Queridos voluntarios
Al concluir los actos de esta inolvidable Jornada Mundial de la Juventud, he querido detenerme aquí, antes de regresar a Roma, para daros las gracias muy vivamente por vuestro inestimable servicio. Es un deber de justicia y una necesidad del corazón. Deber de justicia, porque, gracias a vuestra colaboración, los jóvenes peregrinos han podido encontrar una amable acogida y una ayuda en todas sus necesidades. Con vuestro servicio habéis dado a la Jornada Mundial el rostro de la amabilidad, la simpatía y la entrega a los demás.
Mi gratitud es también una necesidad del corazón, porque no solo habéis estado atentos a los peregrinos, sino también al Papa, a mi. En todos los actos en los que he participado, allí estabais vosotros: unos visiblemente y otros en un segundo plano, haciendo posible el orden requerido para que todo fuera bien. No puedo tampoco olvidar el esfuerzo de la preparación de estos días. Cuántos sacrificios, cuánto cariño. Todos, cada uno como sabía y podía, puntada a puntada, habéis ido tejiendo con vuestro trabajo y oración el maravillo cuadro multicolor de esta Jornada. Muchas gracias por vuestra dedicación. Os agradezco este gesto entrañable de amor.
Muchos de vosotros habéis debido renunciar a participar de un modo directo en los actos, al tener que ocuparos de otras tareas de la organización. Sin embargo, esa renuncia ha sido un modo hermoso y evangélico de participar en la Jornada: el de la entrega a los demás de la que habla Jesús. En cierto sentido, habéis hecho realidad las palabras del Señor: «Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Tengo la certeza de que esta experiencia como voluntarios os ha enriquecido a todos en vuestra vida cristiana, que es fundamentalmente un servicio de amor. El Señor trasformará vuestro cansancio acumulado, las preocupaciones y el agobio de muchos momentos en frutos de virtudes cristianas: paciencia, mansedumbre, alegría en el darse a los demás, disponibilidad para cumplir la voluntad de Dios. Amar es servir y el servicio acrecienta el amor. Pienso que es este uno de los frutos más bellos de vuestra contribución a la Jornada Mundial de la Juventud. Pero esta cosecha no la recogéis solo vosotros, sino la Iglesia entera que, como misterio de comunión, se enriquece con la aportación de cada uno de sus miembros.
Al volver ahora a vuestra vida ordinaria, os animo a que guardéis en vuestro corazón esta gozosa experiencia y a que crezcáis cada día más en la entrega de vosotros mismos a Dios y a los hombres. Es posible que en muchos de vosotros se haya despertado tímida o poderosamente una pregunta muy sencilla: ¿Qué quiere Dios de mí? ¿Cuál es su designio sobre mi vida? ¿Me llama Cristo a seguirlo más de cerca? ¿No podría yo gastar mi vida entera en la misión de anunciar al mundo la grandeza de su amor a través del sacerdocio, la vida consagrada o el matrimonio? Si ha surgido esa inquietud, dejaos llevar por el Señor y ofreceos como voluntarios al servicio de Aquel que «no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos» (Mc 10,45). Vuestra vida alcanzará una plenitud insospechada. Quizás alguno esté pensando: el Papa ha venido a darnos las gracias y se va pidiendo. Sí, así es. Ésta es la misión del Papa, Sucesor de Pedro. Y no olvidéis que Pedro, en su primera carta, recuerda a los cristianos el precio con que han sido rescatados: el de la sangre de Cristo (cf. 1P 1, 18-19). Quien valora su vida desde esta perspectiva sabe que al amor de Cristo solo se puede responder con amor, y eso es lo que os pide el Papa en esta despedida: que respondáis con amor a quien por amor se ha entregado por vosotros. Gracias de nuevo y que Dios vaya siempre con vosotros.
Dios ha querido darnos el regalo de hacernos sus hijos. Nos ha regalado la Iglesia, comunidad que le hace presente en medio de este mundo: ESTA ES NUESTRA CASA. Blog de la Parroquia de San Juan Evangelista Sonseca (Toledo)
miércoles, 30 de noviembre de 2011
martes, 29 de noviembre de 2011
MONUMENTO AL NIÑO NO NACIDO
Hemos tomado esta entrada, de una noticia publicada en Religión en Libertad.
La imágen habla por sí sola.
La imágen habla por sí sola.
lunes, 28 de noviembre de 2011
¿QUÉ NOS DICE EL PAPA AL INICIO DE ESTE ADVIENTO?
Este primer domingo de Adviento, Benedicto XVI, desde la ventana de su despacho en el Palacio Apostólico vaticano, recitó el Ángelus con los fieles y peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro. Antes de la oración mariana, invitó a estar vigilantes y salir del letargo porque Dios llega sin avisar.
El papa indicó que el Adviento, inicio del Año litúrgico, es “un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor”.
Definió este tiempo como “estupendo” y “en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo”.
“¡Velad!”, dijo con el Evangelio de este domingo. “Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena”.
Definió al hombre como “una plantita pensante”, “dotada de libertad y responsabilidad”. Citó a Isaías, el profeta del Adviento, quien dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades”.
El papa afirmó que el profeta parece “reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre”
Un panorama en el que suceden cosas chocantes “por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos”.
El Evangelio dice, recordó Benedicto XVI: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” y concluyó afirmando que el tiempo di Adviento “viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios”.
El papa indicó que el Adviento, inicio del Año litúrgico, es “un nuevo camino de fe, a vivir juntos en las comunidades cristianas, pero también, como siempre, a recorrer dentro de la historia del mundo, para abrirla al misterio de Dios, a la salvación que viene de su amor”.
Definió este tiempo como “estupendo” y “en el que se despierta en los corazones la espera de la vuelta de Cristo”.
“¡Velad!”, dijo con el Evangelio de este domingo. “Es una llamada saludable a recordar que la vida no tiene sólo la dimensión terrena”.
Definió al hombre como “una plantita pensante”, “dotada de libertad y responsabilidad”. Citó a Isaías, el profeta del Adviento, quien dice: “Nadie invocaba tu nombre, nadie salía del letargo para adherirse a tí; porque tu nos escondías tu rostro y nos entregabas a nuestras maldades”.
El papa afirmó que el profeta parece “reflejar ciertos panoramas del mundo postmoderno: las ciudades donde la vida se hace anónima y horizontal, donde Dios parece ausente y el hombre el único amo, como si fuera él el artífice y el director de todo: construcciones, trabajo, economía, transportes, ciencias, técnica, todo parece depender sólo del hombre”
Un panorama en el que suceden cosas chocantes “por las que pensamos que Dios pareciera haberse retirado, que nos hubiera, por así decir, abandonado a nosotros mismos”.
El Evangelio dice, recordó Benedicto XVI: “Así que velad, porque no sabéis cuándo llegará el dueño de la casa, si al atardecer o a media noche, al canto del gallo o al amanecer. No sea que llegue de improviso y os encuentre dormidos” y concluyó afirmando que el tiempo di Adviento “viene cada año a recordarnos esto para que nuestra vida reencuentre su justa orientación hacia el rostro de Dios”.
sábado, 26 de noviembre de 2011
I DOMINGO DE ADVIENTO
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»
«Estad atentos, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el señor de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»
Marcos 13, 33-37
Comenzamos un nuevo Año Litúrgico, con el primer domingo de Adviento. Tiempo de esperanza. Vivimos en un ambiente complejo y lleno de temores por los problemas del día a día, por los conflictos a gran escala o por la crisis que atraviesa la sociedad en diversas formas. Y todo ello genera una continua incertidumbre ante el futuro. Como cristianos, formamos parte de este mundo y participamos de la tensión, de la inquietud y de las ansiedades ante el futuro del ser humano y del mundo. Pero, por encima de todo, el cristiano es el hombre de la esperanza.
Este primer domingo de Adviento está profundamente marcado por un llamamiento solemne a la vigilancia. San Marcos incluye hasta tres veces el mandamiento de velar en las palabras de Jesús. Y la tercera vez lo hace con una cierta solemnidad: «Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos. ¡Velad!» No es sólo una recomendación ascética, sino una llamada a vivir como hijos de la luz y del día. Esto forma parte de la realidad básica de nuestra vida cristiana, de la coherencia de nuestra fe y de nuestro amor.
Adviento significa venida, la venida del Señor. Venir es hacerse presente. Se hizo presente en la tierra con la Encarnación, naciendo de la Virgen, viviendo entre los hombres como uno de tantos. Se hace presente ahora por medio de la gracia, invisiblemente, a los ojos de la fe y de la experiencia cristiana de la fe. Se nos hará presente en visión y experiencia espiritual después de nuestra muerte. Él está presente entre nosotros para que podamos alcanzar con Él la intimidad más perfecta. La disposición fundamental y la virtud que hemos de ejercitar es la esperanza.
Nos preparamos para conmemorar en Navidad el inicio de su venida: la Encarnación, el Nacimiento, su paso por la tierra. Pero Jesús no nos ha dejado nunca. Se ha quedado en este mundo de diferentes maneras: en la Eucaristía, en la Iglesia, en los pobres, en los acontecimientos, en el corazón de los fieles.
¿Cómo hemos de vivir este tiempo los cristianos? Todos estamos invitados a hacer nuestro proyecto personal de Adviento. Este proyecto ha de ser, sobre todo, un propósito de acogida del Señor que viene. Toda venida comporta una acogida, que consiste, en primer lugar, en la esperanza, en el deseo confiado de que Él venga. También hemos de reavivar nuestra confianza en Él. La confianza que nace de la seguridad de la persona que se siente amada. La palabra de Isaías, que escuchamos en este tiempo, se articula en una plegaria confiada: «Tú eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero».
Este primer domingo de Adviento está profundamente marcado por un llamamiento solemne a la vigilancia. San Marcos incluye hasta tres veces el mandamiento de velar en las palabras de Jesús. Y la tercera vez lo hace con una cierta solemnidad: «Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos. ¡Velad!» No es sólo una recomendación ascética, sino una llamada a vivir como hijos de la luz y del día. Esto forma parte de la realidad básica de nuestra vida cristiana, de la coherencia de nuestra fe y de nuestro amor.
Adviento significa venida, la venida del Señor. Venir es hacerse presente. Se hizo presente en la tierra con la Encarnación, naciendo de la Virgen, viviendo entre los hombres como uno de tantos. Se hace presente ahora por medio de la gracia, invisiblemente, a los ojos de la fe y de la experiencia cristiana de la fe. Se nos hará presente en visión y experiencia espiritual después de nuestra muerte. Él está presente entre nosotros para que podamos alcanzar con Él la intimidad más perfecta. La disposición fundamental y la virtud que hemos de ejercitar es la esperanza.
Nos preparamos para conmemorar en Navidad el inicio de su venida: la Encarnación, el Nacimiento, su paso por la tierra. Pero Jesús no nos ha dejado nunca. Se ha quedado en este mundo de diferentes maneras: en la Eucaristía, en la Iglesia, en los pobres, en los acontecimientos, en el corazón de los fieles.
¿Cómo hemos de vivir este tiempo los cristianos? Todos estamos invitados a hacer nuestro proyecto personal de Adviento. Este proyecto ha de ser, sobre todo, un propósito de acogida del Señor que viene. Toda venida comporta una acogida, que consiste, en primer lugar, en la esperanza, en el deseo confiado de que Él venga. También hemos de reavivar nuestra confianza en Él. La confianza que nace de la seguridad de la persona que se siente amada. La palabra de Isaías, que escuchamos en este tiempo, se articula en una plegaria confiada: «Tú eres nuestro Padre; nosotros somos la arcilla y Tú el alfarero».
+ Josep Àngel Saiz Meneses
obispo de Terrassa
obispo de Terrassa
viernes, 25 de noviembre de 2011
DAME TUS PECADOS
San Jerónimo era un romano (o mejor dicho del Imperio Romano) de los primeros siglos de la Iglesia. Un hombre entusiasta de los libros, que un día se dio cuenta que estaba gastando la vida en cartuchos que no apuntaban a nada.
Tomó en serio su cristianismo. Lo tomó de una manera total. Él era de la zona de Dalmacia y tenía un carácter de mil demonios. A veces se bandeaba un poco, lo que le sucedía a menudo como a mí y como a alguno de ustedes. El le decía al Señor:
-Miserere mei domine quia dátmata sum- (Perdóname Señor, soy Yugoslavo)... El mismo se reconocía de carácter fuerte.
