domingo, 31 de agosto de 2014

DOMINGO XXII DEL TIEMPO ORDINARIO

EVANGELIO:
En aquel tiempo, empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén y padecer allí mucho por parte de los ancianos, sumos sacerdotes y escribas, y que tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día. 
Pedro se lo llevó aparte y se puso a increparlo: «¡No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.» 
Jesús se volvió y dijo a Pedro: «Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas corno los hombres, no como Dios.» 
Entonces dijo Jesús a sus discípulos: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará. ¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida? ¿O qué podrá dar para recobrarla? Porque el Hijo del hombre vendrá entre sus ángeles, con la gloria de su Padre, y entonces pagará a cada uno según su conducta.»

Palabra del Señor
¡Oh, Señora mía! ¡Oh, Madre mía!
Yo me ofrezco enteramente a Vos;
y en prueba de mi filial afecto os consagro en este día
mis ojos, mis oídos, mi lengua, mi corazón;
en una palabra, todo mi ser.
Ya que soy todo vuestro,
oh Madre de bondad,
guardadme y defendedme como cosa y posesión vuestra. Amén.
Con esta oración hacemos lo que San Pablo pedía a los Romanos cuando les decía:
Os exhorto, por la misericordia de Dios, a presentar vuestros cuerpos como hostia viva, santa, agradable a Dios; éste es vuestro culto razonable.
Sabemos que Dios no quiere de nosotros sacrificios de animalitos; que Jesús se ofreció por nosotros en la Cruz y que nosotros podemos ofrecernos con Él como víctimas vivas. Recitando esa oración ya nos estamos ofreciendo y bastaría con que luego, a lo largo del día, hiciéramos efectivo ese ofrecimiento para que fuésemos todos santos.
Unos ojos abiertos para descubrir las necesidades de los demás -como los de santa María- y no para curiosear en las vidas de los demás son un sacrificio agradable a Dios. Unos oídos abiertos para el que clama por la justicia y la misericordia y para la llamada de Dios; una lengua que alaba a Dios, que bendice, que da gracias, que proclama el Evangelio y no murmura; un corazón -como el de Santa María- que guarda y medita la Palabra; una persona consagrada de verdad a Santa María… esa es la ofrenda agradable a Dios.
Claro que no basta con recitar la oración. San Pablo añade:
Y no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto.
Al comenzar la jornada renovamos nuestro ofrecimiento con esa oración tan sencilla -hay otras, claro- y luego se trata de hacer efectivo ese ofrecimiento. No haría falta nada más para renovar nuestras vidas y para ofrecer a Dios un culto razonable. (El leccionario traduce culto razonable, pero el Papa Benedicto XVI lee culto modelado por la palabra).
Llevaba yo cinco años y medio sin visitar al dentista porque me daba miedo y pensaba: me va a descubrir un montón de caries, voy a tener que estar volviendo cada semana, me va a cobrar un montón de dinero y me va a hacer mucho daño. Así pensaba. Y estuve cinco años y medio con esa bobada sabiendo que tenía que ir al dentista -porque hay que ir cada seis meses- y no queriendo ir. Hasta que mi asesor de imagen y su amable esposa me dieron la dirección del dentista de San Miguel y me animaron a ir asegurándome que era muy buen dentista, que no hacía daño y que no era caro. Con amigos así da gusto. Entonces fui y -en media hora- estaba listo. Me hizo una limpieza de boca, no me hizo daño, me cobró poquísimo y me dijo que no tenía caries y que volviera a los seis meses. ¡Que descanso!
Lo cuento porque, a menudo, nos pasa algo parecido con Dios. Tenemos miedo de entreganros a Él, de abandonarnos en sus manos. No queremos cometer grandes pecados pero tampoco nos decidimos a tomar la cruz de cada día para seguir a Jesús. Decimos mañana. Y mañana volvemos a decir lo mismo. Y nos imaginamos que si damos un paso más en nuestra entrega van a ocurrirnos cosas horribles. Sabemos que Dios nos está llamando pero tenemos miedo.
Al pobre Jeremías le pasaba eso. La palabra de Dios le quemaba por dentro. Sabía que no podía callar; que debía denunciar el pecado, que no podía mirar a otro lado y vivir haciéndose el gracioso para quedar bien. Pero, por otra parte, hablar y dar testimonio de la verdad que ardía en su corazón lo había convertido en alguien incómodo y despreciado. Y se resistía
No me acordaré de él, no hablaré más en su nombre; ; pero la palabra era en mis entrañas fuego ardiente, encerrado en los huesos; intentaba contenerla, y no podía.
Hasta que se entregó.
Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir; me forzaste y me pudiste.
¡Qué alivio! ¡Que bien cuando, por fin, cedemos a la llamada de Dios!
También San Pedro quiso forcejear con Cristo. Acababa de proclamar su fe y había oído que Jesús le decía: Dichoso tú, Simón. Entonces Jesús les dijo que tenía que ir a Jerusalén y padecer mucho y morir antes de resucitar. Y San Pedro no hizo mucho caso de eso de resucitar. Se quedó con lo de morir y dijo:
No lo permita Dios, Señor! Eso no puede pasarte.
Jesús, perfecto Hombre, temblaba ante la idea de la muerte. La parte sensible de su voluntad se conmovía ante el dolor que le aguardaba, pero su alimento era hacer la Voluntad de su Padre y no necesitaba amigos que le hicieran más difícil la entrega. Por eso dio la espalda a Pedro diciendo:
Quítate de mi vista, Satanás, que me haces tropezar; tú piensas como los hombres, no como Dios.
Y luego nos explicó lo que deberíamos hacer todos para seguirle:
El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga.
Oímos lo de “negarse a sí mismo” y lo de “cruz” y empezamos a imaginarnos cosas raras y nos entra el miedo. Y, aunque sabemos que no hay otro camino nos resistimos. Nos resistimos a confesar nuestros pecados, por ejemplo: pasado mañana. Nos resistimos a entrar por la senda estrecha: mañana. Tratamos de convencernos de que podemos vivir con una vela encendida a Dios y otra vela encendida al diablo aunque, en el fondo, sabemos que ese no es el camino. Hasta que damos el paso; nos dejamos vencer por Dios y descubrimos que no era para tanto, que la Cruz la lleva Él y que Él nos auxilia.
Entonces ¡que alivio! Y qué alegría cada vez que nos abandonamos a Él. Ya no cuentan las penas decía San Josemaría. Y es verdad. La paz y la alegría vienen de ese abandono confiado.
Es maravillosa la oración del salmista:
Toda mi vida te bendeciré
y alzaré las manos invocándote.
Porque fuiste mi auxilio,
y a la sombra de tus alas canto con júbilo;
mi alma está unida a ti,
y tu diestra me sostiene.
Cada día, al despertarnos, renovamos nuestro ofrecimiento con la seguridad de que Santa María nos llevará de la mano y, después de este destierro, nos mostrará a Jesús, fruto bendito de su vientre. Ruega por nosotros, Santa Madre de Dios. Ruega por esos hermanos nuestros que están padeciendo el martirio y por nosotros que queremos ser tuyos de verdad.
Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel de Salinas

