Cada día asistimos a pequeños y grandes milagros. En ocasiones nos llama más la atención lo espectacular, lo que queda bien en un comentario del Evangelio, lo que podemos comenzar a contar diciendo “¿sabes qué?”. Pero los milagros más grandes suelen ser los más escondidos, los que nadie conoce, los que no les damos importancia. El primero: la Eucaristía, el pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre de Cristo (en estos momentos en los que escribo acaban de consagrar en la Misa de la tarde). El segundo la confesión, milagro de la misericordia de Dios. hace no mucho confesaba a una persona que llevaba muchos, muchísimos años sin confesarse, y al terminar dijo: “¡Qué alivio!”. Y después un montón de pequeños-grandes milagros que casi nadie conoce.
“Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.” Que alguien perdone, y se perdone a sí mismo, es un gran pequeño milagro. Muchas veces pasa desapercibido, no se entera ni el que es perdonado, pero ocurre a menudo. Y por mucho que pase siempre me sorprende. Perdonar no es algo que nos salga naturalmente, no estoy aquí hablando en sentido antropológico o metafísico. Sino que para perdonar hay que saltar por encima de muchos pecados muy arraigados: el amor propio, la soberbia, el egoísmo, los respetos humanos…, perdonar no es nada fácil. Y si además de perdonar el Señor nos pide amar parece que la cosa se complica mucho más. No es sólo no tener en cuenta, es ser capaz de darse por aquel que te ha hecho daño.
Darse sólo se puede hacer de una manera. Soy capaz de dar mi vida entera no por aquel que me caiga bien, ni tan siquiera por aquel por el que tenga cierta “empatía” de esa. Sino que amando a Dios sobre todas las cosas soy capaz de amar a los que Él ama…, aunque sean mis enemigos. Darse -esto le encantaría al presidente de Venezuela-, significa “expropiarse”. Yo ya no soy mío, sino de Dios. Y amo lo que Cristo ama, aunque me duela. Y sin duda alguna uno de los amores más difíciles (aunque muchos no lo crean), es amarse a sí mismo como Dios te ama. Nos solemos querer muy mal y por eso nos cuesta mucho perdonarnos. Ten la certeza que cuando te confiesas y el sacerdote te da la absolución Dios te perdona y por lo tanto puedes perdonarte. Muchas personas siguen dando vueltas a su pasado o regodeándose en sus escrúpulos y hay que decirles: ¡Olvídate ya!. Quiérete y quiérete en gracia de Dios. Olvídate del pecado… y olvídate de pecar. Sólo cuando nos damos a Dios somos capaces de perdonar y perdonarnos…, no vamos a guardar un rencor que Dios no tiene.
Perdonar como la Virgen al pie de la cruz, darse como ella. Esa es la meta.
Comentario a la liturgia del día http://www.archimadrid.org/
1 comentario:
Ahora vienen las Palabras mas hermosas de la Litugia respecto a la Paz que dan cuando el Señor me permite ponerlas en practica.....He empezado a quererme a mi misma y todo cambia a mi alrededor......El lleva mi vida y la Alegria que me dá es mi Fortaleza. Un beso Balbi.
Te pido que reces por una intencion especial vale? Gracias.
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