viernes, 27 de junio de 2014

SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN

En esta fiesta tan querida para la Iglesia, encomendamos especialmente a los niños que ya están en Casalgordo participando en el primer campamento Parroquial de este verano.


Tomadlo como algo personal, pero nunca me han gustado las imágenes que muestran a Jesús con el Corazón fuera del pecho. El corazón está bien donde Dios lo puso: dentro de su caja torácica, guardado como un tesoro en su caja de caudales. A la vez, no me canso de contemplar la imagen recia del Crucificado con el Costado abierto, donde el Corazón se derrama sin abandonar su abrigo.
Esa llaga es la respuesta a un “Jesús, ¿Tú me quieres?” que llevo años preguntando de rodillas. “Si el Señor se enamoró de vosotros y os eligió, no fue por ser vosotros más numerosos que los demás, pues sois el pueblo más pequeño, sino que, por puro amor vuestro…” Como su Cuerpo en la Eucaristía, su Amor por mí está en esa llaga escondido y manifestado a la vez. Escondido, porque pocas veces lo siento. Si tuviera que fiarme de mis sentimientos, la soledad me aterraría… Pero hace tiempo que dejé de fiarme de ellos. También ese Jesús abierto está plagado de soledad. Al mismo tiempo, la llaga que a Jesús y a mí nos duele es la manifestación de Amor más sobrecogedora que jamás he recibido. Desde que la conocí, nunca he dudado del Amor que Cristo siente por mí.
Esa llaga me ha hecho sentirme muy pequeño. Mientras me estremezco al ver y oír los borbotones de Sangre, descubro la insignificancia del corazón de una criatura. Se me llenan los labios, se me empañan los ojos diciendo “Jesús, te quiero”, y mi “te quiero” es nada, apenas un átomo de amor que sale al encuentro del Cosmos, mientras el Cosmos, enamorado de mí, ha estallado y ya se lanza enloquecido por la ventana del Costado esperando que mis pobres manos lo recojan… ¡Insensato Jesús! ¿Quién soy yo? “En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios sino en que Él nos amó”.
Esa llaga me ha hecho descansar. Me fatigué buscando cariño, y todo me parecía poco. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados”… Me arrodillé ante el Crucifijo y lancé mi pregunta: “Jesús, ¿Tú me quieres?”. Reciamente, dolorosamente me respondió la llaga. Entonces me abracé a mi hambre y descansé. “…Y yo os aliviaré”. Cuando la Sangre tocó mi corazón cansado, comencé a comprender: “soy manso y humilde de corazón”. Aún estoy empezando, y apenas sé nada, pero he entendido que ese Corazón se recuesta en la Cruz como el esposo en el tálamo, y descansa en Amor mientras el Cuerpo muere. Y yo, que no sé explicarme, he sido invitado a reposar allí de mis fatigas abrigado por la espesura de una noche muy cerrada… Bastaba decir “sí”, y recostar la cabeza sobre la llaga. Esa llaga es la almohada que cubre la aspereza de la Cruz, y permite el milagro de quedar allí dormido mientras la mano de Jesús recorre tus cabellos para que no despiertes. Entonces dices “estoy bien”, y sabes que es cierto porque duermes, aunque la sábana que te cubre y el Lecho que te sostiene sean tristeza… Disparato. Y, como disparato, termino, resumo, y repito. Todo era tan sencillo como auparse hasta los labios de María y decir “Fiat”.

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jueves, 26 de junio de 2014

DIOS SIGUE HACIENDO MILAGROS



¡Ay, cuanto cuesta a veces creerle a la oración! En medio de nuestro tiempo tan horizontal, tan materialista, tan eficientista, tan controlador. Pero cuando ocurren los milagros…. aaa, entonces todo cambia. Uno se emociona. Es como despertar de un sueño. ÉL existe. Él es más grande, más cierto, más real que todo lo que veo, toco, mido… Más que los pronósticos médicos, más que los cálculos humanos, más que las posibilidades de la razón… La razón no es todo, no puede abarcarlo todo. Todo. La razón no tiene la última palabra sobre todo. Estamos en contacto constante con el Infinito, y necesitamos sacudirnos para notarlo, para no darlo todo por descontado, para no olvidar. Dios se manifiesta siempre, la mayoría de veces en modo sutil (requiere un esfuerzo encontrar su sintonía), pero otras tantas de modo estrepitoso. Esto es el milagro: una manifestación portentosa, estrepitosa del Misterio. Y nos conmueve, como nos conmueve el  video de hoy. Ante esto muchos se escandalizan. Ante lo incomprensible buscan racionalizar el milagro, dando explicaciones horizontales. Otros en cambio nos renovamos profundamente confirmando nuestra fe ¿Y cómo no hacerlo? Sí, y cuanto… Porque cuando se miran los hechos con los ojos de la fe, ¡cuánto cambia la vida! Es la misma Antonia a enseñárnoslo con su ejemplo, cuando dice todo lo que le pasó no fue sino un milagro, obra de la gracia, concedida a través de la oración (intercesión) de tantos. Esto nos recuerda hoy.
Sin embargo, el despertar puede durar poco. Y otra vez las ideas de nuestro tiempo prevalecen: “No vale la pena”, “Dios no te escucha” “Es pura coincidencia”  “Existen otras razones” “Todo el mundo sabe que es imposible” etc.  Te olvidas. Dicen que uno de los males que más promueve el demonio es el olvido. Olvidas lo que has apenas visto. Olvidas que Dios es real, que esta presente y obra en tu vida. Olvidas la grandeza de Dios y la fuerza que tiene la oración. Y desconfías. Dejas de rezar, dejas de buscarlo. ¿No era acaso eso lo que le pasaba a cada rato a Israel, y después también a los discípulos? Olvidar, desconfiar, y… sí, y de que manera… Pero el Señor siguió haciendo milagros, para ayudarlos, porque sabía que eran débiles (como nosotros), para fortalecer su fe. Por eso el Señor nos regala hoy tantos milagros, como este.
Vale la pena difundir este testimonio. Porque es un milagro que nos abre al misterio, y que desenmascara la falsa pretensión de nuestro tiempo, que busca reducir todo a lo meramente natural… como si lo sobrenatural fuese algo ficticio, o al máximo algo añadido, externo, para algunos. Cuando en realidad es todo lo contrario. Estamos en contacto constante con lo sobrenatural, con la gracia, con Dios. Hacen parte de nuestro cotidiano. Somos abiertos a Dios, somos capaces de Dios… somos seres constitutivamente en tensión hacia el infinito. Por eso es que podemos hablarle, y Él nos escucha. Sí, sin duda alguna Dios escucha nuestra oración. Cuando se llora desde los más profundo, con sinceridad, como se le habla a un amigo íntimo, Dios escucha. Y si se hace en grupo mejor. Mientras más gente mejor. Ya lo dijo Él mismo «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt. 18,20). La oración en comunión genera un diálogo aun más vital, más profundo. Porque somos Iglesia, un solo cuerpo. Esto también se ve reflejado en las redes sociales. 
Dos o tres, o mil. Todos juntos rezando, trabajando, haciendo apostolado. Esto es lo que han conseguido hacer nuestros amigos de Mayfeelings en su página para rezar por los demás. Y por supuesto, ahí esta Jesús, en medio de ellos, en medio de nosotros. El video de hoy es una demostración fehaciente de lo que venimos dicendo. Las redes sociales que nos ayudan a conectarnos, como un gran cuerpo. Y ahí están los frutos. Dos, tres o mil, quién sabe cuantos han rezado por Antonia. Eran muchos de hecho… gracias a ellos el Señor ha estado en medio de nosotros, y lo hemos visto obrar cosas grandes, y estamos alegres. Volvamos, pues, a ensanchar el espíritu. Démonos un tiempo para rezar más, pongámonos también de nuestra parte, porque como nos recuerda Antonia, por un lado esta la gracia, sí, el milagro, pero también se requiere de nuestra cooperación (cuando nos pidan 10 pasos, demos 11, no es acaso, lo mismo que decía el Señor en el Evangelio). Volvamos a rezar, entremos en contacto… recemos juntos, para  agradecer por tantos dones recibidos, como este, por Antonia, y para seguir pidiendo, porque son muchos los que todavía necesitan de nuestra oración.
Textos para meditar
1. “Signos” de la omnipotencia divina y del poder salvífico del Hijo del hombre, los milagros de Cristo –narrados en los Evangelios– son también la revelación del amor de Dios hacia el hombre, particularmente hacia el hombre que sufre, que tiene necesidad, que implora la curación, el perdón, la piedad. Son, pues, “signos” del amor misericordioso proclamado en el Antiguo y Nuevo Testamento (cfr. Encíclica Dives in misericordia). Especialmente, la lectura del Evangelio nos hace comprender y casi “sentir” que los milagros de Jesús tienen su fuente en el corazón amoroso y misericordioso de Dios que vive y vibra en su mismo corazón humano. Jesús los realiza para superar toda clase de mal existente en el mundo: el mal físico, el mal moral, es decir, el pecado, y, finalmente, a aquél que es “padre del pecado” en la historia del hombre: a Satanás.
Los milagros, por tanto, son “para el hombre”. Son obras de Jesús que, en armonía con la finalidad redentora de su misión, restablecen el bien allí donde se anida el mal, causa de desorden y desconcierto. Quienes los reciben, quienes los presencian se dan cuenta de este hecho, de tal modo que, según San Marcos, “…sobremanera se admiraban, diciendo: «’Todo lo ha hecho bien; a los sordos hace oír y a los mudos hablar»!” (Mc 7, 37: 2).
7. Si se acepta la narración evangélica de los milagros de Jesús —y no hay motivos para no aceptarla, salvo el prejuicio contra lo sobrenatural—, no se puede poner en duda una lógica única, que une todos estos “signos” y los hace emanar de la economía salvífica de Dios: estas señales sirven para la revelación de su amor hacia nosotros, de ese amor misericordioso que con el bien vence al mal, cómo demuestra la misma presencia y acción de Jesucristo en el mundo. En cuanto que están insertos en esta economía, los “milagros y señales” son objeto de nuestra fe en el plan de salvación de Dios y en el misterio de la redención realizada por Cristo.
(Audiencia general de SS Juan Pablo II el 9 de diciembre, de 1987)

Publicado en www.catholic-link.com

martes, 24 de junio de 2014

NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA

“Él pidió una tablilla y escribió: «Juan es su nombre.»”… Hoy día, en muchas familias, la elección del nombre de los recién llegados se está convirtiendo en un ejercicio de imaginación muy poco imaginativo. En los últimos siete años, he conocido niños con nombres tediosamente originales: tamaras, vanessas, yónatans, tais, albas, amarantas, y una niña que se llamaba Libertad a quien no quisieron desatar, con el Bautismo, de los grilletes del Demonio. La primera criatura que bauticé se llamó Yaiza.

 Tras mucho indagar, supe que el nombre pertenecía a una marca de compresas. Ahora se llevan, en España, los nombres medievales: Alonso, Rodrigo, Gonzalo, Diego, Álvaro… Por lo menos, esta moda tiene santos detrás. ¿Me creeréis si os digo que, en los últimos siete años, no he bautizado a ninguna Carmen, Pilar, José o Juan? Sin embargo, hasta hace unas décadas, a los niños se les imponían nombres de santos. En algunos casos, se dejaba elegir la suerte del nombre al santo del natalicio, pero esta práctica la han lamentado muchos, nacidos el día de San Tiburcio o Santa Mamerta… Con todo, lo más frecuente era, especialmente en el caso del primogénito, recurrir a los santos familiares: yo llevo el nombre de mi padre, como está mandado, y me alegro. Es la forma que tiene la familia de tomar posesión de sus retoños.

Desde el principio fue así: al invitar Yahweh a Adán a poner nombre a los animales, le otorgaba la posesión de las bestias. El propio Dios se negó a revelar su nombre, y los israelitas rehúsan pronunciarlo, porque nadie puede tener dominio sobre Él. Entre nosotros, prescribe la liturgia que el sacerdote debe inclinar la cabeza cuando menciona los nombres de “Jesús” o “María”. Al cambiar el nombre de Simón por el de Pedro, Jesús arrebató un miembro a la familia del apóstol y lo tomó como heredad suya.
Muchas religiosas y religiosos cambian su nombre al entrar en religión: con ello dejan de pertenecer al mundo y pasan a pertenecer a Dios. Rezo yo para que Yaiza se haga monjita y se llame Teresa María de San José, a ver si así se la arrebatamos a los fabricantes de compresas.

Si Zacarías e Isabel renunciaron a elegir un nombre para su hijo, es porque aquel niño era todo de Dios, y Dios ya lo había llamado “Juan”… Otro tanto sucederá con Jesús. Pero fue necesario, para que la llamada de Dios sobre el profeta se llevase a término, que aquellos padres santos renunciasen a poseer a su hijo y se convirtiesen en siervos del plan divino. Sin esa renuncia, Juan no hubiera sido San Juan, sino otro Zacarías del que no tendríamos noticia… He pedido a la Virgen por tantos matrimonios jóvenes que hoy día se obsesionan con la “planificación familiar”. A Ella, y a San Juan, les he suplicado que les muestren el camino hacia quien mejor planifica las familias: Dios… Los hijos que Dios quiera, cuantos Dios quiera, cuando Dios quiera… Y que, al sentir la vida palpitar en sus vientres, caigan de rodillas preguntando a Dios qué quiere de ese niño. Finalmente, y a la hora de elegir el nombre… ¡Por favor, buen gusto!

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domingo, 22 de junio de 2014

CORPUS CHRISTI

Él te afligió haciéndote pasar hambre y después te alimentó con el maná, que tú no conocías ni conocieron tus padres, para enseñarte que no solo vive el hombre de pan, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios.
Aquí hay que considerar tres cosas:
Primera: El hambre que habla de nuestra pobreza.
Segunda: El alimento que nosotros conocemos y que sacia el hambre.
Tercera: El alimento que Dios nos da como remedio para nuestra pobreza.
El hambre es signo de la pobreza del hombre. Los reyes también necesitan comer ¡pobriños! Y el mismo Dios, cuando se hizo hombre, andaba necesitado -el pobre- de comida. Tuve hambre y me disteis de comer.
El alimento que nosotros conocemos sacia el hambre, pero no remedia nuestra pobreza y, a menudo, la acrecienta. Porque el que tiene hambre de pan se conforma con un mendrugo pero los que estamos hartos de pan nos sentimos muy desdichados al comprobar que hemos engordado, que tenemos colesterol y que no somos felices.
El alimento que Dios nos da es el único remedio para nuestra pobreza. Se llama Eucaristía. Nosotros no podemos hacerlo y, por mucho que avance la ciencia, nunca sabremos cómo hacerlo porque viene del Cielo.
Nosotros presentamos el pan y el vino -frutos de la tierra y del trabajo del hombre- como signos de nuestra pobreza y Dios -sin que sepamos cómo- nos los devuelve transubstanciados en alimento de vida eterna.
Si venimos a comulgar hartos de pan y satisfechos de nosotros mismos, la Eucaristía no remediará nuestra pobreza. En cambio, si venimos a comulgar humildemente, como mendigos, podremos salir a la calle y volver a casa llevando con nosotros la riqueza de Dios. La Eucaristía enriquece al que la recibe con humildad. Ese puede enriquecer al mundo porque lleva consigo la riqueza de Dios.
Dicen los sabios que la costumbre de sacar en procesión la Eucaristía es del siglo XIII. Sin duda será como dicen los sabios. Pero la idea es de Dios que se hizo Hombre -pobre y esclavo por más señas- para poder pasear con nosotros y remediar así nuestra pobreza. A Dios le encanta pasear por el mundo con los pobres. Siempre estará con ellos.

Javier Vicens en su blog "Zaqueo"

viernes, 20 de junio de 2014

AMAR A LOS ENEMIGOS

El amor al prójimo puede nacer en el corazón de un modo espontáneo o como fruto de una decisión y es, siempre, un don de Dios.
De hecho -gracias Dios- solemos amar a los que nos aman, aunque no siempre es así. Hay quien odia a cualquiera que le lleve la contraria. Esto es terrible porque el tal acaba enemistado con quienes le quieren bien y rechaza el amable don de Dios que hace fácil y alegre y espontáneo el amor a quienes nos aman.
Si amas a los que te aman dale -hermano- gracias a Dios que ha puesto en ti y en ellos el dulce amor.
Pero si solo amas a los que te aman, aún te falta algo para ser perfecto, y es abrir tu corazón al don que Dios quiere hacerte con tal que decidas aceptarlo, a saber: el amor a tus enemigos.
Lo primero que has de considerar es que ese don del amor a los enemigos te fue dado con todos los demás dones en el bautismo y que lo has perdido por tu culpa. Examina tu conciencia y mira cuándo aprendiste -y de quién- a maldecir a tus enemigos, a murmurar de ellos, a guardar rencores, a insultar, a desear venganza… Sabes bien que no fue Dios ni su Ángel quien te enseñó esas cosas, así que no porfíes en ellas ni te excuses. Mira lo que dice el Ángel de Dios: Que la puesta del sol no os sorprenda en vuestro enojo. No dejéis resquicio al diablo. 
Y tú, que andas enojado -como Ajab- con tu vecino  porque no te vende su viña o por otra nonada ¿no temes que el diablo se cuele en tu corazón por esa puerta grande?
Muy bien, ya has examinado tu conciencia. Te veo pesaroso y arrepentido de los males que has deseado a tus enemigos, de los insultos, de las amenazas, de las vengancillas que has tramado y de las zancadillas que has puesto. También te veo arrepentido por el bien que has dejado de hacer a tus enemigos. Ya comprendes que so no puede agradar a Dios pero dices: aún no siento amor por mis enemigos. ¿Cómo vas a sentirlo si no lo tienes porque lo has perdido? Y ¿quién te lo retornará sino Aquel que primero te lo dio?
Anda, hermano, y confiesa con humildad los pecados que has cometido contra tu prójimo; y descubre en su raíz la soberbia que te impide sufrir con paciencia y te mueve a devolver mal por mal. Y, ya que estás de camino hacia el confesonario, mira si ese odio a tus enemigos no ha enfriado un tantico la caridad con los amigos. Porque debes saber que la soberbia casa mal con el amor y que algunos, a fuerza de odiar a sus enemigos acaban viéndolos por todos lados y se quedan, al fin, más solos que la una.
Ya te has confesado. ¿Ves qué fácil? Has tomado la decisión de amar a tus enemigos y esa ya es una decisión de amor. No te faltará la gracia de Dios para mantenerla. Ahora sigue el consejo y el ejemplo de Nuestro Señor Jesucristo y ponte a rezar por todos los que te han hecho algún mal, pero no como el que se siente superior a ellos sino como el que se siente hermano de ellos y tiene, como ellos, necesidad de perdón. Te aseguro que no tardarás en sentirte hermano de ellos ahora que has reconocido tus propios pecados y estás rezando -quizá por primera vez en mucho tiempo- con el humildad el Pater noster que te ha puesto el cura como penitencia.
Vete en paz, hermano.

Javier Vicens

martes, 10 de junio de 2014

¡¡QUÉ ADMIRABLE ES TU NOMBRE EN TODA LA TIERRA!!

Hoy te invitamos a contemplar un vídeo que ha grabado el cielo durante siete días. Está grabado en Canarias. Para el científico será una ocasión de confirmar sus cálculos, de observar fenómenos; para el contemplativo, para el hombre de fe, es una ocasión de maravillarse nuevamente por la obra del Creador y de alabarle y bendecirle porque "todo era bueno".



The Mountain from TSO Photography on Vimeo.

domingo, 8 de junio de 2014

DOMINGO DE PENTECOSTES

Evangelio
Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. En esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».
Juan 20, 19-23
Todos hemos visto en alguna ocasión la escena de un coche averiado: dentro está el conductor y detrás una o dos personas empujando fatigosamente el vehículo, intentando inútilmente darle la velocidad necesaria para que arranque. Se detienen, se secan el sudor, vuelven a empujar... Y de repente, un ruido, el motor se pone en marcha, el coche avanza y los que lo empujaban se yerguen con un suspiro de alivio. Es una imagen de lo que ocurre en la vida cristiana. Se camina a fuerza de impulsos, con fatiga, sin grandes progresos. Y pensar que tenemos a disposición un motor potentísimo («¡el poder de lo alto!») que espera sólo que se le ponga en marcha. La fiesta de Pentecostés debería ayudarnos a descubrir este motor y cómo ponerlo en movimiento.

El relato de Hechos de los Apóstoles comienza diciendo: «Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar». De estas palabras deducimos que Pentecostés preexistía... a Pentecostés. En otras palabras: había ya una fiesta de Pentecostés en el judaísmo y fue durante tal fiesta que descendió el Espíritu Santo. No se entiende el Pentecostés cristiano sin tener en cuenta el Pentecostés judío que lo preparó. En el Antiguo Testamento ha habido dos interpretaciones de la fiesta de Pentecostés. Al principio era la fiesta de las siete semanas, la fiesta de la cosecha, cuando se ofrecía a Dios la primicia del trigo; pero sucesivamente, y ciertamente en tiempos de Jesús, la fiesta se había enriquecido de un nuevo significado: era la fiesta de la entrega de la ley en el monte Sinaí y de la alianza.

Si el Espíritu Santo viene sobre la Iglesia precisamente el día en que en Israel se celebraba la fiesta de la ley y de la alianza es para indicar que el Espíritu Santo es la ley nueva, la ley espiritual que sella la nueva y eterna alianza. Una ley escrita ya no sobre tablas de piedra, sino en tablas de carne, que son los corazones de los hombres. Estas consideraciones suscitan de inmediato un interrogante: ¿vivimos bajo la antigua ley o bajo la ley nueva? ¿Cumplimos nuestros deberes religiosos por constricción, por temor y por acostumbramiento, o en cambio por convicción íntima y casi por atracción? ¿Sentimos a Dios como padre o como patrón?

Concluyo con una historia. A principios del XX, una familia del sur de Italia emigra a los Estados Unidos. Como carecen de suficiente dinero para pagar las comidas en el restaurante, llevan consigo vianda para el viaje: pan y queso. Con el paso de los días y de las semanas el pan se endurece y el queso enmohece; en cierto momento, el hijo no lo aguanta más y no hace más que llorar. Entonces sus padres sacan la poca calderilla que les queda y se la dan para que disfrute de una buena comida en el restaurante. El hijo va, come y vuelve a sus padres bañado en lágrimas. «¿Cómo? Hemos gastado todo para pagarte un almuerzo, ¿y sigues llorando?». «Lloro porque he descubierto que una comida al día en el restaurante estaba incluida en el precio, ¡y hemos pasado todo el tiempo a pan y queso!». Muchos cristianos realizan la travesía de la vida «a pan y queso», sin alegría, sin entusiasmo, cuando podrían, espiritualmente hablando, disfrutar cada día de todo «bien de Dios», todo «incluido en el precio» de ser cristianos.