sábado, 30 de agosto de 2014

10 CONSEJOS DE S. AGUSTÍN PARA ORAR

1. "Vete al Señor mismo, al mismo con quien la familia descansa, y llama con tu oración a su puerta, y pide, y vuelve a pedir. No será Él como el amigo de la parábola: se levantará y te socorrerá; no por aburrido de ti: está deseando dar; si ya llamaste a su puerta y no recibiste nada, sigue llamando que está deseando dar. Difiere darte lo que quiere darte para que más apetezcas lo diferido; que suele no apreciarse lo aprisa concedido". (Sermón 105).
 
2. "Tiene Él más ganas de dar que nosotros de recibir; tiene más ganas Él de hacernos misericordia que nosotros de vernos libres de nuestras miserias". (Sermón 105).
 
 
3. "La oración que sale con toda pureza de lo intimo de la fe se eleva como el incienso desde el altar sagrado. Ningún otro aroma es más agradable a Dios que éste; este aroma debe ser ofrecido a él por los creyentes". (Coment. sobre el Salmo 140).
 
 
4. "Si la fe falta, la oración es imposible. Luego, cuando oremos, creamos y oremos para que no falte la fe. La fe produce la oración, y la oración produce a su vez la firmeza de la fe". (Catena Aurea).
 
 
5. "Cuando nuestra oración no es escuchada, es porque pedimos aut mali, aut male, aut malaMali, porque somos malos y no estamos bien dispuestos para la petición. Male, porque pedimos mal, con poca fe o sin perseverancia, o con poca humildad. Mala, porque pedimos cosas malas, o van a resultar, por alguna razón, no convenientes para nosotros". (La ciudad de Dios, 20, 22).
 
 
6. "Puede resultar extraño que nos exhorte a orar aquel que conoce nuestras necesidades antes de que se las expongamos, si no comprendemos que nuestro Dios y Señor no pretende que le descubramos nuestros deseos, pues Él ciertamente no puede desconocerlos, sino que pretende que, por la oración, se acreciente nuestra capacidad de desear, para que así nos hagamos más capaces de recibir los dones que nos prepara. Sus dones, en efecto, son muy grandes y nuestra capacidad de recibir es pequeña e insignificante. Por eso, se nos dice: Dilatad vuestro corazón". (Carta 130, a Proba).
 
 
7. "Con objeto de mantener vivo este deseo de Dios, debemos, en ciertos momentos, apartar nuestra mente de las preocupaciones y quehaceres que de algún modo nos distraen de él, y amonestarnos a nosotros mismos con la oración vocal; no vaya a ocurrir que nuestro deseo comience a entibiarse y llegase a quedar totalmente frío, y, al no renovar con frecuencia el fervor, acabe por extinguirse del todo". (Carta 130, a Proba).
 
 
8. "Lejos de la oración las muchas palabras; pero no falte la oración continuada, si la intención persevera fervorosa. Hablar mucho en la oración es tratar una cosa necesaria con palabras superfluas: orar mucho es mover, con ejercicio continuado del corazón, a aquel a quien suplicamos, pues, de ordinario, este negocio se trata mejor con gemidos que con discursos, mejor con lágrimas que con palabras." (Carta 121 a Proba).
 
 
9."Haz tú lo que puedas, pide lo que no puedes, y Dios te dará para que puedas". (Sermón 43, sobre la naturaleza y la gracia).
 
 
10. "Si vas discurriendo por todas las plegarias de la santa Escritura, creo que nada hallarás que no se encuentre y contenga en esta oración dominical (Padrenuestro)". (Carta 130, a Proba).
 
 
Artículo originalmente publicado por Oleada Joven  

jueves, 28 de agosto de 2014

CAMBIO DE AGUJAS: MARIO JOSEPH

Hoy celebramos a S. Agustín, un gran santo, uno de los tesoros de esta gran familia a la que Dios nos ha regalado pertenecer. Y El sigue llamando, sigue transformando vidas, sigue saliendo al encuentro de aquellos a los que ama. Hoy el testimonio de Mario Joseph, musulmán que se formaba para ser imán y que se encontró con Jesús desde el Corán. Impresionante testimonio:





miércoles, 27 de agosto de 2014

CONTRA EL RESENTIMIENTO










El resentimiento es un sentimiento  que aparece como respuesta emocional negativa ante lo que nos pasa y  percibimos como ofensa  quedando en nuestro interior como un veneno que se activa cada vez más, pues dicho sentimiento negativo se vuelve a vivenciar, a sentir una y otra vez. De ahí el término resentimiento.

Los antídotos son:

Reflexión: Disponernos a oponer la primer barrera a éstos sentimientos negativos con la disposición a la objetividad, en cuanto a que la ofensa, siendo real, puede estar exagerada por nosotros o simplemente ser imaginaria; no dejarnos arrastrar en un primer impulso por un sentimiento negativo que de entrada  no controlemos racionalmente.

