miércoles, 29 de junio de 2011

FESTIVIDAD DE S. PEDROY S. PABLO

Es significativo que celebremos en un solo día la fiesta de estos dos santos tan importantes. Aunque en otras jornadas celebremos la conversión de San Pablo o la Cátedra de san Pedro, no por ello deja de ser llamativo este hecho. En el prefacio de hoy leemos: “por caminos diversos, los dos congregaron la única Iglesia de Cristo, y los dos, coronados por el martirio, celebra hoy tu pueblo con una misma veneración”. Pedro y Pablo siguieron caminos distintos. Uno acompañó a Jesús durante su vida pública, mientras que al otro se le apareció el Señor resucitado.

Pedro fue nombrado jefe de la Iglesia y Pablo apóstol de los gentiles. En algún momento parece que hay tensiones entre ambos respecto de las tradiciones heredadas de los judíos, pero los dos son columna importantes de la Iglesia. Y no recordamos la singularidad de cada uno de ellos sino la misericordia que Dios tuvo con ellos y su servicio en la edificación de la Iglesia, que ambos coronaron con la efusión de su sangre. Por ello, en la oración de poscomunión se pide: “perseverando en la fracción del pan y en la doctrina de los apóstoles, tengamos un solo corazón y una sola alma, arraigados firmemente en tu amor”. Porque, en sus diferencias, que no eran tantas ni tan graves, ambos apóstoles caminaron unidos por un mismo amor y fe.







Tanto Pablo como Pedro reconocen que su ministerio ha sido conducido por el Señor. Así lo confiesa Pablo ya en la cárcel y a punto de ser martirizado. Su esperanza en la gloria del cielo es congruente con toda una vida dedicada a anunciar el Evangelio. Precisamente esa esperanza que transmite el Apóstol a su discípulo Timoteo sirve para interpretar toda su predicación. Jesucristo nos ha salvado de la corrupción del pecado y nos ha introducido en una nueva vida.






La primera lectura tiene un aire más divertido. San Pedro está en la cárcel y parece que no va a poder cumplir con su misión de cabeza de los Apóstoles y guía de la Iglesia. Sin embargo un ángel lo libera de la cárcel. Él cree que está soñando hasta que recapacita y dice: “Pues era verdad; el Señor ha enviado a su ángel para librarme…”. Esa sorpresa que corresponde al perfil de Pedro nos indica su toma de conciencia de que la Iglesia es de Cristo, no de Pedro, y que es el Señor quien la guía. Cuando parece que todo está perdido, y tantas veces nos lo parece a lo largo de la historia, el Señor nos muestra un camino imprevisto. Porque Dios no deja a la Iglesia en manos de los hombres sino que elige a hombres para que le ayuden en el servicio.






Respecto del Evangelio, que trata de la confesión de fe de san Pedro y de la misión que Jesús le encomienda, pueden iluminarnos estas palabras de Benedicto XVI: “Las tres metáforas que utiliza Jesús son en sí muy claras: Pedro será el cimiento de roca sobre el que se apoyará el edificio de la Iglesia; tendrá las llaves del reino de los cielos para abrir y cerrar a quien parezca oportuno; por último, podrá atar o desatar, es decir, podrá decidir o prohibir lo que considere necesario para la vida de la Iglesia, que es y sigue siendo de Cristo”.
Comentario a la liturgia del día de http://www.archimadrid.org/

Recordamos en nuestra oración a D. Martín Martín-Tereso, sacerdote natural de Sonseca, que llevaba años ejerciendo su ministerio en Argentina, donde falleció el pasado domingo.
Elaboraremos una breve semblanza de su vida que pronto, si Dios quiere, compartiremos con vosotros.
Descanse en paz.









sábado, 25 de junio de 2011

CORPUS CHRISTI

Evangelio



En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos:


«Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne por la vida del mundo».


Disputaban los judíos entre sí: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?»


Entonces Jesús les dijo:


«En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida, y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él.


Como el Padre que vive me ha enviado, y yo vivo por el Padre, así, del mismo modo, el que me come vivirá por mí.


Éste es el pan que ha bajado del cielo: no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron; el que come este pan vivirá para siempre».


Juan 6, 51-58
 
¡Qué hermoso y denso texto evangélico nos regala la Iglesia en la celebración del Corpus Christi! En este discurso a los judíos, Jesús repite reiteradamente y con diversas expresiones no sólo una nueva y distinta definición de sí mismo, sino, sobre todo, un ofrecimiento: «Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo». Manifiesta, además, que el que come su carne y bebe su sangre tiene vida eterna. Por el evangelio de Juan sabemos que, cuando Jesús pronuncia estas palabras, no fueron fácilmente aceptadas por sus oyentes. Se preguntaban: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Es natural, los judíos, y los mismos discípulos, aún no sabían nada de lo que Jesús hará en la Última Cena. No conocían que estas palabras se hacen realidad en el Cenáculo: Esto es mi cuerpo; Ésta es mi sangre. Ni podían saber que este ofrecimiento se haría realidad en la Cruz y que se renovaría más tarde en la Eucaristía.



Nosotros no sólo tenemos todos esos datos, sino que experimentamos, por nuestra participación eucarística, que el Cuerpo entregado y la Sangre derramada es el alimento que da la vida al mundo; y que, en cada Eucaristía, Jesús mantiene su palabra y nos dice: «Yo soy el Pan de vida». No obstante, también en nuestro caso es importante que nos preguntemos: ¿Qué sentimos al escuchar de nuevo estas palabras de Jesús? Pero tengamos en cuenta que a esta pregunta sólo podemos responder desde la fe de la Iglesia. Para aceptar que Jesús es el Pan que nos alimenta, es necesario confesar la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía. «Jesucristo está presente en la Eucaristía de un modo único e incomparable. Está presente, en efecto, de un modo verdadero, real y sustancial: con su cuerpo y con su sangre, con su alma y su divinidad. Cristo todo entero, Dios y hombre, está presente en ella de manera sacramental, es decir, bajo las especies eucarísticas del pan y del vino» (Compendio del Catecismo de la Iglesia católica, 282). No sobra nada y todo alimenta nuestra fe.


Lo que celebramos con gratitud en el Corpus Christi es justamente la presencia de Cristo como Pan vivo que ha bajado del cielo. Los frutos en nosotros de esta Presencia son consecuencias necesarias de la riqueza de este Misterio: la fraternidad de los que comen de un solo cuerpo o la caridad que se manifiesta en amor y servicio hacia los más débiles, manan del misterio eucarístico que nos alimenta. Cuanto más renovemos, en este día de manifestación pública del Santísimo Sacramento en nuestras calles, la fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía -en el altar, en el sagrario o en la custodia-, más saldremos fortalecidos en el amor.


Será ésta una fe que se refleje en actitudes interiores y que se muestre en formas externas. Con el Beato Juan Pablo II recuerdo esta relación necesaria: que, al celebrar, profundicemos en el misterio de salvación que se está realizando a través de los gestos y de las palabras de la liturgia; que nos situemos ante la Eucaristía en adoración, por supuesto interior, pero también en actitudes corporales, en el tono de voz, o en el silencio mismo, para que nuestra vida se sitúe ante el misterio eucarístico en actitud de escucha y acogida; que nos dejemos atraer y ganar por la presencia de Cristo a Quien contemplamos en la Eucaristía.


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

miércoles, 22 de junio de 2011

HACE TREINTA AÑOS, EN MEDJUGORJE...

domingo, 19 de junio de 2011

JORNADA PRO-ORANTIBUS

Que no. Que los religiosos contemplativos, monjes y monjas, no se aíslan del mundo; ni viven del cuento; ni viven para hacer dulces. Que no. Que sus vidas no se tiran por la borda, ni se entierran vivas, ni son inútiles. Esos tópicos nacen del desconocimiento y de los prejuicios de una sociedad incapaz de distinguir lo urgente de lo importante. Muchos opinan sobre ellos, pero pocos conocen cómo viven, de verdad, los contemplativos. Por eso, a unos días de que la Iglesia celebre la Jornada Pro orantibus -el próximo domingo-, Alfa y Omega ha pasado 24 horas en dos conventos contemplativos de la Orden del Císter, uno masculino y otro femenino, para ver, vivir y contar cómo entregan sus vidas
Adentrarse en un convento de clausura es una experiencia reveladora: parece que los usos y costumbres se han detenido hace siglos y, sin embargo, el conocimiento de lo que ocurre en el exterior está del todo vigente. Allí, hombres y mujeres dedican a Dios su oración, estudio y trabajo, para sostener con su plegaria a quienes ni siquiera conocen. Aunque muchos piensen que la suya es una vida fácil, dedicada a elaborar trufas y dulces, la Iglesia sabe que su apostolado y sus obras de caridad dependen, en gran medida, de lo que ocurre tras los muros de los conventos. Por eso, el próximo domingo celebra la Jornada Pro orantibus (Por los que oran), que este año lleva por lema Lectio divina: un camino de Luz.


El padre Enrique, abad del monasterio cisterciense de San Isidro de Dueñas, explica que «todo lo que Dios da es fruto de la Gracia. Y eso sólo se consigue con la oración, que es lo que nosotros hacemos. Somos como las manos de Moisés, que se alzaban al cielo para que Israel ganase en la batalla cuando combatía, y si las bajaba, Israel perdía. Nosotros rezamos para que otros reciban la Gracia y luchen en el mundo sin desfallecer».


Dicho en palabras de monseñor Vicente Jiménez, obispo de Santander y Presidente de la Comisión episcopal para la Vida Consagrada, en su Mensaje de la Jornada Pro orantibus, los contemplativos «están llamados a montar guardia de oración sin tregua ni distracciones. Arraigados y edificados en Cristo, permanecen firmes en la fe, intercediendo por toda la Humanidad». De este modo, «su aparente ausencia es su verdadera presencia, porque la oración en lo oculto, a la que se entregan día y noche, es el alma de nuestro apostolado público». También Benedicto XVI, en su exhortación Verbum Domini, agradecía su misión, pues, «con su vida de oración, escucha y meditación de la Palabra de Dios, nos recuerdan que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios».


Alfa y Omega ha vivido 24 horas en dos conventos de clausura, uno femenino y otro masculino, de la Orden del Císter. Estas páginas son el fruto de esa experiencia, y del esfuerzo por contar lo que Dios ha hecho en la vida de estos hombres y mujeres.


José Antonio Méndez y Cristina Sánchez para Alfa y Omega

Oramos hoy especialmente, por los contemplativos de nuestra Parroquia: Hna. M. Teresa del Sgdo Corazón, Carmelita Descalza; Hna. Paloma Rojas del Castillo y Hna. Rosa M. Martín (Oblatas de Cristo Sacerdote) y Fr. Juan Javier Martín (monje cisterciense).

sábado, 18 de junio de 2011

DOMINGO DE LA STMA. TRINIDAD

Evangelio



En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:


«Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios».


Juan 3, 16-18
 
Dios es amor




Hay quien dice que la solemnidad de la Santísima Trinidad es la fiesta de Dios; la fiesta en la que confesamos nuestra fe en el Dios Uno y Trino; la fiesta en la que gozamos con el amor de Dios en su vida íntima: el amor del Padre por el Hijo, el amor del Hijo por el Padre y el amor entre ambos, que es el Espíritu Santo (el Amante, el Amado y el Amor). Por eso escribió san Agustín: «Ves la Trinidad si ves el amor». Pero también celebramos que la intimidad trinitaria es el horno vivo en el que se cuece la vida de los cristianos y la de la Iglesia; porque Dios no se guarda el amor para sí mismo; al contrario, la Trinidad es el manantial de la vida cristiana. Así lo recuerda el Evangelio que comentamos: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna».


