jueves, 28 de febrero de 2013

¡¡GRACIAS SANTO PADRE!!

Hoy sólo podemos elevar a  Dios nuestra acción de gracias por haber puesto en nuestro camino a Benedicto XVI como pastor y guía de su pueblo.
Elevamos también nuestra intercesión sobre él para que el Señor le conforte, consuele y le ayude a caminar en esta nueva etapa que hoy inicia, hacia la meta común: la santidad.

Quiero ensalzarte, Rey mío y Dios mío, y bendecir tu nombre para siempre, Deseo bendecirte cada día y cantarle a tu nombre para siempre, Pues grande es el Señor, digno de recibir toda alabanza, y no puede medirse su grandeza.
Una generación le habla a otra muy bien de tus hazañas, le cuenta tus proezas, Hablan de tu esplendor y de la gloria de tu majestad, nos refieren tus hechos milagrosos. Nos cuentan el poder de tus prodigios, nos narran tus grandezas. Nos harán recordar tu gran bondad, y anunciarán, alegres, tu justicia..
El Señor es clemente y compasivo, lento para enojarse y lleno de bondad Bueno es el Señor para con todos y compasivo con todas sus obras El hace lo que quieren aquellos que lo temen escucha su llamado y los salva. Que mi boca recite en alta voz la alabanza del Señor, que todos los mortales bendigan su santo nombre por los siglos de los siglos. Amén

miércoles, 27 de febrero de 2013

ADOPTA UN CARDENAL


En las redes sociales, ha surgido esta hermosa inciativa.
Se trata de "adoptar" un Cardenal y así intensificar oraciones por todos los cardenales que formarán parte del Cónclave. Una idea preciosa para pedir por todos y cada uno. Sólo tienes que poner tu nombre, tu e-mail, copiar la contraseña que te indican y orar al Espíritu Santo.

El enlace lo tienes aquí: www.adoptacardinal.org

¡¡Todos a rezar!!

domingo, 24 de febrero de 2013

ANGELUS DEL PAPA BENEDICTO XVI

Benedicto XVI se dirigió por última vez ayer a los fieles de todo el mundo, con el habitual rezo del Angelus desde el balcón de su apartamento.
Os invitamos a elevar nuestra oración por él al Señor, en esta última semana de su pontificado.


Queridos hermanos y hermanas: En el segundo domingo de Cuaresma la Liturgia nos presenta siempre el Evangelio de la Transfiguración del Señor. El evangelista Lucas resalta de modo particular el hecho de que Jesús se transfiguró mientras oraba: la suya es una experiencia profunda de relación con el Padre durante una especie de retiro espiritual que Jesús vive en un monte alto en compañía de Pedro, Santiago y Juan, los tres discípulos siempre presentes en los momentos de la manifestación divina del Maestro (Lc 5, 10; 8, 51; 9, 28). 

El Señor, que poco antes había preanunciado su muerte y resurrección (9, 22), ofrece a los discípulos un anticipo de su gloria. Y también en la Transfiguración, como en el bautismo, resuena la voz del Padre celestial: “Éste es mi Hijo, mi Elegido; escúchenlo” (9, 35). Además, la presencia de Moisés y Elías, que representan la Ley y los Profetas de la antigua Alianza, es sumamente significativa: toda la historia de la Alianza está orientada hacia Él, hacia Cristo, quien realiza un nuevo “éxodo” (9, 31), no hacia la tierra prometida como en tiempos de Moisés, sino hacia el Cielo. La intervención de Pedro: “¡Maestro, qué bello es estar aquí!” (9, 33) representa el intento imposible de demorar tal experiencia mística. Comenta san Agustín: “[Pedro]… en el monte… tenía a Cristo como alimento del alma. ¿Por qué habría tenido que descender para regresar a las fatigas y a los dolores, mientras allá arriba estaba lleno de sentimientos de santo amor hacia Dios que le inspiraban, por tanto, una santa conducta?” (Discurso 78, 3).
 Meditando este pasaje del Evangelio, podemos aprender una enseñanza muy importante. Ante todo, la primacía de la oración, sin la cual todo el empeño del apostolado y de la caridad se reduce a activismo. En la Cuaresma aprendemos a dar el justo tiempo a la oración, personal y comunitaria, que da trascendencia a nuestra vida espiritual. Además, la oración no es aislarse del mundo y de sus contradicciones, como en el Tabor habría querido hacer Pedro, sino que la oración reconduce al camino, a la acción. “La existencia cristiana – he escrito en el Mensaje para esta Cuaresma – consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios ” (n. 3). Queridos hermanos y hermanas, esta Palabra de Dios la siento de modo particular dirigida a mí, en este momento de mi vida. El Señor me llama a “subir al monte”, a dedicarme aún más a la oración y a la meditación. Pero esto no significa abandonar a la Iglesia, es más, si Dios me pide esto es precisamente para que yo pueda seguir sirviéndola con la misma entrega y el mismo amor con que lo he hecho hasta ahora, pero de modo más apto a mi edad y a mis fuerzas. Invoquemos la intercesión de la Virgen María, que ella nos ayude a todos a seguir siempre al Señor Jesús, en la oración y en la caridad activa.

FOTOS PARA EL RECUERDO

Compartimos este pequeño album de fotos (realizadas por Adolfo Sánchez-Horneros), con algunos de los momentos tan especiales que hemos vivido en nuestra Parroquia, con motivo de la visita de las reliquias de S. Juan de Avila.

"¡¡El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres!!" (Salmo 125)

sábado, 23 de febrero de 2013

DOMINGO II DE CUARESMA

 
 
Evangelio

En aquel tiempo, Jesús tomó a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto del monte para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió y sus vestidos brillaban de resplandor. De repente, dos hombres conversaban con Él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño, pero se espabilaron y vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con Él. Mientras éstos se alejaban de Él, dijo Pedro a Jesús:
«Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Haremos tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías».
No sabía lo que decía. Todavía estaba diciendo esto cuando llegó una nube que los cubrió con su sombra. Se llenaron de temor al entrar en la nube. Y una voz desde la nube decía:
«Éste es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo».
Después de oírse la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por aquellos días, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.

Lucas 9, 28b-36
 
 
La oración es ejercicio de elevación. Jesús toma a tres de sus discípulos y sube a lo alto de la montaña para orar. Allí se transfigura: su rostro cambia, los vestidos resplandecen. Moisés y Elías conversan con Él. Los discípulos se sienten vencidos por el sueño, pero alcanzan a ver la gloria divina. La belleza no se deja atrapar en tiendas hechas por manos humanas. Irrumpe entonces una nube que cubre y asusta, y desde ella resuena la voz del Padre. Queda solo Jesús. La experiencia lleva al silencio.
Al celebrar el segundo Domingo de Cuaresma, la Iglesia nos invita a revivir el misterio de la Transfiguración como ejercicio para avanzar en el conocimiento de Cristo y poner nuestra vida en estado de oración. Ambas cosas son necesarias para llegar a la Pascua. Jesús introduce a algunos de los discípulos en su espacio de intimidad con el Padre. Allí les deja entrever el esplendor de su gloria. Hay que poner la mirada en el rostro, y no temer que el resplandor supere la capacidad de los sentidos. La humanidad visible del Hijo revela la verdad invisible de su divinidad. En el rostro del Hijo podemos contemplar al Padre. Junto a Jesús, Moisés y Elías conversan con Él de su éxodo (salida de este mundo). Para entrar con su humanidad en la gloria, es necesario pasar por la Cruz en Jerusalén. La muerte será vivida por Jesús como testimonio supremo de su amor al Padre. Un secreto designio de misericordia se revela en la montaña: la Ley y los Profetas habían anunciado los sufrimientos redentores del Mesías; ahora sabemos que el Mesías es el Hijo amado del Padre. La Cruz abrazada en obediencia no es la aceptación resignada de un fracaso, sino el triunfo del amor más grande. Por eso la visión de la gloria deja paso a la nube de una presencia que envuelve. Y así, sobre el monte «apareció toda la Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa» (santo Tomás de Aquino). La voz convierte la tiniebla en luz: Jesús, la Palabra hecha carne, es lámpara para nuestros pasos.
Poner nuestra vida en estado de oración es imprescindible para progresar en la conversión. El misterio de la Transfiguración, por revelar la verdad de Dios y su plan de salvación, es siempre escuela de oración. En ella descubrimos que la oración cristiana es participación por el Espíritu en la oración de Jesucristo al Padre; es contemplación del rostro del Hijo; es memoria de la promesa hecha al pueblo elegido; es reacción de amor que supera el entendimiento ante la belleza de Dios y de su acción salvadora; es sobresalto por una presencia que abraza y envuelve; es escucha de la voz del Padre; es quedarse a solas con el Hijo; es guardar silencio y volver de una manera nueva a la llanura de antes.
Para poner la vida en estado de oración, es necesario dejarse abrazar por la nube del Espíritu Santo, cuya presencia envuelve y orienta. A diferencia de la nube de la era digital, que almacena fragmentos de la vida, la nube del Espíritu recoge en unidad la vida fragmentada impregnándola de fe, como bien comentó san Ambrosio de Milán: «Es una nube luminosa que no daña con lluvias torrenciales ni con el aluvión de aguas que causan desperfectos; antes, por el contrario, su rocío, enviado por la voz del Dios omnipotente, impregna de fe las almas de los hombres».
 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

viernes, 22 de febrero de 2013

LA CÁTEDRA DE S. PEDRO

Fiesta de la Cátedra de S. Pedro. Hoy tenemos especialmente en nuestra oración a su sucesor, a nuestro Papa Benedicto XVI y también a su sucesor.