-Miserere mei domine quia dátmata sum- (Perdóname Señor, soy Yugoslavo)... El mismo se reconocía de carácter fuerte.
Se hizo monje y pasó una Cuaresma de penitencias, de ésas a rajatabla: ayuno, vigilias, nostalgias, ansiedades. Toda la perrada se le despertó.
El Viernes Santo a las tres de la tarde, hora en que murió el Señor, había puesto una cruz de palo grande en un arbolito. Como a la misma hora tuvo una visión: vio al Señor Jesús boqueando en la agonía de la cruz...
El Viernes Santo a las tres de la tarde, hora en que murió el Señor, había puesto una cruz de palo grande en un arbolito. Como a la misma hora tuvo una visión: vio al Señor Jesús boqueando en la agonía de la cruz...
Se le acercó y Jesús le dijo: -¡Jerónimo! ¡Mira cómo estoy por vos!- Y Jerónimo le contestó: -Si, Señor, por eso vine.-
-Jerónimo, ¿qué serías capaz de darme para que me ayude en el momento en el que estoy?-
Y Jerónimo le dijo: -Señor, no sé, te doy mis ayunos, mis penitencias, mis noches sin dormir, todo lo que hice en esta Cuaresma.-
Le habló Jesús: -Sois un buen muchacho. Pero comprende que eso en este momento no me ayuda para nada.-
-Jerónimo, ¿qué serías capaz de darme para que me ayude en el momento en el que estoy?-
Y Jerónimo le dijo: -Señor, no sé, te doy mis ayunos, mis penitencias, mis noches sin dormir, todo lo que hice en esta Cuaresma.-
Le habló Jesús: -Sois un buen muchacho. Pero comprende que eso en este momento no me ayuda para nada.-
-Y, no sé, Señor, te regalo la nostalgia de todo lo que dejé allá en Roma, mis amigos, familia, el hogar que no hice.-
-Gracias Jerónimo. Sois un buen muchacho, pero comprende que a mí en este momento...¿De qué me sirve?-
-No sé, Señor, te regalo todo lo que me espera en la vida. Me pongo a tu disposición para lo que sea.
-Está bien, gracias. Pero en este momento, que yo necesito algo de vos ¿qué serías capaz de darme?
Y Jerónimo quedó como con la pólvora mojada y sin perros.
Y Jerónimo quedó como con la pólvora mojada y sin perros.
-Señor, no sé qué es lo que vos quisieras en este momento.
Entonces Jesús lo miró y le dijo: -Jerónimo, dame tus pecados para no morir a disgusto.
P. Mamerto Menapace , osb
jueves, 24 de noviembre de 2011
miércoles, 23 de noviembre de 2011
¡¡ALABANZA!!
Lo hemos visto en "La hoja del Arce"
"Alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista"
"Alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista"
martes, 22 de noviembre de 2011
"BICHOS RAROS"
Arturo San Agustín es un conocido periodista. Ha trabajado en distintos medios, y ha estado 14 años en El Periódico de Cataluña. Ha estado 2 años en México haciendo documentales, y también "Un perro verde entre los jóvenes del Papa". Así se llama el libro que publica con ediciones Khaf, que es una crónica distinta de lo que se ha contado hasta el momento sobre la Jornada Mundial de la Juventud.
P- ¿Qué puedes decirnos sobre tu libro?
R- Ante todo yo soy un periodista, así que es una crónica periodística. Fue un "pronto" que me dio por algunas razones: por un ejercicio de libertad, porque ya sabes que en este país, si se habla del Dalai Lama, no hay ningún problema; pero en cuanto tocas el tema de la Iglesia Católica, en las redacciones te miran como un bicho raro o un perro verde. Por eso se llama así el libro. El caso es que empecé a escuchar ciertas críticas un poco oportunistas, y me vino a la mente la idea de mi padre. Yo con mi padre me llevaba bien, pero no teníamos un diálogo fluido. Él era anarquista, de los que creía que el anarquismo no era la bomba, sino la fraternidad. No era creyente, y un día me dijo esta frase: "Este país cuando no sabe qué decir, cuando hay problemas y no sabe qué hacer, se come a un cura".
Por eso escribí la crónica, sin consultar con ninguna editorial, en total libertad. Escribí lo que vi y lo que escuché.
-¿La crónica arranca en Madrid?
-No, empecé en Barcelona, porque había entre 40 y 50 mil peregrinos allí ya unos días antes de la JMJ. Luego pasé por Valencia, Zaragoza, Toledo, y entonces sí llegué a Madrid, donde estaba la fiesta propiamente dicha.
-¿Y cómo vive un "no joven" la Jornada Mundial de la Juventud?
-Bueno, la verdad es que durante los días que estuve en Madrid vi bastantes individuos de mi edad, mayores, cincuentones. Y ellos también gritaban eso de "¡somos la juventud del Papa!". Yo no, nunca me creí joven.
Lo que más me llamó la atención fui oír a la gente hablar de "jóvenes normales". En Italia o en cualquier otro país de Europa nos tomarían por locos. Pero aquí, cuando se habla de la Iglesia Católica, hay que especificar que son "normales". Lo cual dice mucho de este país. Era la constatación de un hecho: los jóvenes con los que yo pude hablar eran gente preparada, culta, y gente de su tiempo, sin prejuicios.
Me acompañaba un periodista norteamericano, no católico, que me dijo: "Creo que es la primera vez que veo a católicos desinhibidos". Ellos me transmitieron mucha esperanza, pero no una esperanza estúpida. Normalmente en la prensa se generaliza al hablar de los jóvenes: que no son los de antes, que no tienen futuro... Pero yo vi que había futuro.
Vi gente comprometida socialmente, sin presumirlo. Porque ahora muchos jóvenes confunden las ONG con unas vacaciones pagadas, y muchas veces tenemos el problema en la esquina de la calle, pero como no hay leones ni tigres, ni fotos ni exotismo, parece que no atrae. Ellos no eran de ese tipo. Eran gente que está en el mundo.
-¿Tu crónica, por haber estado tan cercano, es entonces más desde dentro que desde fuera?
-Bueno, yo creo que una crónica ha de ser fundamentalmente libre, y por lo tanto subjetiva. No se trata tanto de ser riguroso como de escribir lo que crees escuchar.
-¿Para qué sirvieron esos días? ¿Fueron sólo un lugar de encuentro? ¿Había algo más de fondo? ¿Los chavales estaban buscando respuestas, o buscaban hacer comunidad, ser Iglesia?
-Algunos de los religiosos con los que hablé estaban preocupados precisamente por eso. Se preguntaban qué quedaría de todo esto. Yo creo, como periodista y cronista, y también como ciudadano, que lo más sorprendente fue que de repente se veía que había muchos católicos, y todos jóvenes. Y eso también les sirvió a los propios peregrinos, que se daban cuenta de que no estaban solos. Porque cuando vas a las iglesias, normalmente la gente suele ser mayor.
Yo creo que la Iglesia no sabe comunicar lo que realmente es. Por ejemplo, uno de los problemas de los libros sobre temática religiosa en España son las portadas. Parece que lo trascendente, lo serio, tenga que ser aburrido y antiguo. Como lo que estaba de moda en los años 50. Por eso creo que la Iglesia no logra comunicar lo que es en su totalidad. Pero, con todo, he de reconocer que algunos actos los saben organizar bien. En ese sentido, la JMJ sirvió para que los peregrinos se dieran cuenta de que son más de los que pensaban, y para que los periodistas y el resto de la gente se convencieran de que a la iglesia no van sólo los abuelos.
-¿Hay algún momento, de entre todos los actos, que se te haya quedado especialmente en el corazón?
-No fui a todos los lugares, porque cuando quieres hablar de todo no puedes hablar de nada. Pero sí vi los actos más importantes, y el momento más emocionante fue ver a una muchacha que realmente irradiaba luz. Yo pensé "está tocada por la gracia de Dios". Sobre todo porque hacía unos minutos que había visto una especie de monjes templarios con botas de montar, y me asusté un poco. Uno de los individuos se me acercó y me dijo que eran los Heraldos del Evangelio, que parece ser que son una orden. Su aspecto impresiona, así que le pregunté por sus botas, y me dijo que simbolizan que siempre están dispuestos para cabalgar. Entonces fue cuando vi a una muchacha joven, sencilla, de la comunidad francesa Emmanuel. Una muchacha que irradiaba luz. Ésa es la imagen que más relaciono con el Espíritu.
-¿Qué te pareció el vía crucis?
-Sé que generó un miedo inicial, porque fuera de contexto se desconfiaba de su resultado. Los Legionarios, por ejemplo, chirriaban un poco. Porque aunque sean cristianos, la cuestión de la Guerra Civil no era muy oportuna en ese momento. Otro problema que tienen es que la mayoría no cree en Dios, sólo cree en su Cristo.
-Han pasado ya dos meses largos de la JMJ. Los jóvenes se han ido a su casa, cada uno con sus experiencias. Muchos habrán encontrado amistades o amores para toda la vida. ¿Qué crees que va a quedar de estos días?
-No me atrevo a decirlo, soy un modesto periodista. Pero sé que ése era el temor de la mayor parte de los religiosos con los que hablé. Yo creo que, como mínimo, la vivencia de estos días sí que queda. Que el resultado sea el apetecido, el que interesa, ya no lo sé. Lo ideal sería que hubiera servido para vivir la fe con más compromiso, con más ilusión y alegría. Pero al menos la vivencia, yo creo que queda para siempre.
Yo he vivido tres situaciones parecidas. Una fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona, otra, cuando me mandaron como enviado especial a Nueva York 3 días después del derrumbe de las Torres Gemelas. Y por último la JMJ. Mi teoría es que la gente recuerda los JJOO de Barcelona con mucho cariño, pero no tanto por la cosa deportiva, sino porque la ciudad volvió a ser de los barceloneses. La calle era suya. Yo creo que había ancianos que llevaban 30 años sin salir por la noche, y entonces lo hicieron. La gente se sentía segura.
Después del 11-S la gente no se disputaba el taxi, ayudaban a cruzar la calle a los pocos ancianos que viven en Manhattan, donde normalmente cada uno va a lo suyo. Pero era por miedo. Aquí en Madrid había algunos madrileños cabreados porque no podían aparcar donde solían. Pero el ambiente era grato, distendido. Porque un millón de jóvenes, incluso desde un punto de vista físico, emana unas energías positivas y felices. Esa huella queda para siempre.
-¿Se ve en este tipo de actos lo que es la Iglesia con todas sus facetas?
-Sí, se constata que es mucho más de lo que imaginamos. Que la Iglesia no sólo tiene cara europea. Hace 8 meses estuve en Turquía invitado por el gobierno, acompañando como periodista al arzobispo de Tarragona. Allí conocí a un diplomático del Vaticano, el Nuncio en Ankara, que es chileno. Él no estaba nada preocupado por la cuestión de que ahora haya menos gente en la Iglesia. "Mejor que seamos pocos", decía. Porque recelaba de los que utilizan a la Iglesia para promocionarse socialmente.
-¿Usted también cree que no es tan importante la cantidad como la autenticidad?
-Claro. Es más importante sentir lo que dices que querer acceder socialmente a un rango más alto.
-¿Hay mucho anticlericalismo en nuestro país? ¿Ven los grandes medios a la Iglesia como una patata caliente? ¿No hay punto medio entre ser un crítico o un beato?
-Ven a los católicos como perros verdes, sí. Es como lo de que los italianos ignoran que son católicos. Es decir, que nuestra cultura es cristiana. Nuestros valores también. Por eso es curioso que no interese hablar de la Iglesia si no es para estar en contra, cuando la Iglesia Católica, en este mundo hostil que no cree en nada, va a ser cada vez más necesaria.
Publicado en Periodista Digital
P- ¿Qué puedes decirnos sobre tu libro?
R- Ante todo yo soy un periodista, así que es una crónica periodística. Fue un "pronto" que me dio por algunas razones: por un ejercicio de libertad, porque ya sabes que en este país, si se habla del Dalai Lama, no hay ningún problema; pero en cuanto tocas el tema de la Iglesia Católica, en las redacciones te miran como un bicho raro o un perro verde. Por eso se llama así el libro. El caso es que empecé a escuchar ciertas críticas un poco oportunistas, y me vino a la mente la idea de mi padre. Yo con mi padre me llevaba bien, pero no teníamos un diálogo fluido. Él era anarquista, de los que creía que el anarquismo no era la bomba, sino la fraternidad. No era creyente, y un día me dijo esta frase: "Este país cuando no sabe qué decir, cuando hay problemas y no sabe qué hacer, se come a un cura".