San Juan nos descubre que el origen del amor hay que buscarlo en el corazón mismo de Dios Padre, si bien será en su Hijo, en el misterio de la Cruz, donde se hace presente y se manifiesta la generosidad de las Tres Divinas Personas; pues las tres nos muestran su amor en Cristo crucificado. En efecto, el Hijo amado es manifestación e intérprete del amor de la Trinidad. En Jesucristo, Dios nos ha hecho reconocer su rostro, su intimidad, su corazón. Es en Cristo que el amor de Dios se manifiesta por nosotros y por nuestra salvación, y en él nos hace participar en su misma vida de amor. Pero el amor de Dios sólo llega al cristiano por la cooperación de su libertad, no por imposición. La fe es siempre la condición para que la salvación llegue a la vida del cristiano: el que cree en el amor de Dios, que se manifiesta en su Hijo, se salvará. La vida eterna, en efecto, consiste en participar en el amor divino del cielo.


Por eso, se puede decir que lo que nos motiva a hacer fiesta este domingo es haber descubierto que toda nuestra vida forma parte del horizonte del amor de Dios. Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Toda la vida cristiana está inmersa en el amor trinitario. Y es la Eucaristía el verdadero ámbito de esa manifestación de amor: en ella se produce nuestro encuentro y nuestra comunión con la Santísima Trinidad. Por tanto, es un motivo de gozo inmenso para la Iglesia que este domingo celebremos en la Misa dominical el amor de Dios Trinidad.


Es más, en la Eucaristía, la Santísima Trinidad, al hacernos participar en su misma red de amor y de unidad, nos une también en fraternidad a los seres humanos. Se puede decir que donde se vive la comunión con Dios, también se vive la comunión entre los hombres. Todos llevamos las huellas de la Trinidad para vivir en comunión entre nosotros en la Iglesia. Ése es el gran deseo que san Pablo expresa en su saludo en la Segunda Carta a los Corintios:


«La gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor del Padre y la comunión del Espíritu Santo esté siempre con vosotros».


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

jueves, 16 de junio de 2011

LA "MADRE TERESA" DE BURUNDI

El Archivio Disarmo per la pace (Archivo de desarme por la paz) ha premiado en Roma a Marguerita Barankitse y a dos periodistas italianos con la “Colomba d´ Oro”.



Fabrizio Battistelli, presidente del Archivio Disarmo per la pace dijo que "ayudan a la opinión pública a presionar para obtener soluciones políticas para resolver los conflictos”.

Marguerita Barankitse es una víctima de la guerra. Vio cómo mataron a su familia y después perdonó y asistió a los asesinos. Fundó en Burundi la Maison Shalom, un centro que ayuda a familias y acoge a niños huérfanos.

Fabrizio Battistelli afirma que “nos lleva al corazón de África, a Burundi, un país que ha vivido, como tantos otros países, escenas verdaderamente dramáticas de ataques externos e internos. Gracias a la fuerza de esta mujer sabemos la trágica situación que viven los niños abandonados en aquél país”.

El Archivo de desarme por la paz también ha premiado con la "Paloma de Oro" a los periodistas italianos Francesca Paci y Gad Lerner y al Coro Manos Blancas de Friuli.


Vida y labor humanitaria


Marguerite Barankitse, es titular de un doctorado honoris causa de la Universidad de Lovaina, y trabaja con ardor y valentía por la paz y la reconciliación de Burundi. Dedica su vida y todos sus esfuerzos a los niños víctimas de la guerra. Marguerite –Maggie, como prefiere que la llamen– nació en 1956 en el pueblo de Nyamutobo; huérfana desde su más tierna infancia, estuvo como interna en el liceo de Bujumbura, dirigido por religiosas que le dieron una buena educación.


Luego, deseosa de enseñar, recorre todos los días a pie 12 kilómetros para ir a estudiar a la Escuela Normal de Ruyigi. De 1979 a 1981, provista de su título, se dedica a la docencia. De 1981 a 1983, sigue una formación para mujeres laicas en el seno de la asociación Auxillium, en Lourdes. De vuelta a Burundi, reanuda sus labores docentes en Ruyigi, pero al negarse a aplicar la política de segregación étnica, es despedida de la función pública. Con una beca que se le otorga, sale para Suiza, siendo más adelante secretaria del obispo de Ruyigi.

Soltera, adopta a siete niños hutus y tutsis, entre ellos Chloé Ndayikunda, de etnia hutu, que había perdido a sus padres en 1972, durante la primera depuración étnica. En octubre de 1993, al degradarse cada vez más el clima político, Maggie esconde a varias decenas de hutus, tanto adultos como niños, en el obispado de Ruyigi. El domingo, 24 de octubre, por la mañana, irrumpen unos asaltantes tutsis armados de porras, machetes y piedras, y atacan el obispado. Maggie trata de interponerse pero la pegan, la atan a una silla, prenden fuego y, en el patio, asesinan ante sus ojos a 72 personas.






Después de aquella matanza, a cambio de las llaves de la reserva, uno de los estudiantes de Rusengo la ayuda a escapar. Dando dinero a los asaltantes logra salvar a 25 niños hutus, sacándolos del edificio en llamas: los esconde en el cementerio y, al anochecer, solicita la ayuda de un cooperante alemán, Martin Novak, que le brinda asilo en los primeros tiempos.

Sacando fuerzas insospechadas de su ira y su indignación, pero sobre todo de su fe inquebrantable en la divina Providencia y en su amor a la vida, logra poco a poco, con peligro de su vida, crear la Casa Shalom, instalándola en una escuela destartalada que le presta el obispo de Ruyigi. La situación de crisis perdura: son decenas, incluso centenares de niños que corren a refugiarse a casa de Maggie. Para alimentar a toda esa gente, va cosechando comida en las tierras de su familia. La guerra continúa, y entonces Maggie decide cultivar la tierra con los niños para seguir alimentándolos. Organiza una ayuda mutua sin distinción de etnia, de religión y de origen social: los mayores tienen que ocuparse de los pequeños.

Al principio, su obra está financiada con subvenciones alemanas, y luego, gracias a amigos a los que conoció durante su estadía en Europa, la ayuda internacional mantiene sus numerosos proyectos. Abre otros dos centros para los niños traumatizados o mutilados: el Oasis de la Paz y la Casa de la Paz. Con el fin de garantizar el futuro de estos niños que van creciendo, la Casa Shalom se desarrolla para transformarse en red de ‘pueblos’, que permiten a los niños criarse en el seno de ‘familias’ y responsabilizarse de sí mismos.


Para Maggie, lo que importa ante todo es la educación de estos niños para la paz y el perdón. Hoy en día, son más de 50.000 los niños y adultos que han recibido ayuda de la Casa Shalom. En julio de 2007, se inauguró el Centro Madre e Hijo, construido por los ejércitos belga y burundés en las tierras ancestrales de la familia de Maggie legadas a la ONG Casa Shalom. Asimismo, está prevista para 2008 la apertura del hospital REMA, con 120 camas.

Maggie es a la vez la Madre Teresa y el Abbé Pierre de Burundi. “No hay nada que resista al amor”, repite sin cesar en sus viajes por todo el mundo. Y su mensaje es: “Jamás el mal tendrá la última palabra. La fe y el amor desplazan las montañas del odio.” Pregona su fe con orgullo: “La oración me mantiene en pie. El verdadero valor, lo saco de la Eucaristía”, afirma. La acción humanitaria y pacífica de Maggie ha sido premiada con numerosos galardones internacionales.




Publicado en Religión en Libertad

martes, 14 de junio de 2011

DARSE

Cada día asistimos a pequeños y grandes milagros. En ocasiones nos llama más la atención lo espectacular, lo que queda bien en un comentario del Evangelio, lo que podemos comenzar a contar diciendo “¿sabes qué?”. Pero los milagros más grandes suelen ser los más escondidos, los que nadie conoce, los que no les damos importancia. El primero: la Eucaristía, el pan y el vino son el Cuerpo y la Sangre de Cristo (en estos momentos en los que escribo acaban de consagrar en la Misa de la tarde). El segundo la confesión, milagro de la misericordia de Dios. hace no mucho confesaba a una persona que llevaba muchos, muchísimos años sin confesarse, y al terminar dijo: “¡Qué alivio!”. Y después un montón de pequeños-grandes milagros que casi nadie conoce.



“Yo, en cambio, os digo: Amad a vuestros enemigos, y rezad por los que os persiguen. Así seréis hijos de vuestro Padre que está en el cielo, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y manda la lluvia a justos e injustos.” Que alguien perdone, y se perdone a sí mismo, es un gran pequeño milagro. Muchas veces pasa desapercibido, no se entera ni el que es perdonado, pero ocurre a menudo. Y por mucho que pase siempre me sorprende. Perdonar no es algo que nos salga naturalmente, no estoy aquí hablando en sentido antropológico o metafísico. Sino que para perdonar hay que saltar por encima de muchos pecados muy arraigados: el amor propio, la soberbia, el egoísmo, los respetos humanos…, perdonar no es nada fácil. Y si además de perdonar el Señor nos pide amar parece que la cosa se complica mucho más. No es sólo no tener en cuenta, es ser capaz de darse por aquel que te ha hecho daño.


Darse sólo se puede hacer de una manera. Soy capaz de dar mi vida entera no por aquel que me caiga bien, ni tan siquiera por aquel por el que tenga cierta “empatía” de esa. Sino que amando a Dios sobre todas las cosas soy capaz de amar a los que Él ama…, aunque sean mis enemigos. Darse -esto le encantaría al presidente de Venezuela-, significa “expropiarse”. Yo ya no soy mío, sino de Dios. Y amo lo que Cristo ama, aunque me duela. Y sin duda alguna uno de los amores más difíciles (aunque muchos no lo crean), es amarse a sí mismo como Dios te ama. Nos solemos querer muy mal y por eso nos cuesta mucho perdonarnos. Ten la certeza que cuando te confiesas y el sacerdote te da la absolución Dios te perdona y por lo tanto puedes perdonarte. Muchas personas siguen dando vueltas a su pasado o regodeándose en sus escrúpulos y hay que decirles: ¡Olvídate ya!. Quiérete y quiérete en gracia de Dios. Olvídate del pecado… y olvídate de pecar. Sólo cuando nos damos a Dios somos capaces de perdonar y perdonarnos…, no vamos a guardar un rencor que Dios no tiene.


Perdonar como la Virgen al pie de la cruz, darse como ella. Esa es la meta.

Comentario a la liturgia del día http://www.archimadrid.org/

sábado, 11 de junio de 2011

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS

Evangelio



Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos.
Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».


Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor.


Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».


Juan 20, 19-23
 
San Juan -seguro que intencionadamente- no se ahorra ningún detalle en los recuerdos que pone por escrito. Este relato lo comienza mostrando cuál era la situación ambiental y anímica de los discípulos: las puertas cerradas y con miedo a los judíos. Encontrándose así, Jesús se va a mostrar extraordinariamente generoso con ellos. Como dirá san Pablo: «Pero llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros». Los discípulos, en efecto, tenían miedo, pero un miedo que nacía de la humildad, de reconocer que, sin Jesús y el Espíritu, nada podían hacer.



