. Como educador inescrutable que usa de paciencia y de misericordia, Dios le ha atraído hacia sí con lazos de infinita bondad. Con 29 años le diagnosticaron una enfermedad tan agresiva como extrema, por la que estuvo a punto de perder la vida, pero quiso Dios que, contra todo pronóstico, el mal remitiera.Hoy por hoy se encuentra recuperado y, lo más sorprendente, agradecido porque esta dolorosa circunstancia le ha hecho renacer a la vida plena: su matrimonio, la paternidad, su profesión, la relación con el prójimo, todo se llena de contenido y Dios ocupa ahora el centro de sus deseos y voluntad. El sufrimiento y la debilidad le han hecho descubrir lo que conocía de oídas, el amor infinito de un Padre vivo y cercano. Testigos somos de otro encuentro cara a cara con el misterio de la Cruz: escándalo y necedad para el mundo, sabiduría para el cristiano.
¿Cuándo empezaste a sentirte mal?Sergio: El día que íbamos a bautizar a mi hija Isabel me levanté con temblores, mareos y dolores por todo el cuerpo. Yo sólo deseaba encontrarme bien durante la misa para no llamar la atención y así pasó. Pero de vuelta a casa comencé de nuevo a sentirme mal, nos fuimos al hospital y ya me ingresaron.
¿Imaginabas que tenías algo serio?Sergio: Sabía que no era ninguna tontería y que iba para largo. Los dos primeros días estaba convencido de que me moría y eso me hacía sufrir, aunque más que por la muerte en sí, porque iba a dejar solas a María, mi mujer, y a nuestra hija Isabel, que tenía dos meses. Pasaron los días y me tranquilicé, pero físicamente me iba poniendo peor.
¿Cómo iba trascurriendo la enfermedad?Sergio: A veces pensaba que estaba como Jesucristo crucificado; con dos vías en cada brazo y los pulmones drenados porque estaban encharcados. Llegué a estar más de veinte días sin admitir ningún alimento, sólo por vena. Me dolía todo el cuerpo, hasta la respiración de la gente me molestaba. La morfina no me hacía efecto, pero curiosamente tenía paz y sé que no venía de mí. Sabía que estaba rezando por mi mucha gente y notaba el poder de la oración por la comunión de los santos. Además, recibí la unción de enfermos y esto también me ayudó.
María: Nunca he visto a una persona afrontar una situación tan extrema con tanta paz. Llamaba la atención cómo agonizaba en la cama y no le oíamos decir ningún reproche.
¿Cuándo te dieron el diagnóstico?Sergio: Me hicieron la biopsia y luego me operaron. Recuerdo que cuando me llevaban hacia el quirófano le decía a Dios: “Ten compasión de esta piltrafilla y acéptame en el cielo”. Estaba tan convencido de que me iba a morir que me daba pena no haberme despedido de la gente. Salí con vida de la intervención y más tarde me dijeron que padecía un Linfoma no Hodgkin muy agresivo.
¿Cómo te lo tomaste?Sergio: Como he dicho, lo viví con paz, pues sabía que nada es por casualidad. María y yo nos pasábamos el día rezando, pero no pidiendo mi curación, sino porque nos sentíamos consolados. Empecé a descubrir que el dolor tiene un sentido de redención muy grande. Como me preocupaban dos circunstancias por las que estaban pasando algunos familiares míos, decidí ofrecerlo por ellos.
¿Cuándo comenzó a remitir la enfermedad?Sergio: No es que sintiese una fuerza sobrenatural, pero de repente me incorporé. Mejoré tanto que con el primer ciclo de quimioterapia ya bastaba, pero continuaron con los otros siete por seguir el protocolo. El médico no daba crédito.María: Era el día de Nochebuena; recuerdo que me fui del hospital durante unas horas para llevar a la niña a casa de mis padres. Dejé a Sergio totalmente derrotado en la cama, había perdido 18 kilos en 25 días, tenía cara de cadáver y llevaba semanas sin hablar. Cuando volví me lo encontré sentado en la cama comiéndose los langostinos que me habían preparado para esa noche. ¡No me lo podía creer!
Entonces estamos hablando de un milagro, de algo que se escapa a todo razonamiento científico y médico.Sergio: Desde luego hay algo grande en todo esto. Yo sólo sé que me podía haber muerto y Dios no lo ha permitido. Si he sobrevivido al cáncer en un estado tan avanzado es por algo. Todavía no he cumplido mi misión, que no tiene por qué ser espectacular a los ojos del mundo: quizá es algo sencillo, pero que me lleve al cielo. Por ejemplo, Dios nos ha concedido dos hijos más después de un tratamiento muy destructivo con quimioterapia, cuando nos dijeron que lo más probable es que me hubiera quedado estéril. Puede que mi misión sea tener hijos cristianos. De todos modos, para mí el mayor milagro es que este acontecimiento le pueda ayudar a la gente para su conversión, como lo ha hecho con nosotros.