Por eso escribí la crónica, sin consultar con ninguna editorial, en total libertad. Escribí lo que vi y lo que escuché.
-¿La crónica arranca en Madrid?
-No, empecé en Barcelona, porque había entre 40 y 50 mil peregrinos allí ya unos días antes de la JMJ. Luego pasé por Valencia, Zaragoza, Toledo, y entonces sí llegué a Madrid, donde estaba la fiesta propiamente dicha.
-¿Y cómo vive un "no joven" la Jornada Mundial de la Juventud?
-Bueno, la verdad es que durante los días que estuve en Madrid vi bastantes individuos de mi edad, mayores, cincuentones. Y ellos también gritaban eso de "¡somos la juventud del Papa!". Yo no, nunca me creí joven.
Lo que más me llamó la atención fui oír a la gente hablar de "jóvenes normales". En Italia o en cualquier otro país de Europa nos tomarían por locos. Pero aquí, cuando se habla de la Iglesia Católica, hay que especificar que son "normales". Lo cual dice mucho de este país. Era la constatación de un hecho: los jóvenes con los que yo pude hablar eran gente preparada, culta, y gente de su tiempo, sin prejuicios.
Me acompañaba un periodista norteamericano, no católico, que me dijo: "Creo que es la primera vez que veo a católicos desinhibidos". Ellos me transmitieron mucha esperanza, pero no una esperanza estúpida. Normalmente en la prensa se generaliza al hablar de los jóvenes: que no son los de antes, que no tienen futuro... Pero yo vi que había futuro.
Vi gente comprometida socialmente, sin presumirlo. Porque ahora muchos jóvenes confunden las ONG con unas vacaciones pagadas, y muchas veces tenemos el problema en la esquina de la calle, pero como no hay leones ni tigres, ni fotos ni exotismo, parece que no atrae. Ellos no eran de ese tipo. Eran gente que está en el mundo.
-¿Tu crónica, por haber estado tan cercano, es entonces más desde dentro que desde fuera?
-Bueno, yo creo que una crónica ha de ser fundamentalmente libre, y por lo tanto subjetiva. No se trata tanto de ser riguroso como de escribir lo que crees escuchar.
-¿Para qué sirvieron esos días? ¿Fueron sólo un lugar de encuentro? ¿Había algo más de fondo? ¿Los chavales estaban buscando respuestas, o buscaban hacer comunidad, ser Iglesia?
-Algunos de los religiosos con los que hablé estaban preocupados precisamente por eso. Se preguntaban qué quedaría de todo esto. Yo creo, como periodista y cronista, y también como ciudadano, que lo más sorprendente fue que de repente se veía que había muchos católicos, y todos jóvenes. Y eso también les sirvió a los propios peregrinos, que se daban cuenta de que no estaban solos. Porque cuando vas a las iglesias, normalmente la gente suele ser mayor.
Yo creo que la Iglesia no sabe comunicar lo que realmente es. Por ejemplo, uno de los problemas de los libros sobre temática religiosa en España son las portadas. Parece que lo trascendente, lo serio, tenga que ser aburrido y antiguo. Como lo que estaba de moda en los años 50. Por eso creo que la Iglesia no logra comunicar lo que es en su totalidad. Pero, con todo, he de reconocer que algunos actos los saben organizar bien. En ese sentido, la JMJ sirvió para que los peregrinos se dieran cuenta de que son más de los que pensaban, y para que los periodistas y el resto de la gente se convencieran de que a la iglesia no van sólo los abuelos.
-¿Hay algún momento, de entre todos los actos, que se te haya quedado especialmente en el corazón?
-No fui a todos los lugares, porque cuando quieres hablar de todo no puedes hablar de nada. Pero sí vi los actos más importantes, y el momento más emocionante fue ver a una muchacha que realmente irradiaba luz. Yo pensé "está tocada por la gracia de Dios". Sobre todo porque hacía unos minutos que había visto una especie de monjes templarios con botas de montar, y me asusté un poco. Uno de los individuos se me acercó y me dijo que eran los Heraldos del Evangelio, que parece ser que son una orden. Su aspecto impresiona, así que le pregunté por sus botas, y me dijo que simbolizan que siempre están dispuestos para cabalgar. Entonces fue cuando vi a una muchacha joven, sencilla, de la comunidad francesa Emmanuel. Una muchacha que irradiaba luz. Ésa es la imagen que más relaciono con el Espíritu.
-¿Qué te pareció el vía crucis?
-Sé que generó un miedo inicial, porque fuera de contexto se desconfiaba de su resultado. Los Legionarios, por ejemplo, chirriaban un poco. Porque aunque sean cristianos, la cuestión de la Guerra Civil no era muy oportuna en ese momento. Otro problema que tienen es que la mayoría no cree en Dios, sólo cree en su Cristo.
-Han pasado ya dos meses largos de la JMJ. Los jóvenes se han ido a su casa, cada uno con sus experiencias. Muchos habrán encontrado amistades o amores para toda la vida. ¿Qué crees que va a quedar de estos días?
-No me atrevo a decirlo, soy un modesto periodista. Pero sé que ése era el temor de la mayor parte de los religiosos con los que hablé. Yo creo que, como mínimo, la vivencia de estos días sí que queda. Que el resultado sea el apetecido, el que interesa, ya no lo sé. Lo ideal sería que hubiera servido para vivir la fe con más compromiso, con más ilusión y alegría. Pero al menos la vivencia, yo creo que queda para siempre.
Yo he vivido tres situaciones parecidas. Una fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona, otra, cuando me mandaron como enviado especial a Nueva York 3 días después del derrumbe de las Torres Gemelas. Y por último la JMJ. Mi teoría es que la gente recuerda los JJOO de Barcelona con mucho cariño, pero no tanto por la cosa deportiva, sino porque la ciudad volvió a ser de los barceloneses. La calle era suya. Yo creo que había ancianos que llevaban 30 años sin salir por la noche, y entonces lo hicieron. La gente se sentía segura.
Después del 11-S la gente no se disputaba el taxi, ayudaban a cruzar la calle a los pocos ancianos que viven en Manhattan, donde normalmente cada uno va a lo suyo. Pero era por miedo. Aquí en Madrid había algunos madrileños cabreados porque no podían aparcar donde solían. Pero el ambiente era grato, distendido. Porque un millón de jóvenes, incluso desde un punto de vista físico, emana unas energías positivas y felices. Esa huella queda para siempre.
-¿Se ve en este tipo de actos lo que es la Iglesia con todas sus facetas?
-Sí, se constata que es mucho más de lo que imaginamos. Que la Iglesia no sólo tiene cara europea. Hace 8 meses estuve en Turquía invitado por el gobierno, acompañando como periodista al arzobispo de Tarragona. Allí conocí a un diplomático del Vaticano, el Nuncio en Ankara, que es chileno. Él no estaba nada preocupado por la cuestión de que ahora haya menos gente en la Iglesia. "Mejor que seamos pocos", decía. Porque recelaba de los que utilizan a la Iglesia para promocionarse socialmente.
-¿Usted también cree que no es tan importante la cantidad como la autenticidad?
-Claro. Es más importante sentir lo que dices que querer acceder socialmente a un rango más alto.
-¿Hay mucho anticlericalismo en nuestro país? ¿Ven los grandes medios a la Iglesia como una patata caliente? ¿No hay punto medio entre ser un crítico o un beato?
-Ven a los católicos como perros verdes, sí. Es como lo de que los italianos ignoran que son católicos. Es decir, que nuestra cultura es cristiana. Nuestros valores también. Por eso es curioso que no interese hablar de la Iglesia si no es para estar en contra, cuando la Iglesia Católica, en este mundo hostil que no cree en nada, va a ser cada vez más necesaria.
Publicado en Periodista Digital
lunes, 21 de noviembre de 2011
JMJ: HOY EUCARISTÍA EN CUATRO VIENTOS
Queridos jóvenes:
He pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco, a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no sólo los ojos, también el corazón, y esto os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo. Con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos nuestra celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe.
Queridos jóvenes:
Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.
He pensado mucho en vosotros en estas horas que no nos hemos visto. Espero que hayáis podido dormir un poco, a pesar de las inclemencias del tiempo. Seguro que en esta madrugada habréis levantado los ojos al cielo más de una vez, y no sólo los ojos, también el corazón, y esto os habrá permitido rezar. Dios saca bienes de todo. Con esta confianza, y sabiendo que el Señor nunca nos abandona, comenzamos nuestra celebración eucarística llenos de entusiasmo y firmes en la fe.
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HOMILÍA
Queridos jóvenes:
Con la celebración de la Eucaristía llegamos al momento culminante de esta Jornada Mundial de la Juventud. Al veros aquí, venidos en gran número de todas partes, mi corazón se llena de gozo pensando en el afecto especial con el que Jesús os mira. Sí, el Señor os quiere y os llama amigos suyos (cf. Jn 15,15). Él viene a vuestro encuentro y desea acompañaros en vuestro camino, para abriros las puertas de una vida plena, y haceros partícipes de su relación íntima con el Padre. Nosotros, por nuestra parte, conscientes de la grandeza de su amor, deseamos corresponder con toda generosidad a esta muestra de predilección con el propósito de compartir también con los demás la alegría que hemos recibido. Ciertamente, son muchos en la actualidad los que se sienten atraídos por la figura de Cristo y desean conocerlo mejor. Perciben que Él es la respuesta a muchas de sus inquietudes personales. Pero, ¿quién es Él realmente? ¿Cómo es posible que alguien que ha vivido sobre la tierra hace tantos años tenga algo que ver conmigo hoy?
En el evangelio que hemos escuchado (cf. Mt 16, 13-20), vemos representados como dos modos distintos de conocer a Cristo. El primero consistiría en un conocimiento externo, caracterizado por la opinión corriente. A la pregunta de Jesús: «¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?», los discípulos responden: «Unos que Juan el Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los profetas». Es decir, se considera a Cristo como un personaje religioso más de los ya conocidos. Después, dirigiéndose personalmente a los discípulos, Jesús les pregunta: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Pedro responde con lo que es la primera confesión de fe: «Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo». La fe va más allá de los simples datos empíricos o históricos, y es capaz de captar el misterio de la persona de Cristo en su profundidad.
Pero la fe no es fruto del esfuerzo humano, de su razón, sino que es un don de Dios: «¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos». Tiene su origen en la iniciativa de Dios, que nos desvela su intimidad y nos invita a participar de su misma vida divina. La fe no proporciona solo alguna información sobre la identidad de Cristo, sino que supone una relación personal con Él, la adhesión de toda la persona, con su inteligencia, voluntad y sentimientos, a la manifestación que Dios hace de sí mismo. Así, la pregunta de Jesús: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?», en el fondo está impulsando a los discípulos a tomar una decisión personal en relación a Él. Fe y seguimiento de Cristo están estrechamente relacionados. Y, puesto que supone seguir al Maestro, la fe tiene que consolidarse y crecer, hacerse más profunda y madura, a medida que se intensifica y fortalece la relación con Jesús, la intimidad con Él. También Pedro y los demás apóstoles tuvieron que avanzar por este camino, hasta que el encuentro con el Señor resucitado les abrió los ojos a una fe plena.
Queridos jóvenes, también hoy Cristo se dirige a vosotros con la misma pregunta que hizo a los apóstoles: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?». Respondedle con generosidad y valentía, como corresponde a un corazón joven como el vuestro. Decidle: Jesús, yo sé que Tú eres el Hijo de Dios que has dado tu vida por mí. Quiero seguirte con fidelidad y dejarme guiar por tu palabra. Tú me conoces y me amas. Yo me fío de ti y pongo mi vida entera en tus manos. Quiero que seas la fuerza que me sostenga, la alegría que nunca me abandone.
En su respuesta a la confesión de Pedro, Jesús habla de la Iglesia: «Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». ¿Qué significa esto? Jesús construye la Iglesia sobre la roca de la fe de Pedro, que confiesa la divinidad de Cristo. Sí, la Iglesia no es una simple institución humana, como otra cualquiera, sino que está estrechamente unida a Dios. El mismo Cristo se refiere a ella como «su» Iglesia. No se puede separar a Cristo de la Iglesia, como no se puede separar la cabeza del cuerpo (cf. 1Co 12,12). La Iglesia no vive de sí misma, sino del Señor. Él está presente en medio de ella, y le da vida, alimento y fortaleza.