Estando en esa situación tan propicia, una vez más experimentan la presencia del Resucitado, para el que no hay puertas que le impidan estar junto a los hombres, hasta el fin del mundo. Jesús resucitado viene con las manos llenas: trae en las manos y el costado, que son sus señas de identidad, la fecundidad salvadora que procede de la Cruz. Les ofrece la paz (Mi paz os doy) y el contagio de la alegría (se llenaron de alegría al ver al Señor). Son frutos maravillosos de la presencia entre nosotros del Señor resucitado.


Pero, en esta ocasión, Jesús ha venido a traerles el Espíritu que les había prometido: Recibid el Espíritu Santo. Desde su misma interioridad, con su aliento, como una nueva creación, Jesús entrega el Espíritu a su Iglesia. Lo hace desde la intimidad de su corazón, es decir, del mismo modo que lo había hecho en la cruz: desde su costado abierto, o cuando, después de expirar, entregó su Espíritu. Es así como Jesús hace pasar el Espíritu de sí mismo a su Iglesia, y es así como empieza un Pentecostés permanente hasta que el Señor vuelva. Es así como los discípulos reciben el amor que le une a su Padre Dios, para ser en el mundo testigos del amor. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Y es así como les deja en medio de una realidad de pecado, que seguramente también afectará a su Iglesia, y por eso les encomienda llamar a la conversión, a la reconciliación y al perdón de los pecados.


Ese modo suave de entregar al Espíritu no tiene menos fuerza que el Pentecostés que nos narra el libro de los Hechos. El Espíritu irrumpe en el cenáculo como viento impetuoso y como fuego que comunica calor de vida y un lenguaje ardiente a la Iglesia, para que lleve al mundo la Buena Noticia del amor de Dios manifestado en Jesucristo. El Espíritu Santo desciende sobre los apóstoles para, desde la Iglesia apostólica, adentrarse en la diversidad de las lenguas humanas y crear en el mundo la unidad en la confesión de un solo Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre de todos. El Espíritu creador y renovador, que se muestra generoso en la distribución de la diversidad de dones y carismas y en encomendar diversos ministerios, tiene siempre como tarea formar un solo cuerpo que se afana en vivir la unidad, para que el mundo crea. Desde la unidad de la Iglesia, el Espíritu es el promotor de la audacia apostólica, esa que es capaz de cambiar el miedo por la libertad, para una inmersión en la misión en la que no haya fronteras que impidan, en ardor y creatividad, el anuncio de Jesucristo.


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

viernes, 10 de junio de 2011

EN ESPERA DEL ESPÍRITU

Una vez que hemos movido nuestro barracón parroquia a la parcela de al lado hemos vuelto a colocar todo como estaba. Lo único que nos hemos permitido cambiar es el armario de la sacristía que estaba destrozado. Así que compramos uno en Ikea muy bonito, con puertas corredera y más amplio. Eso de que todo venga en paquetes planos está muy bien para el transporte, pero es un rollo para montarlo. Ayer me pasé el día trabajando para Ikea y conseguir montar el dichoso armario. Me han sobrado cuatro tornillos, cosa que es preocupante pues cualquier día todo el armario se desmonta sin saber por qué. Pero lo cierto es que estos suecos saben hacer instrucciones para tontos y muebles que sólo se pueden montar bien. Si tienes dudas miras un poquito más el dibujo y te lo explica todo. Al final incluso el resultado se parece en algo al del dibujo de la portada de las instrucciones.


“Por tercera vez le pregunta: – «Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?» Se entristeció Pedro de que le preguntara por tercera vez si lo quería y le contestó: – «Señor, tú conoces todo, tú sabes que te quiero.» Jesús le dice: – «Apacienta mis ovejas. Te lo aseguro: cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieras.» Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios. Dicho esto, añadió: – «Sígueme.»” Las instrucciones de Jesús son mucho más claras y concisas que las de Ikea y desde luego es mucho más gratificante trabajar para el Señor que para los suecos. Hemos dado, casi sin darnos cuenta, un salto enorme del Evangelio de ayer al de hoy. Ayer escuchábamos la oración sacerdotal de Jesús antes de la Pasión. Hoy escuchamos la llamada de la gloria. Esperando al Espíritu Santo Jesús nos da las instrucciones precisas y claras: amarle y seguirle.

Uno no puede decir que ama a Dios si no le sigue. El amor no permite distancias, acomoda nuestra vida al amado y nos va identificando con él. Si uno dice amar a Jesucristo y no va amoldando su vida al Evangelio o es que no ama o no sabe o que es el amor.

Y tampoco se puede seguir a Cristo sin amarle. Hay muchos que parecen de Cristo, guardan las formas y la compostura, hacen lo que la gente espera de ellos…, pero lo hacen sin corazón, sin pasión, sin iniciativa. No lo hacen por amor a Dios sino por amor propio. Son impecables, pero por eso mismo no reconocen su pecado y no aman.


Nosotros queremos amara a Cristo y seguirle con toda nuestra vida. A Pedro le da el encargo de apacentar sus ovejas, tal vez a ti el de apacentar a tu familia o el cuidar de un enfermo, o de estudiar o de hacer lo que tengas que hacer en ese instante. Pero hazlo con Cristo y por amor a Cristo y ese trabajo será tan importante como el del Papa.

Pedir los dones del Espíritu Santo todos los días, con la humildad y sinceridad de María. Y al final tendrás mejor acabado que los muebles de Ikea…, seguro

Comentario a la liturgia del día en http://www.archimadrid.org/





miércoles, 8 de junio de 2011

¿QUÉ SABEMOS DEL ESPÍRITU SANTO?

Preparando Pentecostés, la fiesta del nacimiento de la Iglesia...
Santa Teresa llama a nuestra alma un castillo interior, un palacio. En ese castillo, palacio o templo vive "El dulce huésped del alma": El Espíritu Santo.

