domingo, 24 de abril de 2011

¡¡HA RESUCITADO!!

Evangelio


Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, fueron María la Magdalena y la otra María a ver el sepulcro. Y, de pronto, tembló fuertemente la tierra, pues un ángel del Señor, bajando del cielo y acercándose, corrió la piedra y se sentó encima. Su aspecto era de relámpago, y su vestido, blanco como la nieve; los centinelas temblaron de miedo y quedaron como muertos. El ángel habló a las mujeres:


«Vosotras no temáis, ya sé que buscáis a Jesús el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía, e id aprisa a decir a sus discípulos: Ha resucitado de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea. Allí lo veréis. Mirad, os lo he anunciado». Ellas se marcharon a toda prisa del sepulcro; llenas de miedo y de alegría, corrieron a anunciarlo a los discípulos.


De pronto, Jesús les salió al encuentro y les dijo: «Alegraos». Ellas se acercaron, le abrazaron los pies y se postraron ante Él. Jesús les dijo: «No temáis: id a comunicar a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán».

Mateo 28, 1-10

El que escribe lo hace antes de que se celebre el acontecimiento que comenta. Eso significa que he tenido que entrar en el clima de la Resurrección cuando aún estaban ustedes inmersos en la pasión y la muerte del Señor. También yo lo estaba, y muy de lleno. Quizás por eso lo que les comunica el ángel a María Magdalena y a la otra María, me produjo, una vez más, un profundo asombro; me pareció que lo escuchaba por primera vez. Al leer ha resucitado, sentí el estremecimiento de la fe; pues es así como entra en el corazón de los creyentes, como un rayo luminoso que todo lo inunda y lo conmueve. Así fue también el estremecimiento de las mujeres, al llegar al sepulcro. Ante estas benditas palabras, ante esta verdad maravillosa y decisiva, las mujeres sintieron miedo y alegría, los dos ingredientes del estupor ante la infinita grandeza y bondad de Dios, que había cumplido sus promesas.



Y enseguida pensé en ustedes, en cuantos conmigo leerán este texto evangélico y, sobre todo, lo escucharán en la santa y solemne Vigilia Pascual. En esa noche santa, todo coopera a que esa estremecida confesión de fe se renueve: el fuego en el cirio que nos acerca a Jesucristo resucitado, Luz del mundo; la historia de la salvación, que nos hace comprender el sentido del camino de la Pascua; y el agua que nos sumerge en su fuente y nos hace pasar, en Cristo, de la muerte a la vida. Todo coopera al gozo que produce esta noticia. En la noche de Pascua, y a lo largo de toda la vida, la experiencia cristiana pasa siempre por la aceptación gozosa de una verdad sencilla y primaria, de la que se desencadena la confesión de todas las verdades que creemos, vivimos y celebramos. Cuando decimos, desde el corazón, Jesucristo ha resucitado, sabemos que estamos confesando la minúscula semilla desde la que ha florecido el árbol frondoso que es la fe de la Iglesia.


Y como es fácil entrar en el clima de la Resurrección, porque en él vive la Iglesia, les invito a renovar ante esa experiencia conmovedora la convicción de que Jesucristo resucitado es la fuente de una nueva identidad, una nueva vida. Confesar que Jesucristo verdaderamente ha resucitado es la afirmación que nos sostiene en la fe y nos abre un horizonte de sentido, un universo de esperanza; pues para el que cree que Jesucristo ha resucitado siempre hay futuro, y para siempre. Se trata, por tanto, de un acontecimiento decisivo y esencial: «Sólo si Jesús ha resucitado, ha sucedido algo verdaderamente nuevo que cambia al mundo y la situación del hombre» (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, 2).


Creer en Jesucristo resucitado es siempre una fuerza para vivir en plenitud: nos traslada de la incertidumbre a la certeza, de la angustia a la alegría, de la desilusión al entusiasmo, del pecado a la gracia. Mientras no sintamos el gozo de este anuncio, la fe no ha llegado al fondo de la vida, y siempre será más formal que personal. De hecho, confesar la resurrección de Jesucristo es el gran impulso para el testimonio cristiano. La evangelización sólo la pueden hacer los que llevan esta convicción en su corazón y sólo puede llegar a su destino, que es el corazón de otro hombre o mujer, si pone en él la certeza de que Jesucristo ha resucitado.


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

2 comentarios:

Miriam dijo...

"La evangelización sólo la pueden hacer los que llevan esta convicción en su corazón y sólo puede llegar a su destino, que es el corazón de otro hombre o mujer, si pone en él la certeza de que Jesucristo ha resucitado."
Que se de esa convicción también en mi corazón , y sepa transmitirla
Feliz Pascua de Resurrección

Gizatar dijo...

¡ FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN !