Evangelio
En aquel tiempo, dijo Jesús a los fariseos:
«En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que salta por otra parte, ése es ladrón y bandido; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el guarda y las ovejas atienden a su voz, y él va llamando por el nombre a sus ovejas y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, camina delante de ellas, y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz: a un extraño no lo seguirán, sino que huirán de él, porque no conocen la voz de los extraños».
Jesús les puso esta comparación, pero ellos no entendieron de qué les hablaba. Por eso añadió Jesús: «En verdad, en verdad os digo: yo soy la puerta de las ovejas. Todos los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos; pero las ovejas no los escucharon. Yo soy la puerta: quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos. El ladrón no entra sino para robar y matar y hacer estragos; yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante».
Juan 10, 1-10
Aún en plena Pascua, se interrumpe, de pronto, la serie de relatos de la resurrección del Señor, y la liturgia de la Iglesia comienza a mostrar los perfiles del corazón de Cristo en quien creemos y a quien amamos. De entre ellos, a la Iglesia le ha parecido que no hay otro más atractivo que presentar a Jesús como Pastor de las ovejas y Puerta del redil. Seguramente, lo hace en sintonía con los primeros cristianos, pues también ellos creyeron que éste era uno de los rasgos que mejor definían a Jesús. Al tener que usar entre ellos un lenguaje especial y en clave, nos han dejado, sobre los muros de las catacumbas, el bello dibujo de un pastor cargando sobre sus hombros con una de sus ovejas, naturalmente siempre la más débil. Era de ese modo como interpretaban este bello texto, que recoge las palabras mismas de Jesús, las cuales, tras andar de boca en boca, recogieron y pusieron por escrito los evangelistas.
El evangelio de San Juan nos muestra al pastor que había descrito el mismo Jesús: el que, con su voz, se gana la confianza de las ovejas. En efecto, la voz es la contraseña entre el pastor y las ovejas. Y lo es porque es una voz de dedicación, de respeto, de servicio; en fin, es una voz de amor que sale del corazón. Entre el Pastor, que es Jesús, y las ovejas se establece una relación de intimidad y, por tanto, muy personal: Él las llama por su nombre y ellas le siguen porque conocen su voz. Esa intimidad entre el pastor y las ovejas se fragua en el aprisco, adonde las ovejas entran y salen con el pastor, que es también la puerta. Por eso, la voz del pastor es siempre reconocida, incluso cuando las ovejas han de salir fuera a la vida de los pastos y están más a la intemperie. Si entonces se pierden, el pastor sale en su busca y, cuando las encuentra, las trae sobre sus hombros de nuevo al redil. Para todos, Jesús es el Pastor y la Puerta de la salvación y de la vida abundante, es decir, de una vida santa y feliz.
Los católicos reconocemos el redil en la Iglesia, en la vida de la Iglesia; es en ella donde se aprende a conocer la voz del Pastor: en la palabra que exhorta y enseña coherentemente y siempre fiel y firme; en el encuentro con la gracia de los sacramentos; en el trato íntimo en la oración con el Pastor o en la vida de los pobres, a los que Jesús acompaña con especial cariño. Es en la Iglesia donde se hace el aprendizaje por el cual se graba en el corazón la voz del pastor. En ella se entra en intimidad con Él. «Es Cristo quien vive en mí», como dirá san Pablo. En realidad, entrar en la Puerta, que es Cristo, y dejarse guiar por el Buen Pastor es la vocación de todo cristiano. Quizás sea por eso que la Iglesia nos invita este domingo a rezar por las vocaciones, a proponer la vocación como seguimiento fiel y amoroso de Jesús que nos llama a seguirle.
Además, hoy, Domingo del Buen Pastor, la Iglesia nos sugiere que, en esta mirada a Jesucristo, recordemos con afecto a los pastores de la Iglesia, a cada uno de los obispos de nuestras diócesis y a los sacerdotes de nuestras parroquias, para que se reconozcan en el Pastor de los pastores, y sirvan a su grey según el corazón de Jesucristo. Pero también quiere que acojan con humildad sus severas advertencias a los malos pastores que se apacientan sólo a sí mismos, que roban la vida de la grey, o que la dividen y dispersan.
+ Amadeo Rodríguez Magro
obispo de Plasencia
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