Queridos jóvenes, permitidme que, como Sucesor de Pedro, os invite a fortalecer esta fe que se nos ha transmitido desde los Apóstoles, a poner a Cristo, el Hijo de Dios, en el centro de vuestra vida. Pero permitidme también que os recuerde que seguir a Jesús en la fe es caminar con Él en la comunión de la Iglesia. No se puede seguir a Jesús en solitario. Quien cede a la tentación de ir «por su cuenta» o de vivir la fe según la mentalidad individualista, que predomina en la sociedad, corre el riesgo de no encontrar nunca a Jesucristo, o de acabar siguiendo una imagen falsa de Él.
Tener fe es apoyarse en la fe de tus hermanos, y que tu fe sirva igualmente de apoyo para la de otros. Os pido, queridos amigos, que améis a la Iglesia, que os ha engendrado en la fe, que os ha ayudado a conocer mejor a Cristo, que os ha hecho descubrir la belleza de su amor. Para el crecimiento de vuestra amistad con Cristo es fundamental reconocer la importancia de vuestra gozosa inserción en las parroquias, comunidades y movimientos, así como la participación en la Eucaristía de cada domingo, la recepción frecuente del sacramento del perdón, y el cultivo de la oración y meditación de la Palabra de Dios.
De esta amistad con Jesús nacerá también el impulso que lleva a dar testimonio de la fe en los más diversos ambientes, incluso allí donde hay rechazo o indiferencia. No se puede encontrar a Cristo y no darlo a conocer a los demás. Por tanto, no os guardéis a Cristo para vosotros mismos. Comunicad a los demás la alegría de vuestra fe. El mundo necesita el testimonio de vuestra fe, necesita ciertamente a Dios. Pienso que vuestra presencia aquí, jóvenes venidos de los cinco continentes, es una maravillosa prueba de la fecundidad del mandato de Cristo a la Iglesia: «Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación» (Mc 16,15). También a vosotros os incumbe la extraordinaria tarea de ser discípulos y misioneros de Cristo en otras tierras y países donde hay multitud de jóvenes que aspiran a cosas más grandes y, vislumbrando en sus corazones la posibilidad de valores más auténticos, no se dejan seducir por las falsas promesas de un estilo de vida sin Dios.
Queridos jóvenes, rezo por vosotros con todo el afecto de mi corazón. Os encomiendo a la Virgen María, para que ella os acompañe siempre con su intercesión maternal y os enseñe la fidelidad a la Palabra de Dios. Os pido también que recéis por el Papa, para que, como Sucesor de Pedro, pueda seguir confirmando a sus hermanos en la fe. Que todos en la Iglesia, pastores y fieles, nos acerquemos cada día más al Señor, para que crezcamos en santidad de vida y demos así un testimonio eficaz de que Jesucristo es verdaderamente el Hijo de Dios, el Salvador de todos los hombres y la fuente viva de su esperanza. Amén.
domingo, 20 de noviembre de 2011
EL PAPA EN BENÍN
Sacerdotes, religiosos, seminaristas, laicos: todos ellos, destinatarios de la conocida capacidad de Benedicto XVI para sintetizar. Joseph Ratzinger sacó el profesor que lleva dentro y durante su encuentro, en el seminario San Galo de la ciudad de Ouidah, con 140 seminaristas de Togo y Benin que cursan allí sus estudios, dejó, dentro de su discurso, cuatro párrafos, uno por cada uno de los estados de vida citados, que no valen sólo para Benin: son piezas magistralmente cortas que definen con brevedad y claridad los fines y los medios que unos y otros deben tener presentes para responder al plan de Dios.
En la capilla del seminario, Benedicto XVI se detuvo a rezar ante la tumba del cardenal Bernardin Gantin (1922-2008), el primer obispo africano que ocupó un dicasterio en la Curia Romana, y nada menos que la Congregación para los Obispos. Fue además decano del Colegio Cardenalicio entre 1993 y 2002, cuando le sustituyó precisamente el cardenal Ratzinger.
Cuatro párrafos esenciales
A continuación reproducimos en su integridad los cuatro párrafos extraídos del discurso que pronunció después ante los cardenales presentes, todo el cuerpo profesoral del centro, e incluso algunos enfermos de lepra atendidos en la zona por instituciones de la Iglesia.
«Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación.
»Queridos religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa, la vida consagrada es un seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a una amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes. Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad. Llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo, y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo. Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad.
»Me dirijo ahora a vosotros, queridos seminaristas, os animo a poneros en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana –si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación– debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo. Después de sesenta años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.
»En cuanto a vosotros, queridos fieles laicos que, en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, os exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación. Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas "iglesias domésticas". Gracias a la fuerza de la oración, se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más. Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad. En este sentido, os animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales».
Publicado en ReL
En la capilla del seminario, Benedicto XVI se detuvo a rezar ante la tumba del cardenal Bernardin Gantin (1922-2008), el primer obispo africano que ocupó un dicasterio en la Curia Romana, y nada menos que la Congregación para los Obispos. Fue además decano del Colegio Cardenalicio entre 1993 y 2002, cuando le sustituyó precisamente el cardenal Ratzinger.
Cuatro párrafos esenciales
A continuación reproducimos en su integridad los cuatro párrafos extraídos del discurso que pronunció después ante los cardenales presentes, todo el cuerpo profesoral del centro, e incluso algunos enfermos de lepra atendidos en la zona por instituciones de la Iglesia.
«Queridos sacerdotes, la responsabilidad de promover la paz, la justicia y la reconciliación, os incumbe de una manera muy particular. En efecto, por la sagrada ordenación que recibisteis, y por los sacramentos que celebráis, estáis llamados a ser hombres de comunión. Así como el cristal no retiene la luz, sino que la refleja y la devuelve, de igual modo el sacerdote debe dejar transparentar lo que celebra y lo que recibe. Por tanto os animo a dejar trasparentar a Cristo en vuestra vida con una auténtica comunión con el obispo, con una bondad real hacia vuestros hermanos, una profunda solicitud por cada bautizado y una gran atención hacia cada persona. Dejándoos modelar por Cristo, no cambiéis jamás la belleza de vuestro ser sacerdotes por realidades efímeras, a veces malsanas, que la mentalidad contemporánea intenta imponer a todas las culturas. Os exhorto, queridos sacerdotes, a no subestimar la grandeza insondable de la gracia divina depositada en vosotros y que os capacita a vivir al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación.
»Queridos religiosos y religiosas, de vida activa y contemplativa, la vida consagrada es un seguimiento radical de Jesús. Que vuestra opción incondicional por Cristo os conduzca a una amor sin fronteras por el prójimo. La pobreza y la castidad os hagan verdaderamente libres para obedecer incondicionalmente al único Amor que, cuando os alcanza, os impulsa a derramarlo por todas partes. Pobreza, obediencia y castidad aumenten en vosotros la sed de Dios y el hambre de su Palabra, que, al crecer, se convierte en hambre y sed para servir al prójimo hambriento de justicia, paz y reconciliación. Fielmente vividos, los consejos evangélicos os trasforman en hermano universal o en hermana de todos, y os ayudan a avanzar con determinación por el camino de la santidad. Llegaréis si estáis convencidos de que para vosotros la vida es Cristo, y hacéis de vuestras comunidades reflejo de la gloria de Dios y lugares donde no tenéis otra deuda con nadie, sino la del amor mutuo. Con vuestros carismas propios, vividos con un espíritu de apertura a la catolicidad de la Iglesia, podéis contribuir a una expresión armoniosa de la inmensidad de los dones divinos al servicio de toda la humanidad.
»Me dirijo ahora a vosotros, queridos seminaristas, os animo a poneros en la escuela de Cristo para adquirir las virtudes que os ayudarán a vivir el sacerdocio ministerial como el lugar de vuestra santificación. Sin la lógica de la santidad, el ministerio no es más que una simple función social. La calidad de vuestra vida futura depende de la calidad de vuestra relación personal con Dios en Jesucristo, de vuestros sacrificios, de la feliz integración de las exigencias de vuestra formación actual. Ante los retos de la existencia humana, el sacerdote de hoy como el de mañana –si quiere ser testigo creíble al servicio de la paz, la justicia y la reconciliación– debe ser un hombre humilde y equilibrado, prudente y magnánimo. Después de sesenta años de vida sacerdotal, os puedo asegurar, queridos seminaristas, que no lamentaréis haber acumulado durante vuestra formación tesoros intelectuales, espirituales y pastorales.
»En cuanto a vosotros, queridos fieles laicos que, en el corazón de las realidades cotidianas de la vida, estáis llamados a ser sal de la tierra y luz del mundo, os exhorto a renovar también vuestro compromiso por la justicia, la paz y la reconciliación. Esta misión requiere en primer lugar fe en la familia, construida según el designio de Dios, y una fidelidad a la esencia misma del matrimonio cristiano. Exige también que vuestras familias sean verdaderas "iglesias domésticas". Gracias a la fuerza de la oración, se transforma y se mejora gradualmente la vida personal y familiar, se enriquece el diálogo, se transmite la fe a los hijos, se acrecienta el gusto de estar juntos y el hogar se une y consolida más. Haciendo reinar en vuestras familias el amor y el perdón, contribuís a la edificación de una Iglesia fuerte y hermosa, y a que haya más justicia y paz en toda la sociedad. En este sentido, os animo, queridos padres, a tener un respeto profundo por la vida y a testimoniar ante vuestros hijos los valores humanos y espirituales».
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sábado, 19 de noviembre de 2011
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO
Evangelio
Dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, se sentará en su trono y serán reunidas ante él todas las naciones. Separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá el rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Los justos le contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber, forastero y te hospedamos, desnudo y te vestimos, enfermo o en la cárcel y fuimos a verte? Y el rey les dirá: Cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis.
Entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. También éstos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: Cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».
Entonces dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me disteis de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me vestisteis, enfermo y en la cárcel y no me visitasteis. También éstos contestarán: Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, forastero o desnudo, o enfermo o en la cárcel y no te asistimos? Y él replicará: Cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los más pequeños, tampoco lo hicisteis conmigo. Y éstos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna».
Mateo 25, 31-46
Un amor real
Una vez leído el texto evangélico de este último domingo del Tiempo ordinario, que como dijo el Beato Juan Pablo II es una página de cristología, conviene que purifiquemos las imágenes con las que solemos representar a Jesucristo en esta fiesta. En verdad es rey, pero recordemos lo que Él le dice a Pilatos: «Mi reino no es de este mundo». Por eso sobran las representaciones que lo identifican con algunos modelos sociales, que más bien lo desfiguran. El reino de Jesús, como Él mismo nos va a decir, se muestra en la caridad, en el amor de Dios que Él ha venido a mostrar al mundo. Por eso, el rey que hoy celebramos sólo se puede representar con el rostro y la imagen de los pobres, como enseguida veremos. Pero antes acerquémonos a la primera verdad que hoy se nos invita a confesar, tras leer este discurso de Jesús: el Señor vendrá a juzgar a vivos y a muertos, habrá un juicio universal, como confesamos en el Credo. Ésta es la confianza que sostiene, fortalece y alegra nuestra vida. El Señor vendrá, del amor eterno del Padre, para deslindar la verdad de la mentira, la luz de la oscuridad en la vida de cada uno y en las grandes, y a veces terribles, situaciones del mundo. Por fin, la verdad se abrirá camino definitivo y eterno, en medio de tanta mentira y confusión, que hace que muchos hombres y mujeres de bien se pregunten si todo será como el caos y la confusión de ahora, o si habrá un juicio que ponga cada cosa en su sitio y en el que resplandezcan la justicia y el Derecho. Porque, a pesar de que, a veces, no queramos reconocerlo, el juicio de Dios es absolutamente necesario para que la historia tenga sentido y todas las acciones humanas encuentren su verdad objetiva ante Dios.