Nuestra Parroquia, recibe hoy a las 14:00 las reliquias de S. Juan de Avila. Día de gracia para esta comunidad y de oración intensa por nuestros pastores.


Porque la Iglesia de Dios no es como un saco de grano, cuya sola estructura es la individual de cada uno y la frontera de arpillera, el bautismo que nos unifica; una mera montonera limitada por el saco. La primera lectura y el salmo nos dan estructura de mayores espesores: el rebaño con su pastor, tan utilizada en las Escrituras. En el salmo, el pastor es el Señor. Con él nada me falta: preciosas metáforas de praderas con carnosa hierba, fuentes para nuestro solaz, fuerzas que sabe cómo reparar, cañadas obscuras que he de atravesar sin temor. La vara y el cayado del Señor sosiegan todo temor que me pueda sobrevenir en el camino. En el evangelio de Juan el Pastor es Jesús. Se añaden nuevas metáforas: el aprisco, la puerta, el cuidado amoroso, la búsqueda de la oveja perdida y la vuelta, agotada de su extravío, cargando con ella sobre sus hombros. La comunidad no es un mero saco que contiene individualidades, protegida de lo exterior con la fortaleza de su arpillera. La imagen del pastor y de su rebaño da un inaudito espesor a la Iglesia de Dios; espesor de estructura. La comunidad está estructurada en torno a Cristo, el buen pastor. Nosotros somos sus ovejas y caminamos unidos tras él; sorteando con él tan graves peligros que nos amenazan. Sabemos que nunca nos va a abandonar; que cuando nos perdamos irá a buscarnos hasta encontrarnos, habiendo dejado a las demás en buen recaudo. El pastor cuyas son las ovejas, nunca las desatiende, no las descuida; no es asalariado que escapará a la primera venida del lobo, dejándonos en sus dientes de hierro.

Hoy celebramos que el Señor nos da siempre nuevos pastores. Jamás nos desatiende, ahora que él ascendió junto al trono de Dios su Padre. No nos ha dejado al albur de nuestras fuerzas, su Espíritu Santo está con nosotros. Tenemos estructura de rebaño que camina dirigido por su pastor a los buenos pastos, para hacernos encontrar solaz junto a las fuentes tranquilas; para defendernos con su vida de los lobos rapaces que quieren devorarnos.

¿Quiénes son ahora esos pastores? Los que con Pedro responden: Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo. Sí, es verdad que todos lo proclamamos, esa afirmación nos dice quiénes somos, pero Pedro tuvo el arrojo osado de hablar de modo seguro, y de hacerlo siempre el primero y en nombre de todos. Las palabras de Jesús son asombrosas: Tú eres Piedra —nunca olvidemos que Pedro significa piedra, roca—, tú serás la roca sobre la que construiré mi Iglesia, la Iglesia de Dios, y el poder del infierno no la derrotará. Él, Pedro, ocupará ahora el lugar de pastoreo de Jesús con su rebaño. Sus palabras y sus gestos serán palabras y gestos del Buen Pastor, del mismo modo que las palabras y los gestos del sacerdote en la eucaristía son las palabras y los gestos de Jesús en la última Cena. Lugar sacramental, porque ahí la materia, la palabra, la acción son sacramentales. Misterio de la eucaristía. Misterio de la Iglesia.

 Misterio del lugar de Pedro en su Iglesia. No lugar de poder, sino de servicio, de comunión. Las palabras y los gestos del sacerdote en la eucaristía son las de Jesús; no se apropia de nada, no ejerce un poder, sino que su rostro y su mirada traslucen el rostro y la mirada de Jesús, quien nunca nos ha dejado solos; quien nunca nos dejará solos. Figura esencial la de Pedro.

jueves, 21 de febrero de 2013

INDULGENCIA PLENARIA

Con motivo de la visita de las reliquias de S. Juan de Avila a nuestra Parroquia, la Iglesia concede indulgencia plenaria a quienes confiesen, comulguen y oren por las intenciones del Papa.
Vamos a ver en qué consiste la indulgencia plenaria:

 Seguramente hemos oído la palabra “indulgencias”, entendiendo por tal una especie de gracia o favor que se vincula al cumplimiento de una acción piadosa: el rezo de alguna oración, la visita a un santuario o a otro lugar sagrado, etc. También al oír la palabra “indulgencias” vienen a nuestra memoria las disputas entre Lutero y la Iglesia de Roma, y las críticas subsiguientes de los otros reformadores del siglo XVI.

Pero, ¿qué son las indulgencias? La etimología latina de la palabra puede ayudarnos a situarnos en una pista correcta. El verbo “indulgeo” significa “ser indulgente” y también “conceder”. La indulgencia es, pues, algo que se nos concede, benignamente, en nuestro favor.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos proporciona, con palabras de Pablo VI, una definición más precisa: “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, en cuanto a la culpa, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia, la cual, como administradora de la redención, distribuye y aplica con autoridad el tesoro de las satisfacciones de Cristo y de los santos” (Catecismo, 1471).

La definición, exacta y densa, relaciona tres realidades: la remisión o el perdón, el pecado, y la Iglesia. La indulgencia consiste en una forma de perdón que el fiel obtiene en relación con sus pecados por la mediación de la Iglesia.

¿Qué es lo que se perdona con la indulgencia? No se perdonan los pecados, ya que el medio ordinario mediante el cual el fiel recibe de Dios el perdón de sus pecados es el sacramento de la penitencia (cf Catecismo, 1486). Pero, según la doctrina católica, el pecado entraña una doble consecuencia: lleva consigo una “pena eterna” y una “pena temporal”. ¿Qué es la pena eterna? Es la privación de la comunión con Dios. El que peca mortalmente pierde la amistad con Dios, privándose, si no se arrepiente y acude al sacramento de la penitencia, de la unión con Él para siempre.

Pero aunque el perdón del pecado por el sacramento de la Penitencia entraña la remisión de la pena eterna, subsiste aún la llamada “pena temporal”. La pena temporal es el sufrimiento que comporta la purificación del desorden introducido en el hombre por el pecado. Esta pena ha de purgarse en esta vida o en la otra (en el purgatorio), para que el fiel cristiano quede libre de los rastros que el pecado ha dejado en su vida.

Podemos poner una comparación. Imaginemos una intervención quirúrgica: un trasplante de corazón, por ejemplo. El nuevo corazón salva la vida del paciente. Se ve así liberado el enfermo de una muerte segura. Pero, cuando ya la operación ha concluido exitosamente, e incluso cuando está ya fuera de peligro, subsiste la necesidad de una total recuperación. Es preciso sanar las heridas que el mal funcionamiento del corazón anterior y la misma intervención han causado en el organismo. Pues de igual modo, el pecador que ha sido perdonado de sus culpas, aunque está salvado; es decir, liberado de la pena eterna merecida por sus pecados, tiene aún que reestablecerse por completo, sanando las consecuencias del pecado; es decir, purificando las penas temporales merecidas por él.

La indulgencia es como un indulto, un perdón gratuito, de estas penas temporales. Es como si, tras la intervención quirúrgica y el trasplante del nuevo corazón, se cerrasen de pronto todas las heridas y el paciente se recuperase de una manera rápida y sencilla, ayudado por el cariño de quienes lo cuidan, la atención esmerada que recibe y la eficacia curativa de las medicinas.

La Iglesia no es la autora, pero sí la mediadora del perdón. Del perdón de los pecados y del perdón de las penas temporales que entrañan los pecados. Por el sacramento de la Penitencia, la Iglesia sirve de mediadora a Cristo el Señor que dice al penitente: “Yo te absuelvo de tus pecados”. Con la concesión de indulgencias, la Iglesia reparte entre los fieles la medicina eficaz de los méritos de Cristo nuestro Señor, ofrecidos por la humanidad. Y en ese tesoro precioso de los méritos de Cristo están incluidos también, porque el Señor los posibilita y hace suyos, las buenas obras de la Virgen Santísima y de los santos. Ellos, los santos, son los enfermeros que vuelcan sus cuidados en el hombre dañado por el pecado, para que pueda recuperarse pronto de las marcas dejadas por las heridas.

¿Tiene sentido hablar hoy de las indulgencias? Claro que sí, porque tiene sentido proclamar las maravillas del amor de Dios manifestado en Cristo que acoge a cada hombre, por el ministerio de la Iglesia, para decirle, como le dijo al paralítico: “Tus pecados están perdonados, coge tu camilla y echa a andar”. Él no sólo perdona nuestras culpas, sino que también, a través de su Iglesia, difunde sobre nuestras heridas el bálsamo curativo de sus méritos infinitos y la desbordante caridad de los santos.

Fuente: catholic.net

miércoles, 20 de febrero de 2013

HORARIO DE LOS ACTOS PREVISTOS CON MOTIVO DE LA VISITA DE LAS RELIQUIAS DE S. JUAN DE AVILA

14 h: Llegada de las reliquias a la ermita de la Virgen   de los Remedios. Visitas personales.

16 h: Procesión con el Relicario a la iglesia y oración,   en las que están especialmente invitados los   niños del coro y de catequesis de los cursos   de Iniciación.

17  h:  Oración ante las reliquias, de los niños de catequesis   de los cursos de Síntesis.

18 h: Oración de los confirmandos y confirmados con   textos sobre la vida de san Juan de Ávila.

19   h:   Santo Rosario.

19:30 h: Santa Misa.

21 h:  Via Crucis del arciprestazgo con textos de san Juan   de Ávila.

22 h:   Procesión de las Reliquias a la ermita de la Virgen, en  la que participarán las cornetas y tambores   de nuestro pueblo.
  Despedida.

martes, 19 de febrero de 2013

VISITA A NUESTRA PARROQUIA DE LAS RELIQUIAS DE S. JUAN DE AVILA

LAS RELIQUIAS DE SAN JUAN DE ÁVILA VISITAN NUESTRA DIÓCESIS COMENZANDO POR SONSECA


El próximo día veintidós de febrero por la tarde, si Dios quiere, está previsto que las Reliquias del nuevo Doctor de la Iglesia, san Juan de Ávila, provenientes de la Basílica del Santo en Montilla (Córdoba) y con dirección a Toledo, visiten nuestro pueblo. Es ciertamente un honor el que se concede a nuestra parroquia de ser el primer lugar de la Diócesis en donde repose por unas horas el precioso relicario que representa la escena de san Juan de Ávila predicando a un grupo de tres sacerdotes jóvenes en el patio de su casa en Montilla, reproducido con todo detalle, incluso con la parra, el pozo…En la parte superior del mismo destaca un corazón de plata que sirve de estuche para contener la reliquia del corazón del Maestro Ávila, del que salen unos resplandores de gloria. Y está coronado por un arca de plata (contiene la clavícula), reproducción exacta del arca de madera que se puede contemplar en el Santuario y que contiene al cuerpo del Santo.

Esa tarde con el “Padre Maestro Ávila” alabaremos al Señor y gozaremos recordando su predicación y sus enseñanzas. Esta es si duda, una ocasión histórica, puesto que es la primera vez que un Doctor de la Iglesia va a visitar nuestra parroquia y será cauce por el cual el Señor derramará sus gracias. Como le sucedió a tantos santos con los que se relacionó san Juan de Ávila en el siglo XVI: san Ignacio de Loyola; san Juan de Dios, que se convirtió escuchando al santo Maestro como también le sucedió a san Francisco de Borja; santo Tomás de Villanueva, arzobispo de Valencia, que difundió en sus diócesis y por todo el Levante español su método catequístico. Otros conocidos suyos fueron: san Pedro de Alcántara, san Juan de Ribera, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, el Beato Bartolomé de los Mártires… Después de su muerte fueron muchos los que se alimentaron espiritualmente con sus escritos, por ejemplo en santo Cura de Ars por citar alguien muy conocido.
Este santo que ahora nos visita en sus reliquias nació el 6 de enero de 1499 ó 1500, en Almodóvar del Campo (Ciudad Real, diócesis de Toledo), hijo único de Alonso Ávila y de Catalina Gijón, unos padres muy cristianos y en elevada posición económica y social. A los 14 años lo llevaron a estudiar Leyes a la prestigiosa Universidad de Salamanca; pero abandonó estos estudios al concluir el cuarto curso porque, a causa de una experiencia muy profunda de conversión, decidió regresar al domicilio familiar para dedicarse a reflexionar y orar.

Con el propósito de hacerse sacerdote, en 1520 fue a estudiar Artes y Teología a la Universidad de Alcalá de Henares, abierta a las grandes escuelas teológicas del tiempo y a la corriente del humanismo renacentista. En 1526, recibió la ordenación presbiteral y celebró la primera Misa solemne en la parroquia de su pueblo y, con el propósito de marchar como misionero a las Indias, decidió repartir su cuantiosa herencia entre los más necesitados. Después, de acuerdo con el que había de ser primer Obispo de Tlaxcala, en Nueva España (México), fue a Sevilla para esperar el momento de embarcar hacia el Nuevo Mundo.
Mientras se preparaba el viaje, se dedicó a predicar en la ciudad y en las localidades cercanas. Allí se encontró con el venerable siervo de Dios Fernando de Contreras, doctor en Alcalá y prestigioso catequista. Éste, entusiasmado por el testimonio de vida y la oratoria del joven sacerdote Juan de Ávila, consiguió que el arzobispo sevillano le hiciera desistir de su idea de ir a América para quedarse en Andalucía y permaneció en Sevilla, compartiendo casa, pobreza y vida de oración con Contreras y, a la vez que se dedicaba a la predicación y a la dirección espiritual,
continuó estudios de Teología en el Colegio de Santo Tomás, donde tal vez obtuvo el título de Maestro.
Sin embargo en 1531, a causa de una predicación suya mal entendida, fue encarcelado. En la cárcel comenzó a escribir la primera versión del Audi, filia. Durante estos años recibió la gracia de penetrar con singular profundidad en el misterio del amor de Dios y el gran beneficio hecho a la humanidad por Jesucristo nuestro Redentor. En adelante será éste el eje de su vida espiritual y el tema central de su predicación.
Emitida la sentencia absolutoria en 1533, continuó predicando con notable éxito ante el pueblo y las autoridades, pero prefirió trasladarse a Córdoba, incardinándose en esta diócesis. Poco después, en 1536, le llamó para su consejo el arzobispo de Granada donde, además de continuar su obra de evangelización, completó sus estudios en esa Universidad.
Buen conocedor de su tiempo y con óptima formación académica, Juan de Ávila fue un destacado teólogo y un verdadero humanista. Propuso la creación de un Tribunal Internacional de arbitraje para evitar las guerras y fue incluso capaz de inventar y patentar algunas obras de ingeniería. Pero, viviendo muy pobremente, centró su actividad en alentar la vida cristiana de cuantos escuchaban complacidos sus sermones y le seguían por doquier. Especialmente preocupado por la educación y la instrucción de los niños y los jóvenes, sobre todo de los que se preparaban para el sacerdocio, fundó varios Colegios menores y mayores que, después de Trento, habrían de convertirse en Seminarios conciliares. Fundó asimismo la Universidad de Baeza (Jaén), destacado referente durante siglos para la cualificada formación de clérigos y seglares.
Después de recorrer Andalucía y otras regiones del centro y oeste de España predicando y orando, ya enfermo, en 1554 se retiró definitivamente a una sencilla casa en Montilla (Córdoba), donde ejerció su apostolado perfilando algunas de sus obras y a través de abundante correspondencia. El arzobispo de Granada quiso llevarlo como asesor teólogo en las dos últimas sesiones del concilio de Trento; al no poder viajar por falta de salud redactó los Memoriales que influyeron en esa reunión eclesial.
Acompañado por sus discípulos y amigos y aquejado de fortísimos dolores, con un Crucifijo entre las manos, entregó su alma al Señor en su humilde casa de Montilla en la mañana del 10 de mayo de 1569.

José Talavera (Párroco)

lunes, 18 de febrero de 2013

"REORINTARSE DE MODO DECISIVO HACIA DIOS"

Queridos hermanos y hermanas!
El miércoles pasado, con el tradicional Rito de las Cenizas, entramos en la Cuaresma, un tiempo de conversión y penitencia en preparación para la Pascua. La Iglesia, que es madre y maestra, llama a todos sus miembros a renovarse en el espíritu, a reorientarse de modo decisivo hacia Dios, renegando del orgullo y del egoísmo para vivir en el amor.
En este Año de la fe, la Cuaresma es un tiempo favorable para redescubrir la fe en Dios como criterio-base de nuestra vida y de la vida de la Iglesia. Esto siempre implica una batalla, una batalla espiritual, porque el espíritu del mal, naturalmente, se opone a nuestra santificación y trata de hacer que nos desviemos del camino de Dios. Por esto, en el primer domingo de Cuaresma, es proclamado cada año el evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto.
Jesús, de hecho, después de recibir la "investidura" como el Mesías --"ungido" por el Espíritu Santo--, en el Bautismo del Jordán, fue llevado por el mismo Espíritu al desierto, para ser tentado por el diablo. Al comenzar su ministerio público, Jesús tuvo que desenmascarar y rechazar las falsas imágenes del Mesías que el tentador le proponía. Pero estas tentaciones son también imágenes falsas del hombre, que en todo tiempo socavan la conciencia, disfrazándose de propuestas convenientes y eficaces, incluso buenas.
Los evangelistas Mateo y Lucas presentan tres tentaciones de Jesús, separándolas en partes por un orden. Su núcleo central consiste siempre en instrumentalizar a Dios para los propios intereses, dando más importancia al éxito o a los bienes materiales. El tentador es astuto: no empuja directamente al mal, sino a un falso bién, haciendo creer que la verdadera realidad es el poder y aquello que satisfaga las necesidades básicas. De esta manera, Dios se vuelve secundario, se reduce a un medio, al final se convierte en irreal, ya no importa, se desvanece. En última instancia, lo que está en juego en las tentaciones es la fe, porque está en juego Dios.
En los momentos decisivos de la vida, aún en retrospectiva, en cualquier momento, nos encontramos en una encrucijada: ¿o bien queremos seguir el yo, o a Dios? ¿El interés individual o el verdadero Bien, aquello que es realmente bueno?
Como nos enseñan los Padres de la Iglesia, las tentaciones son parte del "descender" de Jesús a nuestra condición humana, en el abismo del pecado y de sus consecuencias. Un "descenso" que Jesús ha recorrido hasta el final, hasta la muerte en cruz y a los infiernos del extremo alejamiento de Dios. De esta manera, Él es la mano que Dios ha tendido al hombre, a la oveja perdida, para que vuelva a salvo. Como enseña San Agustín, Jesús tomó de nosotros la tentación para darnos su victoria. Por lo tanto no tengamos miedo de afrontar también nosotros la lucha contra el espíritu del mal: lo importante es lo que lo hacemos con Él, con Cristo, el vencedor.