Autoconocimiento: Debemos conocernos, pues existen temperamentos que se prestan a guardar recuerdos y sentimientos, lo cual es bueno, siempre que no sean negativos y nos afecten. De ser así, queda siempre el recurso de la
formación del carácter del cual  depende de nuestra  voluntad personal para no admitirlos, se trata de lograr la actitud de un querer no querer experimentar nuevamente las emociones negativas durante el transcurso del tiempo.

Evitar la susceptibilidad: Reconocer que es un lastre  llevar en las espaldas el “sentirse” por tantas circunstancias ordinarias e intrascendentes como: un comentario crítico; una llamada de atención; una mirada de indiferencia o desprecio; un determinado tono de voz; una ironía;  alguna omisión de los demás, como la ausencia de felicitación por el cumpleaños; alguien que no saludó; no dieron las gracias; no invitaron a la fiesta; no lo  valoran o toman en cuentan; no piden su opinión o no le hacen caso; y un largo etc. Todo ello,  viene por estar demasiado pendientes de nosotros mismos, la persona egocéntrica se hace muy vulnerable porque le da demasiada importancia a todo lo que a ella se refiera, sobre todo si considera que son negativas por parte de los demás.

Controlar la imaginación: La imaginación es útil y muy necesaria controlada por la inteligencia y voluntad para su aplicación a realidades positivas; cuando por lo contrario, la imaginación actúa sin estos controles, exagera las cosas de tal manera que suele provocar resentimientos gratuitos, por infundados.

Comprensión con los demás: Si al analizar los agravios recibidos, siendo reales y además en su justa dimensión, hacemos además un esfuerzo por  comprender la forma de actuar del ofensor y descubrir los atenuantes de su forma de proceder, nuestra reacción negativa no solo no quedará reforzada, sino que podrá  desaparecer si adquirimos de estar manera la capacidad de debilitar el estímulo.

Voluntad para logros que den satisfacción: Al no alcanzar lo que desearía o lo propuesto, la voluntad débil influye sobre el entendimiento deformando la realidad y quitando valor a aquello que no se ha podido adquirir y prefiere vivir en el peligro del pasado, cuando expresa “tiempos pasados fueron mejores”, aunque en ellos se encuentre latente el resentimiento.  Es necesario tener una correcta actitud respecto de los valores,  entre más elevados poner mayor empeño en alcanzarlos; es muy cierto el refrán “un buen presente borra todo mal pasado”. Ejemplos: empezar nuevos estudios, practicar nuevo deporte, hacer nuevos amigos, etc. Se trata de fortalecer el carácter acometiendo retos que exijan vencimiento personal.

Aprender a ser feliz: No depender del curso que tomen los acontecimientos y ante las pruebas, no sólo no dejar que se conviertan en fuentes de frustración y amargura, sino ver en ellas la amabilísima voluntad de Dios.

Tener clara la misión en la vida: Valorando nuestras capacidades y cualidades personales, limitaciones y defectos, en un proyecto que le dé sentido a la existencia y que coincidan con el plan de Dios sobre nosotros.

Perdonar: No es lo mismo disculpar que perdonar. Pedimos disculpas cuando el acto no ha sido verdaderamente intencional o propiamente personal, como cuando accidentalmente hemos roto el apreciado florero de nuestro anfitrión. Cuando por lo contrario, el acto ha sido libre y conscientemente  agresivo, no es cuestión ya de pedir disculpas, sino perdón. Se disculpa al inocente y se perdona al culpable, por lo tanto, es más fácil disculpar que perdonar, y el perdón, puede en ciertos casos resultar en extremo difícil o  humanamente inconcebible, pero en este punto debemos reconocer que el perdón no es ya un sentimiento, sino un acto de la voluntad en donde se busca adherirse al plan de Dios. 

Es así que las exigencias del amor de Dios entre los hombres superan la natural capacidad humana, por eso Jesús invita a los suyos a una meta que no tiene límites, porque sólo desde ahí podrán intentar lo que les está pidiendo: “Sean misericordiosos como su padre Dios es misericordioso”, ideal con el que contamos con la ayuda de Dios mismo.

La vocación al amor por el perdón marca la libertad de los hijos de Dios, Jesucristo enseña a orar y a pedir confiada e insistentemente se nos conceda  esta gracia.

“Perdona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.

Reflexiones tomadas de los apuntes del Padre Francisco Ugarte Corcuera.
Por Orfa Astorga de Lira

martes, 26 de agosto de 2014

MATICES SOBRE LA HUMILDAD

Cuanto más volvamos sobre la naturaleza y necesidad de la humildad, mejor. Porque es virtud escasa, difícil de adquirir, y sin embargo nosotros seguimos al Humilde que se despojó de su rango hasta la muerte y muerte de cruz (cf. Flp 2,5ss).


Soberbia y orgullos son contrarios al ser de Dios y profundamente destructores de la naturaleza humana, de nuestra humanidad concreta. La humildad sí nos conviene a quienes somos, por naturaleza, imperfectos, débiles y pecadores. ¿Quién puede permitirse ser soberbio -orgulloso, perfecto de sí mismo- cuando la realidad de la fragilidad y del pecado se imponen?
 
La humildad, tan necesaria, incluye otras pequeñas virtudes, que la acompañan, que nacen de ella, que son sus auxiliares.

Vamos a reflexionarlas, dejarnos catequizar, para luego poner por obra.

"San Pablo nos indica algún elemento concreto de esta respuesta [vital y vocacional] con cuatro palabras: “humildad”, “dulzura”, “magnanimidad”, “soportándoos mutuamente por amor”. Quizás podamos meditar brevemente estas palabras en las que se expresa el camino cristiano...
 
"Humildad": la palabra griega es tapeinophrosyne, la misma palabra que san Pablo usa en la Carta a los Filipenses cuando habla del Señor, que era Dios y se humilló, se hizo tapeinos, descendió hasta hacerse criatura, hasta hacerse hombre, hasta la obediencia de la Cruz (cfr Fil 2,7-8). Humildad, por tanto, no es una palabra cualquiera, una como modestia, algo... sino que es una palabra cristológica. Imitar al Dios que desciende hasta mí, que es tan grande que se hace mi amigo, sufre por mí, ha muerto por mí. Esta es la humildad que hay que aprender, la humildad de Dios. Quiere decir que debemos vernos siempre en la luz de Dios; así, al mismo tiempo, podemos conocer la grandeza de ser una persona amada por Dios, pero también nuestra pequeñez, nuestra pobreza, y así comportarnos justamente, no como amos, sino como siervos. Como dice san Pablo: “No pretendemos imponer nuestro dominio sobre vuestra fe, lo que queremos es aumentar vuestro gozo" (2Cor 1,24). Ser sacerdote, aún más que ser cristiano, implica esta humildad.

"Dulzura": en el texto griego aquí está la palabra praütes, la misma palabra que aparece en las Bienaventuranzas: “Bienaventurados los mansos porque ellos heredarán la tierra" (Mt 5,5,). Y en el libro de los Números, el cuarto libro de Moisés, encontramos la afirmación de que Moisés era el hombre más manso del mundo (cfr 12,3) y, en este sentido, era una prefiguración Cristo, de Jesús, que dice de sí mismo: “Yo soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). También esta palabra, por tanto, “manso”, “dulzura”, es una palabra cristológica e implica de nuevo esta imitación de Cristo. Porque en el Bautismo somos conformados a Cristo, por tanto debemos conformarnos a Cristo, encontrar este espíritu del ser mansos, sin violencia, de convencer con el amor y con la bondad.

"Magnanimidad", makrothymia significa la generosidad del corazón, no ser minimalistas que dan sólo lo que es estrictamente necesario: démonos a nosotros mismos con todo lo que podemos, y crezcamos también nosotros en la magnanimidad.

“Soportándoos en el amor”: es una tarea de cada día soportare unos a otros en la propia alteridad, y precisamente soportándonos con humildad, aprender el verdadero amor" (Benedicto XVI, Lectio divina con los seminaristas de Roma, 4-marzo-2011).

Javier Sánchez Martínez en ReL 

lunes, 25 de agosto de 2014

MIRA ESTE VÍDEO: ¡¡QUÉ FE TAN HERMOSA!!

Me han conmovido profundamente estas imágenes, me han hecho preguntarme si es que yo leo las Sagradas Escrituras con el mismo amor y celo que muestran estos hermanos chinos. Si es verdad que, como dice el Papa Emérito Benedicto XVI: “La Palabra de Dios es como una escalera con la que podemos subir y, con Cristo, también bajar a la profundidad de su amor. Una escalera para llegar a la Palabra en las palabras”, es fundamental que yo me deje tocar por el testimonio de estos cristianos orientales, porque es precisamente esto lo que ellos han intuido en la Biblia. Ayudados seguramente por el duro contexto de vivir obligados a estar lejos de Ella, han comprendido mejor que nadie cuán acuciante y necesario es poder acercarse en un modo tan concreto y tan humano a las profundidades del amor de Dios.

Pero estemos atentos a darle a la Biblia el lugar adecuado en la vida de un católico. Creo que este breve texto extraído de un discurso del Papa Francisco a la Pontificia Comisión Bíblica puede sernos muy útil:

“Las Sagradas Escrituras, como sabemos, son el testimonio escrito de la Palabra divina, el memorial canónico que atestigua el acontecimiento de la Revelación. La Palabra de Dios, por lo tanto, precede y excede a la Biblia. Es por ello que nuestra fe no tiene en el centro sólo un libro, sino una historia de salvación y sobre todo a una Persona, Jesucristo, Palabra de Dios hecha carne. Precisamente porque el horizonte de la Palabra divina abraza y se extiende más allá de la Escritura, para comprenderla adecuadamente es necesaria la constante presencia del Espíritu Santo que «guiará hasta la verdad plena» (Jn 16, 13). Es preciso situarse en la corriente de la gran Tradición que, bajo la asistencia del Espíritu Santo y la guía del Magisterio, reconoció los escritos canónicos como Palabra dirigida por Dios a su pueblo y nunca dejó de meditarlos y descubrir en ellos las riquezas inagotables. El Concilio Vaticano II lo ratificó con gran claridad en la constitución dogmática Dei Verbum: «Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio de conservar e interpretar la Palabra de Dios» (n. 12)”

Mauricio Artieda


domingo, 24 de agosto de 2014

DOMINGO XXI DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio según San Mateo 16,13-20. 

Al llegar a la región de Cesarea de Filipo, Jesús preguntó a sus discípulos: "¿Qué dice la gente sobre el Hijo del hombre? ¿Quién dicen que es?". 
Ellos le respondieron: "Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, Jeremías o alguno de los profetas". 
"Y ustedes, les preguntó, ¿quién dicen que soy?". 
Tomando la palabra, Simón Pedro respondió: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo". 
Y Jesús le dijo: "Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. 
Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder de la Muerte no prevalecerá contra ella. 
Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo". 
Entonces ordenó severamente a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Mesías. 
-Yo soy cristiano porque he nacido en un país y en una familia católica; si hubiera nacido en un país musulmán sería musulmán. 
Estas y otras cosas me decía hace poco mi asesor de imagen mientras -con admirable maestría- terminaba de arreglarme el pelo igualando las patillas.
Discutir con alguien que está usando la navaja tan cerca de tus orejas es temerario. Callé. Pero hoy, aprovechando que ha venido a Misa y que cuando viene a Misa me escucha con la misma atención que yo le dedico en la barbería, he dado mi opinión al respecto.
Es verdad que el haber nacido en un ambiente católico nos ha facilitado una educación cristiana y que, si hubiéramos nacido en otro ambiente cultural habríamos recibido otra educación. Pero no es verdad que seamos cristianos porque el mundo nos ha hecho así. En nuestros viejos catecismos aprendíamos a responder a la pregunta “¿eres cristiano?” diciendo: “soy cristiano por la gracia de Dios”. No es la educación o el ambiente cristiano lo que nos convierte en cristianos sino Dios mismo que nos capacita para profesar nuestra fe en Jesús como  el Mesías, el Hijo de Dios.
Nuestros padres y catequistas pueden habernos enseñado la doctrina pero solamente el Maestro Interior, el Espíritu Santo, puede llevarnos a profesar la fe.
Lo mismo le digo a otro amigo que no viene a Misa y suele poner como excusa que estudió en un colegio de religiosos y que fue monaguillo y que se aprendió el catecismo y la Misa en latín. Es como si dijera: ¿para qué más Misas si ya me lo sé todo?
La Virgen María no nació en una familia cristiana. Fue educada en las costumbres y tradiciones de Israel. El Espíritu Santo la preparó para aceptar los planes de Dios sobre ella y para convertirse en la primera y mejor discípula de Cristo. Por eso, cuando aquella mujer gritó entre el gentío dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron, Jesús le dijo: mejor dichosos los que escuchan la Palabra de Dios y la cumplen. No es la carne y la sangre lo que nos hace discípulos, sino la obediencia de la fe.
Tampoco San Pedro y los demás apóstoles se criaron en familias cristianas. Cuando Jesús, después de preguntarles sobre las opiniones que circulaban acerca de Él, les preguntó y vosotros, ¿quién decís que soy yo? San Pedro hizo su profesión de fe: Tú eres el mesías, el Hijo de Dios vivo. No era algo que hubiera aprendido en la escuela y, así, Jesús le dijo: ¡Dichoso tú, Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Estoy leyendo un libro titulado Yo encontré a Cristo en el Corán. Es el testimonio de un Imán convertido al cristianismo. Y es hermoso ver como, después de su conversión, su vida se iluminó con una luz nueva y pudo reconocer que Dios había empezado a trabajar en él desde su niñez preparándolo para su encuentro con Cristo.
Nació en una familia musulmana. Un día visitó con su madre un hospital católico y empezó a hacer preguntas. Los musulmanes veneran a la Virgen María como a la más santa de las mujeres y conservan muchas tradiciones sobre Nuestra Señora. A aquel niño le gustaban esas historias y hacía que su madre se las repitiese. Se despertó en él una gran admiración hacia Santa María. Luego lo enviaron a una escuela árabe y estudió a fondo el Corán, pero el Espíritu Santo seguía inquietando su corazón. Siendo ya Imán tuvo que hacer un viaje para dar unas charlas sobre el Islam. En el autobús viajaba una monja y se atrevió a hacerle algunas preguntas sobre Jesús. La religiosa le dijo que no se consideraba capacitada para aclarar todas sus dudas, pero le dio la dirección de un centro católico donde podrían atenderle. El Imán cambió sus planes, fue a aquel centro y se quedó allí durante cuarenta días estudiando el Evangelio. Salió siendo cristiano de corazón.
He llegado hasta ahí en la lectura pero sé que, cuando habló a su padre de su decisión de bautizarse, la respuesta fue, más o menos así: en ese caso no tengo más remedio que matarte.
Cuando termine de leerlo contaré el final pero ya se ve que no es el haber nacido en una familia o en un ambiente -la carne y la sangre- lo que nos hace cristianos, sino el Espíritu Santo.
Y no son nuestras fuerzas, nuestra cultura o nuestros planes quienes sostienen la Iglesia sino el mismo Dios que convirtió al débil Pedro en Roca Fuerte.
¡Pobre San Pedro! Poco después de que Jesús lo llamase “dichoso” por esa profesión de fe que era manifestación del Espíritu, empezó a hablar otra vez con la pobre sabiduría de la carne y el mismo Jesús, dándole la espalda, dijo: apártate de mí, Satanás.
No, no es la educación lo que nos hace cristianos sino el Espíritu Santo. Por la gracia de Dios empezamos a ser cristianos. Debemos rezar pidiendo como el salmista: no abandones la obra de tus manos. Solamente por la gracia de Dios seguimos siendo cristianos y necesitamos, como San Pablo, admirarnos cada día ante la sabiduría de Dios a Quien solamente se debe dar Gloria Y si un día morimos con los Nombres de Jesús, José y María en los labios y no es simplemente una muestra de buena crianza cristiana sino un acto de fe, también eso será una victoria de Dios es nosotros.
Javier Vicens
Párroco de S. Miguel de Salinas

sábado, 23 de agosto de 2014

EL PAPA IMPRESIONADO POR LA FE DE LA MADRE DE FOLEY

El Papa Francisco mantuvo una larga conversación telefónica con la madre de James Foley, el periodista estadounidense decapitado por los yihadistas del Estado Islámico (EI), y "quedó fuertemente impresionado por la gran fe de la mujer". Así lo explicó hoy el subdirector de la Oficina de Prensa del Vaticano, Ciro Benedettini, en unas declaraciones a Radio Vaticana, en las que explicó que la conversación telefónica, "muy larga", se produjo ayer jueves poco después de las 20 horas, cuando el Santo Padre terminó de cenar.
Francisco pudo hablar, en inglés, tanto con la madre y el padre del periodista asesinado, así como con un familiar que hablaba español, que en algunos momentos hizo de intérprete, y a ellos les expresó "su cercanía ante el dolor que están sufriendo".
El jesuita cercano a la familia James Martin explicó ayer tras la conversación telefónica que los padres de Foley están"conmovidos" y "agradecidos"por el interés demostrado por el pontífice argentino, informó Radio Vaticano. El mismo Martin explica que "creo que es un inmenso consuelo para ellos el hecho de que el mismo Papa ha llamado a la familia para expresar sus condolencias y su proximidad".
Según Catholic News Service, el presidente Obama llamó a los padres de Foley, John y Diana Foley, antes de dirigirse a la nación para hablar de la muerte de su hijo y les dijo:“Tenemos el corazón destrozado”. Cuando el presidente estaba haciendo su discurso público sobre la muerte de James Foley, sus padres hablaban con la prensa en la puerta de su casa.
“Le damos gracias a Dios por el regalo que ha sido Jim. Estamos muy, muy orgullosos de él”,dijo Diana Foley.  Y añadió que era “un periodista valiente, que no tenía miedo, el mejor de América”.
 Que la relación con Dios es la fuerza que sostiene a los padres de James Foley en este terrible momento se puso de manifiesto ayer cuando John y Diane hablaron con los periodistas que se reunieron en frente de la casa. Ni una palabra de odio. No hay petición de venganza, sólo oraciones:
"Sabemos- dijo el padre entre lágrimas - que Jimmy es libre, libre al fin. Y sabemos que está en las manos de Dios. Sabemos cómo Dios trabaja, sabemos qué ahora está en el Cielo ".
Por su parte, la madre puso el énfasis en el poder que la oración dio a su hijo: "Eran realmente tantas personas que han orado por Jim y creo que fue lo que le dio este increíble coraje. Jim confió en la oración. Fue fuerte, valiente, cariñoso hasta el final. Nunca habría querido que hubiera prevalecido en el odio o amargura, y él quería seguir orando para que los otros rehenes estadounidenses se salvarán."
Foley se graduó en 1996 en Marquette, una universidad jesuita. Él mismo contaba que durante su primer secuestro en 2011 por los partidarios de Gadafi en medio de la guerra civil libia, llegó a apreciar mucho el rezo del rosario.

