miércoles, 31 de octubre de 2012

TESTIMONIO PEREGRINACIÓN PARROQUIAL A GUADALUPE





Con motivo de la apertura del año de la fe, nuestra Parroquia peregrinó a Guadalupe para participar con D. Braulio y con el resto de la Diócesis en tan significativo acto.
A continuación compartimos el testimonio de dos jóvenes que participaron en esta peregrinación.


Hola a tod@s!

Nosotras somos Irene y Verónica, unas jóvenes de la parroquia de Sonseca que asistimos el  pasado día 14 de Octubre a la peregrinación de Guadalupe. Este año ha sido la primera vez que visitamos a la Virgen y estamos muy contentas e ilusionadas por el hecho de haber disfrutado de esta experiencia. No pudimos hacer la peregrinación completa por diversos motivos, pero aún así la fuerza de nuestra Fe nos empujó hacia Guadalupe.

El viaje fue un poco largo, porque no veíamos la hora de bajar del autobús y encontrarnos con Ella. Después de estos cuatro días teníamos ganas de volver a ver a nuestros amigos para que nos contaran con todo detalle como habían vivido esta nueva experiencia.

La concelebración fue realmente emotiva ya que todos estábamos allí por dos únicas razones: Jesucristo y la Virgen de Guadalupe. Ellos hicieron que nuestros caminos se cruzasen y consiguieron enriquecernos en la Fe.

Después de comer, nosotras dos, queríamos pasar un rato en compañía de la Virgen y dedicarla nuestras alegrías, tristezas, emociones, etc. Y allí estábamos nosotras, frente a Su mirada.

Después de pasar estos emotivos momentos a Su lado, fuimos al acto de envío donde nos encontramos  con los jóvenes de la peregrinación, en el cual todos y cada uno de nosotros predicábamos nuestra Fe a los cuatro vientos: bailando, cantando, saltando, etc.

En resumen, esta experiencia ha encaminado nuestras vidas a ser mejores cristianas, y a vivir cada segundo de nuestras vidas porque es un regalo que Dios nos ha concedido.

Esperamos poder asistir el año que viene a la peregrinación de los jóvenes y por último decir:

“CON ELLA SE PUEDE”

Un saludo, qDtb+

 

 

martes, 30 de octubre de 2012

CAMINO A LA PAZ

 

El único camino para crecer en la paz interior e irradiarla a tu alrededor, consiste en el aprendizaje de aceptar día a día las situaciones de vida por las cuales debes atravesar. En cada una de ellas, puedes unir tu voluntad a la voluntad de Jesús, aceptando serenamente lo que no puedes cambiar y distinguiendo lo que Dios te pide hacer y lo que no te corresponde realizar a ti, a fin de salir o cambiar esa situación.

Cuando lo que vives, aun lo desagradable, lo entregas a Dios y lo vives junto a él, es como si lo estuvieses colocando en el altar para que pueda ser consagrado y transformado en algo precioso por el poder bendito de la Sangre de Jesús y por la fuerza del Espíritu Santo.

La aceptación te llevará al triunfo sobre el demonio, eterno rebelde, y te conducirá a la paz interior para que puedan abrirse nuevas puertas de conversión y de victoria.



El Señor, mi Señor, es mi fortaleza: él da a mis pies la agilidad de las gacelas y me hace caminar por las alturas. Habacuc 3, 19.
 
P. Gustavo Jamut
 

lunes, 29 de octubre de 2012

CARLO ACUTIS: ADOLESCENTE ENAMORADO DE JESUCRISTO

En octubre de 2006, Carlo Acutis tenía 15 años de edad y su vida se apagó por una agresiva leucemia. El adolescente, oriundo de Milán, conmovió a familiares y amigos al ofrecer todos los sufrimientos de su enfermedad por la Iglesia y el Papa. Su testimonio de fe, que en algunos años podría valerle el inicio de un proceso de beatificación, sacude en estos días Italia, con la publicación de su biografía.
"Eucaristía. Mi autopista para el cielo. Biografía de Carlo Acutis" es el título del libro escrito por Nicola Gori, uno de los articulistas de L’Osservatore Romano, y publicado por Ediciones San Pablo.
Según los editores, Carlo "era un adolescente de nuestro tiempo, como muchos otros. Se esforzaba en la escuela, entre los amigos, era un gran apasionado de las computadoras. Al mismo tiempo era un gran amigo de Jesucristo, participaba en la Eucaristía a diario y se confiaba a la Virgen María. Muerto a los 15 años por una leucemia fulminante, ofreció su vida por el Papa y la Iglesia. Su vida suscitó profunda admiración en quienes lo conocieron. El libro nace del deseo de contarle a todos su simple e increíble historia humana y profundamente cristiana".
"Mi hijo siendo pequeño, y sobre todo después de su Primera Comunión, nunca faltó a la cita cotidiana con la Santa Misa y el Rosario, seguidos de un momento de Adoración Eucarística", recuerda Antonia Acutis, madre de Carlo.
"Con esta intensa vida espiritual, Carlo ha vivido plena y generosamente sus quince años, dejando en quienes lo conocieron una profunda huella. Era un muchacho experto con las computadoras, leía textos de ingeniería informática y dejaba a todos estupefactos, pero este don lo ponía al servicio del voluntariado y lo utilizaba para ayudar a sus amigos", agrega.
"Su gran generosidad lo hacía interesarse en todos: los extranjeros, los discapacitados, los niños, los mendigos. Estar cerca de Carlo era esta cerca de una fuente de agua fresca", asegura su madre.
Antonia recuerda claramente que "poco antes de morir Carlo ofreció sus sufrimientos por el Papa y la Iglesia. Ciertamente la heroicidad con la que ha afrontado su enfermedad y su muerte han convencido a muchos que verdaderamente era alguien especial. Cuando el doctor que lo veía le preguntaba si sufría mucho, Carlo contestó: ‘¡Hay gente que sufre mucho más que yo!".
"Fama de santidad"Francesca Consolini, postuladora para la causa de los santos de la Arquidiócesis de Milán, cree que en el caso de Carlo hay elementos que podrían llevar a la apertura de un proceso de beatificación, cuando se cumplan cinco años de su muerte, como lo pide la Iglesia.
"Su fe, singular en una persona tan joven, era limpia y segura, lo llevaba a ser siempre sincero consigo mismo y los demás. Manifestó una extraordinaria atención hacia el prójimo: era sensible a los problemas y las situaciones de sus amigos, los compañeros, las personas que vivían cerca a él y quienes encontraba día a día", explicó Consolini.
Para la experta, Carlo Acutis "había entendido el verdadero valor de la vida como don de Dios, como esfuerzo, como respuesta a dar al Señor Jesús día a día en simplicidad. Quisiera subrayar que era un muchacho normal, alegre, sereno, sincero, voluntarioso, que amaba la compañía, que gustaba de la amistad".
Carlo "había comprendido el valor del encuentro cotidiano con Jesús en la Eucaristía, y era muy amado y buscado por sus compañeros y amigos por su simpatía y vivacidad", indicó.
"Después de su muerte muchos han sentido la necesidad de escribir un propio recuerdo de él y otros han comentado que van a pedir su intercesión en sus oraciones: esto ha hecho que su figura sea vista con particular interés" y en torno a su recuerdo se está desarrollando lo que se llama "fama de santidad", explicó.
La presentación del libro ha sido redactada por Mons. Michelangelo Tiribilli, Abad General de los Benedictinos del Monte Oliveto, y se incluye el testimonio del sacerdote Gianfranco Poma, el párroco de Carlo.
Para más información sobre el libro escrito en italiano, se puede visitar http://www.libreriauniversitaria.it/eucaristia-mia-autostrada-cielo-biografia/libro/9788821560385

Publicado en Aceprensa

sábado, 27 de octubre de 2012

DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO


Evangelio

En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, un mendigo ciego, Bartimeo (el hijo de Timeo), estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí». Muchos lo increpaban para que se callara. Pero él gritaba más: «Hijo de David, ten compasión de mí». Jesús se detuvo y dijo: «Llamadlo». Llamaron al ciego, diciéndole: «Ánimo, levántate, que te llama». Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús. Jesús le dijo: «¿Qué quieres que te haga?» El ciego le contestó: «Rabbuni, que recobre la vista». Jesús le dijo: «Anda, tu fe te ha salvado». Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Marcos 10, 46-52