El secreto para experimentar aquello que Juan XXIII llamaba «un nuevo Pentecostés» se llama oración. ¡Es ahí donde se prende la «chispa» que enciende el motor! Jesús ha prometido que el Padre celestial dará el Espíritu Santo a quienes se lo pidan (Lc 11, 13). Entonces, ¡pedir! La liturgia de Pentecostés nos ofrece magníficas expresiones para hacerlo: «Ven, Espíritu Santo... Ven, Padre de los pobres; ven, dador de los dones; ven, luz de los corazones. En el esfuerzo, descanso; refugio en las horas de fuego; consuelo en el llanto. ¡Ven Espíritu Santo!».

viernes, 6 de junio de 2014

EL BAUTISMO Y LA VIDA... TESTIMONIO

Transcurría el año 1957 y un brote de influenza arrasaba con la vida de cientos de personas en Chile. En Valdivia, la familia Eschmann Melero tomó las precauciones necesarias para evitar que sus dos pequeñas hijas corrieran riesgos. Pero  María Soledad, apenas una bebé con 45 días de nacida, encendió la alerta en su madre, Alicia, cuando la pequeña rechazaba amamantarse.
 
Tras cincuenta y siete años es la propia María Soledad, quien narra en periódico Portaluz lo que su propia familia le transmitió de aquellos días donde enfermedad, muerte y gracia sacramental confluirían para un evento extraordinario que marcarían para siempre, en ella y su familia, la certeza de que Dios existe y nos ama
 
El diagnóstico y la condena
 
Dice que al poco de iniciado el rechazo a tomar alimento surgieron también los vómitos, diarrea y el llanto que evidenciaba algún deterioro en su salud de recién nacida. La madre no lo dudó y la llevaron al Hospital Regional Base de Valdivia. Los medios del recinto eran precarios,  como la efectividad de los tratamientos farmacológicos para solventar los deterioros que la influenza producía en la pequeña… “Me internaron un par de veces y en la última hospitalización, el médico le dijo a mi madre: «Llévese a su hija a la casa porque ya no podemos hacer nada por ella…»”, recuerda María Soledad, según le narraría su propia madre años más tarde.
 
Alicia salió del centro asistencial con su hija en brazos. Arropada por el abrazo de su madre, la bebé había calmado su llanto, pero iba pálida y adormecida. A medida que transcurría la mañana María Soledad fue perdiendo vitalidad y conciencia. “Alrededor de la una de la tarde mi madre dice que corrió conmigo a una farmacia cercana con la esperanza de que allí pudieran ayudarla. Yo no reaccionaba, estaba moribunda y nada pudieron tampoco hacer por ayudarme en la farmacia”.
 
La esperanza se derrumba
 
Con el peso del diagnóstico médico que había desahuciado a la pequeña y viendo que ya apenas si respiraba, Alicia, llorando, corrió a la casa de sus padres. “En el camino pasó a un negocio familiar y alertó a sus hermanos, mis tíos, que yo estaba grave y partió hacia la casa llevándome en sus brazos. Al rato llegaron mi abuelita y mi hermana”.
 
La casa se llenó con vecinos alertados por los lamentos que daban las mujeres al ver que la pequeña ya no reaccionaba. “En ese entonces, mi madre dice que se desmayó. Cayó al suelo, y en un momento, los vecinos empezaron a preparar una mesa para velarme y cambiarme ropa, dándome por muerta. Un par de vecinos levantaron a mi madre y la llevaron al dormitorio, donde había una imagen de la Virgen de Lourdes. Dice mi mamá que ella le clamaba a la Virgen que intercediera ante Dios por mí, porque ella no quería que yo me fuera”.
 
Al encuentro de Dios
 
La casa era un lío… Alicia con una crisis nerviosa gritaba descontrolada y los vecinos optaron por llevarla al hospital… la pequeña yacía inerme sobre la mesa del salón cuando entró en la habitación Sara, hermana de Alicia quien recién se había enterado de lo que ocurría con su sobrina y tenía una sola certeza desde el primer instante en que la habían informado…
 
 “Daban casi las dos de la tarde del día 25 de enero de 1957 cuando mi tia  me tomó de la mesa, corrió a la parroquia Nuestra Señora del Carmen de Collico y tocó la puerta. El sacerdote norteamericano Enrique Angerhaus abrió del otro lado y escuchó la imperativa demanda: «Padre, ¡Por favor! ¡Tiene que bautizar ahora mismo a mi sobrina, porque no respira, está agonizando!» Mi cuerpo estaba totalmente helado, no tenía signos de vida. Entonces, el Padre preparó los implementos, sacó los Santos Öleos . La gente que estaba en la casa había corrido detrás de mi tía y había mucha gente a la iglesia”.
 
La vida que fluye en el Sacramento
 
Como si fuera un acontecimiento que hubiese ocurrido ayer, María explica detalladamente que en ese instante no habían pensado en padrinos, por lo que “mi tía le pidió  a un vecino y otra señora que allí estaba fueran mis padrinos”.
 
Cuando el sacerdote posó su dedo ungiendo a la pequeña María Soledad con el santo óleo, quienes estaban más cercanos fueron testigos de un hecho extraordinario…
 
“Di un respiro profundo, el cual se repitió al momento en que en la pila bautismal me derramaban sobre la cabeza el agua bendita. El sacerdote, tan impactado como todos los presentes,  me levantó y ante la asamblea presente dijo: «¡El Señor ha tenido Misericordia con ella y ha vuelto a la vida»!”, testimonia María Soledad.
 