¿Quién es el Espíritu Santo? Jesucristo le llama el Consolador. En nuestra alma vive el AMOR, vive allí de forma permanente, llegó a nuestra alma para quedarse. “¿No sabéis que sois templos de Dios y que el Espíritu Santo vive en vosotros?” decía San Pablo a los primeros cristianos.


Su estancia en el castillo obedece a una tarea que debe realizar, se le ha encargado que haga de ti un santo ó una santa, un apóstol. Desde el primer momento de la entrada en tu alma, en el bautismo, se ha dedicado a trabajar a destajo, ha trabajado muchos años, se ha llevado muchos desengaños, porque hay que ver cómo nos hemos portado con Él.

Ha sufrido, posiblemente, el destierro, le hemos roto su obra maestra, como el niño malo que destruye de un puntapié el castillo que construye el niño bueno en la playa. Y sobre las ruinas de nosotros mismos ha vuelto a colocar otra vez piedra sobre piedra, con una paciencia y con un amor tan grandes que sólo porque es Dios los tiene. Él no desespera, más aún tiene abrigadas firmísimas esperanzas de acabar con su obra maestra contigo. Él sabe que puede aunque tú no seas mármol de Carrara, sólo necesita algo de colaboración de tu parte o por lo menos que no le estorbes..


Los medios:la gracia santificante, las gracias actuales, sus inspiraciones, dones y frutos.

¿Cuál es su estrategia? La describe muy bien un himno dedicado al Espíritu Santo. Seleccionaré algunas partes de este himno.
Primero: El mejor consolador.


Consolando, secando lágrimas, arrancando los cardos y las ortigas del desaliento, tristeza y amargura. Uno de sus mejores oficios -lo sabe hacer muy bien- es consolar, por fortuna para nosotros que somos bastante llorones y necesitamos algo más que Kleenex para nuestros ratos de tristeza. El mejor Consolador, ya sabemos. Cuando lleguen los momentos más penosos en los que llorar es poco, cuando la crisis nos agarre por el cuello y nos patee, acudir a quien quiere y puede consolarnos.
Nosotros podemos decir: aquí me sorprende la realidad más radiante que vivimos los cristianos y, por tanto, adiós soledad, adiós tristeza, adiós lágrimas. Arrancarnos la tristeza peor, la de la separación de Dios, la de la infidelidad. Alegrarnos inmensamente de haber sido hechos hijos de Dios, alegrarnos de que nuestros nombres están escritos en el cielo, vivir con alegría diaria contagiosa, alegría en el dolor, en la enfermedad, alegría en las buenas y en las malas. Espíritu Santo, haznos apóstoles de la alegría, haznos vivir un cristianismo alegre, que vivamos con aire de resucitados, y que hagamos vivir a los otros así también.

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007 "SIEMPRE AYUDA UN POCO DE ORACIÓN EN TU BOLSILLO"

Pierce Brosnan, que alcanzó la fama por su personaje de Remington Steele en los años 80 y luego interpretó al mismísimo James Bond en 2001, ha vuelto a su Irlanda natal para potenciar una academia de arte dramático. En plena crisis de la Iglesia irlandesa tras conocerse los detallados informes sobre casos de abusos físicos y sexuales, Brosnan no ha tenido ninguna dificultad en hablar de su fe católica en una entrevista en la Radio Televisión de Eire.


"La oración me ayudó con la pérdida de mi esposa por el cáncer, y con un hijo que cayó en una época dura. Ahora la fe me ayuda a ser un padre, un actor y un hombre", afirma.

"Siempre ayuda tener un poco de oración en tu bolsillo. Al final, has de tener algo, y para mí eso es Dios, Jesús, mi educación católica, mi fe", añade. "En cierto modo, todo lleva de nuevo a Navan, mi pueblo natal en la rivera del Boyne. A veces se ha pintado en tonos melodramáticos pero fue una gran forma de criarse. El catolicismo y los Hermanos Cristianos, esas son imágenes de raíces profundas y el cimiento para una persona con habilidad de actor".


"Dios ha sido bueno conmigo. Mi fe ha sido buena para mí, en momentos de profundo sufrimiento, duda y fe. Es una constante, el lenguaje de la oración. Quizá no hice bien las sumas con los Hermanos Cristianos, o no tuve la mejor enseñanza literaria, pero sí una cantidad firme de fe", añadió.


Además, Brosnan cree que la fe ayudará a los irlandeses a superar la crisis económica. "Hay una cosa que la gente de Irlanda sabe hacer, y es sobrevivir. Tenéis que mantener la fe y el optimismo", afirma.

Infancia dura, conflicto con la Iglesia


Pierce Brosnan nació en 1953. Cuando tenía apenas un año, su padre abandonó a la familia, y cuando tenía cuatro su madre se fue a trabajar de enfermera a Londres, dejándole en Navan con unos parientes hasta los 12 años. Él ha declarado muchas veces que en esos años de infancia estudió en los "Christian Brothers", la gran orden irlandesa fundada por Edmund Rice para la educación, ahora hundida por los informes de violencia y abusos físicos (y también algunos sexuales) desde los años 40 a los 80.






En 2002, Brosnan protagonizó una película canadiense, llamada Evelyn, sobre un padre de los años 50 que queda viudo y no puede recuperar a su hija, entregada a un orfanato de la Iglesia. En esos años, habló muy mal de su educación recibida en Navan, en los "Christian Brothers"... pero la orden respondió una y otra vez (en Internet y con cartas a The Times) que ellos nunca tuvieron una escuela en ese pueblo, donde sí la tenían los Hermanos de La Salle.






Sin embargo, pese a tener una relación conflictiva con la Iglesia, Brosnan ha asegurado en varias ocasiones que nunca ha dejado de ir a misa ni de rezar.