El relato de la curación del ciego Bartimeo es muy entrañable. Conviene recordar que la ceguera era una enfermedad con pocas posibilidades de curación en la antigüedad, y la única posibilidad de subsistencia que tenía un ciego en aquel tiempo era dedicarse a mendigar. Su marginación y la situación de su vida quedan claramente reflejados en el relato: Estaba sentado al borde del camino, a merced de lo que le quisieran dar. Pero empieza a gritar porque confía plenamente en Jesús, al que llama Mesías, Salvador; y aunque le riñen, él grita más todavía. Cuando Jesús lo llama, con rapidez suelta el manto, se acerca al Maestro y pronuncia una petición llena de confianza: «Señor, que recobre la vista». Y después de ser curado por Jesús, le sigue agradecido. Esta escena encierra lo que debe ser el proceso de la fe. No todos los que seguían a Jesús lo hacían con una fe profunda y desinteresada. Entre sus seguidores, también se hallaban los que se imaginaban un reino político repleto de ventajas personales.
El ciego Bartimeo nos enseña, con su oración humilde y confiada, la necesidad que el ser humano tiene de iluminación, nos muestra la oscuridad del hombre sin fe y la urgencia de la búsqueda. Si el hombre busca la verdad, busca la luz, no hay duda de que, tarde o temprano, se encontrará con Cristo, con la luz, con la fe. Porque Cristo es la luz del mundo, la luz que ilumina las naciones. Bartimeo es el paradigma del hombre que tiene hambre y sed de luz, que necesita salvación. Y Cristo es la luz verdadera que ilumina a todo hombre para que pueda caminar en la luz.
Caminar en la luz equivale a pensar, honrar, decir y practicar la verdad, en cada circunstancia que nos toque ir viviendo, sin pactar jamás con la mentira. Como recordaba el Beato Juan XXIII en su mensaje de Navidad de 1960, «las palabras de Cristo sitúan, en efecto, a todo hombre de cara a su responsabilidad; se trata de aceptar o de rehusar la verdad invitando a cada uno, con fuerza persuasiva, a permanecer en la verdad, a alimentar sus pensamientos personales de verdad, a obrar según la verdad».
Somos enviados en medio del mundo como los testigos de Cristo, los testigos de la Luz, los testigos de la Verdad, en la universidad, en la fábrica, en la oficina, en las plazas y en las calles, en todos los ambientes. No podemos caer en la tentación de pactar con la mentira ambiental, ni tampoco podemos permitir que nos arrastren las componendas de planteamientos opuestos a la vida cristiana. Vivir en la Verdad, transparentar a Cristo Verdad, sin imposiciones, porque la luz y la verdad no se imponen, sino que se hacen presentes e iluminan, pero con la conciencia clara de la misión de ser testigos de la Verdad.

+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

viernes, 26 de octubre de 2012

TWEET CREDO

Para profundizar en este Año de la Fe

jueves, 25 de octubre de 2012

CATEQUESIS DEL PAPA EN EL AÑO DE LA FE

24 de octubre, 2012. En la Audiencia general del miércoles, el Papa continuó su catequesis sobre el Año de la Fe. Benedicto XVI explicó qué significa tener fe en un mundo de ciencia y técnica y reflexionó sobre la necesidad de aportar una dimensión humana a todo el conocimiento.
(Texto en español)

Queridos hermanos y hermanas:

En esta catequesis deseo contestar a la pregunta ¿qué es la fe y qué sentido tiene en un mundo de ciencia y técnica? Es paradójico que a pesar de tantos logros el hombre no haya crecido en humanidad, que se sienta desorientado en cuestiones fundamentales de la existencia.

En efecto, el saber científico no basta, necesitamos amor, sentido, esperanza, un fundamento que nos ayude en la dificultad. La fe es eso, encomendarse a Aquel que nos da una certeza distinta, pero igualmente sólida, Dios. No es, por tanto, el mero aceptar una serie de verdades, sino adherirse a quien me da esperanza y confianza.

Lógicamente, al revelarse, Dios ha llenado de contenido la fe, pues mostrándose en Cristo, ha manifestado su amor en la Cruz. La fe es creer en ese amor inmune a nuestra malicia, que es capaz de redimir toda esclavitud y darnos la salvación. Confiar en este amor conlleva también saber que es un don que hemos recibido, que no merma nuestra libertad ni nuestra inteligencia, sino que las exalta.

Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los queridos hijos de Panamá, a quienes encomiendo a la amorosa protección de Santa María La Antigua, para que sean valientes misioneros del Evangelio de su Hijo, de palabra y con el propio ejemplo de vida. Dirijo también un afectuoso saludo a los grupos provenientes de España, México, Argentina y otros países latinoamericanos. Invito a todos a pedir que el Espíritu Santo mueva los corazones y los dirija a Dios, para que juntos podamos con alegría proclamar nuestra fe. Muchas gracias.

miércoles, 24 de octubre de 2012

"TAMBIÉN VOSOTROS DARÉIS TESTIMONIO"

Próximamente tendrá lugar en Valencia el Congreso de Pastoral Juvenil.
Con tal motivo, se ha presentado este vídeo que ahora compartimos.
Oramos por los frutos de este congreso.

martes, 23 de octubre de 2012

SENTIDO DEL VÍNCULO




Hemos sido creados por Dios como criaturas sociales, con la apremiante necesidad de vincularnos los unos a los otros. De este modo, se construye la familia y se tejen todos los lazos sociales. Sin embargo, también pudimos haber heredado de nuestros antepasados, modelos enfermos en la manera de relacionarnos. Si a esto se suman las rupturas afectivas, las infidelidades, las traiciones, etcétera, los daños al sentido del vínculo pudieron pudieron ser devastadores, tanto para quien ha sido lastimado como para las personas que están a su alrededor. No obstante, al poner nuestra esperanza en Dios y al contemplar el modo que Jesús tuvo de relacionarse con la gente, gradualmente recibimos del Espíritu Santo, la restauración del sentido de la vinculación. Así, nos liberamos de todo modelo negativo y comenzamos a disfrutar de la verdadera amistad, familiaridad y fraternidad con quienes nos rodean.

¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos!... Es como el rocío del Hermón que cae sobre las montañas de Sión. Allí el Señor da su bendición, la vida para siempre. Salmo 133, 1 y 3.
P. Gustavo Jamut

lunes, 22 de octubre de 2012

FIESTA DEL BEATO JUAN PABLO II

La Iglesia celebra hoy al beato Juan Pablo II. Hoy le encomendamos este año de la fe, a toda la Iglesia, a cada comunidad, familia, enfermo, parado, etc.
Beato Juan Pablo II, ruega por nosotros.

sábado, 20 de octubre de 2012

DOMINGO XXIX DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y le dijeron: «Maestro, queremos que nos hagas lo que te vamos a pedir».
Les preguntó: «¿Qué queréis que haga por vosotros?»
Contestaron: «Concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda».
Jesús replicó: «No sabéis lo que pedís, ¿podéis beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?»
Contestaron: «Podemos».
Jesús les dijo: «El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y seréis bautizados con el bautismo con que yo me voy a bautizar, pero el sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo, sino que es para quienes está reservado».
Los otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús, llamándolos, les dijo: «Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. No será así entre vosotros: el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos».

Marcos 10, 35-45
 
Santiago y Juan piden a Jesús los primeros puestos en su Reino futuro haciendo alarde de osadía y ambición. Los otros diez no les van a la zaga, y por eso se indignan al saber de la petición de los dos hermanos. Resulta paradójico que los apóstoles manifiesten estas actitudes y reacciones, ellos que llevan tiempo conviviendo con el Maestro, que han escuchado su mensaje de servicio y de humildad, que han sido testigos de milagros prodigiosos. Está claro que no habían acabado de entender la enseñanza del Maestro, ni tampoco aprendían demasiado de su ejemplo. Por otra parte, contemplar a los apóstoles tan humanos, tan frágiles, de alguna manera nos sirve de consuelo y esperanza.

Nos ayuda a no desanimarnos por nuestros altibajos y caídas. La conversión profunda del corazón llegará a través del encuentro con el Resucitado, y al recibir la luz y la fuerza del Espíritu Santo en Pentecostés. Pero no hay que olvidar que lo más importante en cualquier biografía es el final de la trayectoria, y la de todos ellos culmina con una confesión del Señor tan rotunda, que quedará sellada por el martirio. ¡Ojalá nuestra trayectoria quede también sellada por la confesión del Señor!
La vida cristiana comienza en el sacramento del Bautismo, por el que somos constituidos hijos del Padre, miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo. El Bautismo produce en nosotros una nueva vida, un dinamismo que nos impulsa a la santidad y al apostolado. Esta dimensión apostólica se manifiesta de manera más plena en la Confirmación, que es un nuevo Pentecostés para el que la recibe y que comporta un compromiso para dar testimonio de Cristo con la palabra y con la vida. La vida cristiana es un camino de conversión continua, que lleva al desarrollo pleno de nuestra personalidad de hijos de Dios y a ser testigos de Cristo en el mundo.

En este camino de seguimiento de Cristo, la actitud de servicio no es un elemento menor. Tal como el Señor enseña a los Doce: «El que quiera ser grande, que sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y dar su vida en rescate por muchos». Si queremos ser discípulos de Cristo, hemos de hacer del servicio a Dios y a los demás el eje central de nuestra existencia. Somos los discípulos de Cristo, el Siervo de Yahvé que nos ha redimido dando su vida en la cruz. Somos los hijos de María, la esclava del Señor. No es posible vivir el seguimiento de Cristo sin hacer de la actitud y de la práctica del servicio uno de nuestros fundamentos. Pidamos al Señor que cambie nuestro corazón ambicioso por un corazón que sirve a los hermanos hasta llegar a dar la propia vida.
 
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

viernes, 19 de octubre de 2012

OCTUBRE MES DEL ROSARIO

"El Rosario es mi oración preferida. Oración maravillosa en su sencillez y en su profundidad..." Juan Pablo II
Que también para nosotros sea nuestra oración preferida. No la descuides, ni la reces sin meditarla entregando en cada "Avemaría" tu corazón.Repitiendo en cada una de ellas: ''Soy todo tuyo María"



jueves, 18 de octubre de 2012

"LA MUERTE NO TIENE LA ULTIMA PALABRA"

“No te impliques tanto que vas a sufrir mucho”, le dijeron al comienzo de su carrera a la doctora López-Ibor cuando trataba a una niña con leucemia. Ella respondió: “No me gustaría ser esa niña, ni sus padres, y tener un médico como tú”. Así empezó su vocación por la oncología pediátrica. Ella no trata el cáncer, sino a niños con cáncer. Por eso, toda su energía se desgasta no solo en curar a sus pacientes, sino en conseguir que integren la enfermedad en su vida normal.
Los miedos del niñoQuince mudanzas y distintos hospitales públicos y privados le ha costado a Blanca López-Ibor formar una unidad de oncología pediátrica [en el Hospital Montepríncipe de Madrid] hecha a la medida de las necesidades de los niños con cáncer y sus familias. Ante la enfermedad, un niño tiene dos miedos: al dolor y a estar solo. Por eso, en esta unidad todos los procedimientos dolorosos se realizan bajo anestesia y los niños están siempre acompañados por sus padres.

Incluso en la antesala del quirófano, y siempre que es posible, los niños se duermen en los brazos de sus padres y se despiertan junto a ellos. Por eso la consiga de “el niño en el centro” aquí no es solo una teoría. “No hacemos lo que el médico o el hospital necesitan, sino lo que el niño necesita, como lo necesite y cuando lo necesite, tanto desde un punto de vista técnico como intelectual, social, psicológico y espiritual”, explica la doctora.

En este rincón del hospital no hay una sala de quimio como tal, sino un salón de juegos, un aula de música, un bosque donde celebrar cumpleaños -y en el que los adolescentes hacen fiestas con sus amigos-, un sacerdote de forma permanente y un colegio con un horario de clases en el que ni la propia doctora López-Ibor interrumpe a los alumnos... Este lugar no da miedo, y no porque las paredes estén decoradas con motivos infantiles, sino porque es un sitio donde se respira mucha vida.

Mudanza del alma
Blanca López-Ibor nos recibe en su despacho, otrora repleto de fotos de sus niños, y que ahora viste desnudo. “Hace poco tuve que hacer mudanza del alma”, se excusa. No es de piedra. Llora, abraza, ríe y calla con estos pequeños que le han robado el corazón. Hoy, abre su consulta a Misión para ayudarnos a atisbar un poco mejor este gran misterio que es la enfermedad de un niño. Pero empecemos por el principio.

¿Cómo se supera el miedo inicial ante el diagnóstico de cáncer de un hijo?
Al principio los padres están aterrorizados, ¿cómo no vas a tener miedo a la enfermedad de un hijo? Pero parte del miedo se cura con información, por eso les hacemos expertos en la enfermedad. Aquí todos los niños conocen su diagnóstico, su tratamiento y los efectos secundarios más importantes. Conocí a un niño en un hospital en el que trabajé que se llamaba Gorka. Le pregunté: “¿Tú qué tienes?” Y me dijo: “Una diabetis”. Tenía un linfoma. Así que me dirigí a sus médicos y les pregunté: “¿Por qué le habéis dicho que tiene una diabetes, que es una enfermedad que no se cura, en vez de un linfoma, que sí se cura?” Por eso aquí todos saben el nombre exacto de su enfermedad. Informamos a la vez a padres e hijos. Esa escena de habitación de hospital en la que sale la madre para hablar con el médico es aterradora para el niño. Así que jamás hablamos con unos padres en un pasillo, hablamos con el niño y, a través de él, con los padres. Cuando es necesaria una conversación a puerta cerrada la tenemos siempre en el despacho. Esto es especialmente importante en el adolescente, puesto que necesita confiar en su médico y no saber que están hablando de él “por detrás”. Otra parte del miedo se cura caminando por dos carriles: el de la confianza y el de la esperanza. Cuando digo esto, los padres interpretan que significa que confíen en mí, y no es en mí en quien tienen que confiar; la confianza y la esperanza están mucho más arriba.

¿Se puede llegar a entender la enfermedad de un niño?La primera pregunta que se hacen las familias cuando vienen es por qué, ¿por qué está mi hijo enfermo?... y esa no es la pregunta. Esa pregunta te tira al pozo, porque no podemos saber por qué este niño sí y este otro no. La pregunta correcta es para qué. Yo les digo: “Cuando te levantes, pregúntate qué estás haciendo en este mundo. No se me ocurre mejor respuesta que acompañar a un hijo en una enfermedad grave. Y ahora mismo lo que necesita el niño eres tú”. Los niños buscan la seguridad en la mirada de sus padres y lo que más les asusta es verles inseguros. Dicen que los niños, a diferencia de los adultos, no sufren de más compadeciéndose de sí mismos.

¿Ha notado usted un modo peculiar en los niños de vivir la enfermedad?
Yo coloco a los padres desde el primer día en la situación. “El que está enfermo es tu hijo, tú no tienes leucemia, estás en este mundo para acompañarlo y eres un privilegiado porque lo vas a poder hacer. Así que, cuando te levantes, coge la pasta de dientes, pinta un ombligo en el espejo y cuando te canses de mirarlo sal a la calle. No mires tu propio dolor porque estarás perdiendo un tiempo que puedes ocupar en ver y oír cosas que nunca imaginaste que ibas a ver u oír”. Así salen de ese bucle en el que entran. Y eso se aplica al adulto enfermo. Es verdad que, cuando te duele algo, ese dolor ocupa todo en ese momento, pero los médicos tenemos formas de quitar el componente físico del dolor; el componente psicológico y espiritual es otro tema, que trabajamos en este camino. Yo creo que los adultos podemos comportarnos como los niños. Seguro que conocemos a enfermos adultos que, aun estando gravemente enfermos, están sacando a la vida todo lo que la vida tiene. Si no tienes dolor y te encuentras bien, ¿por qué no vas a ir a trabajar?, ¿por qué vas a renunciar a la vida, si hay tanta vida dentro de una enfermedad? Por eso los niños que no pueden no van al colegio, pero si pueden, van, porque eso les hace sentirse bien, seguros y tranquilos. La enfermedad no es un paréntesis en la vida; forma parte de ella. Hay mucha más vida dentro de la enfermedad que fuera de ella, es mucho más real lo que vives cuando estás enfermo. Una de las grandes lecciones de mi vida me la dio Dani, que en medio de su enfermedad hizo todos los viajes y planes que quiso, y no faltó al instituto ni un solo día. Él me marcó el camino que pienso vivir.

¿Qué cambios percibe en padres e hijos desde que llegan aquí hasta que se marchan con el sello de "curados"?
Ese es el gran milagro. Cambian como personas, cambian su escala de valores, descubren lo que es importante, utilizan otro lenguaje, incluso un lenguaje médico… Antes, si el niño se hacía un esguince, era un trauma, ahora no. La vida cambia, pero integramos la enfermedad en la vida normal de la familia. Cuando comencé en esto, solo el 40% de los niños se curaba; hoy en día, se cura más del 80%. Así que el objetivo de mi trabajo no es solo curar al niño, sino lograr que llegue a ser un adulto sano desde el punto de vista físico, psíquico, social y espiritual. Y por eso esta unidad funciona así.

Y cuando no se puede curar a un niño, ¿en qué consiste su labor?
Tratamos de curar a la familia. Cada quince días me reúno con dos grupos de padres de niños que murieron. Nos acompaña un sacerdote y ellos me han enseñado que esto vale la pena, incluso cuando entra un niño por la puerta con un tumor que sé que no se puede curar. Si se cura o no también he aprendido que no está en mis manos. El día que entendí el concepto de ser instrumento la cosa cambió. Y tengo que ser un instrumento muy afinado y aportar todo lo que puedo como médico y persona que soy.

¿Qué consuelo puede haber para un padre al que se le muere un hijo?
Cuando estás roto de dolor porque se te ha muerto un hijo, el pensar que tienes que estar en esta vida porque tienes que cuidar de otros hijos, no basta. Te ayuda saber que hay cosas que no acaban con la muerte, y que no vas a dejar de querer a tu hijo. Yo buscaba el alma en las autopsias, es decir, pensaba que todo se acaba aquí, que somos células y punto. Pero descubrí que hay algo más que no se pesa, que no se mide, pero que está, y que además es mucho más real que las propias células. Yo creo que el sentido de la vida es aprender a vivir con otro tipo de presencia. Aquí los niños se mueren con mucha Vida, y los padres se agarran a esa Vida. Esto es un camino que tienen que recorrer y en el que hay unas caídas tremendas, pero las caídas acaban siendo cada vez más blandas en la medida que van mirando más “hacia arriba”. Ellos me han enseñado que se puede ser feliz en medio del dolor. Les ayudamos a entender que el sentido está dentro de ellos. Si hubo alguien que murió y resucitó y dijo “yo me voy a quedar con vosotros hasta el fin de los tiempos”, y nosotros seguimos ese camino, pues si mueres, estás; de otra forma, pero estás.

¿Cómo ha pasado de "buscar el alma en las autopsias" a sentir con claridad que la vida continúa tras la muerte?El punto de inflexión fue ver morir a mi hermano Javier. Murió en seis meses y verle evolucionar durante su enfermedad me cambió. Murió en mis brazos con cara de niño y me dije: “Me estoy perdiendo algo”. Hubo una caída del caballo, y llegué a entender que la muerte no es la última palabra, que no estamos aquí por casualidad, que estamos hechos para ser felices, que somos muy queridos y que tenemos mucha capacidad de querer.

¿Hasta qué punto le ha afectado el trato diario con niños enfermos en la relación con sus propios hijos?

Yo soy médico incombustible, nací para esto y soy médico las 24 horas del día, no desconecto. Igual que mis hijos están en mi cabeza por la mañana cuando estoy en el hospital, los niños del hospital están conmigo cuando estoy en casa, forman parte de mí. Eso no quiere decir que no sufra; me cuesta venir al hospital todas las mañanas y enfrentarme a lo que me tengo que enfrentar, y el día que me deje de costar dejaré de ser médico.

¿Podría trabajar en esto sin fe?
Yo no tenía fe y era un médico relativamente bueno. Pero ahora sé perfectamente qué hago en este mundo. Además, sé que los niños que murieron están con Jesús y Jesús está vivo, sé que están bien y que me siguen queriendo un montón. Tener esa experiencia todos los días me ha hecho inmensamente feliz.

¿Se puede ser un buen médico sin fe?
Probablemente sí, pero se es mucho más feliz con fe.

* * *

Gracias a la unidad de oncología pediátrica que dirige Blanca López-Ibor y al empeño de la presidenta de la Fundación Mujer, Familia y Trabajo, Gloria Juste, se consiguió hace un año que el Ministerio de Trabajo aprobara la prestación por cuidado de menores afectados por cáncer u otra enfermedad grave, con el fin de que uno de los padres tenga un permiso laboral para acompañar a su hijo. “No es un derecho de los padres, es un derecho del niño a estar con sus padres cuando está enfermo en el hospital o en casa y no puede ir al colegio”.

Ahora, la doctora se ha marcado un nuevo objetivo: convencer a los colegios de que los niños con cáncer son como los demás y deben ser tratados como tal. “Hay algunos centros donde les regalan las notas, y eso ofende a un niño profundamente”, explica. “Los niños no quieren ser héroes ni quieren dar pena, no desean ser especiales; por eso, debemos crear una cultura de verdad, no una cultura desde la pena ni desde el morbo. La enfermedad forma parte de la vida, le da sentido, la enriquece, te hace descubrir lo importante y te hace feliz, porque descubres a la gente que te quiere y lo que tú eres capaz de querer”.
 
Publicado en ReL

miércoles, 17 de octubre de 2012

DE LOS PADRES DEL DESIERTO

 
Un hermano que había pecado fue echado de la iglesia por el presbítero, y el padre Besarión se levantó y salió con él diciendo: "Yo también soy un pecador".
Una vez, en Scete, un hermano cometió una falta. Convocaron un consejo y decidieron llamar al padre Moisés. Per éste no quiso ir. Entonces el presbítero envió a uno a decirle: "Ven, que todos te esperamos": Se levantó y se fue con una cesta agujereada que llenó de arena; se la cargó a su espalda, y la llevó así. Los demás que habían salido a su encuentro, le dijeron: "¿Qué es esto, padre?" El anciano dijo: "Mis faltas caen detrás de mí y yo, ¿voy hoy a juzgar las faltas de otro?". Al escuchar estas palabras no dijeron nada al hermano, sino que lo perdonaron.

Otro día, el padre José preguntó al padre Poemen: "Dime cómo llegar a ser monje". El anciano le respondió: "Si quieres tener paz aquí y en el mundo futuro, dí en toda ocasión: "¿Quién soy yo?" Y no juzgues a nadie".

Un hermano preguntó al mismo padre Poemen: "si veo una falta en mi hermano, ¿está bien esconderla?". El anciano contestó: "En el momento en que escondemos las faltas de nuestro hermano, también Dios esconde las nuestras; y en el momento en que ponemos de manifiesto las faltas de nuestro hermano, también Dios pone de manifiesto las nuestras".

Sentencias de los Padres del Desierto.

martes, 16 de octubre de 2012

MÁS SOBRE CHIARA CORBELLA

 
 
" La Cruz es ligera cuando se vive con Cristo"


Enrico, el 21 de septiembre habríais celebrado vuestro cuarto aniversario de bodas. ¿Cómo viviste los últimos meses de tu esposa?

Enrico Petrillo - Fueron dolorosos y a la vez magníficos. A Chiara le dolía todo, pero llegábamos a hacer frente a lo cotidiano juntos. Nuestra vida conyugal, a través de la prueba, no hizo más que profundizar.

El Señor estuvo realmente presente en medio de nosotros. ¡Es tan bello estar acompañado en nuestra cruz por el mismo Cristo! Chiara pudo pasar sus últimas horas con Jesús expuesto ante sus ojos. Yo estaba maravillado al verla tan enamorada de su Esposo divino, su Jesús amado, ¡que la ama mejor que yo!



¿No estás celoso de Jesús?

E. P. - (Risas.) No puedo estar celoso, ¡porque yo también Lo amo! Y es el único esposo que nunca decepciona… Chiara se ha ido junto a Aquél que ella ama. Es de este amor por Cristo de donde ella sacaba su amor conyugal.



Hno. Vito, ¿cómo explicas la alegría que se vivió en el funeral de Chiara, el 16 de junio?

Hno.Vito d’Amato - Como el cumplimiento de una súplica. El 4 de abril, cuando se le anunció que la medicina ya no podía hacer nada más, Chiara volvió a casa y dio la noticia a su familia y amigos. Todo el mundo puso cara de entierro. Entonces Chiara dijo: “Señor, pídeme todo lo que tu quieras, aunque con la cara que ponen ¡no podré hacer nada!” Ella ha sido complacida: nunca he celebrado un entierro tan alegre.



No olvidaréis nunca la misa celebrada en su casa la víspera de su muerte…

H.V.A. - ¡Por supuesto que no! Al final de la misa, Chiara estaba resplandeciente. Estaba como Jesús en la Cruz, cuando dice “Todo está cumplido”. No vimos morir a una mujer serena, sino a una mujer feliz, plenamente feliz. Vimos lo que vio, hace dos mil años, cierto centurión que exclamó: “Él es verdaderamente el Hijo de Dios”. En el momento de la muerte de Chiara, vimos a Jesús vivo en uno de sus hijos.

E.P. – Valía la pena vivir toda una vida por esa misa. Después de la Eucaristía, Chiara le expresó a cada uno su amor. Cada una de sus palabras era para alabar, bendecir, dar gracias.



¿Cuál es, según tú, el secreto de su alegría?

H.V.A. – Su principio de vida: no debemos poseer nada como un mérito, sino recibir todo como un don. Chiara acogía todo como un don… y sabía reconocer al Donante. Atravesó situaciones objetivamente muy difíciles: y las atravesaba gracias a este acto de abandono, por el cual reconocía que había alguien que velaba por ella y que había un designio de amor sobre su vida.

O vives tu existencia como un don y la donas, o vives inmerso en una búsqueda de posesiones cada vez mayor, y por lo tanto, en el miedo a perderlas Es entonces cuando se puede sentir a los otros como una amenaza, incluido tu propio hijo.






¿Qué les diríais a aquellos que no sienten la misma valentía?

H.V.A – Ver cómo Chiara ha acabado su vida terrestre ha sido una inmensa lección para mí. Ella había comprendido que estamos hechos para la vida eterna, y que ésta comienza aquí abajo. Contemplándola, me he dado cuenta de que hay que juzgar una vida a partir de su final. Chiara ha muerto feliz porque ella en su vida, miraba hacia atrás sin lamentarse por ninguna de las elecciones ni direcciones tomadas. Ella, frecuentemente, daba testimonio de que si hubiera abortado a Maria, no habría tenido más que una obsesión: olvidar ese día. Por eso, su nacimiento, como el de David, han supuesto una inmensa alegría.

Es por lo que os deseo una muerte bella, tan bella como la suya. Pues conocer una bella muerte significa haber tenido una buena vida. Os deseo vivir como hijos de Dios para no morir jamás.

E.P. – Yo tenía en el corazón desde hacía tiempo una incertidumbre, esta frase evangélica donde Jesús afirma que su yugo es suave y su carga ligera. La mañana de su último día, hacia las 8h, me atreví a preguntarle a Chiara esta pregunta que me atormentaba: “Amor mío, el yugo del Señor ¿es verdaderamente suave?” A ella le costaba respirar y hablar, pero, sonriendo, respondió claramente: “Sí, Enrico, muy suave”. Murió a mediodía. Y sí, hemos visto morir a una mujer feliz.



¿Amas la Cruz?

E.P. – No, no amo la Cruz, y Chiara tampoco. Amamos a Aquél que está en la Cruz.. La perla preciosa descubierta a lo largo de estos años es que la Cruz se vuelve ligera cuando la vivimos con Cristo. Y no es tan fea como parece si nos une a Él. Si sabes que Dios quiere amarte en el fuego, ¡qué rápido te lanzas al fuego!



Vuestros dos primeros hijos tenían minusvalías y murieron enseguida. ¿Cómo vivisteis esto?

E.P. - Como una prueba y una gracia. Gracias a ellos, descubrimos que no hay una diferencia real entre una vida que dura treinta minutos y una que dura cien años. Tras estas preocupaciones y estos dramas, se escondía una gracia del Señor mayor, que nos hacía crecer en el amor. Así pues, cada vez estábamos más enamorados…



¿Enamorados?

E.P – Enamorados el uno del otro, y enamorados de Jesús. Su amor nunca nos ha decepcionado. Hemos vivido una vida plena y un amor más fuerte que la muerte. La gracia recibida ha sido el no poner límites a su gracia. Hemos dicho que sí, y nos hemos agarrado a Él con todas nuestras fuerzas. Pues lo que nos pedía nos superaba, era más grande que nosotros. No podíamos vivirlo solos.



Rezabais por la curación de Chiara. Ahora bien, ella no se ha curado. ¿No estás enfadado con Dios?

E.P. – Todos los días rezábamos por esta intención, pero con el abandono de no saber qué era lo mejor. Cuando recibimos el diagnóstico final en abril, yo estaba al límite. Chiara me dijo: “Enrico, si supieras que el sacrificio que se te es propuesto puede salvar a diez personas, ¿lo harías? – Sí, lo haría, pero solo con su gracia. – Yo también, Enrico. Es por lo que rezo por mi curación, pero sin realmente desearla”.



Hno. Vito, ¿cómo resumirías el mensaje espiritual de Chiara?

H.V.A. – Yo precisaría: el mensaje de Enrico y Chiara. Chiara se consagró a Jesús a través de su donación a Enrico, y viceversa. Ellos han mostrado la belleza y el límite del matrimonio humano. La belleza: la palabra “cónyuge” en italiano se dice “coniugi”: los que llevan el mismo yugo. Enrico y Chiara han llevado el mismo yugo en Jesús. Hicieron alianza con un aliado muy poderoso: con Él han recorrido sendas inaccesibles por nuestras fuerzas. El límite: el verdadero matrimonio es el del Creador con su creatura. Todos estamos destinados a la unión con Él. Y si Cristo es el Esposo de la Iglesia, lo es también de cada alma. El rito del matrimonio humano insiste sobre el valor del amor humano como icono del amor divino, y subraya hasta qué punto Dios llama a los esposos a amarse para darles parte un día en su amor eterno. Chiara llegó al matrimonio con Dios a través de su matrimonio humano.



E.P. – Cuando, la mañana del 13 de junio, vimos que era el fin, enviamos un SMS a algunos presbíteros y amigos para que rezaran por nosotros en esas últimas horas. Mirando a Chiara, no pude escribir otra cosa que esto: “Nuestras lámparas están encendidas. Esperamos al Esposo”. Estábamos preparados, y el Esposo vino.



Podemos tener la tentación de pensar: “es muy bonito, pero demasiado para mí”.

H.V.A. – Efectivamente, es una gran tentación decirse “Esto es para santos”. Ahora bien, hace falta recordar que Chiara y Enrico llegaron a esto progresivamente, y que el Señor los condujo paso a paso. Ellos habían adoptado la regla de las tres “P”: “pequeños pasos posibles”. A menudo, frente a los acontecimientos que nos superan, pensamos que no seremos capaces de vivirlos. La “técnica” de Chiara era hacer aquello que era capaz de hacer, en este momento, sin dejarse ahogar por el miedo del mañana.

El Señor no nos pide cambiar el agua en vino, sino llenar las tinajas. La Iglesia propone a cada uno la santidad: vivir como un hijo de Dios. Cada uno responde a su modo, paso a paso.



Enrico, ¿cómo le hablas a Francisco de su madre?

E.P. – Recitamos cada mañana, delante de su foto (¡él la llama “mamá”!) la consagración a María que yo decía con Chiara. Más tarde intentaré decirle: “Lo más importante en la vida es dejarse amar, a fin de amar y poder morir feliz. Es esto lo que tu madre vivió plenamente”.Ella se dejó amar y, en cierto modo, creo que está amando al mundo entero.

La siento más viva que nunca. El hecho de verla morir feliz es para mí no solo un consuelo extremo, sino la derrota de la muerte: la certeza de que en el “otro nivel” hay algo sublime que nos espera.


Publicado en el blog "Todo era bueno"

lunes, 15 de octubre de 2012

TERESA DE JESUS

Maravillosa expresión con la que se califica Jesús, cuando a nosotros tantas veces se nos sube el pavo y nos creemos tan inmejorables. ¿Mansedumbre?, ¿cómo la viviremos? Santa Teresa de Jesús tiene hermosas palabras. Tenemos un buen amigo presente, y un tan buen capitán, que se puso en lo primero en el padecer, que por eso todo se puede sufrir. Amigo que nunca falta; amigo verdadero. Dios, para que le contentemos, y para hacernos grandes mercedes, quiere que sea a través de la carme del Hijo, en quien él se deleita. Ella, que vivía arrobada en la contemplación mística, era persona dedicada por entero a sus labores, muchas, muy grandes unas e ínfimamente pequeñas otras. También ella lo veía todo a través de la carne del Hijo.

Necesitamos una mirada que vea la hondura de su corazón. ¿Quién nos la donará? Nuestra mirada se disturbia con tanta frecuencia; se desarregla mirando allá donde no está la carne del Hijo. Solo cuando el Señor mismo nos proporcione esa mirada seremos capaces de entrever la profundidad de su mansedumbre y de su humildad; solo entonces nuestro Padre vendrá a llenarnos por entero con su gracia tierna y misericordiosa. Mas para verlas, necesitamos que nuestro corazón se haya contagiado de ellas, de otro modo nos pasarían desapercibidas por completo. ¿Quién de entre nosotros verá la mansedumbre y la humildad?, ¿con qué oído las oiremos? Vemos con prontitud la prepotencia y el orgullo; aspiramos a hacerlos nuestros. Nos gustaría ser cómo esos, poderosos y epulones, aquellos a quienes todo les sobra, comprendan nuestro valer y nuestro tener. ¿Nos fijaríamos en quien no chista, en quien se deja hacer, en quien como oveja es llevado mansamente a la matanza, en quien está cubierto de salivazos y de desprecios? ¿Cómo resistiríamos la humildad de quien, por no disponer de nada, nada nos puede ofrecer? Recordad el gesto maravilloso de don Bosco.