sábado, 16 de agosto de 2014

DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio de nuestro Señor Jesucristo
según san Mateo
15, 21-28

Jesús partió de Genesaret y se retiró al país de Tiro y de Sidón. Entonces una mujer cananea, que procedía de esa región, comenzó a gritar: «¡Señor, Hijo de David, ten piedad de mí! Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio». Pero El no le respondió nada.
Sus discípulos se acercaron y le pidieron: «Señor, atiéndela, porque nos persigue con sus gritos».
Jesús respondió: «Yo he sido enviado solamente a las ovejas perdidas del pueblo de Israel».
Pero la mujer fue a postrarse ante Él y le dijo: «¡Señor, socórreme!»
Jesús le dijo: «No está bien tomar el pan de los hijos, para tirárselo a los cachorros».
Ella respondió: «¡Y sin embargo, Señor, los cachorros comen las migas que caen de la mesa de sus dueños!»
Entonces Jesús le dijo: «Mujer, ¡qué grande es tu fe! ¡Que se cumpla tu deseo!» y en ese momento su hija quedó sana.

Palabra del Señor.

Viniendo de Madrid hace una semana el coche me dejó tirado en la autopista, cerca de Tarancón. Me puse mi chaleco reflectante y mi sombrero blanco y, después de colocar el triangulito me refugié detrás del quitamiedos. Justo en ese momento salieron de su madriguera, a mis pies, dos conejos asustados que me asustaron un poco.
Cuando Jesús fue a la región de Tiro y Sidón -el Líbano actual según los sabios- los discípulos no podían sospechar que allí una mujer extranjera daría una memorable lección de fe.
En la Evangelii gaudium el Papa ha recordado la necesidad de llevar por todas partes la alegría del evangelio sin timideces ni pesimismos. Cada cierto tiempo se oye decir que el Evangelio ya no tiene nada que aportar al hombre de hoy; que ya no es posible creer ese anuncio ni participar de esa alegría. Y podemos acabar creyendo ese mal augurio, acomplejándonos y sintiendo la tentación de ocultarnos. Pero el Papa visita Corea del Sur y nos enteramos de que hay allí una Iglesia llena de vida y de que es el país en el que se bautiza más gente; cien mil adultos al año. La Iglesia ha aprendido de Jesús que no hay barreras para el Espíritu Santo.
Jesús fue a la región de Tiro y Sidón para dejarse encontrar por una mujer que sufría mucho y para liberar a su hija del poder del diablo. Quizá esta sea la primera enseñanza para nosotros. En todas partes hay personas que están preparadas, bien dispuestas para acoger el Evangelio. Y en todas partes hay personas necesitadas del consuelo y de la alegría del Evangelio. Donde menos se espera, salta la liebre. Hace falta que nosotros nos dejemos encontrar por esas personas, que no nos escondamos ni ocultemos la luz del Evangelio.
Se ve que aquella mujer cananea conocía las profecías de Israel porque llamó a Jesús “Hijo de David”. Y se ve que era muy humilde porque se postró ante Él para hacer su petición. Y cuando Jesús le dijo No es bueno echar a los perros el pan de los hijos, no se sintió ofendida; reconoció que no podía exigir nada y que debía hacer el papel del perrito que se conforma con las migajas que caen de la mesa.
Una lección de fe y de humildad para nosotros que hemos sido invitados a la mesa como hijos, por la Misericordia  de Dios. Y nos la da una mujer cananea y paganilla. El Amable Espíritu Santo hace que la liebre salte donde menos se espera.
Javier Vicens Hualde
Párroco de S. Miguel de Salinas

viernes, 15 de agosto de 2014

LA ASUNCIÓN DE MARÍA A LOS CIELOS

El Papa Francisco visita Corea del Sur. Elevemos nuestras oraciones por los frutos de este viaje.



En días como hoy, quisiera yo escribir palabras que hiciesen arder el folio… Pero el folio es “virtual”, y si arde el ordenador no podría escribir nada más. En todo caso, es difícil, muy difícil, hacer pasar a través de estos pequeños dedos el fuego que abrasa las entrañas. Cuando haya terminado de escribir, y lea las pobres palabras que han quedado colgadas del monitor, sé que me sentiré frustrado. Volveré a repetirme que estoy solo, solo con esta mezcla de consuelo y desconsuelo que me hace vivir como si llevase una bomba adherida al alma.