La comunidad presente fue testigo de un suceso que marcó la vida de la familia de María y que hasta hoy, recuerda con cariño. “Cuando recibí el bautismo, el Señor me levantó del sepulcro. Siempre con mis hermanas hablamos de esto y yo digo que soy como Lázaro, porque el Señor me levantó del sepulcro y volví a la vida”.
 
A lo largo de su vida María Soledad Eschmann ha permanecido firme en la fe y activa miembro de la Iglesia. Con su esposo y los dos hijos que Dios le ha confiado vive en Punta Arena, austral ciudad chilena y es fiel miembro de la Renovación Carismática. Alabar y agradecer es un acto cotidiano de su corazón agradecido.
 
“En el bautismo –recalca al finalizar-, el Señor se manifiesta con una potencia de amor que no alcanzamos a dimensional”… No cabe duda que ella es una testigo privilegiada de esta verdad.

Publicado en Portal Luz

jueves, 5 de junio de 2014

CATEQUESIS DEL PAPA Y JUEVES SACERDOTAL

Hoy es Jueves Sacerdotal. En nuestra Parroquia, hay Exposición del Santísimo a lo largo de todo el día, para orar por las vocaciones y por los sacerdotes. 

Queridos hermanos y hermanas, 

¡buen día! Hoy queremos detenernos sobre un don del Espíritu Santo que tantas veces es entendido mal o considerado de manera superficial, y que en cambio toca el corazón de nuestra identidad y de nuestra vida cristiana: se trata del don de la piedad.
Es necesario aclarar enseguida que este don no se identifica con tener compasión de alguien, o tener piedad del prójimo, pero indica nuestra pertenencia a Dios y nuestra relación profunda con Él, una relación que da sentido a toda nuestra vida y que nos mantiene firmes, en comunión con Él, también en los momentos más difíciles y complicados.
Esta relación con el Señor no se debe entender como un deber o una imposición, es una relación que viene desde adentro.
Se trata en de una relación vivida con el corazón: es nuestra amistad con Dios, que nos la dona Jesús, una amistad que cambia nuestra vida y nos llena de entusiasmo y de alegría. Por este motivo, el don de la piedad despierta en nosotros sobre todo la gratitud y la alabanza.
Este es de hecho el sentido más auténtico de nuestro culto y de nuestra adoración. Cuando el Espíritu Santo nos hace percibir la presencia del Señor y todo su amor por nosotros, nos calienta el corazón y nos mueve casi naturalmente a la oración y a la celebración. Piedad, por lo tanto es sinónimo de auténtico espíritu religioso, de confianza filial con Dios, de aquella capacidad de rezarle con amor y simplicidad que es propio de las personas humildes de corazón.
Si el don de la piedad nos hace crecer en la relación y en la comunión con Dios y nos lleva a vivir como hijos suyos, al mismo tiempo nos ayuda a derramar este amor también sobre los otros y a reconocerlos como hermanos. Y entonces sí, que seremos movidos por sentimientos no de 'piadosidad' -no de falsa piedad- hacia quienes tenemos a nuestro lado y a quienes encontramos cada día.
Y digo no de 'piadosidad', porque algunos piensan que tener piedad es cerrar los ojos poner cara de imagencita, hacer teatro de ser como un santo, como lo dice un refán en piamontés:(...)
Seremos capaces de alegrarnos con quien está en la alegría, de llorar con quien llora, de estar cerca de quien está solo y angustiado, de corregir a quien está en el error, de consolar a quien está afligido, de acoger y socorrer a quien está en la necesidad.
Hay na relación entre el don de la piedad y la mitezza el don de la piedad que nos da el Espíritu Santo, hace mansos
Queridos amigos, en la carta a los Romanos el apóstol Pablo afirma: “Todos aquellos que son guiados por el Espíritu de Dios, estos son hijos de Dios. Y ustedes no han recibido un espíritu de esclavos para caer en el miedo, pero han recibido el Espíritu que les vuelve hijos adoptivos, por medio de quien gritamos: “¡Abbá, Padre!”. Pidamos al Señor que el don de su Espíritu puede vencer nuestro temor y nuestras incertezas, y también a nuestro espíritu inquieto e impaciente. Y pueda volvernos testimonios alegres de Dios y de su amor. Adorando al señor en la verdad y en el servicio al prójimo, con la mansedumbre que el Espíritu Santo nos da en la alegría.

martes, 3 de junio de 2014

EL CIELO ES REAL



En 2003, el pequeño Colton Burpo, de Nebraska, empezó a contar a sus asombrados padres padres sus experiencias en el Cielo, que había experimentado meses antes estando anestesiado en una sala de quirófano, con 4 años de edad. 

Un interrogatorio sistemático no era posible… durante unos años el niño fue contando distintos episodios o recuerdos de esa visión del Cielo

Su padre, Todd Burpo, pastor metodista wesleyano –una tradición protestante muy poco dada a visiones, profecías y misticismos- los fue recogiendo, intentando encajarlas con lo que conocía por la Biblia. Después, con la periodista Lynn Vincent, le dio forma de libro. 

8 millones de ejemplares vendidos
Así, el libro “El Cielo es real” ha vendido más de 8 millones de ejemplares en EEUU y la película que promociona Sony, muy fiel al libro, ha recaudado 90 millones de dólares, superando a cualquier otra película de tipo “testimonio cristiano” o “testimonio sobrenatural” hasta el momento (no nos referimos a películas de trama bíblica). En España se estrena el 19 de junio.

Pero lo que hace que se venda el libro y lo que hace que se venda la película son dos cosas distintas, porque son dos géneros distintos.

