LOS DOLORES DE MARIA EN LA TRADICION DE LA IGLESIA
"Marchesse, en su “Diario de María”, refiere una antigua tradición según la cual esta devoción comenzó en los tiempos apostólicos. Pocos años después, dice, de la muerte de María, cuando San Juan seguía llorándola, plugo a Nuestro Señor manifestársele acompañado de su Madre. Los Dolores de María y sus frecuentes visitas a los Santos Lugares de Pasión, era motivo continuo de las meditaciones del Evangelista, como quien había sido quince años hijo-custodio de la Madre de Jesús, a la cual oyó que, como pago de aquel fiel recuerdo, había solicitado de su Hijo una gracia especial en favor de cuantos con igual fidelidad conmemorasen los dolores sufridos por ella. Nuestro Señor accedió a la petición de su Madre, otorgando cuatro gracias especiales a los que practicasen esta devoción, a saber, alcanzar, algún tiempo antes de morir, perfecta contrición de todos sus pecados; una especial asistencia a la hora de la muerte; grabar profundamente en su espíritu los misterios de la Pasión, y una eficacia especial de cuanto en su recuerdo se pidiese María. En el séptimo libro de sus Revelaciones, refiere Santa Brígida que en Santa María la Mayor, en Roma, se le manifestó el inmenso aprecio que en el cielo se hacía de los dolores de la Santísima Virgen. A la Beata Benvenuta, religiosa dominica, le fue concedida la gracia de sentir en su alma el dolor que tuvo Nuestra Señora durante los tres días que creyó perdido al Niño Jesús. De la Beata Verónica de Binasco, refieren los Bolandistas que Nuestro Señor le dijo que las lágrimas derramadas por los dolores de su Madre le eran más agradables que las derramadas por su Pasión.
En su Historia de los Servitas, refiere Gianio que, elegido Inocencio IV Papa, miró con cierta prevención aquel Instituto, recién fundado por entonces junto a Florencia. Deseoso de proceder con toda circunspección en el asunto, encargó examinarlo a San Pedro Mártir, religioso dominico, el cual, durante su tarea, tuvo una visión: En la cima de una montaña elevada, florida y bañada de viva luz, se le apareció la Madre de Dios en un trono y rodeada de ángeles que ofrecían guirnaldas de flores, y siete azucenas de singular blancura que la Santísima Virgen estrechó un momento en su pecho, tejiéndolas luego como corona y ciñéndosela a su cabeza. Estas siete azucenas, según la interpretación de San Pedro Mártir, figuraban los siete fundadores de la Orden de los Servitas, a quienes la misma Santísima Virgen había inspirado la idea de crear un Instituto nuevo para el culto de los dolores por ella sufridos en la pasión y muerte de Jesús. Un día que Santa Catalina de Bolonia lloraba meditando los dolores de la Santísima Virgen, vio de pronto a su lado dos ángeles que lloraban con ella. Todo un libro voluminoso pudiera llenarse con la historia de visiones y revelaciones relativas a los dolores de María: quien busque documentación copiosa la encontrará en el Diario de María del oratoriano Marchesse, y en el Martirio del Corazón de María, del jesuita Sinischalchi.
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