Siento consuelo porque soy carne, amo la carne, y no sé manifestar ni recibir el cariño por un camino distinto del que ha tendido ante mí esta carne bendita. No sé amar a la Virgen sin amar sus labios, sus mejillas, sus manos, sus pies, y su sonrisa. Y al considerar el misterio de su Asunción al Cielo en cuerpo y alma me siento muy aliviado: esos labios, esas mejillas, esas manos, esos pies y esa sonrisa están a salvo en la eternidad. Nadie puede arrebatármelas: ni las deteriorará el paso del tiempo, ni las consumirá la muerte, ni las surcará con su arado la tristeza. María, mi Madre, en cuerpo y alma, vive, eternamente joven y eternamente hermosa, en el Cielo. Allí me está esperando, y allí la imagino… Sé que en el Paraíso no hay dolor, pero ¿disparataré si digo que la imagino sonriendo -¡sonriendo, sí, con sus labios de carne gloriosa!- mientras clava sus ojos -¿de qué color son?- en mi pequeño rostro? ¿Será delirio decir que imagino lágrimas de ternura entre sus párpados mientras contempla cómo este pequeñín pasa por el mundo haciendo el ridículo y amando a Dios? También me consuela, y mucho, el saber que seguiré sus pasos, y el soñar con el ansiado día en que esta pobre carne de muerte se revista de gloria, y estas mejillas cansadas puedan recibir el beso de sus labios… Entonces la abrazaré, y lloraré sobre sus hombros lágrimas de fuego.
Siento un enorme desconsuelo porque Ella está allí mientras yo estoy aquí… ¡Qué terrible distancia para la carne, la que separa el Cielo de la Tierra! Sé que María está, ahora mismo, más cerca de mí que las personas a quienes veo apenas levanto la vista.

Lo sé, lo creo, y por eso lo escribo… Pero el saberlo no trae consuelo a mis ojos, ni a mis labios, ni a mis manos, que han de seguir crucificadas en el hambre porque no ven a Aquélla a quien aman. No me tengáis esto en cuenta, pero cuando pienso que, después de la muerte, y si Dios en su misericordia quiere otorgarme la Vida Eterna, aún reposará mi cuerpo en el sepulcro en espera del último día mientras mi alma descansa en la gloria… Cuando pienso eso, hasta el Cielo se me hace duro. Es un disparate; sé que el Cielo no puede ser sino dicha, pero, visto desde aquí, no sé cómo se las ingeniará el Señor para hacerme feliz sin mis manos, sin mis labios, y sin que mis ojos de carne se alegren con la contemplación de la hermosura de Cristo y de María.
Basta. Os resumiré, en una palabra, el modo en que en la tierra celebraré esta fiesta del Cielo: impaciencia.


Comentario a la liturgia del día en www.archimadrid.org

miércoles, 13 de agosto de 2014

EL ADULTERIO Y LA CONCUPISCENCIA DE LA MIRADA



1. Quiero concluir hoy el análisis de las palabras que pronunció Cristo, en el sermón de la montaña, sobre el «adulterio» y sobre la «concupiscencia», y en particular del último miembro del enunciado, en el que se define específicamente a la «concupiscencia de la mirada», como «adulterio cometido en el corazón».

Ya hemos constatado anteriormente que dichas palabras se entienden ordinariamente como deseo de la mujer del otro (es decir, según el espíritu del noveno mandamiento del decálogo). Pero parece que esta interpretación -más restrictiva- puede y debe ser ampliada a la luz del contexto global. Parece que la valoración moral de la concupiscencia (del «mirar para desear») a la que Cristo llama «adulterio cometido en el corazón», depende, sobre todo, de la misma dignidad personal del hombre y de la mujer; lo que vale tanto para aquellos que no están unidos en matrimonio, como -y quizá más aún- para los que son marido y mujer.

2. El análisis, que hasta ahora hemos hecho del enunciado de Mt 5, 27-28 «Habéis oído que fue dicho. No adulterarás. Pero yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró con ella en su corazón», indica la necesidad de ampliar y, sobre todo, de profundizar la interpretación presentada anteriormente, respecto al sentido ético que contiene este enunciado. Nos detenemos en la situación descrita por el Maestro, situación en la que aquel que «comete adulterio en el corazón», mediante un acto interior de concupiscencia (expresado por la mirada), es el hombre. Resulta significativo que Cristo, al hablar del objeto de este acto, no subraya que es «la mujer del otro», o la mujer que no es la propia esposa, sino que dice genéricamente: la mujer. El adulterio cometido «en el corazón no se circunscribe a los límites de la relación interpersonal, que permiten individuar el adulterio cometido «en el cuerpo». No son estos límites los que deciden exclusiva y esencialmente el adulterio cometido «en el corazón», sino la naturaleza misma de la concupiscencia, expresada en este caso a través de la mirada, esto es, por el hecho de que el hombre -del que, a modo de ejemplo, habla Cristo- «mira para desear». El adulterio «en el corazón» se comete no solo porque el hombre «mira» de ese modo a la mujer que no es su esposa, sino precisamente porque mira así a una mujer. Incluso si mirase de este modo a la mujer que es su esposa, cometería el mismo adulterio «en el corazón».

3. Esta interpretación parece considerar, de modo más amplio, lo que en el conjunto de los presentes análisis se ha dicho sobre la concupiscencia, y en primer lugar sobre la concupiscencia de la carne, como elemento permanente del estado pecaminoso del hombre (status naturæ lapsæ). La concupiscencia que, como acto interior, nace de esta base (como hemos tratado de indicar en el análisis precedente), cambia la intencionalidad misma del existir de la mujer «para» el hombre, reduciendo la riqueza de la perenne llamada a la comunión de las personas, la riqueza del profundo atractivo de la masculinidad y de la feminidad, a la mera satisfacción de la «necesidad» sexual del cuerpo (a la que parece unirse más de cerca el concepto de «instinto»). Una reducción tal hace, sí, que la persona (en este caso, la mujer) se convierta para la otra persona (para el hombre) sobre todo en objeto de la satisfacción potencial de la propia «necesidad» sexual. Así se deforma ese recíproco «para», que pierde su carácter de comunión de las personas en favor de la función utilitaria. El hombre que «mira» de este modo, como escribe Mt 5, 27-28, «se sirve» de la mujer, de su feminidad, para saciar el propio «instinto». Aunque no lo haga con un acto exterior, ya en su interior ha asumido esta actitud, decidiendo así interiormente respecto a una determinada mujer. En esto precisamente consiste el adulterio «cometido en el corazón». Este adulterio «en el corazón» puede cometerlo también el hombre con relación a su propia mujer, si la trata solamente como objeto de satisfacción del instinto.