Misterio tremendo este de que para ver a Dios tenemos que mirar la mansa humildad del Hijo. Todo nos lo pone patas arriba. Lo grande solo nos aparece en lo pequeño. El poder esplendoroso, en la humildad de un ser al que miramos con asombroso arrobo. La grandeza del poder, en su mansedumbre. Pero la voltereta llega a más, pues nos enseña que debemos cargar con su yugo, precisamente cuando estamos, porque estamos cansados y agobiados. ¿Tendría razón Nietzsche cuando gritaba que el cristianismo es religión de esclavos y de arrastrados en las puras miserias? Quizá sí, pero se le olvidaba que es ahí, cuando él solo veía esclavitud y arrastrada pequeñez, donde se nos da la infinita grandeza de la gracia que transforma por completo nuestras vidas, porque primero ha transformado de modo radical nuestra mirada. Y porque las cosas son así, podemos reclinarnos en el pecho amoroso del Hijo, porque será ahí donde encontraremos nuestro descanso. Yugo el suyo, sí, claro, pero llevadero. Carga, sí, también, pero que él la hace ligera.

¿Seremos capaces de estar en ese embeleso de pura misticidad arrobada que Teresa vivió y, escribiendo sobre ello, nos enseñó? Solo busco ser manso y humilde de corazón también yo, pero, quizá, para ello, se me concederá esa fuerza de mirada que ve en lo pequeño y escondido del Hijo la fuerza del Padre. Teresa busca que en todas las casas de su fundación hubiera una imagen del niño Jesús, para que tanto ella como sus hermanas, y nosotros con ellas, mirando arrobados su pequeñez, viéramos la ternura del Padre.

Comentario a la liturgia del día en www.archimadrid.org

sábado, 13 de octubre de 2012

DOMINGO XXVIII DEL TIEMPO ORDINARIO

 
 
Tenemos presente en nuestra oración a los jóvenes de la diócesis que peregrinan este fin de semana a Guadalupe, especialmente a los de nuestra Parroquia, acompañados por D. David.
También el fruto de la peregrinación con motivo de la apertura del año de la fe, en el que participarán también peregrinos de Sonseca, acompañados por D. Natalio.
 
Evangelio

En aquel tiempo, cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló ante Él y le preguntó: «Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna?»
Jesús le contestó: «¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios. Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre». Él replicó: «Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud». Jesús se quedó mirándolo, lo amó y le dijo: «Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dáselo a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego ven y sígueme». A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó triste, porque era muy rico.
Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: «¡Qué difícil les será entrar en el reino de Dios a los que tienen riquezas!»
Los discípulos quedaron sorprendidos de estas palabras. Pero Jesús añadió: «Hijos, ¡qué difícil es entrar en el reino de Dios! Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios». Ellos se espantaron y comentaban: «Entonces, ¿quién puede salvarse?» Jesús se les quedó mirando y les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo».

Marcos 10, 17-30
 
El corazón humano está sediento de felicidad, una sed que sólo Dios puede saciar. En ese camino de búsqueda de felicidad y de sentido, el encuentro con Cristo provoca un cambio radical en la vida. Y es que el que encuentra a Jesús, encuentra el tesoro, y eso produce plenitud y alegría, llena de sentido la existencia. Una vez hallado el tesoro, se produce un cambio profundo, una auténtica conversión. Es el salto de ser majo, de ser una buena persona, al compromiso decidido por un camino de perfección, de santidad. Un ejemplo emblemático de lo que es ser un joven-buena-persona lo tenemos en el episodio del Evangelio de este domingo.
El personaje que se acerca a Jesús es ciertamente una persona buena y cumplidora. También hay que hacer notar que, según lo describe el relato, parece que más que interesarse por conocer un ideal de mayor altura lo que pretendía era una confirmación de lo bueno que ya era. Posiblemente, esperaba que Jesús le dijera que era suficiente con lo que hacía, y quizá en el fondo no deseaba más. De otro modo, no se explica que cuando el Maestro le ofrece la totalidad, la plenitud a través del dejarlo todo y seguirle, se marche triste y sin responder a su propuesta. Se muestra incapaz de descubrir el tesoro y la grandeza de lo que supone la nueva vida que se le está ofreciendo.
Jesús le viene a decir: Yo seré el centro de tu vida, el tesoro, la plenitud. Y aquel hombre que parecía libre, resulta que estaba encadenado por la riqueza material. Por eso, conviene que revisemos qué es lo que nos produce alegría o tristeza en la vida. Una señal de estar esclavizado por algo es la tristeza que nos produce la posibilidad de perderlo. Si el desprenderse de cualquier bien del tipo que sea nos produce pesar, quiere decir que esa riqueza nos encadena. Si, cuando Jesús nos ofrece algo que comporta alguna renuncia, nos ponemos tristes, eso significa que estamos cautivos.
Santa Teresa de Jesús, san Juan de Dios, san Francisco de Borja, san Juan de Ávila, eran inteligentes, trabajadores, cargados de cualidades. Eran buenas personas y buenos cristianos. Pero aquella vida no les acababa de llenar, no era suficiente. Nuestro recién declarado Doctor de la Iglesia tendrá ará profundamente. Años más tarde, ordenado sacerdote, lo venderá todo, lo dará a los pobres y solicitará ir a evangelizar a los países de misión. El arzobispo de Sevilla le dirá que su misión estaba en España y aquí se quedará. Lo importante no era el lugar donde misionara, lo importante era que Cristo, su auténtico tesoro, estaba siempre con él, llenando su vida de sentido, de felicidad y de amor.

 
+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa

jueves, 11 de octubre de 2012

HOMILÍA DEL PAPA PARA ABRIR EL AÑO DE LA FE

Venerables hermanos, queridos hermanos y hermanas. Hoy, con gran alegría, a los 50 años de la apertura del Concilio Ecuménico Vaticano II, damos inicio al Año de la fe. Me complace saludar a todos, en particular a Su Santidad Bartolomé I, Patriarca de Constantinopla, y a Su Gracia Rowan Williams, Arzobispo de Canterbury.
Un saludo especial a los Patriarcas y a los Arzobispos Mayores de las Iglesias Católicas Orientales, y a los Presidentes de las Conferencias Episcopales.
 
Para rememorar el Concilio, en el que algunos de los aquí presentes – a los que saludo con particular afecto – hemos tenido la gracia de vivir en primera persona, esta celebración se ha enriquecido con algunos signos específicos: la procesión de entrada, que ha querido recordar la que de modo memorable hicieron los Padres conciliares cuando ingresaron solemnemente en esta Basílica; la entronización del Evangeliario, copia del que se utilizó durante el Concilio; y la entrega de los siete mensajes finales del Concilio y del Catecismo de la Iglesia Católica, que haré al final, antes de la bendición. Estos signos no son meros recordatorios, sino que nos ofrecen también la perspectiva para ir más allá de la conmemoración. Nos invitan a entrar más profundamente en el movimiento espiritual que ha caracterizado el Vaticano II, para hacerlo nuestro y realizarlo en su verdadero sentido. Y este sentido ha sido y sigue siendo la fe en Cristo, la fe apostólica, animada por el impulso interior de comunicar a Cristo a todos y a cada uno de los hombres durante la peregrinación de la Iglesia por los caminos de la historia.
El Año de la fe que hoy inauguramos está vinculado coherentemente con todo el camino de la Iglesia en los últimos 50 años: desde el Concilio, mediante el magisterio del siervo de Dios Pablo VI, que convocó un «Año de la fe» en 1967, hasta el Gran Jubileo del 2000, con el que el beato Juan Pablo II propuso de nuevo a toda la humanidad a Jesucristo como único Salvador, ayer, hoy y siempre. Estos dos Pontífices, Pablo VI y Juan Pablo II, convergieron profunda y plenamente en poner a Cristo como centro del cosmos y de la historia, y en el anhelo apostólico de anunciarlo al mundo. Jesús es el centro de la fe cristiana. El cristiano cree en Dios por medio de Jesucristo, que ha revelado su rostro.
 