Hasta que llegue el día del juicio, Jesús nos dice, de un modo claro y exhaustivo, lo que espera encontrar en nuestra vida. Nos examinarán de las huellas que haya dejado nuestro amor a lo largo de todos nuestros días en la tierra. Y nos dice Jesús que será un amor efectivo, real, en el que no cabe ninguna trampa, porque Él mismo se identificará con aquellos a los que le ofrezcamos nuestro amor y servicio. Aquellos con los que Jesús se identifica son rostros reales, vidas reales y problemas muy reales: son seres humanos con hambre, sed y desnudos, forasteros o en la cárcel. En el juicio nos dirá: Yo era aquel al que tu servías; o Yo era aquel ante quien pasaste de largo. Y nosotros le diremos: No me acuerdo, refréscame la memoria.
Si bien los cristianos, porque le conocemos y amamos, hemos de servir al hermano con un encuentro explícito con Jesús, en el juicio lo que importa es que hayamos amado y servido, aunque muchos no lo puedan reconocer ni cuando aman ni cuando desprecian. Por iniciativa propia, en cada ser humano que hayamos amado, Jesucristo mismo se siente amado. Como recuerda el Vaticano II: «Con la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre». Según lo que en este texto nos dice Jesús, la caridad es la esencia de la vida cristiana. «En una palabra -dice san Pablo-: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor». De ahí que, necesariamente, en el último examen la materia sea el amor. Con mucho afecto he hecho este servicio a lo largo de todo el año litúrgico. Rogad por mi, para que el Señor me lo tenga en cuenta en el elenco de los actos de amor.
Hasta que llegue el día del juicio, Jesús nos dice, de un modo claro y exhaustivo, lo que espera encontrar en nuestra vida. Nos examinarán de las huellas que haya dejado nuestro amor a lo largo de todos nuestros días en la tierra. Y nos dice Jesús que será un amor efectivo, real, en el que no cabe ninguna trampa, porque Él mismo se identificará con aquellos a los que le ofrezcamos nuestro amor y servicio. Aquellos con los que Jesús se identifica son rostros reales, vidas reales y problemas muy reales: son seres humanos con hambre, sed y desnudos, forasteros o en la cárcel. En el juicio nos dirá: Yo era aquel al que tu servías; o Yo era aquel ante quien pasaste de largo. Y nosotros le diremos: No me acuerdo, refréscame la memoria.
Si bien los cristianos, porque le conocemos y amamos, hemos de servir al hermano con un encuentro explícito con Jesús, en el juicio lo que importa es que hayamos amado y servido, aunque muchos no lo puedan reconocer ni cuando aman ni cuando desprecian. Por iniciativa propia, en cada ser humano que hayamos amado, Jesucristo mismo se siente amado. Como recuerda el Vaticano II: «Con la Encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre». Según lo que en este texto nos dice Jesús, la caridad es la esencia de la vida cristiana. «En una palabra -dice san Pablo-: quedan la fe, la esperanza, el amor: estas tres. La más grande es el amor». De ahí que, necesariamente, en el último examen la materia sea el amor. Con mucho afecto he hecho este servicio a lo largo de todo el año litúrgico. Rogad por mi, para que el Señor me lo tenga en cuenta en el elenco de los actos de amor.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
obispo de Plasencia
viernes, 18 de noviembre de 2011
¡¡VEN ESPÍRITU SANTO!!
Ven sobre estos confirmandos que hoy recibirán el sacramento de la Confirmación en nuestra Parroquia. Ven sobre toda nuestra Comunidad.
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndidos. Fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo.
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas,
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre
Si tu le faltas por dentro;
mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
riega la tierra en sequía,sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma al Espíritu indómito,
guía el que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno
Hoy "cumplimos" 1.000 entradas. ¡¡Bendito sea Dios!!. Cuando empezamos, nunca pensamos en llegar a esto, así que ¡¡gloria a Dios que capacita a quien elige para la más pequeña o la más grande de las misiones!!
Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre, don, en tus dones espléndidos. Fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo.
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas,
y reconforta en los duelos.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos. Mira el vacío del hombre
Si tu le faltas por dentro;
mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.
riega la tierra en sequía,sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo,
doma al Espíritu indómito,
guía el que tuerce el sendero.
Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos.
Por tu bondad y tu gracia
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno
Hoy "cumplimos" 1.000 entradas. ¡¡Bendito sea Dios!!. Cuando empezamos, nunca pensamos en llegar a esto, así que ¡¡gloria a Dios que capacita a quien elige para la más pequeña o la más grande de las misiones!!
jueves, 17 de noviembre de 2011
COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DÍA
¡Qué horror!, estamos en uno de los momentos más duros e incomprensibles de todo el AT: la guerra santa. Tras los hechos martiriales tan hermosos que hemos contemplado días pasados, nos encontramos con Matatías. Parecería que su reacción va a ser como la de los santos mártires, ser intransigente en el cumplimiento de su obediencia a su Dios, aunque ello en su ancianidad le cueste la vida, pero no, pues nada más expresar que no adorará a los ídolos, como le incitan las autoridades del imperio,
Matatías ve cómo se adelanta un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara idolátrica, como le manda el rey, se indigna y tiembla de cólera y en un arrebato de santa ira corre a degollar sobre el ara a aquel hombre. Luego mata también al funcionario real que obliga a sacrificar y derriba el ara. Lleno de celo dice el texto que hemos leído. Después se echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenía.
¿Qué pensar? Jesús no se rebeló, aunque hubiera podido hacerlo, sino que se dejó sacrificar en el ara de la cruz. Hubiera podido escaparse prudentemente por la tangente y no subir a Jerusalén, en donde le esperaba la condena a la cruz. ¿Qué pasa?, ¿era un lerdo insensato que no se enteraba de nada?, ¿un iluso que no tenía los pies en la tierra y desconocía lo que se tramaba contra él? Total, si era muy fácil, un pequeño desvío de su intransigencia, por ejemplo, dejar de fastidiar curando en sábado porque él es más que el sábado, pasar la esponja rebajando un tantico su pretensión de ser el Hijo, con derecho de llamar a Dios Padre, su Padre porque el único Hijo. Se pasa un poco la esponja, y ya está, todos tan amigos. Pero no, Jesús bebió su cáliz hasta las heces. No dejó su camino ni por un momento, pasara lo que pudiera pasar. Aunque su final fuera la muerte en cruz. La misión a la que le había enviado su Padre era más importante que esos regates en corto que podrían parecer tan sensatos e inteligentes.
Jesús nunca predicó la guerra santa. Nunca la vivió. Nunca nos dijo que nosotros nos aposentáramos en ella. Nunca dijo que matáramos para alejar a los ídolos del imperio. Siempre fue un manso cordero llevado al matadero. Porque sabía que su muerte en la cruz era redentora, que en ese misterio insondable de su muerte, se nos ofrecía a todos la liberación del pecado y de la muerte. No evitó la cruz, por lo que vivió la gloria de la resurrección. Y porque no se evadió de la cruz, sino que nos dio de su costado el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía, regalo eclesial en donde los haya, es para nosotros el Salvador, el Redentor. Nuestra vida entera ahora pasa por él, por su muerte en la cruz y por su resurrección en la gloria de Dios. Por él, con él y en él, porque nada quiso saber de guerras santas, sino que en la humildad más profunda se dejó hacer hasta morir clavado en el madero, todo ello por nosotros, hemos ganado, por la fe en él, la justificación, la gracia y la misericordia de Dios. Hemos ganado el Espíritu Santo que mora en nosotros, divinizando la profundidad de nuestro ser que ahora, por su voz, grita: Abba, Padre.
Tuvimos suerte de que Jesús no se echara al monte
Matatías ve cómo se adelanta un judío, a la vista de todos, dispuesto a sacrificar sobre el ara idolátrica, como le manda el rey, se indigna y tiembla de cólera y en un arrebato de santa ira corre a degollar sobre el ara a aquel hombre. Luego mata también al funcionario real que obliga a sacrificar y derriba el ara. Lleno de celo dice el texto que hemos leído. Después se echó al monte con sus hijos, dejando en el pueblo cuanto tenía.
¿Qué pensar? Jesús no se rebeló, aunque hubiera podido hacerlo, sino que se dejó sacrificar en el ara de la cruz. Hubiera podido escaparse prudentemente por la tangente y no subir a Jerusalén, en donde le esperaba la condena a la cruz. ¿Qué pasa?, ¿era un lerdo insensato que no se enteraba de nada?, ¿un iluso que no tenía los pies en la tierra y desconocía lo que se tramaba contra él? Total, si era muy fácil, un pequeño desvío de su intransigencia, por ejemplo, dejar de fastidiar curando en sábado porque él es más que el sábado, pasar la esponja rebajando un tantico su pretensión de ser el Hijo, con derecho de llamar a Dios Padre, su Padre porque el único Hijo. Se pasa un poco la esponja, y ya está, todos tan amigos. Pero no, Jesús bebió su cáliz hasta las heces. No dejó su camino ni por un momento, pasara lo que pudiera pasar. Aunque su final fuera la muerte en cruz. La misión a la que le había enviado su Padre era más importante que esos regates en corto que podrían parecer tan sensatos e inteligentes.
Jesús nunca predicó la guerra santa. Nunca la vivió. Nunca nos dijo que nosotros nos aposentáramos en ella. Nunca dijo que matáramos para alejar a los ídolos del imperio. Siempre fue un manso cordero llevado al matadero. Porque sabía que su muerte en la cruz era redentora, que en ese misterio insondable de su muerte, se nos ofrecía a todos la liberación del pecado y de la muerte. No evitó la cruz, por lo que vivió la gloria de la resurrección. Y porque no se evadió de la cruz, sino que nos dio de su costado el agua del bautismo y la sangre de la eucaristía, regalo eclesial en donde los haya, es para nosotros el Salvador, el Redentor. Nuestra vida entera ahora pasa por él, por su muerte en la cruz y por su resurrección en la gloria de Dios. Por él, con él y en él, porque nada quiso saber de guerras santas, sino que en la humildad más profunda se dejó hacer hasta morir clavado en el madero, todo ello por nosotros, hemos ganado, por la fe en él, la justificación, la gracia y la misericordia de Dios. Hemos ganado el Espíritu Santo que mora en nosotros, divinizando la profundidad de nuestro ser que ahora, por su voz, grita: Abba, Padre.
Tuvimos suerte de que Jesús no se echara al monte
miércoles, 16 de noviembre de 2011
CUATRO VIENTOS (REPASANDO LA JMJ)
Hoy "toca" escuchar al Papa en aquella impresionante Vigilia de Cuatro Vientos.
Queridos amigos:
Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).
Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.
Queridos amigos: Gracias por vuestra alegría y resistencia. Vuestra fuerza es mayor que la lluvia. Gracias. El Señor con la lluvia nos ha mandado muchas bendiciones. También con esto sois un ejemplo.
Queridos amigos:
Os saludo a todos, pero en particular a los jóvenes que me han formulado sus preguntas, y les agradezco la sinceridad con que han planteado sus inquietudes, que expresan en cierto modo el anhelo de todos vosotros por alcanzar algo grande en la vida, algo que os dé plenitud y felicidad.
Pero, ¿cómo puede un joven ser fiel a la fe cristiana y seguir aspirando a grandes ideales en la sociedad actual? En el evangelio que hemos escuchado, Jesús nos da una respuesta a esta importante cuestión: «Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor» (Jn 15, 9).
Sí, queridos amigos, Dios nos ama. Ésta es la gran verdad de nuestra vida y que da sentido a todo lo demás. No somos fruto de la casualidad o la irracionalidad, sino que en el origen de nuestra existencia hay un proyecto de amor de Dios. Permanecer en su amor significa entonces vivir arraigados en la fe, porque la fe no es la simple aceptación de unas verdades abstractas, sino una relación íntima con Cristo que nos lleva a abrir nuestro corazón a este misterio de amor y a vivir como personas que se saben amadas por Dios.
Si permanecéis en el amor de Cristo, arraigados en la fe, encontraréis, aun en medio de contrariedades y sufrimientos, la raíz del gozo y la alegría. La fe no se opone a vuestros ideales más altos, al contrario, los exalta y perfecciona. Queridos jóvenes, no os conforméis con menos que la Verdad y el Amor, no os conforméis con menos que Cristo.
Precisamente ahora, en que la cultura relativista dominante renuncia y desprecia la búsqueda de la verdad, que es la aspiración más alta del espíritu humano, debemos proponer con coraje y humildad el valor universal de Cristo, como salvador de todos los hombres y fuente de esperanza para nuestra vida. Él, que tomó sobre sí nuestras aflicciones, conoce bien el misterio del dolor humano y muestra su presencia amorosa en todos los que sufren. Estos, a su vez, unidos a la pasión de Cristo, participan muy de cerca en su obra de redención. Además, nuestra atención desinteresada a los enfermos y postergados, siempre será un testimonio humilde y callado del rostro compasivo de Dios.
Queridos amigos, que ninguna adversidad os paralice. No tengáis miedo al mundo, ni al futuro, ni a vuestra debilidad. El Señor os ha otorgado vivir en este momento de la historia, para que gracias a vuestra fe siga resonando su Nombre en toda la tierra.
En esta vigilia de oración, os invito a pedir a Dios que os ayude a descubrir vuestra vocación en la sociedad y en la Iglesia y a perseverar en ella con alegría y fidelidad. Vale la pena acoger en nuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga.
A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gn 2, 24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa ser conscientes de que solo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial.
A otros, en cambio, Cristo los llama a seguirlo más de cerca en el sacerdocio o en la vida consagrada. Qué hermoso es saber que Jesús te busca, se fija en ti y con su voz inconfundible te dice también a ti: «¡Sígueme!» (cf. Mc 2,14).
Queridos jóvenes, para descubrir y seguir fielmente la forma de vida a la que el Señor os llame a cada uno, es indispensable permanecer en su amor como amigos. Y, ¿cómo se mantiene la amistad si no es con el trato frecuente, la conversación, el estar juntos y el compartir ilusiones o pesares? Santa Teresa de Jesús decía que la oración es «tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama» (cf. Libro de la vida, 8).
Os invito, pues, a permanecer ahora en la adoración a Cristo, realmente presente en la Eucaristía. A dialogar con Él, a poner ante Él vuestras preguntas y a escucharlo. Queridos amigos, yo rezo por vosotros con toda el alma. Os suplico que recéis también por mí. Pidámosle al Señor en esta noche que, atraídos por la belleza de su amor, vivamos siempre fielmente como discípulos suyos. Amén.
Queridos amigos: Gracias por vuestra alegría y resistencia. Vuestra fuerza es mayor que la lluvia. Gracias. El Señor con la lluvia nos ha mandado muchas bendiciones. También con esto sois un ejemplo.
martes, 15 de noviembre de 2011
"DIOS APRIETA, PERO NO AHOGA"
Testimonio de Miriam Fernández.
Recordamos que este viernes en nuestra Parroquia, se confirma un grupo de 55 adolescentes y 17 adultos.
Les encomendamos en nuestra oración, para que abran sus corazones sin miedo, a la acción del Espíritu Santo.
AQUÍ LA SEGUNDA PARTE
Recordamos que este viernes en nuestra Parroquia, se confirma un grupo de 55 adolescentes y 17 adultos.
Les encomendamos en nuestra oración, para que abran sus corazones sin miedo, a la acción del Espíritu Santo.
AQUÍ LA SEGUNDA PARTE
domingo, 13 de noviembre de 2011
ALMA
Hemos estado viendo ALMA. Es un musical, creado e interpretado por jóvenes de diversas parroquias y movimientos de la diócesis de Toledo, incluída la nuestra (Mario y Arturo Gómez, Mario López, Mari Paz y Ana Belén ¡¡buen trabajo, chicos!!)
Es un trabajo excepcional y con ALMA.
Este blog se lee en muchos lugares de España. Os animamos a contactar con este grupo y llevar el musical a vuestras parroquias, colegios, etc. Especialmente destinado a jóvenes, pero bueno para cualquier edad.
Os dejamos con un vídeo de presentación.
Podéis encontrarlos en FACEBOOK
Es un trabajo excepcional y con ALMA.
Este blog se lee en muchos lugares de España. Os animamos a contactar con este grupo y llevar el musical a vuestras parroquias, colegios, etc. Especialmente destinado a jóvenes, pero bueno para cualquier edad.
Os dejamos con un vídeo de presentación.
Podéis encontrarlos en FACEBOOK
sábado, 12 de noviembre de 2011
DOMINGO XXXIII DEL TIEMPO ORDINARIO
Evangelio
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos esta parábola: «Es como un hombre que, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.
Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Se acercó luego el que había recibido dos y dijo: Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. Su señor dijo a cada uno: Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con qué sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar cuentas con ellos. Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo: Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco. Se acercó luego el que había recibido dos y dijo: Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos. Su señor dijo a cada uno: Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor. Se acercó también el que había recibido un talento y dijo: Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces; tuve miedo y fui a esconder mi talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo. El señor le respondió: Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Con qué sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco para que al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes».
Mateo 25, 14-30
Para un cristiano es maravilloso saber que todo lo que hacemos tiene valor ante los ojos de Dios. Es más, conocer que todo lo nuestro tiene interés para Él, es siempre un precioso aliciente. Lo es, sobre todo, porque mediante su Hijo pone su confianza en el hombre y se complace en entregarle gratuita y personalmente a cada uno los dones que ha de administrar. Y, al contrario, ¡qué triste debe ser andar por la vida pensando que nadie valora lo que hacemos, que a nadie le interesa cómo y por qué vivimos, aunque en realidad eso no sea así!
Con la parábola de este domingo, Jesús recuerda que cada ser humano es una inversión muy generosa de Dios; a todos les da los talentos que permiten sus capacidades, en espera de que los administraran adecuadamente. Los que recibieron más talentos, cinco y dos, los utilizaron como el Señor esperaba de ellos y los duplicaron; realizaron el sueño de Dios, que siempre espera de cada ser humano que utilice sus talentos para hacer mejor el mundo, más justo, más humano, más santo. Ésa fue su tarea mientras administraron los talentos que habían recibido. Y porque fueron buenos y fieles, pasaron al gozo de su Señor. El que recibió sólo un talento, por el contrario, se mostró timorato, lo escondió bajo tierra y lo dejó improductivo. No arriesgó en el empeño de la vida, se encerró en sí mismo y vivió sin ilusión y sin responsabilidad. Y lo peor de todo es que no lo hizo porque le faltó confianza en el Señor. No supo ver lo hermoso que es colaborar con Él en su gobierno paternal y amoroso sobre el mundo. Al contrario, vio a Dios como el que anula las capacidades del hombre, como un rival del ser humano, por eso incluso se muestra altanero ante Él. El temor a un Dios exigente le impidió verle gozando con la laboriosidad de sus hijos. Se puede decir que, al que recibió un talento, el miedo le arruinó la vida.
Es verdad que Dios nos exige, pero es una exigencia de amor. Los que recibieron cinco y dos talentos se dieron cuenta de que Dios tenía para ellos un proyecto ambicioso; pero esa exigencia no les atemoriza, al contrario, les infunde confianza. Porque tienen una imagen justa de Dios, la responsabilidad que les encomienda no es para ellos un peso, es un estímulo. Los talentos siempre son un signo de que Dios siente por nosotros una gran estima; porque nos ama, nos encomienda cosas importantes. Es más, sólo en el amor de Dios podemos andar por la vida haciendo el bien y, además, encontrando la felicidad sin límites en lo que hacemos. Es en el amor a nuestros hermanos como Jesús nos dice que hemos de vivir mientras estamos a la espera de su venida. De ese modo siempre rendiremos el doble, porque sólo la generosidad duplica los talentos.
Con la parábola de este domingo, Jesús recuerda que cada ser humano es una inversión muy generosa de Dios; a todos les da los talentos que permiten sus capacidades, en espera de que los administraran adecuadamente. Los que recibieron más talentos, cinco y dos, los utilizaron como el Señor esperaba de ellos y los duplicaron; realizaron el sueño de Dios, que siempre espera de cada ser humano que utilice sus talentos para hacer mejor el mundo, más justo, más humano, más santo. Ésa fue su tarea mientras administraron los talentos que habían recibido. Y porque fueron buenos y fieles, pasaron al gozo de su Señor. El que recibió sólo un talento, por el contrario, se mostró timorato, lo escondió bajo tierra y lo dejó improductivo. No arriesgó en el empeño de la vida, se encerró en sí mismo y vivió sin ilusión y sin responsabilidad. Y lo peor de todo es que no lo hizo porque le faltó confianza en el Señor. No supo ver lo hermoso que es colaborar con Él en su gobierno paternal y amoroso sobre el mundo. Al contrario, vio a Dios como el que anula las capacidades del hombre, como un rival del ser humano, por eso incluso se muestra altanero ante Él. El temor a un Dios exigente le impidió verle gozando con la laboriosidad de sus hijos. Se puede decir que, al que recibió un talento, el miedo le arruinó la vida.
Es verdad que Dios nos exige, pero es una exigencia de amor. Los que recibieron cinco y dos talentos se dieron cuenta de que Dios tenía para ellos un proyecto ambicioso; pero esa exigencia no les atemoriza, al contrario, les infunde confianza. Porque tienen una imagen justa de Dios, la responsabilidad que les encomienda no es para ellos un peso, es un estímulo. Los talentos siempre son un signo de que Dios siente por nosotros una gran estima; porque nos ama, nos encomienda cosas importantes. Es más, sólo en el amor de Dios podemos andar por la vida haciendo el bien y, además, encontrando la felicidad sin límites en lo que hacemos. Es en el amor a nuestros hermanos como Jesús nos dice que hemos de vivir mientras estamos a la espera de su venida. De ese modo siempre rendiremos el doble, porque sólo la generosidad duplica los talentos.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
obispo de Plasencia
viernes, 11 de noviembre de 2011
CON LOS OLVIDADOS DE LOS OLVIDADOS
Los olvidados de los olvidados(estreno 4 de noviembre) es la historia de miles de enfermos mentales y un loco. Cuando Caparrós, el director de este magnífico documental, vio las condiciones en las que malviven estos enfermos y cómo el loco de Grégoire los desencadena y se los lleva, estalló en llanto. La humildad y la bondad de este africano es sobrecogedora no sólo por lo que hace, sino por lo que transmite. Un día se detuvo a observarlos mientras rebuscaban en la basura: "Descubrí que eran hombres, mujeres y niños que ansiaban ser amados como todo el mundo". Hoy tiene quince centros (Costa de Marfil, Benín, Burkina Faso), los acoge y les da un oficio antes de devolverlos a la familia. Lo entrevista Ima Sanchis en La Vanguardia.
Tengo 59 años. Nací en Benín. Casado, tengo seis hijos y cinco nietos. Soy reparador de neumáticos. Los enfermos mentales en África son los olvidados de los olvidados, nadie se ocupa de ellos, para nuestras autoridades son lo último de lo último. Soy cristiano. A los 19 años me fui a Costa de Marfil y me convertí en reparador de neumáticos. Gané mucho dinero, compré cuatro taxis y dejé de ir a la iglesia.
-¿Satisfecho?
Sí, hasta que bruscamente lo perdí todo. No podía alimentar a mis hijos y tuve que huir de casa porque me perseguían los acreedores. Empecé a llevar una vida miserable e intenté suicidarme.
-¿Qué lo salvó?
Un misionero me acogió y me llevó de peregrinación a Jerusalén. En una homilía dijo que cada cristiano debía poner una piedra en la construcción de la iglesia. Me obsesionó esa idea: "¿Qué piedra podía poner yo?".
-Ha puesto más de una.
Formé un grupo de plegaria, íbamos al hospital a rezar con enfermos, pero descubrí una sala en la que estaban los que no podían pagar la medicación; gente abandonada.
-¿Y se hicieron cargo de ellos?
Sí, de lavarlos, de comprarles la medicación. Nos convertimos en su familia. Me descubrí a mí mismo a través de ellos: ocupándome de ellos me ocupaba de mí. Prácticamente dormía en el hospital.
-¿De dónde sacaba el dinero?
Cuando volví de la peregrinación, mis negocios empezaron a ir mejor. Dos años después decidimos ir a visitar a los presos.
-Descríbame qué vio.
La prisión estaba construida para 150 personas y había 500. Dormían en una gran sala. No había enfermería, ni lavabos, hacían sus deposiciones en una esquina y las recogían con la mano para tirarlas fuera.
-¡...!
Nadie va a visitarlos. En África, que alguien acabe en prisión es una vergüenza para la familia. Nos hicimos cargo de la prisión: construimos lavabos, una enfermería, pero seguían muriendo más de cien por año.
-Eso es mucho.