Y para estar con Él dirijámonos a la Madre, María: invoquémosla con confianza filial en los momentos de prueba, y ella nos hará sentir la presencia poderosa de su divino Hijo, para rechazar las tentaciones con la Palabra de Cristo, y así poner a Dios en el centro de nuestras vidas.

Benedicto XVI Angelus 17 de Febrero 2013

sábado, 16 de febrero de 2013

DOMINGO I DE CUARESMA

Evangelio

En aquel tiempo, Jesús, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán y el Espíritu lo fue llevando durante cuarenta días por el desierto, mientras era tentado por el diablo. En todos aquellos días estuvo sin comer y, al final, sintió hambre. Entonces, el diablo le dijo:
«Si eres Hijo de Dios, di a esta piedra que se convierta en pan».
Jesús le contestó: «Está escrito: No sólo de pan vive el hombre».
Después, llevándolo a lo alto, el diablo le mostró en un instante todos los reinos del mundo, y le dijo: «Te daré el poder y la gloria de todo eso, porque a mí me ha sido dado, y yo lo doy a quien quiero. Si tú te arrodillas delante de mí, todo será tuyo».
Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: Al Señor, tu Dios, adorarás y a Él sólo darás culto».
Entonces lo llevó a Jerusalén, y lo puso en el alero del templo y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, porque está escrito: Ha dado órdenes a sus ángeles acerca de ti, para que te cuiden; y también: Te sostendrán en sus manos, para que tu pie no tropiece contra ninguna piedra».
Respondiendo Jesús, le dijo: «Está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios».
Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión.

Lucas 4, 1-13
 
La Cuaresma es camino de retorno. Si la desobediencia de Adán expulsó al ser humano del Paraíso desterrándolo al desierto, la obediencia de Cristo ha abierto a la Humanidad el camino que conduce del desierto al Paraíso. Para volver a Casa es necesario recorrer el camino del Redentor, o mejor, acoger al Redentor como nuestro Camino. Por eso, en el primer Domingo de Cuaresma, la Iglesia pide para sus hijos «avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en plenitud». Conocer más para vivir mejor: en los misterios de la vida de Cristo está el secreto de la condición humana vivida en plenitud.
Tras recordarnos la Iglesia, el Miércoles de Ceniza que, sin el soplo de vida del Creador, no somos más que polvo, los Domingos de Cuaresma se nos ofrecen como etapas para crecer en el conocimiento del Salvador. La primera etapa nos lleva, bajo la acción del Espíritu Santo, al desierto; consiste en un combate; y se completa con la imitación. Cada uno de los elementos del relato evangélico desvela las huellas de Cristo. Para seguirle, hay que poner los pies donde Él los puso primero.
La primera disposición del Espíritu sobre Jesús, tras el Bautismo que inaugura el ministerio público, es llevarlo al desierto para ser probado. El ungido es el probado. La prueba se realiza con unción y desde la unción. Las tentaciones tienen lugar en el desierto. Geográficamente, parece designar la depresión que hay junto al Jordán, al norte del Mar Muerto. El desierto posee, además, un sentido teológico: en el desierto fueron tentados y vencidos Moisés e Israel; en el desierto es tentado Jesús, que vence donde otros cayeron.

 El número cuarenta, en el mundo bíblico, está lleno de simbolismos. En él se unen los cuatro confines de la tierra con los diez mandamientos, como expresión simbólica de la historia de este mundo. Pasando cuarenta días en el desierto, Jesús ha asumido toda la historia de la Humanidad, con sus pruebas y dificultades, para redimirla. Satanás, el diablo, es el Tentador. En la Sagrada Escritura es presentado como «el más astuto de todos los animales» (representado en la serpiente), seductor, «homicida y mentiroso desde el principio». Satanás es el adversario del designio de Dios sobre la Humanidad; el que desea constantemente arrastrar al hombre a su propia desdicha. No es una personificación mítica del mal, sino un ser personal que actúa, adversario de Cristo y de sus seguidores.

 Toda la vida pública de Jesús aparecerá como un combate contra el Maligno. Las tentaciones reflejan, por un lado, la lucha interior de Jesús por cumplir su misión, y, por otro, la pregunta sobre lo verdaderamente importante en la vida humana. El núcleo de toda tentación está en querer apartar a Dios, mostrándolo como irreal o, en el mejor de los casos, secundario. Como en el pecado del origen, en toda tentación se repite la misma propuesta: no es necesario contar con Dios para disfrutar de los bienes de este mundo (pan: primera tentación), para influir sobre los demás (ambición: segunda tentación), o para gozar de reconocimiento (vanidad: tercera tentación). Jesús vence al Tentador desde el amor obediente a la voluntad del Padre, indicándonos el camino de la libertad. La obediencia de hijos nos libera de los lazos del Tentador.
 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe
 

viernes, 15 de febrero de 2013

VIA CRUCIS

Texto del Via Crucis con los jóvenes en la JMJ Madrid 2011
El texto del Via Crucis de la JMJ ha sido com­puesto por las Hermanas de la Cruz, orden fun­dada por santa Ángela de la Cruz en Sevilla en 1875.




Primera Estación

Última Cena de Jesús con sus discípulos



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Y to­mando pan, des­pués de pro­nun­ciar la ac­ción de gra­cias, lo partió y se lo dio, di­ciendo: «Esto es mi cuerpo, que se en­trega por vo­so­tros; haced esto en me­moria mía». Después de cenar, hizo lo mismo con el cáliz, di­ciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre, que es de­rra­mada por vo­so­tros» (Lc 22, 19–20).

Jesús, antes de tomar entre sus manos el pan, acoge con amor a todos los que están sen­tados en su mesa. Sin ex­cluir a nin­guno: ni al traidor, ni al que lo va a negar, ni a los que huirán. Los ha ele­gido como nuevo pueblo de Dios. La Iglesia, lla­mada a ser una.

Jesús muere para re­unir a los hijos de Dios dis­persos (Jn 11, 52). «No sólo por ellos ruego, sino tam­bién por los que crean en mí por la pa­labra de ellos, para que todos sean uno» (Jn 17, 20–21). El amor for­ta­lece la unidad. Y les dice: «Que os améis unos a otros» (Jn 13, 34). El amor fiel es hu­milde: «También vo­so­tros de­béis la­varos los pies unos a otros» (Jn 13, 14).

Unidos a la ora­ción de Cristo, oremos para que, en la tierra del Señor, la Iglesia viva unida y en paz, cese toda per­se­cu­ción y dis­cri­mi­na­ción por causa de la fe, y todos los que creen en un único Dios vivan, en jus­ticia, la fra­ter­nidad, hasta que Dios nos con­ceda sen­tarnos en torno a su única mesa.



Segunda Estación

El beso de Judas



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«Y, un­tando el pan, se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote. Detrás del pan, entró en él Satanás» (Jn 13, 26).

«Se acercó a Jesús… y le besó. Pero Jesús le con­testó: “Amigo, a qué vienes”» (Mt 26, 49–50).

En la Cena se res­pira un há­lito de mis­terio sa­grado. Cristo está se­reno, pen­sa­tivo, su­friente. Había dicho: «Ardientemente he deseado comer esta Pascua con vo­so­tros, antes de pa­decer» (Lc 22, 15). Y ahora, a media voz, deja es­capar su sen­ti­miento más pro­fundo: «En verdad, en verdad os digo: uno de vo­so­tros me va a en­tregar» (Jn 13, 21).

Judas se siente mal, su am­bi­ción ha cam­biado, a precio de trai­ción, al Dios del Amor por el ídolo del di­nero. Jesús lo mira y él desvía la mi­rada. Le llama la aten­ción ofre­cién­dole pan con salsa. Y le dice: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto» (Jn 13, 27). El co­razón de Judas se había es­tre­chado y se fue a contar su di­nero, para des­pués en­tregar a Jesús con un beso. Y Cristo, al sentir el frío del beso traidor, no se lo re­procha, le dice: Amigo. Si estás sin­tiendo en tu carne el frío de la trai­ción, o el te­rrible su­fri­miento pro­vo­cado por la di­vi­sión entre her­manos y la lucha fra­tri­cida, ¡acude a Jesús!, que, en el beso de Judas, hizo suyas las do­lo­rosas traiciones.


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jueves, 14 de febrero de 2013

VOLVER A DIOS DE TODO CORAZÓN


Homilía del Santo Padre en la Eucaristía de ayer, miércoles de ceniza:



¡Venerados hermanos, queridos hermanos y hermanas!:

Hoy, Miércoles de Ceniza, iniciamos un nuevo camino cuaresmal, un camino que se desgrana a lo largo de cuarenta días y nos conduce a la alegría de la Pascua del Señor, a la victoria de la Vida sobre la muerte. Siguiendo la antiquísima tradición romana de las estaciones cuaresmales, nos hemos reunido para la Celebración de la Eucaristía. Tal tradición prevé que la primera estación tenga lugar en la Basílica de Santa Sabina sobre la colina del Aventino. Las circunstancias han sugerido reunirse en la Basílica Vaticana. Esta tarde somos numerosos en torno a la Tumba del Apóstol Pedro también para pedir su intercesión para el camino de la Iglesia en este particular momento, renovando nuestra fe en el Pastor Supremo, Cristo Señor. Para mí es una ocasión propicia para dar las gracias a todos, especialmente a los fieles de la Diócesis de Roma, mientas me dispongo a concluir el ministerio petrino, y para pedir un especial recuerdo en la oración.