Él es el cumplimiento de las Escrituras y su intérprete definitivo. Jesucristo no es solamente el objeto de la fe, sino, como dice la carta a los Hebreos, «el que inició y completa nuestra fe» (12,2).
El evangelio de hoy nos dice que Jesucristo, consagrado por el Padre en el Espíritu Santo, es el verdadero y perenne protagonista de la evangelización: «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque él me ha ungido. Me ha enviado a evangelizar a los pobres» (Lc 4,18). Esta misión de Cristo, este dinamismo suyo continúa en el espacio y en el tiempo, atraviesa los siglos y los continentes. Es un movimiento que parte del Padre y, con la fuerza del Espíritu, lleva la buena noticia a los pobres en sentido material y espiritual. La Iglesia es el instrumento principal y necesario de esta obra de Cristo, porque está unida a Él como el cuerpo a la cabeza. «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo» (Jn 20,21). Así dice el Resucitado a los discípulos, y soplando sobre ellos, añade: «Recibid el Espíritu Santo» (v. 22). Dios por medio de Jesucristo es el principal artífice de la evangelización del mundo; pero Cristo mismo ha querido transmitir a la Iglesia su misión, y lo ha hecho y lo sigue haciendo hasta el final de los tiempos infundiendo el Espíritu Santo en los discípulos, aquel mismo Espíritu que se posó sobre él y permaneció en él durante toda su vida terrena, dándole la fuerza de «proclamar a los cautivos la libertad, y a los ciegos la vista»; de «poner en libertad a los oprimidos» y de «proclamar el año de gracia del Señor» (Lc 4,18-19).
 
El Concilio Vaticano II no ha querido incluir el tema de la fe en un documento específico. Y, sin embargo, estuvo completamente animado por la conciencia y el deseo, por así decir, de adentrase nuevamente en el misterio cristiano, para proponerlo de nuevo eficazmente al hombre contemporáneo. A este respecto se expresaba así, dos años después de la conclusión de la asamblea conciliar, el siervo de Dios Pablo VI: «Queremos hacer notar que, si el Concilio no habla expresamente de la fe, habla de ella en cada página, al reconocer su carácter vital y sobrenatural, la supone íntegra y con fuerza, y construye sobre ella sus enseñanzas. Bastaría recordar [algunas] afirmaciones conciliares… para darse cuenta de la importancia esencial que el Concilio, en sintonía con la tradición doctrinal de la Iglesia, atribuye a la fe, a la verdadera fe, a aquella que tiene como fuente a Cristo y por canal el magisterio de la Iglesia» (Audiencia general, 8 marzo 1967). Así decía Pablo VI.
Pero debemos ahora remontarnos a aquel que convocó el Concilio Vaticano II y lo inauguró: el beato Juan XXIII. En el discurso de apertura, presentó el fin principal del Concilio en estos términos: «El supremo interés del Concilio Ecuménico es que el sagrado depósito de la doctrina cristiana sea custodiado y enseñado de forma cada vez más eficaz… La tarea principal de este Concilio no es, por lo tanto, la discusión de este o aquel tema de la doctrina… Para eso no era necesario un Concilio... Es preciso que esta doctrina verdadera e inmutable, que ha de ser fielmente respetada, se profundice y presente según las exigencias de nuestro tiempo» (AAS 54 [1962], 790. 791-792).
A la luz de estas palabras, se comprende lo que yo mismo tuve entonces ocasión de experimentar: durante el Concilio había una emocionante tensión con relación a la tarea común de hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe en nuestro tiempo, sin sacrificarla a las exigencias del presente ni encadenarla al pasado: en la fe resuena el presente eterno de Dios que trasciende el tiempo y que, sin embargo, solamente puede ser acogido por nosotros en el hoy irrepetible. Por esto mismo considero que lo más importante, especialmente en una efeméride tan significativa como la actual, es que se reavive en toda la Iglesia aquella tensión positiva, aquel anhelo de volver a anunciar a Cristo al hombre contemporáneo. Pero, con el fin de que este impulso interior a la nueva evangelización no se quede solamente en un ideal, ni caiga en la confusión, es necesario que ella se apoye en una base concreta y precisa, que son los documentos del Concilio Vaticano II, en los cuales ha encontrado su expresión.
Por esto, he insistido repetidamente en la necesidad de regresar, por así decirlo, a la «letra» del Concilio, es decir a sus textos, para encontrar también en ellos su auténtico espíritu, y he repetido que la verdadera herencia del Vaticano II se encuentra en ellos. La referencia a los documentos evita caer en los extremos de nostalgias anacrónicas o de huidas hacia adelante, y permite acoger la novedad en la continuidad. El Concilio no ha propuesto nada nuevo en materia de fe, ni ha querido sustituir lo que era antiguo. Más bien, se ha preocupado para que dicha fe siga viviéndose hoy, para que continúe siendo una fe viva en un mundo en transformación.
Si sintonizamos con el planteamiento auténtico que el beato Juan XXIII quiso dar al Vaticano II, podremos actualizarlo durante este Año de la fe, dentro del único camino de la Iglesia que desea continuamente profundizar en el depisito de la fe que Cristo le ha confiado. Los Padres conciliares querían volver a presentar la fe de modo eficaz; y sí se abrieron con confianza al diálogo con el mundo moderno era porque estaban seguros de su fe, de la roca firme sobre la que se apoyaban. En cambio, en los años sucesivos, muchos aceptaron sin discernimiento la mentalidad dominante, poniendo en discusión las bases mismas del depositum fidei, que desgraciadamente ya no sentían como propias en su verdad.
Si hoy la Iglesia propone un nuevo Año de la fe y la nueva evangelización, no es para conmemorar una efeméride, sino porque hay necesidad, todavía más que hace 50 años. Y la respuesta que hay que dar a esta necesidad es la misma que quisieron dar los Papas y los Padres del Concilio, y que está contenida en sus documentos. También la iniciativa de crear un Consejo Pontificio destinado a la promoción de la nueva evangelización, al que agradezco su especial dedicación con vistas al Año de la fe, se inserta en esta perspectiva. En estos decenios ha aumentado la «desertificación» espiritual. Si ya en tiempos del Concilio se podía saber, por algunas trágicas páginas de la historia, lo que podía significar una vida, un mundo sin Dios, ahora lamentablemente lo vemos cada día a nuestro alrededor. Se ha difundido el vacío.
Pero precisamente a partir de la experiencia de este desierto, de este vacío, es como podemos descubrir nuevamente la alegría de creer, su importancia vital para nosotros, hombres y mujeres. En el desierto se vuelve a descubrir el valor de lo que es esencial para vivir; así, en el mundo contemporáneo, son muchos los signos de la sed de Dios, del sentido último de la vida, a menudo manifestados de forma implícita o negativa. Y en el desierto se necesitan sobre todo personas de fe que, con su propia vida, indiquen el camino hacia la Tierra prometida y de esta forma mantengan viva la esperanza. La fe vivida abre el corazón a la Gracia de Dios que libera del pesimismo. Hoy más que nunca evangelizar quiere decir dar testimonio de una vida nueva, trasformada por Dios, y así indicar el camino. La primera lectura nos ha hablado de la sabiduría del viajero (cf. Sir 34,9-13): el viaje es metáfora de la vida, y el viajero sabio es aquel que ha aprendido el arte de vivir y lo comparte con los hermanos, como sucede con los peregrinos a lo largo del Camino de Santiago, o en otros caminos, que no por casualidad se han multiplicado en estos años. ¿Por qué tantas personas sienten hoy la necesidad de hacer estos caminos? ¿No es quizás porque en ellos encuentran, o al menos intuyen, el sentido de nuestro estar en el mundo?
Así podemos representar este Año de la fe: como una peregrinación en los desiertos del mundo contemporáneo, llevando consigo solamente lo que es esencial: ni bastón, ni alforja, ni pan, ni dinero, ni dos túnicas, como dice el Señor a los apóstoles al enviarlos a la misión (cf. Lc 9,3), sino el evangelio y la fe de la Iglesia, de los que el Concilio Ecuménico Vaticano II son una luminosa expresión, como lo es también el Catecismo de la Iglesia Católica, publicado hace 20 años.
Venerados y queridos hermanos, el 11 de octubre de 1962 se celebraba la fiesta de María Santísima, Madre de Dios. Le confiamos a ella el Año de la fe, como lo hice hace una semana, peregrinando a Loreto. La Virgen María brille siempre como estrella en el camino de la nueva evangelización. Que ella nos ayude a poner en práctica la exhortación del apóstol Pablo: «La palabra de Cristo habite entre vosotros en toda su riqueza; enseñaos unos a otros con toda sabiduría; corregíos mutuamente… Todo lo que de palabra o de obra realicéis, sea todo en nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él» (Col 3,16-17). Amén

miércoles, 10 de octubre de 2012

FELIZ AÑO DE LA FE

 
"Porta fidei" es la carta apostólica, en forma de motu propio, en la que Benedicto XVI convoca este AÑO DE LA FE que mañana se inicia. Incluímos aquí sus dos primeros números y recomendamos vivamente su lectura.
En nuestra Diócesis este año de la fe se abre el próximo domingo en Guadalupe, junto a nuestro pastor D. Braulio. Nuestra Parroquia también participa en este acto. Puedes apuntarte hablando con nuestros sacerdotes.