A los 12 años, como inmigrante pobre en Londres en una escuela pública, aprendió a plantar cara y defender su identidad: "Había que tener pelotas para ser un católico irlandés en South London; la mayor parte del tiempo lo pasé peleando".

En 1977, en Londres, conoció a su primera esposa, Cassandra, una actriz que trabajaba con Franco Zeffirelli, con dos hijos pequeños y recién divorciada del hermano del actor Richard Harris. Se casaron y tuvieron un hijo. En 1987, justo cuando se canceló Remington Steel, diagnosticaron cáncer de ovarios a su esposa, que durante cuatro años y ocho operaciones combatió la enfermedad. Murió en 1991, con 50 años, en brazos de su esposo.
Ella era una luchadora y con su fuerza, optimismo y pasión por la vida, siempre parecía que todo estuviese bien. Cuando tratas con la muerte, aprecias la vida de una forma realmente dulce. Esas tardes y mañanas y días en que ella no tenía dolores, nos dábamos cuenta de lo hermoso que es todo", afirmó el actor.






La terapia no funcionó, la oración y el trabajo sí


Brosnan ha explicado en varias ocasiones que la terapia no le ayudó a superar el dolor... "al final, tú eres tu propio psicólogo". Pero la oración era un consuelo fuerte. "Tenía las oraciones católicas tradicionales, pero también mi diálogo personal con El De Arriba".

Era un padre solo, un viudo con un hijo y dos hijastros. En 1994 conoció a una periodista del programa Today, de la NBC, Keely Shaye. Se enamoraron, se casaron en 2001, tuvieron dos hijos, y precisamente en 2001 Brosnan interpretó al agente Bond, James Bond, 007, al servicio secreto de Su Majestad.









domingo, 5 de junio de 2011

¡¡SONSECA VIVE LA JMJ!!

Desde hoy, ondean en nuestra Parroquia las banderas de Australia, Brasil y Venezuela.
Ellas representan a los jóvenes de estos países que nos visitarán en los días previos a la celebración de la JMJ.
También desde hoy y todos los domingos en "Nuestra Casa", rezaremos juntos esta oración por estos jóvenes que nos visitarán y por los frutos de esta Jornada entre nosotros:

Dios Padre nuestro, ponemos en tus manos la preparación de la Jornada Mundial de la Juventud de Madrid 2.011.
Guarda y protege al Papa Benedicto XVI y a todos los pastores de tu Iglesia.
Ilumina y fortalece a  todos los que están preparando esta Jornada. Concédeles fuerza y sabiduría para llevar a cabo su labor.
Concede a nuestra parroquia prepara en profundidad este acontecimiento eclesial.
Concede a los jóvenes procedentes de Brasil, Australia y Venezuela, que visitarán nuestra parroquia la conversión de sus vidas.
Hazles firmes en la fe, en la esperanza y en la caridad.
Bendice y multiplica los esfuerzos de todos los voluntarios de la Jornada Mundial de la Juventud.
Que sean colaboradores tuyos en la obra de la redención, para que este acontecimiento sirva para enraizar y edificar en Cristo a los jóvenes de España y del mundo entero.

María, Madre Inmaculada, patrona de España, ruega por nosotros. Amén

sábado, 4 de junio de 2011

DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Evangelio



En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado.


Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose a ellos, Jesús les dijo:


«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.


Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos»


Mateo 28, 16-20
 
No fue una despedida



El tono festivo que la Iglesia le ha dado siempre a la solemnidad de la Ascensión se entiende, sobre todo, porque los cristianos siempre tomaron conciencia de que no se trató de una despedida, sino más bien de una presencia diversa del Señor entre nosotros y, además, permanente. No podría ser de otro modo; Jesús vino, según Mateo, como el Emmanuel (Dios con nosotros). Por eso, la Ascensión no es ausencia, sino otro modo de expresar la nueva presencia de Jesucristo resucitado. De hecho, la Iglesia vive con gratitud permanente las palabras con las que Jesús concluye su envío a los discípulos: «Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos».


Con estas palabras, el Señor quiso manifestar que no iba a dejar huérfanos a sus discípulos. Las pronuncia en el momento oportuno, cuando acaba de encomendarles su misión definitiva: la de ser sus testigos hasta los confines del mundo, bautizando a los que crean en Él en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Viviendo de Jesucristo, siempre presente en ellos, y con la fuerza del Espíritu Santo que Jesús les promete una vez más, los discípulos han de hacer discípulos que, como ellos, guarden todo lo que Jesús les ha mandado. En esta empresa, los enviados del Señor serán humildes trabajadores de su viña, testigos que preparen la llegada de su Reino con total disponibilidad y confianza en los tiempos y en los momentos que sólo Dios conoce, y siempre en espera de que Jesús vuelva.


¡Es tan sublime y misterioso el acontecimiento del que son testigos, que inevitablemente los once discípulos se quedaron con el alma en vilo y sin saber qué hacer! Pero dos hombres vestidos de blanco les invitaron a mirar hacia la misión que Jesús les acababa de encomendar. Naturalmente que no les quieren quitar el encanto que para ellos y para nosotros ha de tener el cielo, nuestro destino. Lo que los dos hombres les dicen a los discípulos es que, hasta el encuentro con el Señor, hasta que vuelva, han de saber vivir la relación entre el cielo y la tierra: con los pies en la tierra y la mirada en el cielo. Les recuerdan que el necesario pensamiento del cielo nunca ha de distraerles de su responsabilidad en la tierra; al contrario, la ha de afianzar y fortalecer.