Lo que la gente busca en una película son emociones, conflictos y una trama.

Lo que la gente busca en el libro es una “guía de viaje” del Cielo. Queremos saber lo que hay allí. 

Al gran público le interesa saber algo de Dios, allí en el Cielo, ya que es el anfitrión, pero interesa mucho más saber sobre nosotros mismos: ¿veremos a nuestros difuntos?, ¿qué aspecto tendrán?, ¿qué haremos allí?, ¿qué aspecto tiene?, ¿a qué se parecen los ángeles?

Cuando San Pablo vio el Cielo dijo que...
En 2 Corintios 12, San Pablo, que predicaba a un público ávido de revelaciones místicas y competía con otros predicadores muy dados a las visiones celestiales, por primera y única vez accede reticentemente a hablar de su experiencia mística en el Cielo. "Sé de un hombre en Cristo, que hace catorce años - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado hasta el tercer cielo" (dice refiriéndose a sí mismo, a algo que le pasó hacia el año 40 siendo predicador "novato" en Antioquía). “Y sé que ese hombre - si dentro del cuerpo o fuera del cuerpo, no lo sé, Dios lo sabe - fue arrebatado al Paraíso”, continúa. Y aquí es donde todo el público espera que explique las maravillas que vio en esa morada celestial de los santos y los justos.

Pero Pablo, en vez de dar detalles, dice simplemente que allí sólo “oyó palabras inefables, que el hombre no puede pronunciar”. Parece que no vio nada: sólo oyó, y lo que oyó, no se puede ni explicar. Y además, para no engreirse, añade, Dios le otorgó un "aguijón de la carne" (probablemente un dolor físico o enfermedad) para mantenerle humilde. Y predicar la Cruz, no maravillas celestiales. 

Teresa y Juan de la Cruz
Un gran místico y poeta como San Juan de la Cruz, aunque en su “Cántico Espiritual” aporta muchas citas bíblicas sobre lo delicioso que es el Cielo, al hablar de su propia experiencia mística se limita a admitir que sobre el Cielo, aunque “todos los términos excelentes y de calidad y de grandeza y bien le cuadran”, ni siquiera todos juntos son capaces de expresarlo. Nada de detalles ni de imágenes.

Y el viaje de Santa Teresa al Cielo es interesante porque en su autobiografía escribe: “Las primeras personas que allí vi fue a mi padre y mi madre”… y ya no escribe más sobre su familia. Hablar de reencuentros humanos no le interesa, y enseguida va a lo que importa: Dios, la unión con Dios, el Dios que llena la eternidad y quiere llenar a Teresa también. “Sólo Dios basta”.

Pero la gente de la calle no quiere saber mucho sobre Dios –ya se entiende que Él está bien allí- sino sobre los seres queridos, perdidos y reencontrados, y sobre nuestras relaciones personales

Este es un anhelo humano y comprensible, y cuando la Iglesia no lo responde, aparecen otras propuestas –los mormones y los swedenborguianos, por ejemplo- que lo hacen con todo lujo de detalles. Incluso los Testigos de Jehová lo hacen, no tanto con sus textos como con sus deliciosas ilustraciones de niños multirraciales jugando con el león y el cordero en verdes prados. La gente quiere imágenes, y la Iglesia es reticente a darlas, como reticentes fueron Pablo, Juan de la Cruz y Teresa. En la “Historia del Cielo” de McDannell y Lang (Taurus, 2001) recuerdan una cita de Doctrina de la Fe de 1979: “Al tratar de la situación del hombre tras la muerte hay que ser especialmente precavidos ante las representaciones imaginativas y arbitrarias; el exceso en este aspecto es una de las dificultades con las que se encuentra la fe cristiana”. 

Hay una lucha de 2.000 años entre el impulso de los artistas de expresar lo inexpresable y la tendencia de los pastores y teólogos por desanimarlos con un “déjalo, si cualquier cosa que hagas se queda corta… y suponiendo que busques expresar a Dios, y no a ti mismo”.

Las películas han de usar imágenes
Pero un niño de 4 años, ¿cómo puede hablar del Cielo si no es con imágenes? Y una película sobre ello, ¿qué puede hacer sino tomar decisiones sobre imágenes? El Islam no puede mostrar con imágenes a Mahoma ni a Dios. Tampoco el judaísmo puede mostrar a Dios con imágenes. Incluso la historia del arte cristiano -Cristo, imagen visible del Dios invisible- ha luchado siempre contra el dilema de dar imagen a lo que “ni el ojo vio ni el oído oyó”. Pero una película tiene que dar imágenes porque una película se hace con imágenes. 

Así que la película de “El Cielo es real” empieza con el acto de anti-iconoclastia por excelencia: una niña en un desván pinta un rostro, el rostro de Jesús, con todo detalle, empezando por los ojos. Y al final, el pequeño Colton –en la vida real y en la película- dirá que así era Él, Jesús, que así eran sus ojos. Ojos verdes… como los de sus padres

(Compárese con Santa Teresa, que en su Autobiografía escribe: “Aunque yo estaba extremadamente deseosa de contemplar el color de sus ojos [de Jesucristo] o su forma, para poder describirlos, no alcancé a verlos y nada pude hacer por conseguirlo”).

Y la imagen de ojos verdes que vio Colton y pintó la niña está accesible a todos en Internet: se llama “Príncipe de Paz” y la pintó con 8 años Akiane Kramarik, impresionante pintora prodigio, hija de familia no creyente, educada sin religión en Idaho (aunque su madre es de Lituania), pero desde niña pintora “inspirada” de temas espirituales (la web de Akiane,www.akiane.com, agradece la presencia de su cuadro en la película).

Lo sobrenatural y la familia
Decíamos que la gente compra el libro buscando la “guía de cosas interesantes del Cielo” que los santos y la Iglesia se niegan a dar. 