El día que fui a servir la comida lo entendí: lo que les daban no se lo daría usted ni a un animal. Decidí que los enfermos mentales cocinarían para ellos y la ratio de mortalidad bajó a cinco o siete por año.
-¿Cómo llegó a los enfermos mentales?
Vi a uno desnudo buscando comida en la basura. Los había visto muchas veces, pero ese día me detuve y decidí, con mi mujer, repartirles comida y agua fresca por las noches.
-Me emociona usted.
La gente decía que yo también me había vuelto loco, porque nadie se acerca a un enfermo mental, un poseído por el demonio.
-Creó un centro para ellos.
Lo primero es lavarlos y cortarles la maraña de pelo llena de piojos, darles medicación y actividades para hacer. Conseguimos buenos resultados, lo que llamó tanto la atención que vino el ministro de Sanidad y me dijo que quería que mi asociación se repartiera por todos los hospitales del país.
-¿Es usted un ángel?
No, yo soy un hombre como cualquier otro, consciente de que Dios habita en todos y que dejar a un enfermo a su suerte es abandonar a Dios. Pronto religiosos de otras zonas comenzaron a llamarnos y fue entonces cuando descubrí la tortura, imágenes que no pertenecen a esta época.
-Cuénteme.
Hombres y mujeres encadenados a los que sólo la muerte podía liberar simplemente porque habían caído enfermos. Una de las primeras imágenes que vi fue un joven de 21 años, al que la familia tenía encerrado en un cuarto, que estaba podrido, con gusanos por todos lados, pero todavía vivo. Tenía los brazos y pies atados con alambre a un tronco. El alambre había entrado en la carne.
-...
Murió, pero lo hizo dignamente y sonriendo. A partir de entonces empezamos a ir por los pueblos y descubrimos todo tipo de métodos de encadenamiento. Pero no culpe a la familia, no saben qué hacer.
-¿No hay hospitales psiquiátricos?
En toda Costa de Marfil sólo hay dos y son de pago. Lo que me indigna son las sectas, los encadenan a árboles, los golpean y no les dan agua ni comida para que salgan los malos espíritus de sus cuerpos. Liberé a una mujer que estuvo 36 años encadenada, no se puede erguir. Pero donde hemos construido centros nos los traen. Estoy contento.
-¿No hay enfermos violentos?
Es el hecho de tratarlos mal, como ocurre con un perro, lo que los convierte en violentos. Hace falta amarlos, han perdido la confianza en sí mismos, sólo con medicamentos no salen adelante. En nuestros centros son los enfermos recuperados los que acogen a los nuevos tras haberse diplomado en enfermería. La vida con ellos es mejor que con la gente sana, su amor es sincero.
-¿De dónde saca el dinero?
Cuando volví de Jerusalén, mi negocio remontó. Lo que gano arreglando neumáticos lo destino íntegramente a ellos; y hay amigos que me ayudan. Creo en la providencia. Primero el ser humano, luego el dinero. Nunca pienso en el mañana, hago. Siempre estamos con lo mínimo.
-Es usted especial.
Lo que yo hago es más fuerte que yo. Si Dios ha permitido que una persona como yo, sin estudios, que no vale nada, se ocupe de estas personas, es para que todos podamos abrir los ojos y cambiemos la forma de ver a estos enfermos incluso en Europa, donde un enfermo me dijo: "Con usted en África los enfermos trabajan, aquí nos encierran para que no molestemos".
Tengo 59 años. Nací en Benín. Casado, tengo seis hijos y cinco nietos. Soy reparador de neumáticos. Los enfermos mentales en África son los olvidados de los olvidados, nadie se ocupa de ellos, para nuestras autoridades son lo último de lo último. Soy cristiano. A los 19 años me fui a Costa de Marfil y me convertí en reparador de neumáticos. Gané mucho dinero, compré cuatro taxis y dejé de ir a la iglesia.
-¿Satisfecho?
Sí, hasta que bruscamente lo perdí todo. No podía alimentar a mis hijos y tuve que huir de casa porque me perseguían los acreedores. Empecé a llevar una vida miserable e intenté suicidarme.
-¿Qué lo salvó?
Un misionero me acogió y me llevó de peregrinación a Jerusalén. En una homilía dijo que cada cristiano debía poner una piedra en la construcción de la iglesia. Me obsesionó esa idea: "¿Qué piedra podía poner yo?".
-Ha puesto más de una.
Formé un grupo de plegaria, íbamos al hospital a rezar con enfermos, pero descubrí una sala en la que estaban los que no podían pagar la medicación; gente abandonada.
-¿Y se hicieron cargo de ellos?
Sí, de lavarlos, de comprarles la medicación. Nos convertimos en su familia. Me descubrí a mí mismo a través de ellos: ocupándome de ellos me ocupaba de mí. Prácticamente dormía en el hospital.
-¿De dónde sacaba el dinero?
Cuando volví de la peregrinación, mis negocios empezaron a ir mejor. Dos años después decidimos ir a visitar a los presos.
-Descríbame qué vio.
La prisión estaba construida para 150 personas y había 500. Dormían en una gran sala. No había enfermería, ni lavabos, hacían sus deposiciones en una esquina y las recogían con la mano para tirarlas fuera.
-¡...!
Nadie va a visitarlos. En África, que alguien acabe en prisión es una vergüenza para la familia. Nos hicimos cargo de la prisión: construimos lavabos, una enfermería, pero seguían muriendo más de cien por año.
-Eso es mucho.
El día que fui a servir la comida lo entendí: lo que les daban no se lo daría usted ni a un animal. Decidí que los enfermos mentales cocinarían para ellos y la ratio de mortalidad bajó a cinco o siete por año.
-¿Cómo llegó a los enfermos mentales?
Vi a uno desnudo buscando comida en la basura. Los había visto muchas veces, pero ese día me detuve y decidí, con mi mujer, repartirles comida y agua fresca por las noches.
-Me emociona usted.
La gente decía que yo también me había vuelto loco, porque nadie se acerca a un enfermo mental, un poseído por el demonio.
-Creó un centro para ellos.
Lo primero es lavarlos y cortarles la maraña de pelo llena de piojos, darles medicación y actividades para hacer. Conseguimos buenos resultados, lo que llamó tanto la atención que vino el ministro de Sanidad y me dijo que quería que mi asociación se repartiera por todos los hospitales del país.
-¿Es usted un ángel?
No, yo soy un hombre como cualquier otro, consciente de que Dios habita en todos y que dejar a un enfermo a su suerte es abandonar a Dios. Pronto religiosos de otras zonas comenzaron a llamarnos y fue entonces cuando descubrí la tortura, imágenes que no pertenecen a esta época.
-Cuénteme.
Hombres y mujeres encadenados a los que sólo la muerte podía liberar simplemente porque habían caído enfermos. Una de las primeras imágenes que vi fue un joven de 21 años, al que la familia tenía encerrado en un cuarto, que estaba podrido, con gusanos por todos lados, pero todavía vivo. Tenía los brazos y pies atados con alambre a un tronco. El alambre había entrado en la carne.
-...
Murió, pero lo hizo dignamente y sonriendo. A partir de entonces empezamos a ir por los pueblos y descubrimos todo tipo de métodos de encadenamiento. Pero no culpe a la familia, no saben qué hacer.
-¿No hay hospitales psiquiátricos?
En toda Costa de Marfil sólo hay dos y son de pago. Lo que me indigna son las sectas, los encadenan a árboles, los golpean y no les dan agua ni comida para que salgan los malos espíritus de sus cuerpos. Liberé a una mujer que estuvo 36 años encadenada, no se puede erguir. Pero donde hemos construido centros nos los traen. Estoy contento.
-¿No hay enfermos violentos?
Es el hecho de tratarlos mal, como ocurre con un perro, lo que los convierte en violentos. Hace falta amarlos, han perdido la confianza en sí mismos, sólo con medicamentos no salen adelante. En nuestros centros son los enfermos recuperados los que acogen a los nuevos tras haberse diplomado en enfermería. La vida con ellos es mejor que con la gente sana, su amor es sincero.
-¿De dónde saca el dinero?
Cuando volví de Jerusalén, mi negocio remontó. Lo que gano arreglando neumáticos lo destino íntegramente a ellos; y hay amigos que me ayudan. Creo en la providencia. Primero el ser humano, luego el dinero. Nunca pienso en el mañana, hago. Siempre estamos con lo mínimo.
-Es usted especial.
Lo que yo hago es más fuerte que yo. Si Dios ha permitido que una persona como yo, sin estudios, que no vale nada, se ocupe de estas personas, es para que todos podamos abrir los ojos y cambiemos la forma de ver a estos enfermos incluso en Europa, donde un enfermo me dijo: "Con usted en África los enfermos trabajan, aquí nos encierran para que no molestemos".
jueves, 10 de noviembre de 2011
COMENTARIO A LA LITURGIA DEL DÍA
Jesús nos dice en el evangelio de Lucas que hoy leemos cómo el reino de Dios no vendrá espectacularmente, no se dirá que está acá o allá para correr tras él, porque está dentro de nosotros. La Sabiduría ha llegado a nosotros, aposentándose en nosotros, y su espíritu nos penetra con todas sus cualidades, las que desgrana con maravillosa parsimonia la primera lectura. Nos deja asombrados, pues pensábamos que esas eran las cualidades del Hijo, del propio Jesús, y de pronto nos damos cuenta de que todas esas adjetivaciones del espíritu nos pertenecen también a nosotros: el reino de Dios está dentro de nosotros. Y el quicio y centro de ese reino es el Hijo, quien nos envía la sabiduría de su Espíritu. Cuando grita en nuestro interior esa oración que nos sale de lo más íntimo del alma: Abba, Padre, todo lo demás se nos está dando por añadidura. Nuestra vida está también adjetivada con veinte cualidades asombrosas, imponentes. ¿Cómo será posible?, ¿todo eso se nos aplicará también a nosotros? Sí, porque la propia Sabiduría se hace presente en nuestro ser, penetra nuestra carne, estirando de ella con suave suasión, para hacernos hijos en el Hijo. Santo, único, múltiple, sutil, móvil, penetrante… Eso somos en el Hijo, con él y por él, pues su Espíritu, Espíritu del Padre y suyo, toma posesión de nosotros. Creados a imagen y semejanza de Dios, ahora nos hacemos —Dios Padre nos hace en la cruz de su Hijo— reflejo de la luz eterna, espejo nítido de la actividad de Dios e imagen de su bondad. En el Hijo, con el Espíritu, espíritu de Sabiduría, todo eso se nos ofrece, pues Dios ama solo a quien convive con la sabiduría.
¿Cómo?, ¿te has vuelto loco?, ¿no has hecho todas esas adjetivaciones cosa nuestra, cuando tan solo son de Dios? Pero si fueran únicamente de Dios significaría que no nos ha hecho participar de su naturaleza divina, como acontece cuando nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, como de manera tan frecuente rezamos en las oraciones, por ejemplo, después de la comunión del pasado domingo 9 de octubre, 28º del tiempo ordinario. Esa participación nos hace seres divinos, poseedores de la Sabiduría, la cual no es cosa nuestra, pero que, como los racimos de la uva madura de la que saldrá el buen vino del reino, penden de nosotros, aunque, es verdad, nada depende de nosotros, pues es pura gracia. Si nos miramos en le espejo, no ha de ser nunca para vernos con gratitud exclamando a grandes voces: “mecachis, qué guapo/a soy”, pues a quien veremos será a Jesús colgado en la cruz. Porque es así, todas esas adjetivaciones son cosa nuestra, pues nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios.
Y cuando en ese espejo en que nos hemos mirado vemos a Cristo, sabemos que ha de padecer mucho y ser reprobado por esta generación. Fácil es, incluso, que nosotros mismos, tú y yo, seamos quienes lo reprobamos, pues somos frágiles y pecadores. Vasijas de barro, pero que llevan dentro un tesoro. Un tesoro que solo alcanzará su resplandor definitivo al final, cuando el Hijo del hombre aparezca como el fulgor del relámpago. Qué de ocasiones tendremos hasta entonces de abandonar la sabiduría y mancillar nuestra naturaleza divina. Necesitaremos día a día la humilde fe que, pase lo que pase, sea lo que fuere con nosotros y con nuestra vida, confía en Dios, la cual nos abre las puertas de la promesa.
¿Cómo?, ¿te has vuelto loco?, ¿no has hecho todas esas adjetivaciones cosa nuestra, cuando tan solo son de Dios? Pero si fueran únicamente de Dios significaría que no nos ha hecho participar de su naturaleza divina, como acontece cuando nos alimenta con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo, como de manera tan frecuente rezamos en las oraciones, por ejemplo, después de la comunión del pasado domingo 9 de octubre, 28º del tiempo ordinario. Esa participación nos hace seres divinos, poseedores de la Sabiduría, la cual no es cosa nuestra, pero que, como los racimos de la uva madura de la que saldrá el buen vino del reino, penden de nosotros, aunque, es verdad, nada depende de nosotros, pues es pura gracia. Si nos miramos en le espejo, no ha de ser nunca para vernos con gratitud exclamando a grandes voces: “mecachis, qué guapo/a soy”, pues a quien veremos será a Jesús colgado en la cruz. Porque es así, todas esas adjetivaciones son cosa nuestra, pues nosotros somos de Cristo y Cristo de Dios.
Y cuando en ese espejo en que nos hemos mirado vemos a Cristo, sabemos que ha de padecer mucho y ser reprobado por esta generación. Fácil es, incluso, que nosotros mismos, tú y yo, seamos quienes lo reprobamos, pues somos frágiles y pecadores. Vasijas de barro, pero que llevan dentro un tesoro. Un tesoro que solo alcanzará su resplandor definitivo al final, cuando el Hijo del hombre aparezca como el fulgor del relámpago. Qué de ocasiones tendremos hasta entonces de abandonar la sabiduría y mancillar nuestra naturaleza divina. Necesitaremos día a día la humilde fe que, pase lo que pase, sea lo que fuere con nosotros y con nuestra vida, confía en Dios, la cual nos abre las puertas de la promesa.
martes, 8 de noviembre de 2011
ME GUSTA MIRAR A JESÚS
Me gusta mirar a Jesús. A menudo cierro los ojos y me lo imagino en su vida cotidiana. Casi podría decir que le espío, que sigo sus pasos allá donde va y mi atenta mirada no deja escapar ningún detalle. Miro, observo, aprendo, para luego intentar imitarle. Me gusta acompañarle cuando trabaja en el taller. Me siento en una esquina para no molestarle y le observo. Trabaja en silencio, pero de vez en cuando canturrea alguna canción de Su tierra. Tiene siempre la mirada serena y da igual lo que haga: serrar, lijar, pulir… Siempre lo hace con primor y cuidando al máximo los detalles. Es un buen carpintero y le gusta lo que hace.
A menudo cierra los ojos y tengo la certeza de que está dando gracias al Padre. Jesús no sabe de perezas ni de dejar las cosas para mañana; es cumplidor, lo que ahora llamamos un buen profesional. Disfruto cuando llega algún cliente o amigo. Entonces, deja lo que está haciendo y toda su atención se concentra en la persona que tiene enfrente. Es afable, cariñoso y educado en sus formas. Me gusta cuando se ríe, tiene una risa limpia y sincera. Cuando se queda de nuevo solo, vuelve a la faena y no es raro que una leve sonrisa aparezca en Su rostro. Es feliz.
Me gusta verle con su familia y amigos. Es alegre y participa en fiestas y reuniones familiares con los demás. Es siempre bueno y comprensivo con todos, y es por eso que se le acercan a contarle confidencias y preocupaciones. Para todos tiene respuesta amable y certera y, sobre todo, para todos tiene mucho amor. Está claro que lee en los corazones de cuantos le rodean, y no juzga, precisamente porque sabe lo que hay en ellos. Dispuesto siempre a compartir con los suyos cualquier alegría, o cualquier tristeza. Me encanta Su mirada, tan tierna, tan compasiva, tan rebosante de Amor. Me gusta observarle cuando predica, cuando espontáneamente se forma un grupo a su alrededor y comienzan a plantearle diferentes cuestiones. A veces, es Él quien saca un tema y regala a cuantos le escuchan, sus sabias palabras. Su voz es clara, dulce y firme al mismo tiempo. Habla con seguridad, como lo hace quien se sabe poseedor de la Verdad. No me gusta menos observar a quienes Le escuchan, tan atentos todos, sus ojos clavados en el Señor y ansiosos por comprender su Palabra y aprender de ella. Jesús responde siempre con amabilidad, y cuanto más humilde se manifiesta una persona, con más respeto se dirige a ella. Es cierto que para Él todos somos iguales, somos sus hermanos y nos conoce bien.
Pero cuando más me gusta ver a Jesús es cuando ora. Allí, en su montaña, alejado de todo, en silencio y en comunión absoluta con el Padre. Es entonces cuando su rostro se transforma y es tal la serenidad y la paz que transmite, que sólo con mirarle siente uno la necesidad de recogerse también en oración. Silencio. Silencio. Miradle. Sólo ahí podemos encontrarnos con el Padre, sólo en el sagrado silencio podemos escuchar los susurros del Espíritu Santo iluminándonos, guiándonos con cariño, mostrándonos el camino que debemos seguir. Silencio. Recogimiento. Y a través de él, deshacernos de cuanto estorbe en nuestra mente y nuestro corazón, de todo aquello que nos impida pasar un rato con Él. Abandono. Darnos por completo, ofrecer cuanto somos, cuanto tenemos, para que Él saque provecho de nuestra ofrenda en favor de otros. Dejar que sea su Voluntad la que se cumpla en nuestra vida -la Suya, no la nuestra-, con confianza plena. Comunión. Unión íntima y sagrada con el Amor que todo lo puede, ese estado en el que todo es perfecto, nada falta, nada sobra. Agradecimiento. Sí, agradecer continuamente al Padre todos los dones que nos ofrece y de los que a veces, no somos conscientes.
Guillermo Urbizu
lunes, 7 de noviembre de 2011
CONTINUAMOS ESCUCHANDO AL PAPA EN LA JMJ
20 de Agosto, visita a la FUNDACIÓN INSTITUTO SAN JOSÉ
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Queridos hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios,
Distinguidas Autoridades,
Queridos jóvenes, familiares y voluntarios aquí presentes
Gracias de corazón por el amable saludo y la cordial acogida que me habéis dispensado.
Esta noche, antes de la vigilia de oración con los jóvenes de todo el mundo que han venido a Madrid para participar en esta Jornada Mundial de la Juventud, tenemos ocasión de pasar algunos momentos juntos y así poder manifestaros la cercanía y el aprecio del Papa por cada uno de vosotros, por vuestras familias y por todas las personas que os acompañan y cuidan en esta Fundación del Instituto San José.
La juventud, lo hemos recordado otras veces, es la edad en la que la vida se desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma. Por eso, cuando el dolor aparece en el horizonte de una vida joven, quedamos desconcertados y quizá nos preguntemos: ¿Puede seguir siendo grande la vida cuando irrumpe en ella el sufrimiento? A este respecto, en mi encíclica sobre la esperanza cristiana, decía: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre (…). Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38). Estas palabras reflejan una larga tradición de humanidad que brota del ofrecimiento que Cristo hace de sí mismo en la Cruz por nosotros y por nuestra redención. Jesús y, siguiendo sus huellas, su Madre Dolorosa y los santos son los testigos que nos enseñan a vivir el drama del sufrimiento para nuestro bien y la salvación del mundo.
Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida humana, creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para darle, además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que necesita. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro personal con Cristo. De ello sois muy conscientes vosotros, religiosos, familiares, profesionales de la salud y voluntarios que vivís y trabajáis cotidianamente con estos jóvenes. Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que está llamado el hombre: compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como ha hecho Dios mismo. Y en vuestra hermosa labor resuenan también las palabras evangélicas: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Por otro lado, vosotros sois también testigos del bien inmenso que constituye la vida de estos jóvenes para quien está a su lado y para la humanidad entera. De manera misteriosa pero muy real, su presencia suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación. Ciertamente, la vida de estos jóvenes cambia el corazón de los hombres y, por ello, estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido.
Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta civilización. Y como hijos de la Iglesia ofrecéis al Señor vuestras vidas, con sus penas y sus alegrías, colaborando con Él y entrando “a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano” (Spe salvi, 40).
Con afecto entrañable, y por intercesión de San José, de San Juan de Dios y de San Benito Menni, os encomiendo de todo corazón a Dios nuestro Señor: que Él sea vuestra fuerza y vuestro premio. De su amor sea signo la Bendición Apostólica que os imparto a vosotros y a todos vuestros familiares y amigos. Muchas gracias.
Señor Cardenal Arzobispo de Madrid,
Queridos hermanos en el Episcopado,
Queridos sacerdotes y religiosos de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios,
Distinguidas Autoridades,
Queridos jóvenes, familiares y voluntarios aquí presentes
Gracias de corazón por el amable saludo y la cordial acogida que me habéis dispensado.
Esta noche, antes de la vigilia de oración con los jóvenes de todo el mundo que han venido a Madrid para participar en esta Jornada Mundial de la Juventud, tenemos ocasión de pasar algunos momentos juntos y así poder manifestaros la cercanía y el aprecio del Papa por cada uno de vosotros, por vuestras familias y por todas las personas que os acompañan y cuidan en esta Fundación del Instituto San José.
La juventud, lo hemos recordado otras veces, es la edad en la que la vida se desvela a la persona con toda la riqueza y plenitud de sus potencialidades, impulsando la búsqueda de metas más altas que den sentido a la misma. Por eso, cuando el dolor aparece en el horizonte de una vida joven, quedamos desconcertados y quizá nos preguntemos: ¿Puede seguir siendo grande la vida cuando irrumpe en ella el sufrimiento? A este respecto, en mi encíclica sobre la esperanza cristiana, decía: “La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre (…). Una sociedad que no logra aceptar a los que sufren y no es capaz de contribuir mediante la compasión a que el sufrimiento sea compartido y sobrellevado también interiormente, es una sociedad cruel e inhumana” (Spe salvi, 38). Estas palabras reflejan una larga tradición de humanidad que brota del ofrecimiento que Cristo hace de sí mismo en la Cruz por nosotros y por nuestra redención. Jesús y, siguiendo sus huellas, su Madre Dolorosa y los santos son los testigos que nos enseñan a vivir el drama del sufrimiento para nuestro bien y la salvación del mundo.
Estos testigos nos hablan, ante todo, de la dignidad de cada vida humana, creada a imagen de Dios. Ninguna aflicción es capaz de borrar esta impronta divina grabada en lo más profundo del hombre. Y no solo: desde que el Hijo de Dios quiso abrazar libremente el dolor y la muerte, la imagen de Dios se nos ofrece también en el rostro de quien padece. Esta especial predilección del Señor por el que sufre nos lleva a mirar al otro con ojos limpios, para darle, además de las cosas externas que precisa, la mirada de amor que necesita. Pero esto únicamente es posible realizarlo como fruto de un encuentro personal con Cristo. De ello sois muy conscientes vosotros, religiosos, familiares, profesionales de la salud y voluntarios que vivís y trabajáis cotidianamente con estos jóvenes. Vuestra vida y dedicación proclaman la grandeza a la que está llamado el hombre: compadecerse y acompañar por amor a quien sufre, como ha hecho Dios mismo. Y en vuestra hermosa labor resuenan también las palabras evangélicas: “Cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt 25, 40).
Por otro lado, vosotros sois también testigos del bien inmenso que constituye la vida de estos jóvenes para quien está a su lado y para la humanidad entera. De manera misteriosa pero muy real, su presencia suscita en nuestros corazones, frecuentemente endurecidos, una ternura que nos abre a la salvación. Ciertamente, la vida de estos jóvenes cambia el corazón de los hombres y, por ello, estamos agradecidos al Señor por haberlos conocido.
Queridos amigos, nuestra sociedad, en la que demasiado a menudo se pone en duda la dignidad inestimable de la vida, de cada vida, os necesita: vosotros contribuís decididamente a edificar la civilización del amor. Más aún, sois protagonistas de esta civilización. Y como hijos de la Iglesia ofrecéis al Señor vuestras vidas, con sus penas y sus alegrías, colaborando con Él y entrando “a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano” (Spe salvi, 40).
Con afecto entrañable, y por intercesión de San José, de San Juan de Dios y de San Benito Menni, os encomiendo de todo corazón a Dios nuestro Señor: que Él sea vuestra fuerza y vuestro premio. De su amor sea signo la Bendición Apostólica que os imparto a vosotros y a todos vuestros familiares y amigos. Muchas gracias.
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