Las lecturas que han sido proclamadas nos ofrecen puntos que, con la gracia de Dios, estamos llamados a convertirse en actitudes y comportamientos concretos en esta Cuaresma. La Iglesia nos vuelve a proponer, sobre todo, el fuerte llamado que el profeta Joel dirige al pueblo de Israel: «Así dice el Señor: volvéos a mí con todo el corazón, con ayunos, con llantos y lamentos» (2,12). Hay que subrayar la expresión «con todo el corazón», que significa desde el centro de nuestros pensamientos y sentimientos, de las raíces de nuestras decisiones, opciones y acciones, con un gesto de total y radical libertad. ¿Pero es posible esto retorno a Dios? Sí, porque hay una fuerza que no reside en nuestro corazón sino que mana del mismo corazón de Dios. es la fuerza de su misericordia. Dice todavía el profeta: «Volved al Señor, vuestro Dios, porque El es misericordioso y piadoso, lento a la ira, de gran amor, pronto a arrepentirse ante el mal» (v.13). La vuelta al Señor es posible como ‘gracia’, porque es obra de Dios y fruto de la fe que nosotros depositamos en su misericordia. Pero este volver a Dios se hace realidad concreta en nuestra vida sólo cuando la gracia del Señor penetra en lo profundo y lo sacude donándonos la fuerza de «lacerar el corazón». Es el profeta una vez más que hace resonar da parte de Dios estas palabras: "Rasgad los corazones, no las vestiduras" (v.13). En efecto, también en nuestros días, muchos están listos para "rasgarse las vestiduras" ante escándalos e injusticias –cometidas naturalmente por otros–, pero pocos parecen dispuestos a actuar sobre el propio “corazón”, sobre la propia conciencia y sobre las propias intenciones, dejando que el Señor transforme, renueve y convierta.
Aquel "convertíos a mí de todo corazón", es una llamada que no solo implica al individuo, sino a la comunidad. Hemos escuchado siempre en la primera Lectura: "Tocad la trompeta en Sión, proclamad el ayuno, convocad la reunión; congregad al pueblo, santificad la asamblea, reunid a los ancianos, congregad a muchachos y niños de pecho; salga el esposo de la alcoba" (vv.15-16). La dimensión comunitaria es un elemento esencial en la fe y en la vida cristiana. Cristo ha venido "para reunir a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Cfr. Jn 11, 52). El "Nosotros" de la Iglesia es la comunidad en la que Jesús nos reúne (Cfr. Jn 12, 32): la fe es necesariamente eclesial. Y esto es importante recordarlo y vivirlo en este Tiempo de la Cuaresma: que cada uno sea consiente que el camino penitencial no lo enfrenta solo, sino junto a tantos hermanos y hermanas, en la Iglesia.
El profeta, en fin, se detiene sobre la oración de los sacerdotes, los cuales, con los ojos llenos de lágrimas, se dirigen a Dios diciendo: "¡No entregues tu herencia al oprobio, y que las naciones no se burlen de ella! ¿Por qué se ha de decir entre los pueblos: Dónde está su Dios?" (v.17). Esta oración nos hace reflexionar sobre la importancia del testimonio de fe y de vida cristiana de cada uno y de nuestras comunidades para manifestar el rostro de la Iglesia y cómo, algunas veces este rostro es desfigurado. Pienso, en particular, en las culpas contra la unidad de la Iglesia, en las divisiones en el cuerpo eclesial. Vivir la Cuaresma en una comunión eclesial más intensa y evidente, superando individualismos y rivalidades, es un signo humilde y precioso para los que están alejados de la fe o los indiferentes.

"¡Éste es el tiempo favorable, éste es el día de la salvación!" (2 Co 6, 2). Las palabras del apóstol Pablo a los cristianos de Corinto resuenan también para nosotros con una urgencia que no admite omisiones o inercias. El término “éste” repetido tantas veces dice que este momento non se debe dejar escapar, se nos ofrece como ocasión única e irrepetible. Y la mirada del Apóstol se concentra en el compartir, con el que Cristo ha querido caracterizar su existencia, asumiendo todo lo humano hasta hacerse cargo del mismo pecado de los hombres. La frase de san Pablo es muy fuerte: Dio "Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro". Jesús, el inocente, el Santo, «Aquél que no conoció el pecado" (2 Co 5, 21), asume el peso del pecado compartiendo con la humanidad el resultado de la muerte, y de la muerte en la cruz. La reconciliación que se nos ofrece ha tenido un precio altísimo, el de la cruz levantada en el Gólgota, donde fue colgado el Hijo de Dios hecho hombre. En esta inmersión de Dios en el sufrimiento humano en el abismo del mal está la raíz de nuestra justificación. El "volver a Dios con todo nuestro corazón" en nuestro camino cuaresmal pasa a través de la Cruz, el seguir a Cristo por el camino que conduce al Calvario, al don total de sí. Es un camino en el cual debemos aprender cada día a salir cada vez más de nuestro egoísmo y de nuestro ensimismamiento, para dejar espacio a Dios que abre y transforma el corazón. Y san Pablo recuerda que el anuncio de la Cruz resuena también para nosotros gracias a la predicación de la Palabra, de la que el mismo Apóstol es embajador; un llamado para nosotros, para que este camino cuaresmal se caracterice por una escucha más atenta y asidua de la Palabra de Dios, luz que ilumina nuestros pasos.

En la página del Evangelio de Mateo, del llamado Sermón de la Montaña, Jesús se refiere a tres prácticas fundamentales previstas por la Ley mosaica: la limosna, la oración y el ayuno; son también indicadores tradicionales en el camino cuaresmal para responder a la invitación de "volver a Dios de todo corazón". Pero Jesús subraya que la calidad y la verdad de la relación con Dios son las que califican la autenticidad de todo gesto religioso. Por ello Él denuncia la hipocresía religiosa, el comportamiento que quiere aparentar, las conductas que buscan aplausos y aprobación. El verdadero discípulo no se sirve a sí mismo o al “público”, sino a su Señor, en la sencillez y en la generosidad: "Y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará" (Mt 6,4.6.18). Nuestro testimonio, entonces, será más incisivo cuando menos busquemos nuestra gloria y seremos conscientes de que la recompensa del justo es Dios mismo, el estar unidos a Él, aquí abajo, en el camino de la fe, y al final de la vida, en la paz y en la luz del encuentro cara a cara con Él para siempre (Cfr. 1 Co 13, 12).

Queridos hermanos y hermanas, comencemos confiados y alegres este itinerario cuaresmal. Que resuene fuerte en nosotros la invitación a la conversión, a "volver a Dios de todo corazón", acogiendo su gracia que nos hace hombres nuevos, con aquella sorprendente novedad que es participación en la vida misma de Jesús. Nadie, por lo tanto, haga oídos sordos a esta llamada, que se nos dirige también en el austero rito, tan sencillo y al mismo tiempo tan sugestivo, de la imposición de las cenizas, que realizaremos dentro de poco ¡Que nos acompañe en este tiempo la Virgen María, Madre de la Iglesia y modelo de todo auténtico discípulo del Señor! ¡Amén!

miércoles, 13 de febrero de 2013

"TODO PARTE DEL AMOR Y TIENDE AL AMOR"

El Señor nos regala una nueva Cuaresma. La iniciamos con la carta que nuestro Papa ha escrito a todos los católicos para ayudarnos a vivir este tiempo de gracia.
Recordamos que desde hoy y hasta la Pascua, en nuestra Parroquia, hay Adoración del Santísimo cada mañana desde las 7:00 y hasta las 8:30 y los domingos de 18:00 a 19:00



Queridos hermanos y hermanas:

La celebración de la Cuaresma, en el marco del Año de la fe, nos ofrece una ocasión preciosa para meditar sobre la relación entre fe y caridad: entre creer en Dios, el Dios de Jesucristo, y el amor, que es fruto de la acción del Espíritu Santo y nos guía por un camino de entrega a Dios y a los demás.

1. La fe como respuesta al amor de Dios

En mi primera Encíclica expuse ya algunos elementos para comprender el estrecho vínculo entre estas dos virtudes teologales, la fe y la caridad. Partiendo de la afirmación fundamental del apóstol Juan: «Hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él» (1 Jn 4,16), recordaba que «no se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva... Y puesto que es Dios quien nos ha amado primero (cf. 1 Jn 4,10), ahora el amor ya no es sólo un “mandamiento”, sino la respuesta al don del amor, con el cual Dios viene a nuestro encuentro» (Deus caritas est, 1). La fe constituye la adhesión personal ―que incluye todas nuestras facultades― a la revelación del amor gratuito y «apasionado» que Dios tiene por nosotros y que se manifiesta plenamente en Jesucristo. El encuentro con Dios Amor no sólo comprende el corazón, sino también el entendimiento: «El reconocimiento del Dios vivo es una vía hacia el amor, y el sí de nuestra voluntad a la suya abarca entendimiento, voluntad y sentimiento en el acto único del amor. Sin embargo, éste es un proceso que siempre está en camino: el amor nunca se da por “concluido” y completado» (ibídem, 17). De aquí deriva para todos los cristianos y, en particular, para los «agentes de la caridad», la necesidad de la fe, del «encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro, de modo que, para ellos, el amor al prójimo ya no sea un mandamiento por así decir impuesto desde fuera, sino una consecuencia que se desprende de su fe, la cual actúa por la caridad» (ib., 31a). El cristiano es una persona conquistada por el amor de Cristo y movido por este amor ―«caritas Christi urget nos» (2 Co 5,14)―, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo (cf. ib., 33). Esta actitud nace ante todo de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, incluso nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.

