miércoles, 8 de diciembre de 2010

INMACULADA CONCEPCIÓN DE MARÍA PATRONA DE ESPAÑA

La fe de la Iglesia es siempre la misma, pero no permanece siempre igual. Como muy bien explicó el Beato Juan Enrique Newman, hay un desarrollo del dogma. Eso quiere decir que lo que la Iglesia cree como revelado por Dios para nuestra salvación va desplegando todas sus posibilidades, según las necesidades de los tiempos, bajo la guía del Espíritu Santo, que conduce al pueblo de Dios en su caminar por la Historia. No se trata de cambios ni de novedades propiamente dichas, sino de la explicitación progresiva de la única fe en Jesucristo.



Es lo que ha sucedido, de manera espectacular, con la fe en la Inmaculada Concepción de María. Si miramos el Misal de san Pío V, promulgado en 1570, después del Concilio de Trento, vemos que el 8 de diciembre no se celebraba todavía la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, sino tan sólo la memoria de su Concepción. Ese día se decía la Misa de la Natividad de la Virgen cambiando natividad por concepción. Se celebraba, pues, la Concepción de la Virgen, pero sin precisar si tal concepción había sido o no inmaculada.


Sin embargo, en diversos lugares de Europa (Irlanda e Inglaterra) sí se venía celebrando la Concepción Inmaculada, ya desde el siglo X. En el reino de Aragón, desde el siglo XIII. España fue el primer país que obtuvo de Roma la declaración de esa fiesta como fiesta de precepto. Fue en 1645, a petición de Felipe IV. Mientras tanto, el Misal Romano seguía refiriéndose sólo a la Concepción de María, aunque elevada también a fiesta de precepto en 1709.


Cincuenta años después, vendría la declaración de la Inmaculada Concepción como Patrona de España. Fueron las Cortes de Madrid las que, en 1760, reunidas para prestar juramento al rey Carlos III, pidieron al nuevo monarca que suplicara al Papa la proclamación de la Inmaculada como Patrona de España. Clemente XIII lo concedió por la Bula Quantum ornamenti, de noviembre de 1760. En ese documento, el Papa todavía no definía la concepción inmaculada, sino que se limitaba a conceder lo que se le pedía, es decir: que la Virgen, bajo esa advocación popular, que muchos y buenos teólogos consideraban sentencia teológica definible, fuera la Patrona de España.
De camino al dogma

La definición pontificia del dogma de la Inmaculada Concepción de María no llegaría, como es sabido, hasta 1854. Fue necesario un largo proceso de maduración de tal verdad de fe en la conciencia de la Iglesia. En ese proceso, España tuvo un papel muy importante, no sólo por haber sido la primera nación en que la Iglesia celebró la Concepción Inmaculada de María como fiesta de precepto y la primera también que se puso bajo el patronazgo de la Inmaculada, cuando no era todavía más que una sentida advocación popular y una opinión teológica muy aceptada. Además, de España había llegado también el impulso para una declaración pontificia que fue el precedente más notable de la definición de 1854: la Bula Sollicitudo omnium ecclesiarum, firmada por Alejandro VII el 8 de diciembre de 1661.

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