4. No es posible llegar a la segunda interpretación de las palabras de Mt 5, 27-28, si nos limitamos a la interpretación puramente psicológica de la concupiscencia, sin tener en cuenta lo que constituye su específico carácter teológico, es decir, la relación orgánica entre la concupiscencia (como acto) y la concupiscencia de la carne, como, por decirlo así, disposición permanente que deriva del estado pecaminoso del hombre. Parece que la interpretación puramente psicológica (o sea, «sexológica») de la «concupiscencia», no constituye una base suficiente para comprender el relativo texto del sermón de la montaña. En cambio, si nos referimos a la interpretación teológica -sin infravalorar lo que en la primera interpretación (la psicológica) permanece inmutable- ella, esto es, la segunda interpretación (la teológica) se nos presenta como más completa. En efecto, gracias a ella, resulta mas claro también el significado ético de enunciado-clave del sermón de la montaña, el que nos da la adecuada dimensión del ethos del Evangelio.

5. Al delinear esta dimensión, Cristo permanece fiel a la ley: «No penséis que he venido a abrogar la ley y los profetas no he venido a abrogarla, sino a consumarla» (Mt 5, 17) En consecuencia, demuestra cuanta necesidad tenemos de descender en profundidad, cuánto necesitamos descubrir a fondo las interioridades del corazón humano, a fin de que este corazón pueda llegar a ser un lugar de «cumplimiento» de la ley. El enunciado de Mt 5, 27-28, que hace manifiesta la perspectiva interior del adulterio cometido «en el corazón» -y en esta perspectiva señala los caminos justos para cumplir el mandamiento: «no adulterarás»-, es un argumento singular de ello. Este enunciado (Mt 5, 27-28), efectivamente, se refiere a la esfera en la que se trata de modo particular de la «pureza del corazón» (cf. Mt 5, 8) (expresión que en la Biblia -como es sabido- tiene un significado amplio). También en otro lugar tendremos ocasión de considerar cómo el mandamiento «no adulterarás» -el cual, en cuanto al modo en que se expresa y en cuanto al contenido, es una prohibición unívoca y severa (como el mandamiento «no desearás la mujer de tu prójimo» Ex 20, 17)- se cumple precisamente mediante la «pureza de corazón». Dan testimonio indirectamente de la severidad y fuerza de la prohibición las palabras siguientes del texto del sermón de la montaña, en las que Cristo habla figurativamente de «sacar el ojo» y de «cortar la mano», cuando estos miembros fuesen causa de pecado (cf. Mt 5, 29-30). Hemos constatado anteriormente que la legislación del Antiguo Testamento, aun cuando abundaba en castigos marcados por la severidad, sin embargo, no contribuía «a dar cumplimiento a la ley», porque su casuística estaba contramarcada por múltiples compromisos con la concupiscencia de la carne. En cambio, Cristo enseña que el mandamiento se cumple a través de la «pureza de corazón», de la cual no participa el hombre sino a precio de firmeza en relación con todo lo que tiene su origen en la concupiscencia de la carne. Adquiere la «pureza de corazón» quien sabe elegir coherentemente a su «corazón»: a su «corazón» y a su «cuerpo».

6. El mandamiento no adulterarás» encuentra su justa motivación en la indisolubilidad del matrimonio, en el que el hombre y la mujer, en virtud del originario designio del Creador, se unen de modo que «los dos se convierten en una sola carne» (cf. Gén 2, 24) El adulterio contrasta, por su esencia, con esta unidad, en el sentido de que esta unidad corresponde a la dignidad de las personas. Cristo no solo confirma este significado esencial ético del mandamiento, sino que tiende a consolidarlo en la misma profundidad de la persona humana. La nueva dimensión del ethos está unida siempre con la revelación de esa profundidad, que se llama «corazón» y con su liberación de la «concupiscencia», de modo que en ese corazón pueda resplandecer más plenamente el hombre: varón y mujer, en toda la verdad del recíproco «para». Liberado de la constricción y de la disminución del espíritu que lleva consigo la concupiscencia de la carne, el ser humano: varón y mujer, se encuentra recíprocamente en la libertad del don que es la condición de toda convivencia en la verdad, y, en particular, en la libertad del recíproco donarse, puesto que ambos, marido y mujer, deben formar la unidad sacramental querida por el mismo Creador, como dice el Génesis 2, 24.

7. Como es evidente, la exigencia, que en el sermón de la montaña propone Cristo a todos sus oyentes actuales y potenciales, pertenece al espacio interior en que el hombre -precisamente el que le escucha- debe descubrir de nuevo la plenitud perdida de su humanidad y quererla recuperar. Esa plenitud en la relación recíproca de las personas: del hombre y de la mujer, el Maestro la reivindica en Mt 5, 27-28, pensando sobre todo en la indisolubilidad del matrimonio, pero también en toda otra forma de convivencia de los hombres y de las mujeres, de esa convivencia que constituye la pura y sencilla trama de la existencia. La vida humana, por su naturaleza, es «coeducativa», y su dignidad, su equilibrio dependen, en cada momento de la historia y en cada punto de longitud y latitud geográfica, de «quién» será ella para el, y él para ella.

Las palabras que Cristo pronunció es el sermón de la montaña tienen indudablemente este alcance universal y a la vez profundo. Sólo así pueden ser entendidas en la boca de Aquel, que hasta el fondo «conocía lo que en el hombre había» (Jn 2, 25), y que, al mismo tiempo, llevaba en sí el misterio de la «redención del cuerpo», como dirá San Pablo. ¿Debemos temer la severidad de estas palabras, o más bien, tener confianza en su contenido salvífico, en su potencia?

En todo caso, el análisis realizado de las palabras pronunciadas por Cristo en el sermón de la montaña abre el camino a ulteriores reflexiones indispensables para tener plena conciencia del hombre «histórico», y sobre todo del hombre contemporáneo: de su conciencia y de su «corazón».

San Juan Pablo II