«La fe nos muestra a Dios que nos ha dado a su Hijo y así suscita en nosotros la firme certeza de que realmente es verdad que Dios es amor... La fe, que hace tomar conciencia del amor de Dios revelado en el corazón traspasado de Jesús en la cruz, suscita a su vez el amor. El amor es una luz ―en el fondo la única― que ilumina constantemente a un mundo oscuro y nos da la fuerza para vivir y actuar» (ib., 39). Todo esto nos lleva a comprender que la principal actitud característica de los cristianos es precisamente «el amor fundado en la fe y plasmado por ella» (ib., 7).

2. La caridad como vida en la fe

Toda la vida cristiana consiste en responder al amor de Dios. La primera respuesta es precisamente la fe, acoger llenos de estupor y gratitud una inaudita iniciativa divina que nos precede y nos reclama. Y el «sí» de la fe marca el comienzo de una luminosa historia de amistad con el Señor, que llena toda nuestra existencia y le da pleno sentido. Sin embargo, Dios no se contenta con que nosotros aceptemos su amor gratuito. No se limita a amarnos, quiere atraernos hacia sí, transformarnos de un modo tan profundo que podamos decir con san Pablo: ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí (cf. Ga 2,20).

Cuando dejamos espacio al amor de Dios, nos hace semejantes a él, partícipes de su misma caridad. Abrirnos a su amor significa dejar que él viva en nosotros y nos lleve a amar con él, en él y como él; sólo entonces nuestra fe llega verdaderamente «a actuar por la caridad» (Ga 5,6) y él mora en nosotros (cf. 1 Jn 4,12).

La fe es conocer la verdad y adherirse a ella (cf. 1 Tm 2,4); la caridad es «caminar» en la verdad (cf. Ef 4,15). Con la fe se entra en la amistad con el Señor; con la caridad se vive y se cultiva esta amistad (cf. Jn 15,14s). La fe nos hace acoger el mandamiento del Señor y Maestro; la caridad nos da la dicha de ponerlo en práctica (cf. Jn 13,13-17). En la fe somos engendrados como hijos de Dios (cf. Jn 1,12s); la caridad nos hace perseverar concretamente en este vínculo divino y dar el fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). La fe nos lleva a reconocer los dones que el Dios bueno y generoso nos encomienda; la caridad hace que fructifiquen (cf. Mt 25,14-30).

3. El lazo indisoluble entre fe y caridad

A la luz de cuanto hemos dicho, resulta claro que nunca podemos separar, o incluso oponer, fe y caridad. Estas dos virtudes teologales están íntimamente unidas por lo que es equivocado ver en ellas un contraste o una «dialéctica». Por un lado, en efecto, representa una limitación la actitud de quien hace fuerte hincapié en la prioridad y el carácter decisivo de la fe, subestimando y casi despreciando las obras concretas de caridad y reduciéndolas a un humanitarismo genérico. Por otro, sin embargo, también es limitado sostener una supremacía exagerada de la caridad y de su laboriosidad, pensando que las obras puedan sustituir a la fe. Para una vida espiritual sana es necesario rehuir tanto el fideísmo como el activismo moralista.

La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios. En la Sagrada Escritura vemos que el celo de los apóstoles en el anuncio del Evangelio que suscita la fe está estrechamente vinculado a la solicitud caritativa respecto al servicio de los pobres (cf. Hch 6,1-4). En la Iglesia, contemplación y acción, simbolizadas de alguna manera por las figuras evangélicas de las hermanas Marta y María, deben coexistir e integrarse (cf. Lc 10,38-42). La prioridad corresponde siempre a la relación con Dios y el verdadero compartir evangélico debe estar arraigado en la fe (cf. Audiencia general 25 abril 2012). A veces, de hecho, se tiene la tendencia a reducir el término «caridad» a la solidaridad o a la simple ayuda humanitaria. En cambio, es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana. Como escribe el siervo de Dios el Papa Pablo VI en la Encíclica Populorum progressio, es el anuncio de Cristo el primer y principal factor de desarrollo (cf. n. 16). La verdad originaria del amor de Dios por nosotros, vivida y anunciada, abre nuestra existencia a aceptar este amor haciendo posible el desarrollo integral de la humanidad y de cada hombre (cf. Caritas in veritate, 8).

En definitiva, todo parte del amor y tiende al amor. Conocemos el amor gratuito de Dios mediante el anuncio del Evangelio. Si lo acogemos con fe, recibimos el primer contacto ―indispensable― con lo divino, capaz de hacernos «enamorar del Amor», para después vivir y crecer en este Amor y comunicarlo con alegría a los demás.

A propósito de la relación entre fe y obras de caridad, unas palabras de la Carta de san Pablo a los Efesios resumen quizá muy bien su correlación: «Pues habéis sido salvados por la gracia mediante la fe; y esto no viene de vosotros, sino que es un don de Dios; tampoco viene de las obras, para que nadie se gloríe. En efecto, hechura suya somos: creados en Cristo Jesús, en orden a las buenas obras que de antemano dispuso Dios que practicáramos» (2,8-10). Aquí se percibe que toda la iniciativa salvífica viene de Dios, de su gracia, de su perdón acogido en la fe; pero esta iniciativa, lejos de limitar nuestra libertad y nuestra responsabilidad, más bien hace que sean auténticas y las orienta hacia las obras de la caridad. Éstas no son principalmente fruto del esfuerzo humano, del cual gloriarse, sino que nacen de la fe, brotan de la gracia que Dios concede abundantemente. Una fe sin obras es como un árbol sin frutos: estas dos virtudes se necesitan recíprocamente. La cuaresma, con las tradicionales indicaciones para la vida cristiana, nos invita precisamente a alimentar la fe a través de una escucha más atenta y prolongada de la Palabra de Dios y la participación en los sacramentos y, al mismo tiempo, a crecer en la caridad, en el amor a Dios y al prójimo, también a través de las indicaciones concretas del ayuno, de la penitencia y de la limosna.

4. Prioridad de la fe, primado de la caridad

Como todo don de Dios, fe y caridad se atribuyen a la acción del único Espíritu Santo (cf. 1 Co 13), ese Espíritu que grita en nosotros «¡Abbá, Padre!» (Ga 4,6), y que nos hace decir: «¡Jesús es el Señor!» (1 Co 12,3) y «¡Maranatha!» (1 Co 16,22; Ap 22,20).

La fe, don y respuesta, nos da a conocer la verdad de Cristo como Amor encarnado y crucificado, adhesión plena y perfecta a la voluntad del Padre e infinita misericordia divina para con el prójimo; la fe graba en el corazón y la mente la firme convicción de que precisamente este Amor es la única realidad que vence el mal y la muerte. La fe nos invita a mirar hacia el futuro con la virtud de la esperanza, esperando confiadamente que la victoria del amor de Cristo alcance su plenitud. Por su parte, la caridad nos hace entrar en el amor de Dios que se manifiesta en Cristo, nos hace adherir de modo personal y existencial a la entrega total y sin reservas de Jesús al Padre y a sus hermanos. Infundiendo en nosotros la caridad, el Espíritu Santo nos hace partícipes de la abnegación propia de Jesús: filial para con Dios y fraterna para con todo hombre (cf. Rm 5,5).

La relación entre estas dos virtudes es análoga a la que existe entre dos sacramentos fundamentales de la Iglesia: el bautismo y la Eucaristía. El bautismo (sacramentum fidei) precede a la Eucaristía (sacramentum caritatis), pero está orientado a ella, que constituye la plenitud del camino cristiano. Análogamente, la fe precede a la

caridad, pero se revela genuina sólo si culmina en ella. Todo parte de la humilde aceptación de la fe («saber que Dios nos ama»), pero debe llegar a la verdad de la caridad («saber amar a Dios y al prójimo»), que permanece para siempre, como cumplimiento de todas las virtudes (cf. 1 Co 13,13).

Queridos hermanos y hermanas, en este tiempo de cuaresma, durante el cual nos preparamos a celebrar el acontecimiento de la cruz y la resurrección, mediante el cual el amor de Dios redimió al mundo e iluminó la historia, os deseo a todos que viváis este tiempo precioso reavivando la fe en Jesucristo, para entrar en su mismo torrente de amor por el Padre y por cada hermano y hermana que encontramos en nuestra vida. Por esto, elevo mi oración a Dios, a la vez que invoco sobre cada uno y cada comunidad la Bendición del Señor.

Vaticano, 15 de octubre de 2012



BENEDICTUS PP. XVI

martes, 12 de febrero de 2013

GRACIAS SANTO PADRE

¡Gracias Benedicto XVI por tu dedicación, amor y entrega a la Iglesia de Jesucristo!
Redoblamos nuestras oraciones por toda la Iglesia, que nos dejemos conducir y guiar por la fuerza del Espíritu Santo.

lunes, 11 de febrero de 2013

JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO Y NUESTRA SRA. DE LOURDES

Queridos hermanos y hermanas:

1. El 11 de febrero de 2013, memoria litúrgica de la Bienaventurada Virgen María de Lourdes, en el Santuario mariano de Altötting, se celebrará solemnemente la XXI Jornada Mundial del Enfermo. Esta Jornada representa para todos los enfermos, agentes sanitarios, fieles cristianos y para todas la personas de buena voluntad, «un momento fuerte de oración, participación y ofrecimiento del sufrimiento para el bien de la Iglesia, así como de invitación a todos para que reconozcan en el rostro del hermano enfermo el santo rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, realizó la salvación de la humanidad» (Juan Pablo II, Carta por la que se instituía la Jornada Mundial del Enfermo, 13 mayo 1992, 3). En esta ocasión, me siento especialmente cercano a cada uno de vosotros, queridos enfermos, que, en los centros de salud y de asistencia, o también en casa, vivís un difícil momento de prueba a causa de la enfermedad y el sufrimiento. Que lleguen a todos las palabras llenas de aliento pronunciadas por los Padres del Concilio Ecuménico Vaticano II: «No estáis… ni abandonados ni inútiles; sois los llamados por Cristo, su viva y transparente imagen» (Mensaje a los enfermos, a todos los que sufren).