Pero en la película los espectadores buscan que les cuenten una historia, un conflicto. El director ha dicho que al público no religioso lo que les interesará es la historia de un padre que lucha por mantener unida su familia ante la llegada de lo sobrenatural e incomprensible. 

La primera intriga es: ¿realmente pasa algo sobrenatural? La película aprende de filmes anteriores, que buscan respetar tanto al público cristiano como escéptico, como “El exorcismo de Emily Rose”(2005) o “El Tercer Milagro” (1999) que hay que dosificar poco a poco las revelaciones sobrenaturales y que hay que mantener la posibilidad hasta el final, o casi hasta el final de que haya una explicación naturalista para todo. Eso mantiene atento al espectador. 

Como apunta una psicóloga no creyente, ¿acaso no es el Cielo que ve el pequeño Colton igual que su parque de juegos preferido? ¿No encuentra a Jesús en un espacio idéntico a la parroquia wesleyana que conoce? 

Pero, por otra parte, Colton va dejando caer conocimientos que no podía tener, sobre su abuelo muerto y su hermanita que no llegó a nacer… y en ese conocimiento hay sanación para la familia. 

La segunda intriga es la familiar, aunque al público español le costará más empatizar con ella. Se trata de una familia genial: el padre no sólo es pastor y predicador, sino bombero, entrenador de lucha grecorromana, empresario de puertas mecánicas… A cualquier hora puede ser llamado para confortar a un moribundo, o apagar un incendio, y su economía siempre es algo precaria. Hay que señalar que aunque en el libro el pastor Todd confronta continuamente las visiones del niño con los textos bíblicos, en esta película no se cita la Biblia casi nunca. El pastor consulta Google muchas veces, pero apenas consulta la Biblia.

La esposa, Sonja, sabe que ese es el ministerio de su marido y lo tiene perfectamente bien encajado en su vida: ella dirige el coro parroquial, atiende parroquianos, cuida los niños, intenta cuadrar la economía familiar…Son esposos siempre cariñosos y encantadores, con una sana vida de pareja y sin beaterías extremas. A veces cantan cosas irreverentes como “We will rock you” en el coche. Son cristianos sinceros y entregados, aunque no les vemos bendecir la mesa, quizá para no acumular “cosas cristianas” en el metraje. 

Cuando Colton empieza a hacerse famoso con su viaje al Cielo y eso empieza a afectar a la situación pastoral-laboral de su padre, Sonja se quiebra, llora, protesta. Aquí es donde el espectador español tendrá más dificultades en empatizar. Sí, todos tenemos experiencia de tener que atender demasiadas cosas y que además nos caiga “otra más”… pero ¿acaso no se ha casado ella con un pastor, no comparte a su marido con la feligresía, los enfermos y moribundos y con Dios desde hace años? ¿De qué se queja de repente? El espectador pensará que “va con el sueldo”.

Hermosísima fotografía
Por lo demás, la película, que dura una hora y cuarenta minutos, no se hace pesada -para adultos- en ningún momento. La fotografía es hermosísima y también ella nos habla del cielo, con sus campos inmensos y media pantalla ocupada de azul. La luz de los atardeceres es especial y evocativa.

Colton y su hermana están muy bien representados por sus pequeños actores, que los hacen entrañables. El ritmo es a la vez ágil en la trama y sosegado en el tono.

No hay nada que no pueda ver un niño, pero a la mayoría les aburrirá algo. En ReL hemos hecho la prueba de verla con un niño de 10 años bastante paciente y reflexivo: lo que más le gusta es cuando la hermana da un puñetazo a unos matones en el colegio; al final ya estaba cansado.

Se puede decir que es una película que recoge mucha belleza: la belleza de la tierra, de la naturaleza, del amor familiar, del amor de hombre y mujer, de la comunidad fraterna… 

¿Y qué pasa con el Cielo?
¿Y del Cielo? Pues del Cielo…¡no hay mucho! La “guía de visita celestial” es el libro, no la película. Hay sólo 3 escenas “celestiales”: los ángeles no son muy impresionantes, Jesús tampoco. Más tierno, y sanador, es el encuentro con la hermanita fallecida antes de nacer, en el jardín de juegos celestial.La película, sabiamente, prefiere centrarse en lo terrenal. 

El gran éxito vivencial de “El cielo es real”, tanto del libro como de la película, es que vuelve a poner el Cielo en el pensamiento popular. La nota de Doctrina de la Fe de 1979 pedía ser “precavidos ante las representaciones imaginativas y arbitrarias y el exceso”, pero hoy lo que la mayoría de cristianos, practicantes o no, sufren no es el exceso, sino la escasez, y no ya de representaciones imaginativas y arbitrarias, sino de la mera mención del Cielo. 

Si no se predica un Cielo cristiano, la gente sustituirá el hueco con un cielo pagano o new age o un vago “fundirse con el cosmos” que en realidad consuela bastante poco (porque las personas lo que de verdad desean es reencontrarse sanadas y tener relaciones personales sanas, de amor, y para siempre).

El Cielo católico, lleno de santos, de familias, de relaciones, sigue siendo tan atractivo como antaño. Incluso el muy metodista reverendo Burpo en el libro comenta, ante preguntas de amigos católicos, que “Colton vio a María, la Madre de Jesús, arrodillada ante el trono de Dios y otras veces la vio de pie junto a Jesús. Ella lo sigue amando con amor de mamá, dice Colton”. 

Quizá no todos los detalles teológicos de Colton sean exactos, pero que el Cielo es real e implica la relación con Dios y con las personas, y que eso ilumina nuestra vida ya en la tierra, es algo que la película nos ayuda a recordar. Porque si el Cielo es real –y esto es la gran revelación- ¿no viviríamos de otra manera en la tierra?