¿Puedes decir que el cáncer ha sido bueno para tu vida?Sergio: Sí. Estoy convencido de que Dios lo ha permitido por amor, para salvarme, pues estaba perdido. Ahora todo lo vivo con mayor intensidad. Hay cosas de mi vida que borraría porque considero que yo no las he hecho bien. Soy bastante soberbio y prepotente y no he sido justo con muchas personas; eso lo cambiaría. Pero la enfermedad no. Me quedo con el Sergio de ahora. Ha sido un tiempo muy duro, pero me ha hecho aprender muchas cosas necesarias para mi vida.
¿Cuáles, por ejemplo?Sergio: Aparte del sentido redentor del sufrimiento, que ya he dicho antes, he comprendido que lo importante es la vida eterna y no el prestigio o el dinero, que era donde yo me apoyaba. Aprendes a vivir en precario y no para los planes. En la educación de los hijos, por ejemplo, ahora lo más importante es transmitirles la fe.
María: Antes nos hubiera preocupado más su formación intelectual, llevarles al mejor colegio, saber idiomas, ganar nosotros el máximo dinero para pagarles el mejor colegio que les permita a su vez una buena educación, para que ellos también pudieran ganar mucho dinero. Ahora nos preocupa más la educación cristiana o anticristiana que puedan recibir que los méritos académicos.
¿Crees que Dios ha usado contigo una pedagogía a tu medida? Sergio: Claro que sí. Si no llega a pasarme esto, yo seguiría poniendo la vida en el éxito y el dinero, y sería un desgraciado. Sé que el Señor ha pensado “este pobrecillo necesita algo duro o no se entera de nada” y, aún así, creo que es un proceso de conversión, que me hace ir paso a paso creciendo espiritualmente.
María: Nosotros somos carne de cañón de divorcio. Los dos somos muy soberbios y, si no llega a suceder esto que nos ha hecho replanteárnoslo todo, a la primera de cambio hubiéramos pensado: “¿por qué tengo que pedir perdón?” y, a la segunda, “pues tú te vas con tus padres y yo con los míos”.
Por lo que veo, podéis discernir que todo está hilado y en conexión.Sergio: Así es. Dios tiene sus tiempos. A mí me gustaría ser santo ya, pero bueno, lo que Él quiera. Sigo teniendo mi cruz y mis pecados, pero veo que he ido dejando muchas cosas que me estorbaban. El camino que lleva al cielo no es estrecho porque tenga ortigas, piedras etc., sino porque vas liberándote de lo que te impide ir ligero como el dinero, la fama, la soberbia. Al final sólo cabe tu cruz y tú.
¿Os habéis sentido sostenidos por el Señor en el sufrimiento?Sergio: Dios ha tenido mucha misericordia con nosotros. La gracia ha sido superior a la prueba. Han sido momentos duros pero sabíamos que Dios estaba actuando. María: Nosotros nos hundimos en un vaso de agua y en los momentos más duros sacábamos fuerzas de donde no hay. El Espíritu Santo nos ha permitido estar fuertes. Me parece un milagro que el mes que estuve en el hospital no me pegara un golpe con el coche, porque cuando llegaba a casa no era consciente de cómo había hecho el trayecto. Dios te da la gracia no sólo para resistir física sino también emocionalmente. No tenía ninguna duda de que pasaba esto por algo bueno.
Me imagino que el demonio trabajará duro para arrebatar lo que la enfermedad ha sellado en vuestro corazón. Sergio: Al demonio lo tenemos hiperenfadado. Merodea alrededor de nuestra vida y nos acecha con tonterías para derribar lo que Dios ha construido sobre roca firme.
María: Por donde nos ve más débiles mete la cuñita para quitarnos la paz. Lo bueno es que lo vemos venir: nos hace discutir en el matrimonio, juzgar al otro, tentarnos con el dinero etc. Con la oración y descansando en la voluntad de Dios es como conseguimos espantar al demonio.
¿Creéis que el Señor ha sido bueno con vosotros?Sergio: Sí, no tengo ninguna duda. El sufrimiento me ha cambiado la vida. Durante la enfermedad se ha gestado una criatura nueva que, aunque todavía está en pañales, me hace vivir en la gratuidad divina. Estoy descubriendo una serie de sensibilidades que antes no tenía: con los pecados y especialmente con los pobres. No es por lavar mi conciencia, sino que ahora veo a Cristo en el pobre y es una sensibilidad que me sorprende, pues antes no la tenía. Cuando veo a un pobre siento la necesidad de darle todo lo que tenga: un euro, cinco o veinte, pues sé que ahí está Jesucristo y los pobres vienen de parte de Dios. Les falta llamarme por mi nombre. Un día, cuando un pobre me pidió dinero, yo le pregunté si sabía rezar, él contestó muy asombrado que sí, entonces le di lo que llevaba en la cartera y le dije: “Pues reza por mí”. Se quedó a cuadros, seguro que todavía no lo ha olvidado. Me estoy haciendo con una legión de pobres que rezan por mí. También me ha regalado aprobar una oposición sin esfuerzo. Me presenté a los primeros exámenes en plena quimioterapia y logré aprobarlos. María: Para mí el milagro no es sólo que aprobara la oposición, sino que quisiera presentarse, pues este nuevo trabajo supone renunciar al dinero y la proyección profesional a cambio de tener tiempo para la familia.

¿Seguís descansando día a día en el Señor?Sergio: Vivimos con mucha tranquilidad el tema de las revisiones, pero no por ignorancia, pues sé a lo que me expongo, sino porque confiamos en Dios. Si ha sido bueno con nosotros hasta ahora, lo seguirá siendo en adelante. A la gente le da reparo preguntarme por el cáncer, pero yo lo tengo superado. Es más, no quiero olvidar nunca de dónde me ha rescatado el Señor. Poco después he tenido un accidente. La moto quedó siniestro total y yo sólo me hice un esguince. Está claro que Dios sigue empeñado en tenerme aquí para que cumpla mi misión. El padre de un amigo me decía: “Yo no sé quién es tu ángel de la guarda, pero lo tienes exprimido. Se va a ganar un puesto principal en el cielo con todo lo que trabaja contigo”.
María: Como ves, nos podemos planificar y organizar, pero ya no nos proyectamos.

Fuente: Camina y Ven

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