2. Para acompañaros en la peregrinación espiritual que desde Lourdes, lugar y símbolo de esperanza y gracia, nos conduce hacia el Santuario de Altötting, quisiera proponer a vuestra consideración la figura emblemática del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37). La parábola evangélica narrada por san Lucas forma parte de una serie de imágenes y narraciones extraídas de la vida cotidiana, con las que Jesús nos enseña el amor profundo de Dios por todo ser humano, especialmente cuando experimenta la enfermedad y el dolor. Pero además, con las palabras finales de la parábola del Buen Samaritano, «Anda y haz tú lo mismo» (Lc 10,37), el Señor nos señala cuál es la actitud que todo discípulo suyo ha de tener hacia los demás, especialmente hacia los que están necesitados de atención. Se trata por tanto de extraer del amor infinito de Dios, a través de una intensa relación con él en la oración, la fuerza para vivir cada día como el Buen Samaritano, con una atención concreta hacia quien está herido en el cuerpo y el espíritu, hacia quien pide ayuda, aunque sea un desconocido y no tenga recursos. Esto no sólo vale para los agentes pastorales y sanitarios, sino para todos, también para el mismo enfermo, que puede vivir su propia condición en una perspectiva de fe: «Lo que cura al hombre no es esquivar el sufrimiento y huir ante el dolor, sino la capacidad de aceptar la tribulación, madurar en ella y encontrar en ella un sentido mediante la unión con Cristo, que ha sufrido con amor infinito» (Enc. Spe salvi, 37).

3. Varios Padres de la Iglesia han visto en la figura del Buen Samaritano al mismo Jesús, y en el hombre caído en manos de los ladrones a Adán, a la humanidad perdida y herida por el propio pecado (cf. Orígenes, Homilía sobre el Evangelio de Lucas XXXIV, 1-9; Ambrosio, Comentario al Evangelio de san Lucas, 71-84; Agustín, Sermón 171). Jesús es el Hijo de Dios, que hace presente el amor del Padre, amor fiel, eterno, sin barreras ni límites. Pero Jesús es también aquel que «se despoja» de su «vestidura divina», que se rebaja de su «condición» divina, para asumir la forma humana (Flp 2,6-8) y acercarse al dolor del hombre, hasta bajar a los infiernos, como recitamos en el Credo, y llevar esperanza y luz. Él no retiene con avidez el ser igual a Dios (cf. Flp 6,6), sino que se inclina, lleno de misericordia, sobre el abismo del sufrimiento humano, para derramar el aceite del consuelo y el vino de la esperanza.

4. El Año de la fe que estamos viviendo constituye una ocasión propicia para intensificar la diaconía de la caridad en nuestras comunidades eclesiales, para ser cada uno buen samaritano del otro, del que está a nuestro lado. En este sentido, y para que nos sirvan de ejemplo y de estímulo, quisiera llamar la atención sobre algunas de las muchas figuras que en la historia de la Iglesia han ayudado a las personas enfermas a valorar el sufrimiento desde el punto de vista humano y espiritual. Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz, «experta en la scientia amoris» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo Millennio ineunte, 42), supo vivir «en profunda unión a la Pasión de Jesús» la enfermedad que «la llevaría a la muerte en medio de grandes sufrimientos» (Audiencia general, 6 abril 2011). El venerable Luigi Novarese, del que muchos conservan todavía hoy un vivo recuerdo, advirtió de manera particular en el ejercicio de su ministerio la importancia de la oración por y con los enfermos y los que sufren, a los que acompañaba con frecuencia a los santuarios marianos, de modo especial a la gruta de Lourdes. Movido por la caridad hacia el prójimo, Raúl Follereau dedicó su vida al cuidado de las personas afectadas por el morbo de Hansen, hasta en los lugares más remotos del planeta, promoviendo entre otras cosas la Jornada Mundial contra la lepra. La beata Teresa de Calcuta comenzaba siempre el día encontrando a Jesús en la Eucaristía, saliendo después por las calles con el rosario en la mano para encontrar y servir al Señor presente en los que sufren, especialmente en los que «no son queridos, ni amados, ni atendidos». También santa Ana Schäffer de Mindelstetten supo unir de modo ejemplar sus propios sufrimientos a los de Cristo: «La habitación de la enferma se transformó en una celda conventual, y el sufrimiento en servicio misionero… Fortificada por la comunión cotidiana se convirtió en una intercesora infatigable en la oración, y un espejo del amor de Dios para muchas personas en búsqueda de consejo» (Homilía para la canonización, 21 octubre 2012). En el evangelio destaca la figura de la Bienaventurada Virgen María, que siguió al Hijo sufriente hasta el supremo sacrifico en el Gólgota. No perdió nunca la esperanza en la victoria de Dios sobre el mal, el dolor y la muerte, y supo acoger con el mismo abrazo de fe y amor al Hijo de Dios nacido en la gruta de Belén y muerto en la cruz. Su firme confianza en la potencia divina se vio iluminada por la resurrección de Cristo, que ofrece esperanza a quien se encuentra en el sufrimiento y renueva la certeza de la cercanía y el consuelo del Señor.

5. Quisiera por último dirigir una palabra de profundo reconocimiento y de ánimo a las instituciones sanitarias católicas y a la misma sociedad civil, a las diócesis, las comunidades cristianas, las asociaciones de agentes sanitarios y de voluntarios. Que en todos crezca la conciencia de que «en la aceptación amorosa y generosa de toda vida humana, sobre todo si es débil o enferma, la Iglesia vive hoy un momento fundamental de su misión» (Juan Pablo II, Exhort. ap. postsinodal Christifideles laici, 38).

Confío esta XXI Jornada Mundial del Enfermo a la intercesión de la Santísima Virgen María de las Gracias, venerada en Altötting, para que acompañe siempre a la humanidad que sufre, en búsqueda de alivio y de firme esperanza, que ayude a todos los que participan en el apostolado de la misericordia a ser buenos samaritanos para sus hermanos y hermanas que padecen la enfermedad y el sufrimiento, a la vez que imparto de todo corazón la Bendición Apostólica.

Vaticano, 2 de enero de 2013

Benedictus PP XVI

 
Hoy celebramos a Sta. María Virgen, en su advocación de Ntra. Sra. de Lourdes.
Os dejamos el enlace con la web oficial del santuario: www.lourdes-france.org
 

 

sábado, 9 de febrero de 2013

DOMINGO VI DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, la gente se agolpaba en torno a Jesús para oír la palabra de Dios, estando Él de pie junto al lago de Genesaret; y vio dos barcas que estaban en la orilla; los pescadores, que habían desembarcado, estaban lavando las redes. Subiendo a una de las barcas, que era la de Simón, le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
Cuando acabó de hablar, dijo a Simón:
«Rema mar adentro, y echad vuestras redes para la pesca».
Respondió Simón y dijo: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes». Y, puestos a la obra, hicieron una redada tan grande de peces que las redes comenzaban a reventarse. Entonces hicieron señas a los compañeros, que estaban en la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Vinieron y llenaron las dos barcas, hasta el punto de que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús diciendo:
«Señor, apártate de mí, que soy un hombre pecador».
Y es que el estupor se había apoderado de él y de los que estaban con él, por la redada de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Y Jesús dijo a Simón:
«No temas; desde ahora serás pescador de hombres».
Entonces sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Lucas 5, 1-11
 
Hay asombros que atrapan. San Lucas describe la vocación de Pedro y de otros apóstoles como un encuentro con Jesús en el que el asombro se apoderó de ellos. Al desánimo por una noche de trabajo infructuoso, siguió la sorpresa de un encuentro inesperado que les cambió la vida. La escena aparenta rutina: unos pescadores lavan redes; sus barcas están ancladas junto a la orilla; en esta ocasión, no ha habido pesca. Junto al lago de Genesaret pasa Jesús, le sigue una multitud y Él les dirige la palabra. Una de las barcas se convierte en improvisado estrado: Jesús se fija en la de Simón, sube a ella, se retira de la orilla y habla a las gentes. La palabra llega a todos y ablanda el corazón de cada uno. Simón se ha dado cuenta: se fía de quien habla y cumple su mandato. Ahora todo cambia: la pesca sobreabunda, el pescador se confiesa pecador y se postra ante Jesús, el asombro sobrecoge y entonces llega la llamada.

Al entrar en el tercer milenio, el Beato Papa Juan Pablo II propuso a los hijos de la Iglesia volver a escuchar las palabras de Jesús Rema mar adentro, para experimentar una vez más su fuerza. Quien se fía de la palabra del Señor y pone su propio trabajo al servicio del mandato divino, se descubre sorprendido colaborando en una pesca milagrosa. La misma escena ha inspirado a los obispos españoles el hilo conductor del Plan pastoral de la Conferencia Episcopal Española para los próximos años. Las palabras de Pedro: Por tu palabra echaré las redes están llamadas a infundir un deseo renovado de trabajar en la difusión del Evangelio. Cuando el sucesor de Pedro ha invitado en el presente Año de la fe a toda la Iglesia a descubrir de nuevo la alegría de creer y el entusiasmo de comunicar la fe, el pasaje evangélico de este domingo nos indica con nitidez el camino que se debe recorrer para alcanzar la meta. En ese camino, el encuentro con Jesucristo ha de estar guiado por un creciente aprecio de la Palabra de Dios: el cansancio se vence con la escucha serena; el desánimo, con la confianza; la desilusión, con la diligencia.