1. «La puerta de la fe» (cf. Hch 14, 27), que introduce en la vida de comunión con Dios y permite la entrada en su Iglesia, está siempre abierta para nosotros. Se cruza ese umbral cuando la Palabra de Dios se anuncia y el corazón se deja plasmar por la gracia que transforma. Atravesar esa puerta supone emprender un camino que dura toda la vida. Éste empieza con el bautismo (cf. Rm 6, 4), con el que podemos llamar a Dios con el nombre de Padre, y se concluye con el paso de la muerte a la vida eterna, fruto de la resurrección del Señor Jesús que, con el don del Espíritu Santo, ha querido unir en su misma gloria a cuantos creen en él (cf. Jn 17, 22). Profesar la fe en la Trinidad –Padre, Hijo y Espíritu Santo– equivale a creer en un solo Dios que es Amor (cf. 1 Jn 4, 8): el Padre, que en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo para nuestra salvación; Jesucristo, que en el misterio de su muerte y resurrección redimió al mundo; el Espíritu Santo, que guía a la Iglesia a través de los siglos en la espera del retorno glorioso del Señor.
2. Desde el comienzo de mi ministerio como Sucesor de Pedro, he recordado la exigencia de redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo. En la homilía de la santa Misa de inicio del Pontificado decía: «La Iglesia en su conjunto, y en ella sus pastores, como Cristo han de ponerse en camino para rescatar a los hombres del desierto y conducirlos al lugar de la vida, hacia la amistad con el Hijo de Dios, hacia Aquel que nos da la vida, y la vida en plenitud»[1]. Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado[2]. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas. Puedes seguir leyendo AQUÍ

martes, 9 de octubre de 2012

GOTAS DE SABIDURÍA

El cariño es una de las manifestaciones externas del amor que, administrado sabiamente, ayuda a la santidad interior y a establecer vínculos profundos.

Quienes han recibido un caudal abundante de amor gozan de una seguridad interior y muestran una capacidad creciente para manejar las situaciones críticas de la vida sin ser vencidos por el agotamiento o por el estrés.

Además, parecen tener un combustible interior que les da la fortaleza necesaria y la creatividad para alcanzar sus metas.

Los Evangelios están colmados de gestos de cariño de parte de Jesús hacia quienes sufren. Nosotros podemos repetir esos gestos y recibir este nutriente afectivo de parte de Dios por medio de la oración contemplativa que, apoyándose en esos episodios bíblicos, nos ayuden a situarnos en el lugar de los personajes bíblicos.



Las aguas torrenciales no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera toda su fortuna a cambio del amor, tan solo conseguiría desprecio. Cantar 8, 7.
 
P. Gustavo Jamut

lunes, 8 de octubre de 2012

OCTUBRE, MES DEL ROSARIO

Ayer en Roma, dos santos fueron elevados a la categoría de doctores de la Iglesia: S. Juan de Avila y Sta. Hildegarda de Bingen.
En el rezo del Angelus, posterior a la Eucaristía, el Papa nos exhortó a practicar el rezo del Rosario en este año de la fe.

Al finalizar la santa misa celebrada en la plaza de san Pedro por la proclamación como Doctores de la Iglesia, de san Juan de Avila y de santa Hildegarda de Bingen, así como la inauguración de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el santo padre Benedicto XVI se dirigió a los fieles antes del rezo del Ángelus.
Destacó de manera especial la fiesta de la Virgen del Rosario que celebra hoy la Iglesia Universal, invocando a todos los fieles a valorizar más el rezo del santo rosario durante el próximo Año de le fe, que será inaugurado por él mismo este jueves 11 de octubre.
“Con el rosario –dijo el papa--, nos dejamos guiar de María, modelo de fe, en la meditación de los misterios de Cristo, para que día a día, podemos asimilar el Evangelio, de tal forma que modele toda nuestra vida”.
Y recordó que hace diez años, el hoy beato Juan Pablo II firmó la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, invocando a los fieles –en continuidad con su predecesor--, “a rezar el rosario personalmente, en familia y en comunidad, asistiendo a la escuela de María, que nos conduce a Cristo, centro vivo de nuestra fe”.
Ante una gran cantidad de fieles venidos de España y de América Latina, el santo padre dirigió un saludo en la lengua de san Juan de Ávila: “Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Invito a todos a orar por los trabajos del Sínodo de los Obispos, que en los próximos días reflexionará sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Hoy he declarado Doctores de la Iglesia al sacerdote español san Juan de Ávila y a la religiosa alemana santa Hildegarda de Bingen. Que sus figuras y obras sigan siendo faros luminosos y seguros en el anuncio del Reino de Dios, y nos ayuden a todos a crecer cada día en la auténtica vida de fe. Que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos propósitos”.

sábado, 6 de octubre de 2012

DOMINGO XXVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Evangelio

En aquel tiempo, acercándose unos fariseos a Jesús, le preguntaban para ponerlo a prueba: «¿Le es lícito al hombre repudiar a su mujer?»
Él les replicó: «¿Qué os ha mandado Moisés?» Contestaron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla». Jesús les dijo: «Por la dureza de vuestro corazón dejó escrito Moisés este precepto. Pero, al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. Por eso, abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les dijo: «Si uno repudia a su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio».
Acercaban a Jesús niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban. Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo: «Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis, pues de los que son como ellos es el reino de Dios. En verdad os digo que quien no reciba el reino de Dios como un niño, no entrará en él». Y tomándolos en brazos los bendecía imponiéndoles las manos.

Marcos 10, 2-16
 
Recientemente, presidí una celebración del sacramento del Matrimonio. En la homilía, recordé a los contrayentes que el amor no es una realidad estática que con el tiempo se acaba, una especie de fuego que se va consumiendo inexorablemente. El amor, les decía, es algo vivo, dinámico, en crecimiento continuo, y si hoy os amáis tanto que unís vuestras vidas en santo matrimonio; la lógica del amor es que, con el paso de los años, se haga cada vez más maduro y entregado. La pasión puede apagarse con el tiempo; el amor, en cambio, es algo mucho más profundo, que se acrecienta y purifica. Para ello es preciso estrenarlo cada día, renovarlo incesantemente. Y eso sólo se puede llevar a cabo construyendo la casa del matrimonio sobre la roca firme que es Cristo, que renueva y purifica el amor.

Podría alguno pensar que estas palabras suenan a música celestial, pero que la realidad es distinta, y que las estadísticas que los medios de comunicación difunden con regularidad sobre separaciones y divorcios, más que concordar con esa visión, nos llevan a la conclusión de que se trata de una meta imposible. Precisamente el Evangelio de este domingo nos presenta a los fariseos formulando preguntas capciosas a Jesús, no con la intención de aclarar conceptos, sino con la finalidad de atraparlo en alguna opinión contraria a la Ley y poderlo comprometer. La pregunta es acerca de la licitud o ilicitud del divorcio. Jesús afirma rotundamente la indisolubilidad del matrimonio y se remite al proyecto original de Dios sobre la unión del hombre y la mujer. Aunque estaba previsto en la ley de Moisés repudiar a su mujer, se trataba de una concesión hecha por Moisés por la dureza del corazón, por la terquedad.

Pero esta práctica ha de considerarse como una excepción, como un paréntesis, mientras que la verdad del matrimonio se remonta al principio de la creación, cuando Dios -como está escrito en el libro del Génesis- los creó hombre y mujer. Por lo tanto, el ideal de Dios, la voluntad de Dios, el plan de Dios sobre el ser humano, hombre y mujer, es que «ya no son dos, sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido, que no lo separe el hombre».

El Beato Juan Pablo II señala bellamente que Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza, lo mantiene en la existencia, lo capacita para amar y lo llama a vivir en plenitud el amor; más aún, decía que «la Revelación cristiana conoce dos modos específicos de realizar integralmente la vocación de la persona humana al amor: el Matrimonio y la Virginidad. Tanto el uno como la otra, en su forma propia, son una concretización de la verdad más profunda del hombre, de su ser imagen de Dios (véase Familiaris consortio, 11).
 

+ José Ángel Saiz Meneses
obispo de Tarrasa