ímites, siempre ha sabido ser, como dicen los orientales, un icono de la Ascensión del Señor: hace presente a Cristo en la tierra en los sacramentos, y en especial en la Eucaristía; en el corazón del cristiano; en los pobres, con los que Jesús se identifica; en la oración o en la comunión fraterna. Como la vida eterna es Dios mismo, su abrazo infinito y eterno, para el cristiano nunca ha de haber ruptura entre la tierra y el cielo, sino, por el contrario, siempre continuidad. Esa unión entre cielo y tierra la expresó maravillosamente santa Teresa del Niño Jesús, cuando escribió: «Yo quiero pasar mi cielo haciendo el bien en la tierra». Lo nuestro, de momento, sería: Yo quiero pasar por la tierra haciendo siempre de ella el cielo.


+ Amadeo Rodríguez Magro


obispo de Plasencia

miércoles, 1 de junio de 2011

"CON CURAS COMO ESTE, SE ARREGLABAN MUCHAS COSAS"

«Con curas como éste, se arreglarían muchas cosas»


Se cumplen estos días 50 años del nombramiento como obispo de Astorga de don Marcelo González Martín, posteriormente arzobispo de Barcelona y arzobispo de Toledo y Primado de España. Con este motivo, el que fue su secretario particular, don Santiago Calvo Valencia, hoy Deán de la Catedral Primada de Toledo, que precisamente en estas fechas cumple sus Bodas de Oro sacerdotales, ha pronunciado sendas conferencias: una, en Toledo, bajo el título 50 años de obispo. Don Marcelo, cardenal obediente y libre; y la otra, en Valladolid, donde don Marcelo fue canónigo y gran predicador del Evangelio, titulada: Don Marcelo, apóstol en Valladolid. He aquí algunos fragmentos del testimonio, en gran parte inédito, que don Santiago Calvo dio en estas conferencias:


Sus predicaciones en la catedral, los domingos, en la Misa de una, eran una concentración de todo Valladolid en la iglesia metropolitana. Allí acudían a escucharle, tanto universitarios como obreros, profesionales de diversos campos, gentes del centro de la ciudad y de los barrios. Siempre buscó la unión de fuerzas, como signo de caridad y fuente de eficacia… Se decía en diversos mentideros de la capital que querían detener a don Marcelo, que le estaba vigilando la policía, que el Gobernador había prohibido que siguiera predicando. Para hablar así no les faltaba algo de fundamento, pero todo se exageró mucho. Algunos, dejándose llevar de la fantasía, más que por hechos reales -unos con buena y otros con no tan buena intención- empezaron a llamarle el cura comunista y el Manolete del púlpito, porque se arrimaba mucho al peligro, no utilizaba el engaño e iba derecho, al asunto, hasta enardecer al auditorio. Lo cierto es que ni uno ni otro calificativo eran exactos del todo, ni le gustaban a don Marcelo; pero, enhonor a la verdad, es de justicia dejar constancia del hecho.


Tanto el se22ñor Alonso Villalobos, como el ministro de Trabajo, José Antonio Girón, montaron en cólera y prometieron no detenerse hasta hacer callar al canónigo que, según les habían dicho, estaba revolucionando Valladolid. Uno y otro, cuando hablaron con don Marcelo personalmente, reconocieron estar equivocados y le pidieron perdón: «Tenga la bondad de darme la mano para que mi conciencia quede tranquila», le dijo el Gobernador. A lo que don Marcelo replicó: «Ni le doy la mano ni le perdono, porque no hay nada que perdonar. Usted cumplió con su deber y yo intenté cumplir con el mío. Y no le doy la mano porque a quien actuó con la caballerosidad con que usted obró entonces y la elegancia con que lo ha hecho ahora no le doy la mano; lo que le doy, si usted me lo permite y lo acepta, es un abrazo». Y en público se abrazaron los dos. El ministro Girón confesó noblemente: «Creo a don Marcelo todo lo que me ha dicho. Yo estaba mal informado. Con curas como don Marcelo se arreglarían muchas cosas. Para que vea que no tengo nada contra usted y que quiero ayudarle en las obras que está haciendo en el barrio de San Pedro Regalado, le voy a dar un donativo». Y le dio 50.000 pesetas de las del año 1950.


No pueden hacerme obispo




Era vox populi que le iban a nombrar obispo, pero él decía: «No se preocupen, no pueden hacerme obispo porque no tengo el doctorado». Le hicieron obispo, a pesar de sus terminantes cartas a la Nunciatura en las que confesaba: «Soy completamente indigno». Cuando le nombraron arzobispo de Barcelona, me dijo: «Me he estado resistiendo todo lo que he podido, porque sé que allí están esperando a un obispo que sea catalán y no admitirán a uno que no lo sea. Le he dicho repetidamente al Nuncio que yo soy castellano y muy castellano». Pero, al llegar la documentación al Papa Pablo VI, insistió en que «quien tiene que ir a Barcelona, porque es el más apropiado, es el obispo de Astorga». Le había escuchado hablar en el Concilio.


Comenzó la triste campaña Queremos obispos catalanes. El Nuncio se asustó y empezó a dudar. Don Marcelo entonces le dijo: «Ahora, señor Nuncio, ya no es tiempo de dudas. Es hora de dar la cara. Recuerde que yo expuse repetidamente las razones por las que no debía hacerse el nombramiento. Que yo iba a sufrir y a servir; y ahora todos debemos mantener el principio de autoridad. En este momento, nadie debe volverse atrás». El 30 de mayo de 1971 fallece monseñor Morcillo, arzobispo de Madrid. El señor Nuncio le dice de nuevo: «Con aprobación superior haremos todo lo posible para que usted salga de Barcelona y venga de arzobispo a Madrid». A don Marcelo no le hizo gracia la propuesta, porque era salir de la tormenta y meterse en el nublado, y se limitó a decir: «Veremos y esperemos y, si llega el caso, obedeceré». El Gobierno de Franco, según testigos fiables, se opuso a que don Marcelo fuera a Madrid porque era demasiado progre.
 
Alfa y Omega