Remar mar adentro es tarea siempre nueva. A la palabra cumplida sigue la postración que permite recuperar la inocencia. Reconocerse pecador ante Jesús es el inicio de una relación con Él restaurada. Lo que importa entonces no es la pesca extraordinaria, sino Aquel cuya palabra es capaz de provocarla. Cuando Pedro así lo percibe, se postra a los pies de Jesús y se descubre atrapado por el asombro. Ahora está en condiciones de escuchar la llamada. Mantener la capacidad de asombro ante el poder de la Palabra de Dios es imprescindible para escuchar la llamada del Señor, fortalecer la fe y seguir a Jesús.
En la antigüedad cristiana, la barca de Pedro fue vista como símbolo de la Iglesia. El mandato de remar mar adentro se consideró una invitación firme a entrar en la hondura del misterio de Dios mientras vivimos en el piélago de este mundo, y la pesca milagrosa se entendió como profecía de la obra evangelizadora de la Iglesia. Para seguir hoy echando las redes de la evangelización, es necesario no abandonar la barca de la Iglesia, navegar bajo la guía del sucesor de Pedro, fiarse del poder de la Palabra, postrarse a los pies de Jesús, saberse pecador ante Él y vivir de tal manera que también otros se sientan atrapados por el asombro.
 
+ José Rico Pavés
obispo auxiliar de Getafe

viernes, 8 de febrero de 2013

SANTA JOSEFINA BAKHITA

Luego de ser capturada, Bakhita fue llevada a la ciudad de El Obeid, donde fue vendida a cinco distintos amos en el mercado de esclavos.

Canonizada por Juan Pablo II, hoy la celebramos.
Traemos aquí su biografía.

Bakhita, que significa "afortunada", es el nombre que se le puso cuando fue secuestrada, ya que por la fuerte impresión, nunca llegó a recordar su verdadero nombre. Josefina es el nombre que recibió en el bautismo.
No se conocen datos exactos sobre su vida, se dice que podría ser del pueblo de Olgossa en Darfur, y que 1869 podría ser el año de su nacimiento. Creció junto con sus padres, tres hermanos y dos hermanas, una de ellas su gemela.
La captura de su hermana por unos negreros que llegaron al pueblo de Olgossa, marcó mucho en el resto de la vida de Bakhita, tanto así que más adelante en su biografía escribiría: "Recuerdo cuánto lloró mamá y cuánto lloramos todos".
En su biografía Bakhita cuenta su propia experiencia al encontrarse con los buscadores de esclavos. "Cuando aproximadamente tenía nueve años, paseaba con una amiga por el campo y vimos de pronto aparecer a dos extranjeros, de los cuales uno le dijo a mi amiga: 'Deja a la niña pequeña ir al bosque a buscarme alguna fruta. Mientras, tú puedes continuar tu camino, te alcanzaremos dentro de poco'. El objetivo de ellos era capturarme, por lo que tenían que alejar a mi amiga para que no pudiera dar la alarma.
Sin sospechar nada obedecí, como siempre hacia. Cuando estaba en el bosque, me percate que las dos personas estaban detrás de mí, y fue cuando uno de ellos me agarró fuertemente y el otro sacó un cuchillo con el cual me amenazó diciéndome: 'Si gritas, morirás! Síguenos!'".
Los mismos secuestradores fueron quienes le pusieron Bakhita al ver su especial carisma.
En esclavitud
Nunca consiguió escapar, a pesar de intentarlo varias veces. Con quien más sufrió de humillaciones y torturas fue con su cuarto amo, cuando tenía más o menos 13 años. Fue tatuada, le realizaron 114 incisiones y para evitar infecciones le colocaron sal durante un mes. "Sentía que iba a morir en cualquier momento, en especial cuando me colocaban la sal", cuenta en su biografía.
El comerciante italiano Calixto Leganini compró a Bakhita por quinta vez en 1882, y fue así que por primera vez Bakhita era tratada bien.
"Esta vez fui realmente afortunada - escribe Bakhita - porque el nuevo patrón era un hombre bueno y me gustaba. No fui maltratada ni humillada, algo que me parecía completamente irreal, pudiendo llegar incluso a sentirme en paz y tranquilidad".
En 1884 Leganini se vio en la obligación de dejar Jartum, tras la llegada de tropas Mahdis. Bakhita se negó a dejar a su amo, y consiguió viajar con él y su amigo Augusto Michieli, a Italia.

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jueves, 7 de febrero de 2013

JUEVES SACERDOTAL

Hoy es primer jueves de mes, JUEVES SACERDOTAL.
En nuestra Parroquia hay EXPOSICIÓN DEL SANTÍSIMO hasta las 19:30.
Es el momento de pedirle al dueño de la mies que envíe obreros y también de orar por nuestros sacerdotes y seminaristas.


miércoles, 6 de febrero de 2013

TESTIMONIO

Se había convertido en el objeto de deseo de los grandes clubes de fútbol italianos, hasta que finalmente en el 2003 la Juventus lo fichó. Legrottaglie cosechó grandes éxitos durante ocho años, pero las continuas fiestas no le saciaban.

"Muchas fiestas pero me sentía solo"
«Estaba vacío por dentro. Salía con mis compañeros, iba a las fiestas, llegaba tarde pero, una vez que volvía a casa, me preguntaba: ¿qué me ha quedado de esta noche?», comienza a explicar en su testimonio. Al comenzar a jugar para la Juve se dio cuenta de que algo estaba cambiando: «Estaba viviendo el sueño de mi vida, había trabajado toda mi vida para llegar ahí... Y, sin embargo, me sentía solo».


«Me sentía incompleto, no me gustaba a mí mismo»
Nicola Leggrottalie, ahora jugador del Catania, reconoce que tener dinero y fama «no es suficiente» para ser feliz. «Me sentía incompleto, no me gustaba a mí mismo. He aprendido por experiencia que el dolor es un camino para llegar a la felicidad».


«Quizá no habría encontrado a Dios si no hubiera tocado fondo», admite. ¿Y cómo tocó fondo? Quizá, reconoce, su dependencia al sexo. «Veía a una mujer y la deseaba sexualmente». Después, sin embargo, «cuando ya la había conseguido, no me preocupaba por ella y esto me hacía sentirme mal».

Hoy el defensa agradece a Dios por haberle ayudado porque habría podido casarse con la mujer equivocada y haber traído al mundo hijos que no habrían nacido en una familia infeliz.

Un cambio tras otro
El cambio llegó de la mano de otro colega de la profesión. Tomás Guzman, jugador en aquel momento del Siena, junto con su mujer, le ayudaron a mirar atrás. A darse cuenta de los errores. A buscar un nuevo camino para llenar el vacío. «He comenzado a rezar, a leer la Biblia, y paso a paso me di cuenta de que, siguiendo las palabras del Evangelio, llenaba ese vacío», explica.


Leer la Biblia con amigos
¿Y cómo pasa ahora sus noches, en lugar de ir de fiesta siempre? «Quedo con un grupo de amigos de Torino a leer la Biblia, organizamos cenas en una pizzeria o en casa, incluso cantamos», enumera. «¡He descubierto que tengo buen oído!», bromea.


Pero no es la única cosa que ha cambiado en la vida del ex defensa de la Juve. Desde que se convirtió de nuevo al cristianismo, ha vivido en la castidad. ¿Años sin sexo? Sí, pero no son perdidos, asegura.

«Amando a Dios siento que el deseo sexual se aminora, puedo resistir sin él. Sé que Dios ha elegido para mí la persona justa, estoy solamente esperándola», asegura contento. «Por eso, la respeto desde este momento. Espero que ella haga lo mismo y se esté portando bien...», señala de modo divertido.

Vivir la fe en la Liga profesional
Legrottaglie reconoce que no le importa lo que piensan sus compañeros, se ríe de sus bromas porque también él fue como ellos. «Dios me da serenidad para afrontar de la mejor manera posible mi vida», explica.


Entre sus colegas de profesión algunos le respetan, otros no se resisten y cuando él aparece intercambian miradas maliciosas. Eso sí, si uno de ellos dice cualquier blasfemia en el campo, el defensa le pide evitarlo.

La conversión en dos libros
En 2009 y 2010 el ex defensa de la Juve publicó dos libros (Ho fatto una promessa y Cento volte tanto) en los que contaba su experiencia de conversión y cómo la ha vivido en el campo futbolístico. En ambas obras escribe algunos juicios negativos contra el mundo del fúbtol: «Me he dado cuenta, durante mi crecimiento espiritual, de que en el fútbol no hay lugar para Dios y, sobre todo, que hay poca valentía para salir a la luz y decir lo que se piensa. Es muy cómodo ser igual a los demás para no tener problemas y para que no te tomen el pelo».


LLevar la palabra de Dios por el mundo
La única pregunta que queda por hacer es evidente. ¿Cómo imagina el futuro? «Dada mi popularidad, intentaré llevar la palabra de Dios por todo el mundo».


Hay quien asegura que Legrottaglie se hará sacerdote, pero él mismo asegura que no se siente a la altura. El primer viaje que quiere realizar será a Tierra Santa, y después querría irse a África a ayudar a dos asociaciones que ayudan en el terreno de la adopción. El ha adoptado ya nueve niños a distancia, pero le gustaría «hacer aún más por ellos».

Fuente: ReL